Friday, January 18, 2019

Sonríe (un poema de Thelma Delgado)

Nota: Cada viernes un poema de Thelma Delgado. Puedes leer sus textos en el blog, en este enlace.


Sonríe


Cuando mires las estrellas en las frías noches de invierno
Y te recuestes en el viejo sofá,
Cuando veas un ruiseñor posarse en el árbol de naranjo
Y en primavera veas una mariposa revolotear
Recuérdame bonito.
Si acaso escuchas a Buena Vista Social Club
O una canción de Buika escuchares por ahí,
y la nostalgia llegue a tu puerta sin avisar
Recuérdame bonito.
Si algún día alguien te dice: -Ayer la ví, está feliz
O por si acaso te preguntan por mi,
Y un suspiro se escape de tu pecho sin poderlo controlar,
Recuérdame bonito.
Cuando el silencio de tu cuarto se rompa por las pisadas de mi recuerdo
y se meta en tu cama sin hablar, sin pedir permiso
te haga el amor sin freno ni pudor hasta perder el juicio
y luego se vaya así, como quien nada hizo…
Sonríe, sonríe y recuérdame bonito



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Ver
Página de Thelma Delgado en el website del Cultural Council of Palm Beach County

Las confesiones del P. Carlos (por María del Carmen Muzio)


El pasado 3 de enero se cumplió un aniversario más de la marcha a la Casa del Padre del entrañable Mons. Carlos Manuel. En ese mismo año la Feria del Libro había presentado Monseñor Carlos Manuel se confiesa de los autores Luis Báez y Pedro de la Hoz, publicado por la Casa Editora Abril. Por desgracia, no a todos ha gustado el libro, pero por encima de criterios, allí tenemos de cuerpo entero al sacerdote bien criollo y culto.

Para los que tuvimos la dicha de conocer al entrevistado nos hace rememorar las sabrosas pláticas o conferencias magistrales que siempre se disfrutaban oyéndolo hablar, para los que no tuvieron esa suerte, es una manera de acercarse a él.



El libro cuenta con el prólogo de Aurelio Alonso, quien fuera su amigo en el orden personal y consta de once grandes temas sobre los que se basaron los entrevistadores. El primero, “Rumbo a Roma” nos ofrece en boca del padre Carlos, como gustaba que lo llamaran, parte de su infancia, sus padres y sobre el surgimiento de su vocación sacerdotal. Resulta muy simpática la siguiente anécdota:
Estando en la universidad, tenía una amiga con la que salía con frecuencia. A mi madre le encantaba pensar que esa joven llegaría a ser su nuera. Un día me pidió que no jugara más con ella y formalizara mi compromiso. Le dije que no se preocupara, que esa noche lo iba a cuadrar. Me fui con un grupo de amigos para Tropicana. Regresé a casa alrededor de las seis de la mañana. Al verme, mamá me preguntó si ya había hablado con la muchacha. Le respondí que no y le anuncié: «Voy a ser sacerdote»(1).
En otros momentos del intenso diálogo que sostuvieron los periodistas con monseñor Carlos Manuel, este puede mostrarse molesto por un instante, como sucede en el titulado “Dos pasiones” en que les dice “¿Qué quiere decir esa pregunta a estas alturas de nuestra conversación”? y narra la historia de a qué obedeció que el cardenal Arteaga estuviera presente en la inauguración del Cristo de La Habana junto a Batista.

Uno de los grandes méritos del texto es mostrarnos a Carlos Manuel en toda la dimensión de su humanidad, como humilde sacerdote servidor de Cristo, que nunca tiene una palabra negativa para nadie (sólo en algunos momentos relativos a la historia de Cuba denosta algo al Marqués de Santa Lucía y a Calixto García) ya que les explica: “Mi filosofía personal es que cada día sea mejor en todos los sentidos que el día anterior, pero eso no siempre se logra”(2).

Encuestado sobre la nueva estructura mundial, sus palabras resultan premonitorias
(…) yo no lo veré desde esta vida, en cuyo ocaso sereno y luminoso me encuentro, sino desde la otra orilla de nuestra existencia: desde la eternidad, en la que, espero, todo sea luz(3).
El capítulo “Siempre he estado aquí” interesa por la explicación sobre la significación e importancia de la ENEC, idea surgida de Monseñor Fernando Azcárate, jesuita y obispo auxiliar de La Habana, y en “Cuba tiene mucha altura” recuerda muchos de los que contaron con su amistad: Eliseo Diego, Lezama, Carlos Rafael Rodríguez, y muy especialmente el padre Ángel Gaztelu al que visitó en Miami:
Después de la muerte de la hermana fui a verlo y le dije: « Mira, Gaztelu, me ha dicho Jaime, quien te aprecia mucho, que tú sigues siendo sacerdote de la diócesis de La Habana, y que sus puertas están abiertas siempre para ir al lugar que quieras. Si deseas ir al Espíritu Santo, traslada al sacerdote que está allí». A eso respondió: «Mira, Carlos, no. Ya estoy viejo, tengo mis achaques. Si voy no será para ayudar, sino para crearles preocupaciones. Iré de visita pero no para quedarme. Díselo a Jaime. Se lo agradezco mucho». Insistí: « Nosotros pensamos que la mayor ayuda que le puedes dar a Cuba y a su Iglesia es que estés con nosotros. Hay muchas personas que te aprecian. Cuando algunos preguntan por ti, ni dicen tu nombre; solo dicen: « ¿qué sabes del padre?».
Vino dos veces a La Habana por pocos días después de esa conversación, antes de morir(4)

Para no extender más esta reseña, termino con la última pregunta que fue cómo quería que lo recordaran, a lo que él contestó:
Como un sacerdote trabajador que ha tratado de ser fiel, que ha querido mucho al pueblo cubano, a todo el pueblo. Cubano por encima de todo. Leal a la Iglesia y a mi patria(5).


Muchas otras disfrutables anécdotas se leen, además de las que no contó y pudieran añadirse al libro, pero es muy de agradecer una obra tan encomiable; en especial, las fotografías que nos lo muestran desde niño hasta su plena madurez. Rápidamente agotado el libro, hubo de ser reimpreso. Desde su parroquia última, la de San Agustín, donde aún se consideran sus feligreses, escribió sus últimos poemas. Ediciones Vivarium (fundada por él en su etapa de Canciller) tuvo el tino de publicar algunos del que selecciono este para transcribir:
…y cuando me haya ido
quedará de mí
sólo un retacito de recuerdo,
muy pequeño y, por breve tiempo,
en el sagrario de algunos amigos:
los más cercanos,
más bien escasos.
Volverán, entonces, a escucharse
las campanas de bronce de mi templo
y en el patiecito de adentro,
diminuto y recoleto,
jugarán los lagartos
dando caza a los insectos;
croarán las ranas
y, quizás, hasta el rosal añejo
realice de nuevo el milagro olvidado
de la espiral blanca
de su flor extraña.
Nunca quiso hacerme ese regalo
pues siempre me resultó una planta
ajena y… tan distante!
Nadie me dio las alas
que necesitaba para acercarme.



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  1. Luis Báez, Pedro de la Hoz, Monseñor Carlos Manuel se confiesa, Casa Editora Abril, La Habana, 2015, pp. 19-20.
  2. Ibídem., p.124.
  3. Ibídem., p. 131.
  4. Ibídem., p. 182.
  5. Ibídem., p. 207.




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María del Carmen Muzio Zarranz (La Habana, 1947). Tiene publicadas las novelas El camafeo negro (1989), Sonata para un espía (1990), La Cuarta Versión (2000) y Dios no te va a entender (2015), así como los ensayos Andrés Quimbisa (2001), María Luisa Milanés: el suicidio de una época (2005) y el libro de cuentos para niños Los perros van al cielo (2004). Ha merecido varios galardones y reconocimientos entre los que destacan su mención en el Concurso Internacional Relato Policial, Semana Negra, Gijón, España (2002) y la del centro “Juan Marinello” por su ensayo sociocultural sobre la figura de Andrés Petit.

Thursday, January 17, 2019

Tony Pinelli (entrevista por Mayra A. Martínez)

Nota: Agradezco a Baltasar Santiago Martín, que comparta este texto con los lectores. El mismo está incluido en el número de enero de 2019, de la revista Caritate.

La presentación será el jueves 31 de enero de 2019, a las 8 00 p.m., en el Centro Cultural Hispano para las Artes de Miami (111 SW 5th Ave. Miami, FL. 33135)

Tony Pinelli
 (foto cortesía del entrevistado)
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Con Tony Pinelli, 
y su pluma afinada

por Mayra A. Martínez


Compositor e intérprete, fundador del Movimiento de la Nueva Trova, y con una larga y rica trayectoria como productor y director artístico de programas de radio o televisión, además de directivo y promotor en diversas empresas culturales en Cuba durante varias décadas, Antonio Eduardo Piniella Cabrera, más conocido como Tony Pinelli, proviene de una familia vinculada al arte, cuya figura más destacada fue su padre, Germán Pinelli, locutor cimero de los medios nacionales, estirpe que continúa en la labor de Los 3 de La Habana, agrupación integrada por sus hijos, a quienes apoyó como arreglista de sus montajes durante un tiempo. Cabe recordar que una de sus canciones más populares fue Tú eres la música que tengo que cantar, ganadora del Gran Premio en el Concurso Adolfo Guzmán de 1982.

A partir de 2015 Tony se estableció en Miami, y pronto comenzó por invitación a participar en el popular programa El Happy Hour, de AmericaTV, en tanto actualmente escribe una columna en el Diario Las Américas y participa desde el 2016 en Pasa la tarde, con Mario Andrés Moreno, en Radio Caracol, trasmitido por 1260 am, que se repite ampliado los sábados a las 3:00 p.m. con el título Tú eres la música.

Con mucho por decir, y sustentado en sus vivencias en los medios culturales de la isla –y de modo más reciente, en el contexto cubano de la Florida–, Tony, incisivo como pocos, me ofreció una extensa entrevista para mi libro en preparación sobre musicógrafos conocedores de la creación sonora afrocubana. De esta, hacemos una síntesis para CARITATE:

Para puntualizar sobre tus inicios, ¿estudiaste música de manera formal? Y una duda, ¿adecuaste tu apellido por alguna razón, de Piniella a Pinelli?

Mi familia paterna procede de Asturias, de los Piniella de la zona de Cangas de Onís, una larga familia con cierta cantidad de emigrantes a varios países, entre ellos mi abuelo y mi padre, Germán Piniella, el menor de cinco hermanos y único nacido en Cuba, y el cual empezó su carrera desde niño como cantante. Y su madre, mi abuela Soledad Vázquez, fue quien le sugirió “italianizar” el apellido por su repertorio de óperas italianas, y ya fue para siempre Germán Pinelli.

Tony con su padre, el gran e inolvidable Germán Pinelli (foto cortesía del entrevistado)
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Sin embargo, el ambiente musical no fue de nacimiento. Mis padres se separaron cuando yo era demasiado pequeño, pero mi madre siempre nos inculcó amor a la cultura en general; nunca faltó un libro entre los regalos por cualquier ocasión. Teníamos TV y tocadiscos desde muy temprano, amén de la radio indispensable en casa de cualquier cubano, y mi hermana Isabel y yo estuvimos presentes en cada espectáculo importante, desde el concierto de Josephine Baker en el América, hasta las Cabalgatas españolas en el Payret, o Pedro Infante en el entonces Radiocentro.

Posteriormente, conocí y disfruté a muchos grandes de la música cubana en los programas de radio y TV de mi padre y mi tía Sol Pinelli, y ya de joven comencé a cantar en La Víbora, mi barrio.

Tony Pinelli de joven 
(foto cortesía del entrevistado)
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¿Cómo llegas a estudiar música con Luis Carbonell? Dices que fue por la formación del Cuarteto “Los Cañas”, pero ¿qué sucedió al respecto? Porque él era muy exigente, un gran repertorista...

Yo, como la mayoría de sus alumnos, considero una bendición haber conocido a Luis Mariano, a quien respeté y quise como a un padre. Soy de La Víbora, de donde han salido músicos de gran categoría, y en mi barrio, en los 60, época de cuartetos vocales, hicimos uno con Carlos Mas como director, Jesús “Tatica” del Valle, Adolfo Costales y un servidor. “Los Bohemios” primero y, posteriormente, le pusimos “Los Álamos”; ahí fue donde me decidí a ser profesional en la música, pero el cuarteto, a pesar de que todos lograron excelentes carreras, no lo tenían decidido en aquel momento, y como a dos cuadras de nuestro barrio había otro cuarteto llamado “Los Olivos”, que sí tenían interés en profesionalizarse, comencé a cantar con ellos. René Mateos –que fue una gran influencia para mí por su musicalidad–, Iván Cañas, Paquito González y un baterista, Roberto Benítez.

Ensayamos mucho y participamos en un concurso de radio, cantando No tengo edad, quedando en segundo lugar. Nos vio Julio Lot, un excelente director de programas de radio, y nos reunimos en su casa en una fiesta pequeña. Allí nos recomendó y presentó a Luis Carbonell, con quien sí la cosa fue en serio. Incluso nos montó –sin que ninguno de nosotros supiera leer música– un amplio repertorio de fugas, preludios, sonatas, etc., a voces, convirtiéndonos en los primeros en hacer esa función como toda una línea de trabajo de música clásica, dentro del amplio repertorio de más de 300 números. Luego, cambiamos el nombre de “Los Olivos” a “Los Cañas”, sugerido por Luis en honor a un profesor que había tenido en Santiago de Cuba, tío de Iván Cañas.

Al fin de cuentas, ¿qué querías ser, músico o periodista?

Las dos cosas, pero tuve que dejar la carrera, porque el cabaret y la universidad no ligan mucho, aunque siempre escribí y fui acumulando cosas que me llamaban poderosamente la atención, porque si algo me admira es el talento, y cuando veía u oía algo digno de ser destacado, por lo relevante o por ser anécdota de un grande, se me grababa en la mente y creía en ese entonces, como sigo creyendo, que es importante la labor de destacar esas cuestiones.

Hace muchos años que escribo, produzco y dirijo, pero la música, los arreglos vocales y la hermosa vida de artista fueron mi prioridad. Para mí sigue siendo el oficio más bello del mundo que, por suerte, gracias a mis hijos, “Los 3 de La Habana”, he podido seguir vinculado de algún modo, primero siendo su arreglista y después, aplaudiéndolos.

Háblame de la relación de estudio con Aida Diestro, y luego con Juan Elósegui. ¿Qué te aportaron?

La Gorda era una fiesta. Me iba para su casa y me pasaba temporadas viviendo allí, donde muchas veces vi ensayar al cuarteto, y fue ella la que me adentró en el mundo de los arreglos vocales. Era una pianista maravillosa. Padecía de un aneurisma que le causaba grandes dolores, y a veces me despertaba en la madrugada y me decía: “Pinelito, tengo miedo a dormirme”. Entonces, me pedía que la acompañara a tomar la nitroglicerina, y yo me levantaba del cuarto de los “becados”, como nos llamaba a Pablo Milanés y a mí, y me ponía a hacerle cuentos y a entretenerla. Al rato, se levantaba e íbamos al estudio o cuarto de ensayos, con las ventanas cerradas, y pisando el pedal apagador del piano, se ponía a tocar y cantar conmigo, lo que considero un gran privilegio en mi vida. Para mí fue como una hermana mayor y maestra, a quien admiré como artista y como persona.

Cuando el cuarteto decidió volar solo, después de una etapa con el Maestro Luis Carbonell, fuimos seleccionados para un curso especial de la Dirección de Música, en el Teatro “Amadeo Roldán” (antiguo “Auditórium”), donde participamos un nutrido grupo de artistas profesionales, entre ellos tres cuartetos: “Los Modernistas”, “Los Del Rey” y “Los Cañas”.

Juanito Elósegui era profesor de solfeo, el mejor que he conocido, además de hombre y amigo. Nos invitó a su casa y nos hizo excelentes arreglos. Era viola en la Sinfónica, pero campechano y lleno de dicharachos. Se viraba en plena clase y nos decía: “Tengo una monja encarcelada para ustedes. Y ante el gesto de incomprensión de todos, aclaraba: Una Sor – presa”. Además, era un excelente cocinero y sus amigos búlgaros de la Orquesta Sinfónica siempre le llevaban ingredientes y latas que preparaba de forma deliciosa. Fue amigo, además de maestro, y a pesar de la confianza jamás se perdió el respeto entre profesor y alumno.

¿Cómo lograbas alternar “Los Cañas”, los programas de radio y TV, la dirección de festivales, las giras? ¿Cuáles puedes destacar, y qué aprendizaje obtuviste en esa etapa?

No tengo la menor idea –quizás padezca de hiperactividad–, pero lo cierto es que aún no puedo estar tranquilo. Quizás el afán de ser útil y la inconsciencia de que el sistema no se puede mejorar. Las buenas intenciones en Cuba te traen malas consecuencias.

Nunca he dejado de divertirme y disfrutar la vida por una disciplina de estudios. Me divierto aprendiendo o trabajando, pero en algo que no me guste me cuesta mucho trabajo concentrar la atención.

¿Crees que podrá rescatarse en alguna medida el que la población cubana, dentro de la isla, y los crecidos en el exterior, conozcan a plenitud la riqueza y diversidad de la música cubana, sus compositores e intérpretes?

Mayra querida, esa pregunta merece un razonamiento de más de 40 cuartillas; déjame ver cómo te puedo resumir. En primer lugar, el intento de borrar datos y presencia histórica para llevarlo todo al punto de vista gubernamental ha hecho mucho daño. No se puede hablar de música cubana sin mencionar a Lecuona, René Touzet, Celia Cruz, y tantos y tantos que emigraron o se manifestaron en contra de un gobierno que se adueñó del nombre y de la historia, al punto de darle la razón a aquel obispo mambí de Santiago de Cuba, Monseñor Pedro Meurice, en 1998, cuando expresó en sus Palabras de Saludo a Juan Pablo II, en la misa celebrada en Santiago de Cuba: "... Le presento, además, a un número creciente de cubanos que han confundido la patria con un partido, la nación con el proceso histórico que hemos vivido las últimas décadas y la cultura con una ideología”.

Para tener claro hacia dónde vamos, siempre resulta bueno saber de dónde venimos; nunca será bueno amputar de la historia a un artista por su filiación política o grado de obediencia. Es cierto que la historia la hacen los vencedores, y en el caso nuestro, las prohibiciones, el triunfalismo y el secretismo, más una manipulación de los hechos realizada de forma eficiente, han asegurado el poder por más de medio siglo, pero cada día se ve más y más el interés en el pasado, sobre todo ante el derrumbe del presente.

No se puede negar la fascinación por nuestra música, que cuando Cuba era un país abierto, influenció a tantos creadores en distintas zonas del mundo, y Buena Vista Social Club fue un ejemplo de ello, aunque en Cuba nunca se difundió el éxito de su mejor momento internacional. Y creo que debemos agradecer a nuestros musicalizadores el riesgo a sanciones y despidos, rebajas de salarios y otras medidas totalmente idiotas y extremistas a que se han expuesto por difundir a grandes figuras de la música nuestra que se fueron de Cuba.

El oficialismo ha ocasionado que muchas veces la información resulte incompleta, y la prensa no ayuda. En primer lugar, porque el trabajo del investigador o historiador musical no se reconoce como debiera hacerse; todos viven modestamente, a menos de que ocupen un cargo oficial del cual se aprovechen. Los musicólogos formados luego de los 70 no reciben la información adecuada para ejercer su oficio, y desconocen, diploma en mano, de muchos aspectos y hechos esenciales a resolver después de graduados y, en no pocos casos, los deficientemente formados pasan, antes de madurar suficiente, a dirigir o asesorar, aunque el afán de saber les va completando su información. No obstante, se hacen muchas cosas buenas con una terrible escasez de recursos y ausencia de estímulos, además de que la historia se va abriendo paso por sí misma.

Y por otra parte, ¿qué tal la presencia cultural cubana en Miami, capital de nuestra diáspora?

Bueno, aquí, donde el maravilloso staff de actores, músicos, realizadores, etc., que viven podría estar al servicio de la cultura, no se ven; muy pocos pueden trabajar en su disciplina artística, y tienen que dedicarse a otros oficios con tal de subsistir, pero hay que tener presente que Miami no es un país, es una ciudad turística que significa para un país como Estados Unidos lo que podría significar Varadero para Cuba, donde los cubanos han subsistido, e incluso aportado mucho, pero mucho, a esta ciudad, que –repito– pertenece a otra cultura, no a la nuestra.

Desarrollo aparte, los cubanos solo trabajan en su mayoría en canales provinciales, o del estado de La Florida. Muy pocos trabajan en canales nacionales, y el tiempo en este tipo de situaciones se vuelve un enemigo. La colonia cubana en el sur de La Florida logró mantener su cubanía, e incluso sus sabores, y aquí encuentras platillos que antes de las paladares se perdieron, y que la iniciativa privada en Cuba ha ido rescatando poco a poco. La gastronomía nacional es parte de nuestra cultura en el sentido más amplio de la palabra.

Las últimas generaciones de cubanos que han arribado a las costas de Miami y otros sitios del mundo ya vienen con la ausencia de información a que nos referíamos, y los nacidos aquí han estudiado en inglés y aprendido la cultura del país donde viven, que no es el país de origen de sus padres. O sea, hay varias generaciones de desinformados, pero entre esos desinformados, están los gerentes de las emisoras de radio relacionadas con Cuba, cuyos hijos –al igual que muchos de ellos– hablan español de forma fonética, porque es el idioma de sus padres, y lo oyen en su casa; no han estudiado sus reglas gramaticales, como sí lo han hecho con el inglés, por lo que resulta lógico que prefieran las emisoras norteamericanas, como demuestran las estadísticas de escuchas.

Sin dudas, la radio sigue siendo de suma importancia, pero Miami es una ciudad cosmopolita, con más de seis millones de habitantes en su periferia, con abundancia de países entre ellos, al punto de que es la ciudad de los Estados Unidos con más habitantes extranjeros, y cada dueño de emisora tira –por lo general– para su segmento de mercado, o sea, el que más conoce, aunque deben trabajar para los cubanos que somos la mayoría, pero no la prioridad.

Quiero recalcar que los jóvenes a los que hacía referencia –es decir, las futuras generaciones– prefieren las emisoras en su idioma, el inglés, no el de sus padres. Si alguien no lo cree, o duda del razonamiento, pregúntele a un hijo o nieto de chinos que se radicaron en Cuba qué música prefiere.

Habría que hacer conciencia y tener capacidad de inversión para invertir en Internet, cosa que ya hacen muchos especialistas, pero sin capital y publicidad detrás como es indispensable en un país donde todo es dinero, se hace demasiado difícil. Radio Martí podría haber sido una gran ayuda, pero pésimamente administrado, perdió su oportunidad.

Lo cierto es que la cultura cubana se va esfumando, a pesar de que hay público de sobra para entusiasmar su consumo, mientras, en Cuba, en el tránsito hacia un capitalismo de estado como último recurso para no soltar el poder, la desesperanza y malas condiciones, sin una inyección de fe, coopera con el afán de disipación mediante las expresiones artísticas, nada de reflexión. ¡Así, a gozar se ha dicho, aunque se muera la poesía!


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Tú eres la música que tengo que cantar. 

Autor Tony Pinelli


Sé que hace tiempo te buscaba el nombre
Y así despacio sin hacerme daño
Fuiste una luz iluminando a un hombre
Que anduvo a oscuras todos estos años
Qué buscarás en mí que ya no tengas
Y no me hablen de paz ni de cordura
Porque mi paz y toda mi experiencia
Me laceran de muerte tu figura

Por eso yo, quiero llenarte de color tu intimidad
Pintar de risa tu impresión de soledad
Irte cantando por el mar y la ciudad
Tú te pareces tanto a la felicidad
Que en ese ritmo tan difícil de lograr
En los matices que no hay que retocar
En la belleza del arte más natural
Tú eres la música que tengo que cantar.

Lo que yo siento quisiera decirlo
Un día de julio en medio de la plaza
Oír tu nombre por los altavoces
Sentirlo rebotar de casa en casa
Y aquí me tienes tarareando un sueño
Cazando estrellas por la madrugada
Pupila alerta, guardando un silencio
Para irme a refugiarme en tu mirada

(Miami) Fiesta de la Guantanameritud

Fiesta de la Guantanameritud. El sábado 19 de enero a las 3 pm., en Art Emporium, localizado en el 710 SW 13 Avenida, Miami 33135. 

Serán presentados los Archivos Guantanameros de Augusto Lemus, por un panel integrado por Rebeca Ulloa, Julio Benítez y Luis de la Paz, con la conducción de Ángel Velázquez.

Se le otorgará el título Hijo Emérito de la Guantanameritud al destacado intelectual y artista Santiago “Chago” Rodríguez. 

Se liberará la convocatoria del Concurso de la Guantanameritud (Un Premio Único de $ 500.00 dólares; y un Premio Especial, consistente en una Obra de Arte del destacado creador Johermis Quiala). 

Al final velada artística y recreativa.

Wednesday, January 16, 2019

Hemingway:”Mi casa de Cuba”. Una página olvidada de la revista Bohemia (por Carlos A. Peón-Casas)



Verdaderamente revisitar viejas publicaciones nos trae gratas sorpresas. Este ha sido el caso al tener la suerte, que ya pocos tienen en Cuba, de poder hojear con la fruición que da saborear un fruto casi prohibido, una vieja edición de la benemérita revista Bohemia, el número 15, que viera la luz el 10 de abril de 1960.

Justo al abrir el número de marras, apareció como por ensalmo el ya referido reportaje que firmaba Emma Pérez, a la que supongo en mi ignorancia supina, periodista o corresponsal del bien reconocido staff de la revista en aquel minuto. 

El amplísimo trabajo, que por momentos bordea el ensayo literario, enhebrando para el lector muchas de las facetas biográfico-creativas del hombre y el escritor, va muy bien calzado con fotos de Papa, y de Finca Vigía, sin identificar a su autor o autora, que quizás pudieran ser la propia reportera, o alguno de los fotógrafos de turno de la publicación, qui lo sa?

En uno de los comentarios al pie de uno de los fotogramas, esta vez una serie muy bien lograda de close ups del autor de Fiesta, acota la cronista un dato muy singular sobre la perspectiva creativa de un Hemingway que aquel año estaba por cumplir sus sesenta y un cumpleaños:
¿Cual es el secreto de Hemingway?-El ha prometido dejar de escribir a los sesenta y cinco años. ¿Cómo puede estar cierto de ello? Hasta que no desvele su último secreto, tendrá que escribir como un forzado, cumpliendo su destino de creador, que es el más implacable de todos…(2)
La promesa, lastimosamente, tendría cumplimiento mucho antes de lo que muchos hubieran imaginado, el ciclo creativo del Maestro, se cerraría trágicamente con su muerte, sólo diecinueve días antes de su cumpleaños 62, en su casa de Ketchum, Idaho, el 2 de julio de 1961.
Otras de las instantáneas a las que aludimos y que reproducimos para el lector curioso, tienen que ver con Finca Vigía, y es la que retrata el singular portón que daba entrada a la propiedad con un muy sui generis cartel: “Prohibidas las visitas sin previa cita”. La admonición, que nos queda claro no estaba precisamente destinada a los amigos habituales de Papa, parecía empero en aquel minuto un valladar para cualquier advenedizo que viniera a distraer la infatigable faena creativa del creador. 

Otra, es bien peculiar, se trata de un Hemingway que posa frente a uno de sus más significativos trofeos de caza que adornan las paredes de aquella mítica Finca Vigía. Se trata de un Hemingway que insinúa una sonrisa ante la cámara, que nos descubre quizás ese hálito de sensibilidad humana que a veces se diluye en la dureza de sus propios alter-egos creativos, la autora acompaña el bien logrado retrato con un texto al pie:
He aquí a un escritor tan interesante- y tan ejemplar- como sus creaciones. ¿Cuál de sus personajes, enfrentados inminentemente con la muerte, conoce mejor el peligro que él. Este Ulises de nuestro siglo, cuya Isla de Ítaca es la Isla de Cuba, ha integrado todo acontecimiento importante del mundo desde hace cuarenta años. No ha habido un evento sacudidor de toda la tierra que el no haya presenciado como testigo, y, lo que es más, como protagonista(3)
Para el minuto en que este reportaje veía la luz, Hemingway se debatía furiosamente en la escritura de lo que sería su último trabajo creativo publicado en vida: The Dangerous Summer, título que aludía a “una serie de mano a mano corridas”(4), entre dos toreros de gran fama Antonio Ordoñez y Dominguín, suceso del que Hemingway fue testigo en su penúltima visita a España en 1959. Para Julio de aquel año 1960, Hemingway salía de Cuba para no volver.


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  1. Emma Pérez. Revista Bohemia. No. 15. Abril 10 de 1960.
  2. Ibíd. p. 34
  3. Ibíd. p.36
  4. Ernest Hemingway. A Life Story. Carlos Baker. New York, 1969. P 544. (Se respeta la original construcción sintáctica de la frase de Baker)

Monday, January 14, 2019

La “nacionalización” de Pro-Arte Musical (por Célida Parera Villalón)

Nota: Agradezco a Baltasar Santiago Martín, que comparta este texto con los lectores. El mismo está incluido en el número de enero de 2019, de la revista Caritate.

La presentación será el jueves 31 de enero de 2019, a las 8 00 p.m., en el Centro Cultural Hispano para las Artes de Miami (111 SW 5th Ave. Miami, FL. 33135).


La “nacionalización” de Pro-Arte Musical

por Célida Parera Villalón Fragmento tomado de su libro Pro-Arte Musical y su divulgación de cultura en Cuba (1918-1967)


Nota de Baltasar Santiago Martín,  editor de la revista CARITATE: Como en “Bambalinas II” he publicado el exhaustivo trabajo de Ahmed Piñeiro sobre el centenario de Pro- Arte Musical y el 90 aniversario del Teatro Auditórium, he considerado apropiado ofrecer a los lectores de CARITATE una versión más cruda de por qué Pro- Arte dejó de existir en 1967, y de cómo el llamado “Gobierno Revolucionario” la despojó arbitrariamente de su sede y del Teatro Auditórium, también de su propiedad.


Pro-Arte Musical, pilar del más alto exponente de la cultura universal, continuó su marcha triunfal hasta el año 1959, cuando el recién establecido régimen marxista-leninista de Cuba, comenzó a llevar a cabo la destrucción sistemática de las instituciones que representaban gustos elevados. Como primer golpe, el Banco Nacional, por disposición de su presidente, Ernesto “Ché” Guevara, negó a la organización el acceso a su cuenta de dólares, necesarios para abonar los honorarios de los grandes artistas extranjeros bajo contrato.


Seguidamente, el 31 de diciembre de 1960, el teatro Auditórium, (llamado, desde marzo de 1961, Teatro “Amadeo Roldán”), y la casona colonial adjunta, que albergaba las oficinas de Pro-Arte y su escuela de baile, fueron intervenidos por fuerzas de las milicias, y entregados a la Orquesta Sinfónica y al Ballet de Cuba, respectivamente.

Gracias a la gentileza de la Sociedad Infantil de Bellas Artes (SIBA), Pro-Arte pudo subsistir, trasladando el personal de la oficina, con la lista de socios y la escuela, al local de esa organización, también situado en El Vedado. Las clases continuaron funcionando con tres profesoras: (sic) Del Cueto*, Suárez Moré, e Hilda Canosa (todas residiendo actualmente en los EE.UU.). Durante ese tiempo, la directiva, tratando de mantener viva la chispa del buen arte, concertaba actos culturales para sus asociados (reducidos de 5500 a 500, en 1961) en pequeñas salas-teatros de la capital, con artistas locales.

El último recital de ballet de la escuela tuvo lugar en la Sala Hubert de Blanck, en julio 5 de 1961. La falta de fondos lo haría imposible en el futuro. El último concierto para los socios de Pro-Arte ─ un programa de música cubana con la Coral de Alfredo Levy─, se celebró el 23 de septiembre de 1967, en el Lyceum-Lawn Tennis. Días después, la Sociedad Pro-Arte Musical fue disuelta por decreto. 


Como triste acápite, el antiguo Teatro Auditórium fue destruido por un incendio en 1977, y después de muchos años de reconstrucción, abrió de nuevo sus puertas en 1999, con solo 800 asientos, donde antes se sentaban 2500.

*Elena del Cueto, ya fallecida.

Sunday, January 13, 2019

2 de diciembre: Cien años de Pro-Arte Musical y noventa del Teatro Auditórium (por Ahmed Piñeiro Fernández)

Nota: Agradezco a Baltasar Santiago Martín, que comparta este texto con los lectores. El mismo está incluido en el número de enero de 2019, de la revista Caritate.

La presentación será el jueves 31 de enero de 2019, a las 8 00 p.m., en el Centro Cultural Hispano para las Artes de Miami (111 SW 5th Ave. Miami, FL. 33135).

Teatro Auditórium, hoy “Amadeo Roldán” después de su reconstrucción como sala de conciertos
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El 2 de diciembre de 2018, la cultura cubana celebró dos importantes efemérides, estrechamente vinculadas entre sí: el centenario de la Sociedad Pro-Arte Musical de La Habana, y los 90 años de la inauguración del Teatro Auditórium, hoy “Amadeo Roldán”.

La Sociedad Pro-Arte Musical de La Habana, más conocida por sus siglas SPAM, o simplemente Pro-Arte, fue una importante organización cultural fundada el 2 de diciembre de 1918 por D.ª María Teresa García Montes de Giberga, una emprendedora cubana, amante de las artes, a cuya iniciativa, determinación y sensibilidad se debió, también, la posterior construcción del Teatro Auditórium.

María Teresa se unió a un grupo de otras damas cubanas —de entre ellas, la notable escritora Renée Méndez Capote—, y así, desde sus días fundacionales, Pro-Arte fue regido siempre por mujeres, caso insólito en Cuba y, tal vez, en toda América Latina.

La vida de Pro-Arte Musical duró hasta 1967, fecha en la que pueden verificarse los últimos conciertos ofrecidos por esta Institución. A lo largo de sus 49 años de existencia, dio a sus asociados la oportunidad de disfrutar de grandes espectáculos artísticos: conciertos, recitales, óperas, ballet, arte dramático…, por los mejores instrumentistas, cantantes, bailarines o actores del mundo, entre los que se encontraban los más relevantes artistas cubanos, algunos de los cuales se beneficiaron con becas ofrecidas por la institución, como sucedió, por ejemplo, con Jorge Bolet, uno de los más talentosos concertistas que Cuba ha aportado al arte pianístico universal.

Con el tiempo, por la altísima calidad de las figuras que contrataba, Pro-Arte alcanzó renombre internacional. La Sala Espadero, en la calle Galiano, donde se realizaron los primeros recitales, ya resultaba insuficiente. Entonces, las presentaciones comenzaron a realizarse en los Teatros Nacional –hoy Gran Teatro de La Habana “Alicia Alonso”– y Payret, hasta que se impuso la necesidad de poseer un local propio, con las condiciones necesarias para ofrecer los espectáculos. Así, pues, surgió la idea de construir el Teatro Auditórium.

Un terreno ubicado en las calles Calzada y D, en El Vedado, fue el sitio seleccionado por la directiva para la erección del edificio, iniciada el 6 de agosto de 1927. Fueron sus realizadores Miguel Ángel Moenck y Nicolás Quintana y Arango (proyectistas); Julio César Japón (delineante); y los ingenieros-arquitectos Eduardo Albarrán y Machín, y Gregorio Bibal (constructores).

Dieciséis meses después, la inauguración del Auditórium constituyó todo un acontecimiento en la vida habanera de finales de los años veinte. Era tal su magnificencia, que obtuvo el primer premio en el Concurso de Fachadas del Rotary Club de La Habana.

Desde su apertura, el 2 de diciembre de 1928, y hasta la catástrofe que lo destruyó en 1977, asistimos a una de las épocas más interesantes en la historia del espectáculo escénico y de la propia historia de nuestra ciudad.

El Auditórium fue llamado en su época, “el primer teatro de La Habana”. Para tal designación, los críticos y periodistas hacían resaltar sus condiciones acústicas y visuales, el lujo y la elegancia de su sala, la comodidad de sus localidades —que sobrepasaba la cifra de las dos mil seiscientas butacas—, el grato ambiente que proporcionaba su sistema especial de ventilación laminar, el confort de todos sus servicios e, incluso, la rápida y fácil comunicación desde cualquier barrio de la capital.

Al respecto puede leerse una curiosa y hasta simpática nota en el diario La Lucha, del 6 de diciembre de 1928:
[…] La administración del teatro se ha preocupado de ofrecer mayores facilidades al público, obteniendo de la Compañía de Ómnibus de la (sic) Habana, y de la Empresa Cubana, que sus vehículos se detengan a la puerta misma del Auditórium en las noches de funciones. Además, a la hora de la salida, habrá siempre un número suficiente de ómnibus a la disposición de los espectadores.


Todas las artes, desde la literatura hasta el cine, tuvieron cabida en el prestigioso recinto de “condiciones magníficas que le hacen infinitamente superior a todos los demás coliseos de La Habana”, como lo catalogara Diario de la Marina, en su edición del 5 de diciembre de 1928.

Interior del Teatro Auditórium de El Vedado, La Habana
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En su escenario se presentaron personalidades imprescindibles de la cultura musical cubana, como Ernesto Lecuona, Gonzalo Roig, Rodrigo Prats, Jorge Bolet, Esther Borja, Rita Montaner, Rosita Fornés, Amadeo Roldán, Benny Moré, Bola de Nieve, Elena Burke, Leo Brouwer y Jorge Luis Prats, entre muchos otros. De igual forma, acogió, en diferentes etapas, a la Orquesta Filarmónica de La Habana y a la Orquesta Sinfónica de La Habana, por no olvidar que desde la fundación de la Orquesta Sinfónica Nacional, el 11 de noviembre de 1960, fue la sede de esta agrupación.

El Auditórium fue el escenario ideal para la presentación de notables conjuntos musicales, directores y solistas que nos visitaron, entre ellos, la Orquesta Sinfónica de Filadelfia, con su titular de entonces, Eugene Ormandy; los Niños Cantores de Viena, Herbert von Karajan, Leopold Stokowsky, Erich Kleiber –que fue director titular de la Orquesta Filarmónica de La Habana durante varios años–, Ígor Stravinsky, Heitor Villa-Lobos, Sergei Prokófiev, Vladimir Horowitz, Arthur Rubinstein, Claudio Arrau, Andrés Segovia, Yehudi Menuhin y Jascha Heifetz.

También se presentaron en el Auditórium agrupaciones teatrales como las de Ernesto Vilches, la Compañía Zuffoli de Alta Comedia, con la actriz italiana Eugenia Zuffoli; la Compañía de Margarita Xirgu, la Comedia Francesa o la aplaudida compañía de títeres Marionetas de Salzburgo.

Grandes temporadas de ópera, que le devolvieron a La Habana su reputación como una de las capitales mundiales del canto lírico, se desarrollaron en el entonces Auditórium. Fue en ese teatro donde se ofrecieron los estrenos mundiales de la zarzuela La flor del sitio y las operetas Lola Cruz, Sor Inés y Mujeres, del Maestro Ernesto Lecuona, o las primeras representaciones en Cuba de títulos como Tristán e Isolda, de Wagner, con la poderosa Kirsten Flagstad, una de las más grandes sopranos wagnerianas de todos los tiempos; El rapto de Lucrecia, de Britten; Angelique, de Ibert; Hansel y Gretel, de Humperdinck; Baltasar, del compositor cubano Gaspar Villate, ópera inspirada en el drama homónimo de Gertrudis Gómez de Avellaneda; Adriana Lecouvreur, de Cilea; Suor Angelica, de Puccini; Don CarIo, de Verdi, o Amahl y los visitantes nocturnos, la primera composición lírica de Menotti que se presenció en nuestro país.

Asimismo, acogió los debuts en Cuba de figuras emblemáticas del mundo de la lírica como Jussi Bjoerling, Victoria de los Ángeles, Elisabeth Schwarzkopf, Giulietta Simionato, Zinka Milanov, Fedora Barbieri, Mario del Mónaco, Leonard Warren y Renata Tebaldi, cuyas interpretaciones de La Traviata, Aida, Tosca, Manón Lescaut y Adriana Lecouvreur, constituyen una de las cimas de la historia teatral cubana.

Las Escuelas de Pro-Arte

Quizás sin proponérselo, una de las contribuciones culturales más importantes de Pro-Arte fue la creación de tres escuelas: Guitarra, de corta existencia, que tuvo como directora a Clara Romero de Nicola; Declamación, dirigida al principio por Jesús Tordesillas, e inmediatamente después por Guillermo de Mancha; y muy especialmente, la Escuela de Baile, bajo la dirección inicial de Nicolái Yavorski.

Fue gracias a la Escuela de Ballet de Pro-Arte Musical que iniciaron sus estudios en esa especialidad los patriarcas del ballet cubano: Alicia, Fernando y Alberto Alonso.

Y fue en el Auditórium donde Alicia Alonso nació como artista. En la danza, lo hizo el 29 de diciembre de 1931, interpretando una de las damas en el “Gran vals” de La bella durmiente, en la primera función pública que ofreció la Escuela. Unos meses antes, el 26 de septiembre, en ese mismo coliseo, Alicia Alonso (entonces Alicia Martínez) había realizado su debut escénico —¡como actriz, no como bailarina!— entre las alumnas de la Escuela de Declamación, con la comedia El recreo, de María Soto.

Programa de la primera función de la Escuela de Ballet de la Sociedad Pro-Arte Musical. Este mismo programa se repitió el 9 de enero de 1932.
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A partir de entonces, el nombre de Alicia Alonso estaría destinado a unirse a la leyenda de ese teatro y a prestigiarlo. Aquellas presentaciones infantiles fueron las primeras de una numerosa serie, entre las cuales se hallan su participación en los estrenos de títulos históricamente importantes como Dioné (1940), con música de Eduardo Sánchez de Fuentes y coreografía de George Milenoff, y Antes del alba (1947), con coreografía de Alberto Alonso, libreto de Francisco Martínez Allende, música de Hilario González y diseños del gran pintor cubano Carlos Enríquez; así como su debut en Cuba como Giselle, en el ballet homónimo (5 de junio de 1945), fecha que constituye uno de los momentos cumbres de la historia dancística del Auditórium.

No puede olvidarse que fue en el Auditórium, y con la ayuda de Pro-Arte Musical, que el 28 de octubre de 1948 ofreció su primera función pública el entonces Ballet Alicia Alonso, hoy Ballet Nacional de Cuba. El Auditórium fue, además, el escenario habitual de la compañía durante varios años.

En cuanto a la danza se refiere, otros conjuntos y bailarines de gran relevancia se presentaron allí: los Ballets Rusos de Montecarlo, con Tamara Toumánova, Alexandra Danilova, Irina Barónova, Tatiana Riabouchinska y Leonide Massine como figuras principales; Martha Graham y su compañía; el Ballet de Kurt Jooss; el Ballet Márkova-Dolin, con sus estrellas inglesas Alicia Márkova y Anton Dolin; el Ballet Caravan, el Ballet Theatre —hoy American Ballet Theatre—, con sus estrellas Alicia Alonso, Ígor Youskévitch, Nora Kaye, John Kriza, y el concurso de otras insignes personalidades de la danza como Antony Tudor, Lucia Chase, Muriel Bentley y Donald Saddler; la pareja de bailarines españoles Rosario y Antonio, Antonia Mercé, “La Argentina”; Mariemma, Yvette Chauvirée, André Eglevsky, Erick Bruhn, Cynthia Gregory y Paolo Bortoluzzi, por citar sólo algunos de los nombres más ilustres.

A partir del 3 de marzo de 1961, por decisión del Gobierno Revolucionario, pasó a denominarse “Amadeo Roldán”, en homenaje al importante músico cubano.

La noche del 30 de junio de 1977, después de una representación del Conjunto Folklórico Nacional, el antiguo Teatro Auditórium ardió en llamas. Después de casi 22 años, el sábado 10 de abril de 1999, el Teatro Amadeo Roldán abrió nuevamente sus puertas, restaurado, esta vez, como la mayor sala de conciertos de Cuba. Poco tiempo después, se acordó nominarlo Teatro Auditórium “Amadeo Roldán”.

Hace varios años que “el Amadeo” o “el Auditórium” —como popularmente se conoce—, permanece cerrado. Actualmente está en proceso de reconstrucción. Ojalá que cuando reabra sus puertas, no lo haga limitando su espacio a las necesidades de una sala de conciertos, por espléndida que esta sea, y que el nuevo Teatro Auditórium Amadeo Roldán, en una ciudad en la que no abundan los teatros con condiciones idóneas; pueda permanecer fiel a su historia, como uno de los grandes escenarios mundiales, y continúe siendo propicio para el gozo y plenitud de todas las artes.

Saturday, January 12, 2019

Reflexión (por Orlanda Torres)

Nota del blog: Sección semanal en el blog Gaspar, El Lugareño, gracias a la cortesía de la psicóloga Orlanda Torres, quien ha aceptado la invitación a compartir con los lectores sus consejos y reflexiones sobre los conflictos cotidianos.


No es necesario volverse insensible ante el dolor. No te conviertas en cómplice de la maldad humana, piensa antes de provocar un acto que cause daño a tu semejante, recuerda que no somos los encargados de hacer sufrir a nadie.

En la vida todo lo que lanzas al Universo se regresa y todo acto injusto que se le haga a cualquier ser humano, tarde o temprano el tiempo nos pasará la factura.

Eso no hará más que atrasar tu camino y nunca te permitirá alcanzar la felicidad.

Haz siempre el bien, extiende una mano solidaria para quien la necesite. Recuerda que en la vida siempre vamos a necesitar una persona que nos ayude a avanzar, por eso cuando hacemos este acto de profundo amor, todo se nos multiplica.

No cometas el mismo error que te lastimó, ponte en el lugar de la otra persona y aplica la empatía, es ahí cuando comprendes el dolor de la otra persona.

Protégete para que no seas tú, la persona que el día de mañana estés en desventaja.

Con ese aprendizaje serás un ser portador de luz y de grandes sentimientos solidarios. Recuerda que nada en la vida dura para siempre, todo se mueve, todo evoluciona y se transforma. Nada permanece estático, todo cambia, todo pasa y todo llega.

No vivas con resentimientos ni te compares con nadie. No te conviertas en un ser desarmonizado, no hay nada más saludable y placentero en la vida que llegar a casa y poder encontrar un lugar para reposar en paz con tu conciencia tranquila.

Por eso, nunca olvides hacer el bien, provoca la unión , siembra amor y la vida te regalará paz y asi podrás transitar sereno la ruta que tienes reservada.




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Orlanda Torres: Psicóloga, Escritora, Educadora, Orientadora Motivacional.
Autora del libro "Volando en Solitario" año 2015, Guayaquil - Ecuador. (Disponible en Amazon Kindle)
-Estudió en Miami Dade College: Certificate of Florida “Child Development Associate Equivalency”. Maestra de Educación Preescolar e Infantil en la ciudad de Miami.
-Licenciada en Psicología graduada en el 02/2017 - Atlantic International University.
-Orientadora Motivacional y Conferencias pueden contactar a Orlanda Torres a través de la página que administra www.fb.com/vivencialhoy
Publicaciones en Revista Sapo - Santiago de Chile – 2016
-La Estancia en el Paraíso de los Sueños
-Relación de Pareja y su gran Desafío
-Es la Felicidad una Elección
Conferencia en Radio - Miami, Florida
-Positivo Extremo Radio: Entrevista 123Teconte “Regreso a Clases y La Adolescencia”
-¿Como aprender a ser feliz?- Edificio Trade Building-.Innobis Coworking, Guayaquil - Ecuador
-La Inteligencia Emocional en la Relacion de Pareja- WENS Consulting Group, Guayaquil - Ecuador
Publicaciones en Revista Sapo - Santiago de Chile – 2018
Ser Mujer

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Cabos, Sargentos y demás (por Víctor Mozo)


Días calurosos fueron los de aquel verano de 1966 que parecía nunca acabarse. Las invocaciones del 15 implorando el viento del ventilador de los pobres surtían poco efecto y si un día llovía era de paso una maldición. Por un lado refrescaba un poco, por el otro terminábamos regresando al campamento como pollos mojados, mientras que los sargentos y cabos tenían hules para protegerse. El fango rojo se pegaba a las botas y por mucho que tratábamos de limpiarlas se acumulaba poco a poco dentro de la barraca. Para más desgracia tuvimos en varias ocasiones que ponernos la misma ropa mojada después de intentar lavarnos un poco y al día siguiente ponérnosla de nuevo porque no había otra. Teníamos un aspecto miserable. No fueron pocas las veces que la bomba se rompía y no teníamos agua para bañarnos. Para la mayor parte de la oficialidad que no pudiéramos ni siquiera lavarnos un poco, formaba parte del plan para rebajarnos, vejarnos Era otra manera de quitarnos nuestra dignidad. El sargento Vicente era el primero en gritar que apestábamos cada vez que entraba en la barraca. Nosotros, ni el mal olor sentíamos.

Aparte del mencionado sargento sin grados Vicente Nodarse Pérez, e insisto en lo de sin grados porque nunca supimos de dónde habían salido. No eran reclutas, ni tampoco, por la corta edad, apenas mayores que yo, podían haber combatido en el ejército rebelde. Podrían haber salido de lo que en un tiempo se llamó la Asociación de Jóvenes Rebeldes, también conocida por AJR, que fueron los primeros jóvenes que se dejaron embarcar por la euforia de los primeros años y terminaron sirviendo para lo que fuera. En su gran mayoría iletrados o apenas alfabetizados, con tal de ganar unos pesos podían convertirse fácilmente en verdugos en nombre de una revolución que ni ellos mismos sabían qué era.

En el pelotón dos mandaba el sargento sin grados Rafael Martel. Alto, flaco, más bien desgarbado y de pocas palabras. Contrariamente a Nodarse, siempre vestía el uniforme verde oliva. Taimado, tenía la típica mirada del animal que acecha la presa.

El sargento Rodríguez, en el pelotón tres, era el más odiado por todos nosotros. Independientemente de hacernos marchar luego de regresar del trabajo muertos de cansancio y de sus interminables “patria o muere” con su “venceremos” como gran premio al final para ganarnos el derecho a dormir, tenía mala fama en su pelotón porque lo hacía trabajar entrada la noche. El sargento Rodríguez gozaba con hacernos levantar a la carrera a media madrugada para formarnos y ponernos a marchar pretextando que había que estar listos para hacerle frente al enemigo, al imperialismo, a los yanquis. El jueguito podía prolongarse varias veces por semana. Y nada, todos aguantábamos sin chistar, como si aquello fuera pan cotidiano.

Para apoyar el dicho de que no hay peor cuña que la del mismo palo, venían luego los cabos UMAP que eran salidos del primer llamado. Había de todo. A veces, mientras más instrucción tenían eran peores, como el cabo Delgado Deillá quien se las daba de Napoleón tropical con sus voces de mando, su actitud rígida y sus lecturas insípidas del código penal militar que nos sirvió durante varias noches. Había que oírlo, era verdaderamente patético. Un joven, católico incluso, que debía estar allí por la misma causa que muchos de nosotros, se prestaba al juego de los militares que nos maltrataban. Él no era el único, el cabo Braulio, de mi pelotón, era otro que trataba de amigarse contigo para luego chivatearte a la primera oportunidad. El cabo Roberto, del pelotón dos, era un infeliz del que todos los cabos se burlaban. Siempre me pregunté qué hacía allí un muchacho como él al que le faltaba prácticamente la visión de uno de sus ojos. Homo hominis lupus, el hombre es lobo para los hombres.

Al teniente jefe de compañía, Puro Ester Medina Cruz, lo único que le interesaba era su salario y darse sus paseos en un penco que le habían dado para sus inspecciones. Nunca venía a las barracas y solo lo vi salirse de las casillas con Muecke, el testigo de Jehová, a quien además de haberle dado un bofetón lo amenazó con su pistola disparando definitivamente al aire. En otra compañía, Muecke habría probablemente dejado el pellejo. Por suerte, la nuestra no era la peor. En otras se cometían horrores. Ya nos habían llegado comentarios de que en la compañía número cuatro un teniente había matado a un confinado. El segundo al mando, ya mencionado, se ocupaba de comer y de hacer ejercicios. El resto poco lo importaba.

Al mes de estar allí llegaron los llamados políticos, quienes supuestamente tenían la tarea de hacernos entrar en el redil revolucionario. Eran dos, uno flaco, con un águila tatuada en uno de sus brazos, con cara de delincuente, el otro, un negro de constitución fuerte salido de la Sierra Maestra llamado Segundo. Este último, excombatiente de la Sierra, fue una de las almas más nobles que me fue dada a conocer.


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Ver textos anteriores de Víctor Mozo, en el blog 

Friday, January 11, 2019

El Teatro Payret (por Ahmed Piñeiro Fernández)

Nota: Agradezco a Baltasar Santiago Martín, que comparta este texto con los lectores. El mismo está incluido en el número de enero de 2019, de la revista Caritate.

La presentación será el jueves 31 de enero de 2019, a las 8 00 p.m., en el Centro Cultural Hispano para las Artes de Miami (111 SW 5th Ave. Miami, FL. 33135).


Un fantasma recorre Facebook: “Quieren derribar el Payret”. Con plena y absoluta confianza, me niego a aceptar lo que considero un infundio, un “enemigo rumor”.

El Payret es, como el Gran Teatro de La Habana “Alicia Alonso”, el Capitolio Nacional, los parques Central y de La Fraternidad, La Giraldilla, la estatua “de la India” (o de La noble Habana), un símbolo de la ciudad que se prepara para festejar su 500º aniversario.

Debe su nombre a su primer propietario: don Joaquín Payret, fallecido en 1885, completamente arruinado, en un hospital para dementes que existía en La Habana.


Desde su inauguración, el 21 de enero de 1877, con un concierto de beneficencia, y hasta que fue convertido definitivamente en cine, en fecha que no puedo ahora precisar, el teatro Payret acogió grandes temporadas de teatro dramático, arte lírico, conciertos sinfónicos y danza.

En sus inicios —aunque por un tiempo brevísimo—, recibió el nombre de Teatro de la Paz (recordando la del Zanjón). También solía denominársele “el Coliseo Rojo”, debido a la decoración interior de su espaciosa sala.

Allí se produjo el debut en la Isla de muchas figuras de renombre internacional, algunos de ellos verdaderos mitos en sus respectivas artes (valga citar como ejemplos de excepción, a las legendarias bailarinas Anna Pávlova y Antonia Mercé), y en su escenario se estrenaron en Cuba muchas obras de gran significación en la historia de las distintas artes escénicas.


La ya centenaria Sociedad Pro-Arte Musical de La Habana —“una de las obras de cultura más importantes de Cuba”, al decir de la notable escritora Renée Mendez Capote—, ofreció muchos de sus conciertos iniciales en este teatro.

Fue en el Payret, el 11 de junio de 1922, donde se ofreció el primero de los Conciertos Típicos Cubanos, organizados y dirigidos por Jorge Anckermann, espectáculos de gran importancia, que con el mismo propósito: promover, defender y salvaguardar nuestra música, otros compositores (incluso algunos antes que Anckermann), mantuvieron durante años. En varios de esos Conciertos y Festivales de Música Cubana participó la gran Rita Montaner, quien con sus muchas actuaciones allí también contribuyó a darle realce y prestigio a este teatro. Precisamente en el Payret, y como parte de uno de esos espectáculos típicamente cubanos —el ofrecido el 2 de agosto de 1925—, la Montaner estrenó el lied Funeral, con música de Ernesto Lecuona y texto de Gustavo Sánchez Galarraga, una de las páginas memorables de su autor y uno de los más extraordinarios éxitos de Rita.

En distintas épocas, el Payret acogió a las compañías de Sergio Acebal y Pepe del Campo, Arquímedes Pous, Ernesto Lecuona, Regino López, Eliseo Grenet… por citar sólo a algunas.

Desde el día siguiente de su apertura oficial, es decir, el 22 de enero de 1877, en su escenario se presentó una ópera: La favorita, de Donizetti, con el entonces famoso tenor español Lorenzo Abruñedo y la soprano Alicia Urban. Y es que la ópera, la zarzuela, la opereta… el canto lírico en general, tuvieron el en Payret un sitio de especial relevancia.

Si de estrenos líricos especialmente importantes se trata, fue en el teatro Payret, en donde se escenificaron por vez primera en Cuba las óperas La forza del destino (1878), de Giuseppe Verdi; Las bodas de Fígaro [Le nozze di Figaro] (1892) y Così fan tutte (1925), de Wolfgang Amadeus Mozart; La bohème (1899), de Giacomo Puccini, con Chalía Herrera, la gran soprano cubana, desgraciadamente no muy recordada en nuestro días, como Mimí.

La primera representación en Cuba de la ópera Zilia, de nuestro compatriota Gaspar Villate (primera creación operística de un cubano que se estrenó en el país), se efectuó en el Teatro Payret, el 1° de diciembre de 1881, por la Compañía de Ópera de Tomás Azula. Adalghisa Gabbi, María Bianchi-Fioro, Antonio Aramburu y Senatore Sparapini asumieron los personajes protagonistas. Valga destacar que el libreto de Zilia, —cuya première mundial había tenido lugar en 1876, el Teatro Italiano, de París— fue escrito por el compositor y libretista italiano Temistocle Solera, el mismo que había creado para Giuseppe Verdi los libretos de las óperas Oberto, conte di San Bonifacio, I Lombardi alla prima Crociata, Giovanna d’Arco, y una parte de Attila. En su temporada de estreno en Cuba, Zilia subió a escena en tres ocasiones.

Otro acontecimiento importante relacionado con la ópera cubana, tuvo lugar el 21 de septiembre de 1906, cuando Hubert de Blanck (tan nuestro como holandés) estrenó en el teatro Payret la versión completa de su ópera Patria, con texto de Ramón Espinosa de los Monteros “Gazul”, la primera ópera cubana de temática mambisa. Esperanza Pastor (Fidelia), José del Campo (Ricardo) y Joaquín García (Chicho), fueron los intérpretes principales en aquel estreno.

En 1912, se presentó en el Payret la compañía de ópera Bocetta-Azcue. De entre los integrantes de su elenco, se encontraban, entre otros, los esposos Arturo Bovi (director musical) y Tina Farelli (soprano), dos figuras importantes en la historia del canto lírico en Cuba. El matrimonio Bovi-Farelli, decidió establecerse por esa época en la capital cubana y fundaron la Academia Filarmónica de Canto, donde se formarían muchos artistas líricos cubanos.

Zarzuelas y operetas

Quizás son la opereta y la zarzuela las representaciones líricas que más contribuyeron a la fama y el prestigio del teatro Payret. Allí se produjeron los estrenos cubanos de la zarzuela Los sobrinos del Capitán Grant (1881), de Manuel Fernández Caballero, inspirada, como puede inferirse por su nombre, en la novela de Julio Verne Los hijos del capitán Grant; y de las operetas La corte de Faraón (1910), con música de Vicente Lleó y libreto de Guillermo Perrín y Miguel de Palacios; Molinos de Viento (1911), de Pablo Luna-Luis Pascual Frutos; El murciélago (Die Fledermaus, 1912), de Johann Strauss, hijo-Carl Haffner y Richard Genée; y Frivolina, del compositor español Manuel Penella, cuyo estreno en Cuba, el 1º de agosto de 1919, se produjo apenas unos meses después de su premiére mundial, en 1918, en Madrid.

Hacia finales de 1928, el Teatro Payret acogió el debut cubano de la “Gran Compañía de Operetas de Lea Candini”. Desde el 23 de octubre, la prensa habanera se deshacía en elogios de lo que reiteradamente denominó “gran acontecimiento”. Lea Candini “la mujer mejor vestida del mundo” —como la calificó Diario de la Marina—, y su compañía arribaron a La Habana, a bordo del vapor Monterrey, el 25 de octubre. El estreno se produjo la noche del 29 de octubre, ocasión en la que se representó por primera vez en Cuba la opereta La Presidenta (conocida también con el nombre Crema de chic), de Carlo Lombardo. Lea Candini, Leo Micheluzzi, Federico Merce y Amata Candini, tuvieron a su cargo los papeles protagonistas. Aquella fue la primera de 11 funciones ofrecidas en el Payret que propiciaron los estrenos en la Isla de las operetas , de Pietro Mascagni (31 de octubre); Luna Park, de Carlos Lombardo y Virgilio Ranzato (3 de noviembre); y La condesa bailarina, de Walter Wilhelm Goetze (7 de noviembre, obra cuyo título es, realmente, Su alteza, la bailarina [Ihre Hoheit -die Tänzerin]). Durante esta primera temporada de Lea Candini y su compañía en el Payret, se presentaron, además, las operetas La danza de las libélulas y La viuda alegre, ambas de Franz Lehár; y Salomé, de Carlo Lombardo.


En 1929, el compositor cubano Bernardo Moncada, dio a conocer su “Drama lírico”, Pasión criolla, y el 1º de marzo de 1930, la Compañía de Ernesto Lecuona, que por entonces radicaba en este teatro, realizó el estreno de uno de los títulos emblemáticos del teatro lírico cubano, y la zarzuela más famosa de su autor: María la O, con música de Lecuona y libreto de Gustavo Sánchez Galarraga. La soprano valenciana Conchita Bañuls (María la O) y el tenor cubano Miguel de Grandy (Niño Fernando), tuvieron a su cargo los papeles protagonistas. En otros personajes se presentaron Natalia Gentil (Niña Tula), Mimí Cal (Ña Salud, Caridad Almendares), Julio Gallo (José Inocente), Fernando Mendoza (Santiago Mariño), Alfonso Miranda (Marqués del Palmar), Armando French (Conde de las Vegas) y Manuel Colina (Guadalupe).

La figura de Ernesto Lecuona está muy ligada a la historia del Payret. Allí, el más universal de los músicos cubanos, se presentó infinidad de veces, como concertista, director de orquesta o director artístico. Muchos fueron los homenajes que le rindieron al Maestro desde el escenario del Payret, como aquel que tuvo lugar el domingo 1º de agosto de 1954, y en el cual el gran compositor y pianista cubano festejó sus “Bodas de oro” con el piano y la música.

En el Payret, Lecuona estrenó, además, obras teatrales como El amor del guarachero (1929), La mujer de nadie (1929), El maizal (1930), o El calesero (1930), todas con libreto de Gustavo Sánchez Galarraga, y dirigió y protagonizó una serie de conciertos, en los que dio a conocer mundialmente algunas de sus composiciones más célebres.

No puede obviarse que, aunque estrenada en el Teatro Martí en 1932, la versión definitiva de Cecilia Valdés, —considerado el título por antonomasia del teatro lírico cubano—, se presentó por primera vez en el Payret, el día de Navidad de 1961. Para la ocasión, Miguel de Grandy redactó un nuevo libreto, sobre la base del original, y el Maestro Gonzalo Roig revisó su partitura, a la que adicionó números musicales.

Aquella nueva y “definitiva” Cecilia, formó parte de una brillante “temporada popular de zarzuela”, que el Consejo Nacional de Cultura organizó en el Payret, en 1961. Esas funciones, conjuntamente con las representaciones operísticas en el “Amadeo Roldan” (antiguo Auditorium), fueron preámbulo de la constitución del Teatro Lírico Nacional de Cuba (11 de septiembre de 1962).

De entre las obras que se presentaron en el Payret en esa, aún hoy muy recordada temporada, debido a su éxito sensacional; se encuentran también: La verbena de la Paloma, de Tomás Bretón; La revoltosa, de Ruperto Chapí; y Doña Francisquita, de Amadeo Vives.

Con toda intensión, he dejado para el final de esta escueta relación de estrenos “Payretianos”, La viuda alegre, la celebérrima opereta vienesa en tres actos, con música de Franz Lehár y libreto de Victor Léon y Leo Stein, estrenada en Viena, el 30 de diciembre de 1905.

“La emperatriz de las operetas”, como se le suele llamar, para considerarla, de esta manera, una de los exponentes más significativos del género; tuvo su estreno cubano, insisto, en el Teatro Payret, el 9 de octubre de 1909, cuatro años después de su première mundial. Los personajes protagonistas fueron interpretados por la gran la tiple mexicana Esperanza Iris, en el papel titular (Ana de Glavary), Josefina Peral (Valencienne); Modesto Cid (Conde Danilo), y Amadeo Llauradó (Camilo de Rosillón).

El estreno en Cuba de La viuda alegre, constituyó el primer gran éxito escénico (¡éxito apabullante, de verdad!) que tuvo lugar en la Isla: aquella puesta escénica se representó durante más de 150 noches consecutivas, y convirtió a su protagonista en una de las artistas más amadas por el público habanero, una popularidad que aún se evoca en nuestros días. Fue tanta la devoción que recibió Esperanza Iris en nuestro país, que la soprano mexicana llegó a considerar a Cuba su segunda patria.

A partir de este éxito sensacional, La viuda alegre se convirtió en la opereta más aclamada entre los cubanos, y propició uno de los más grandes triunfos en la larga trayectoria artística de Rosita Fornés, que debutó en el papel protagonista de esa obra en 1941. En obras dramáticas, en zarzuelas y en operetas, la Fornés actuó en reiteradas ocasiones en el Payret, y su presencia constituye, sin dudas, otros de los hitos de ese coliseo.

Revistas y otros géneros



Fue en el teatro Payret, en donde se presentó por primera vez en un escenario, la gran actriz de teatro vernáculo, Candita Quintana (Cantos de Cuba, de Sorondo y los maestros Prats, 1928). Y fue allí donde se produjeron los estrenos de sainetes, apropósitos y revistas musicales como El teniente Alegría (1913), de Luis Casas Romero.

El 7 de septiembre de 1926, la compañía de Regino López estrenó en el Payret Las viudas de Valentino, sainete (apropósito) con música de Jorge Anckermann y libreto de Agustín Rodríguez. La obra tomaba su argumento de la tremenda repercusión pública que tuvo la muerte del actor italo-estadounidense Rodolfo Valentino, uno de los ídolos de su época, que había fallecido semanas antes, el 23 de agosto. Como solía suceder con este tipo de espectáculos, Las viudas de Valentino se fue transformando y enriqueciendo en sus sucesivas representaciones.

Tres años después, el 27 de mayo de 1930, la misma compañía daba a conocer El impuesto a los solteros, revista sainete en siete cuadros, creada por los mismos autores de Cecilia Valdés: Gonzalo Roig- Agustín Rodríguez y José Arcilla.

La danza

En 1915, se presentó en el Teatro Payret la compañía de baile de Anna Pavlova, una de las figuras míticas, una de las bailarinas legendarias e imprescindibles de la danza de todos los tiempos. Acompañada de Alexander Volinine e Iván Clustine, el debut de Pávlova en Cuba se produjo en ese teatro el 13 de marzo de aquel año. Allí ofreció una serie de representaciones que propiciaron los estrenos en la Isla de Amarilla, Chopininana (una versión creada por la propia Pávlova de Las sílfides, ballet de Fokine que ella misma había estrenado en París seis años antes), La muñeca encantada, El despertar de Flora, Raymonda, La noche de Walpurgis, así como varios pas de deux y solos de entre los que sobresalen Gavota Pávlova, Pavlovana, Bacanal de otoño, La libélula y muy especialmente La muerte del cisne, extraordinaria creación de la ballerina rusa, una pieza que está íntimamente ligada a su leyenda.

A propósito del Payret y Anna Pávalova, existe una curiosa anécdota, que forma parte de la leyenda del coliseo de Prado, que, según se dice, hoy quieren destruir.

Durante la última estancia de Anna Pávlova en La Habana —desde finales de 1918 hasta principios de 1919—, Ernesto Lecuona escribió para ella Vals de la mariposa, pieza para piano que dedicó expresamente a la bailarina. Según relató el Maestro, en una entrevista concedida al periódico habanero La Calle, publicada el 25 de septiembre de 1959: “en 1918, la célebre bailarina Anna Pávlova bailó mi Vals de la mariposa en el Teatro Payret en un homenaje que me daban.” Es cierto que, hasta la fecha, no se ha logrado agregar nuevos detalles sobre ese acontecimiento, sin embargo, de haber ocurrido —hecho que es absolutamente posible, debido a la estrecha relación de amistad, a partir de la inmediata admiración mutua que surgió, entre Lecuona y la Pávlova—; entonces aquella actuación de la gran bailarina, significa la primera audición pública del Vals de la mariposa, pieza que generalmente se señala como estrenada en el Teatro Martí, el 9 de mayo de 1919, como parte de la revista Domingo de piñata, la obra teatral que inició la trayectoria de Lecuona en este género.

Los días 22, 23 y 24 de enero de 1917, en el Teatro Payret se presentó por primera vez ante el público cubano Tórtola Valencia, proverbial figura no sólo por su arte, sino también por su “polémica” personalidad. La “sacerdotisa del baile”, como solía llamarla la prensa de la época, bailarina de extraordinaria y exótica belleza, ofreció en el Payret tres funciones de un extenso programa que incluía, entre otros títulos: La maja (Aroca), La gitana (Granados), Momento musical (Schubert), Capricho árabe (Tárrega) y La canción de Solveig (Grieg). Los espectáculos incluían, también, algunos números orquestales, para que la bailarina tuviese el tiempo suficiente para cambiar sus trajes muy lujosos y llamativos, y cambiar, además, la escenografía que acompañaba cada actuación. A Tórtola Valencia, protagonista de no pocos escándalos donde quiera que se presentaba, se le atribuye una frase con la cual pudiera intuirse su personalidad: “Somos tres y somos diferentes e igualmente grandes: la Duncan, YO y la Pávlova.”

Por la misma época de las primeras presentaciones en Cuba de Tórtola Valencia, el teatro Payret acogió también otro debut cubano de gran significación, el de Antonia Mercé, la gran bailaora hispano argentina, hija de padres españoles, nacida en Buenos Aires, y conocida internacionalmente como La Argentina. El nombre de Antonia Mercé honra y prestigia cualquier escenario en el que ella se haya presentado. En nuestro país lo hizo, por primera vez, el 31 de enero de 1917; insisto, en el Payret.

A principios de la década del sesenta, acogió al Ballet de Cámara de La Habana, que dirigía la notable pedagoga Anna Leontieva. De entre las principales figuras de esa agrupación sobresalen nombres como los de la argentina Carlota Pereyra, que fuera primera bailarina del hoy Ballet Nacional de Cuba; Menia Martínez, Christy Domínguez, Elena del Cueto y Eduardo Recalt. Obras como Cántiga (Anna Leontieva-Cesar Frank, con diseños de René Portocarrero); La ciega (Anna Leontieva-Sergei Rachmaninoff); Mazurka (Anna Leontieva-Aram Jachaturiam); Le Journal (Anna Leontieva-Música popular francesa) fueron estrenadas o presentadas con gran éxito en el importante coliseo de Prado.


No es verdad. No puede ser. Semejante historia no puede ser “derribada”, sería un acto fallido, injusto y, sobre todo, inaceptable. Citando al Maestro, “tengo fe en el mejoramiento humano”, y el Payret, a pesar de sus muchos años sin su “razón de ser”, resurgirá de su estado actual y volverá a convertirse en uno de los centros culturales más atractivos y legendarios de esta Habana nuestra, la capital de todos los cubanos que muy pronto celebrará su 500 cumpleaños.



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