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Wednesday, January 25, 2012

(Miami) Presentan el poemario "Días ya vacíos de Elena Tamargo"

Zu Project, Akuara Teatro y Bluebird Editions invitan a la presentación del libro Días ya vacíos. Poemas escogidos de Elena Tamargo (Miami. Bluebird Editions, 2011), una edición realizada con el propósito de reunir la obra poética de la fallecida escritora cubana y ofrecer a los lectores la posibilidad de apreciar su valor e importancia para la literatura cubana. Incluye textos de todos sus libros y también otros inéditos. La compilación fue revisada y autorizada por Elena Tamargo.

La presentación estará a cargo del escritor y periodista Álvaro Alba

  Este Jueves 26 de Enero a las 8. 00 p.m.
en la sede de Akuara Teatro
4599 Sw 75 Ave.
Miami FL 33155
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Sunday, November 20, 2011

(Miami) Elena Tamargo ha fallecido en la madrugada de hoy domingo 20 de noviembre.

 Foto/ Blog Gaspar, El Lugareño
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Manny López nos ha comunicado la triste noticia del fallecimiento de Elena Tamargo:

"La poeta Elena Tamargo falleció esta madrugada de domingo. Su hijo, Nazim Navarro estaba con ella. Hemos estado esperando esta noticia por días, y días…

Finalmente descansa esta mujer valiente que lleva una eternidad luchando con cáncer".

Sus restos serán cremados y no habrá servicios funerarios

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Manny López nos confirma que se mantiene su presentación de los poemas de Elena Tamargo, hoy domingo 20 de noviembre a las  4. 00 p.m., en la Feria del Libro de Miami, en el salón 6100. 

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Fragmento de la primera novela que estaba escribiendo Elena Tamargo

 Foto/ blog Gaspar, El Lugareño
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Fragmento de la primera novela que está escribiendo Elena Tamargo, leídos por primera vez, esta noche, en Agartha Galería. La escritora agradece al amigo Joaquín Estrada -Montalván esta primicia en su blog Gaspar, El Lugareño. (Texto publicado originalmente, en el  blog Gaspar, El Lugareño el 26 de octubre de 2009)



Cada vez que me siento en un sillón dejo una mancha de sangre. Se que he perdido tantas cosas que no podría contarlas, sólo el que ha muerto es nuestro de verdad, sólo lo que he perdido es mío, no hay otro paraíso. También es nuestra suerte saber convalecer.

Mis mayores me hablaron de la sangre, del apellido y los abuelos, pero nunca de ésta que pierdo y pierdo en los trenes, las camillas y los cines.

Nunca encontré tristeza en la carne. El cielo que iría a buscar lejos lo tengo sobre la cabeza. Se me queman los labios por decirlo.

Mi figura es un mar que asoma desde el pequeño muro encalado de una iglesia de pueblo y sólo lo ve la otra muchacha a quien el viento le levanta el vestido, y yo lucho con el consuelo que dan unas palabras griegas. He ahí la pequeñísima esterilla en la que puede bordarse el ideograma de mi vida. Por lo demás, no es la claridad sino el peligro de la claridad que conforme avanzamos hacia el norte y conforme nos acercamos a nuestra época aumenta sin cesar, ese secreto que en nuestra tradición contuvo la mano del poeta para que nunca insultara. Una vez consumada la ruptura con todo mito divino el poeta ha sido llamado a actuar el papel principal.

Tengo miedo. Camino por una costa y nadie siente a nadie. Vuelvo a mi manuscrito y mientras llega el rocío que nada ocurra, que nada se mueva, por si acaso de pronto sale el sol y me deslumbra. No quería llegar sin temblar hasta ahí donde la carne acumula la sangre y hunde en el corazón un apresurado reloj. Cuando el amor y el rencor están ausentes todo se vuelve claro. Sigo caminando aunque no haya lugar a donde llegar.

Qué les ocurrió a los hombres que les dio por combinar las palabras de tal modo que no dijeran lo que decimos cotidianamente. En las canciones con que me criaron jamás me vino algo semejante a la cabeza. Pero ahí, en la edición facsimilar alemana que tenía en las manos, había otra cosa que no entendía porque, claro, no entendía el griego clásico, y eso seguramente explicaría el modo especial de la escritura. Intento expresar con palabras actuales la sensación que tenía en aquella época y que volví a encontrar en una sola cosa; en los conjuros que con sobrecogimiento y admiración sin reserva le veía hacer al mismo hombre al que quise besar en los labios.

Al mundo se entra admirándolo, me decía a mí misma. Imaginé mi obra destruida y encontrada por fragmentos. Veinticinco años de mis dones me dejan perdida de mi muerte. Pero mirando al hombre de los conjuros en los labios había aprendido esa misma mañana, que si uno tiene la belleza delante y no la ve comienza a empobrecer, entonces el tiempo sin acaecimientos me empezó a resultar más franco; así sin arabescos, me parecía el misterioso refugio que andaba buscándole a mi miedo.

Porque la palabra vacío me asustaba todavía, no era capaz de darle fe a esa sugestión de vastedad que tenía el vacío, donde antes había arrojado la voluntad.

“La vieja verdad --decía Goethe—aférrate a ella”; y yo la buscaba en los sueños, porque en el día no la hallaba. Sabía que habían existido y existirían siempre hombres excelentes a quienes dirigirles una buena palabra, decirla y dejarla escrita sobre el papel. Esa era la comunión con los santos que entonces profesaba.

Era importante la escritura; con los labios no es suficiente la palabra, siempre hay alguien que oye algo completamente distinto a lo que dices, aunque tal vez eso también sirva. Ambas cosas las pensaba antes. Después supe que las grandes verdades que uno busca se escriben en el cielo, con letras de oro, que es como se escribe en el cielo. Ese misterio lo había aprendido y era mi tesoro.

Elige un norte para tu afán, me había dicho una vez el hombre en manto blanco. A los muertos les decía amigos ocultos a sus amigos por las nuevas colinas, y los llamaba por su nombre y los levantaba de abajo de aquellos sellos ya borrados donde yacían tendidos. Todo eso se me confundía con Goethe y con Fichte y con Schleiermacher. Pero buscaba seres que se parecieran a mí en ese sentido. La profesión más deseada, mi única ambición era anticiparme, era encontrar el ideal de la comunidad con las personas animadas de los mismos sentimientos. Buscaba espíritus en los que la oscuridad era vencida por la luz y la claridad serena se había impuesto sobre la confusión. La divinidad que ansiaba alcanzar es la que actúa en lo vivo no en lo muerto, en lo que transforma y deviene, no en lo que ya ha sido y ahora es una piedra.

Porque al mundo lo encontraba viejo, y marcada por mi tiempo como estaba, la tradición y lo antiguo no los consideraba clásico por viejo sino por su vigor. La fe tenía que ser una revelación eterna.

Ahora, febrero sepulta mi paisaje, pero todo respira nuevamente, el mantel volverá a ser blanco. La constancia es más fuerte que el destino. Me dio seguridad aquel tablero, y un signo resumió lo que seguía: la tierra se pudrió pero no se murió, dijo con voz nerviosa el adivino.

En una sala de hospital empezó la historia. Puede ser cáncer, y yo dije, es cáncer, porque las palabras eternas, duras, únicas, cuando se pronuncian ya van siendo, también lo había aprendido con Goethe, quien al contemplar unas caracolas en una playa de Sicilia exclamó: “so wahr, so seiend”, “tan verdadero, tan siendo”. Así son las palabras como cáncer, si la dices ya es. El médico mexicano, en ese pueblo del volcán a donde había ido a vivir con el poeta, para escribir libros por encargo, me dió la noticia. Me viró boca abajo en una camilla, “baje las manos y levante los gluteos”, y al poeta, le dijo, “usted me tendrá que ayudar”, y mirando aquellas nalgas, que en alguno de sus poemas, ya clásicos, él había calificado, como cola de pez, y unas manos que eran alas y unas piernas y un cuello como cisne lento en el estanque y la cintura de mujer pero más fina y pronunciada y unos dientes de conchas y los labios abriéndose en un rictus amargo, como el que prueba sal, los ojos, grandes de pez y pájaro, se abrían como el mundo en su día inicial, pero ya aquellos versos no podían seguir resonando, porque aquello que pasó en la camilla, no era una lluvia lenta, cayendo dulcemente desde el cielo del alma, como una melodía, aquello era el acto de dolor más grande que habríamos de experimentar los dos juntos, un corte con tijera del tumor, y “abra el frasco”, que el poeta aguantaba temblando entre sus manos. “Lleven al laboratorio esa muestra para una biopsia”. El pomo con el pedazo mío estuvo algunos meses por ahí guardado y un día lo boté, de todos modos la palabra ya estaba pronunciada.

Las palabras son mis amuletos, creía en el pensamiento, en la cabeza, en los ritos que las religiones le hacían a la cabeza. El bautizo, agua en la cabeza sobre la pira, y ya está la criatura bendecida. Y los yorubas, sangre caliente de animal en la cabeza, sin pira, sobre el santo, que es una piedra, no es cualquier piedra, sino la que se convirtió ya en santo, y el animal sin cabeza ahí presente, sufriendo, pataleando sin cabeza un buen rato, eso se llama rogarse la cabeza.

Yo entonces explicaba el asunto africano como mímesis, y decía que la única y verdadera rogación de la cabeza era la que le hacía la madre al hijo al nacer, porque cuando iba a salir le dejaba caer unas goticas de sangre de su sexo, ahí, en la cabecita, y por eso los niños nacen con la cabecita embarrada, es decir, rogada; lo demás es una repetición muy cruel, porque hay que ver el dolor que siente un animal sin cabeza, para aquellos que creen que el dolor es solamente racional.

Entonces me volqué a buscar sanaciones, diversas, todas, de donde vinieran, pero si eran con palabras mejor, si eran con la cabeza mejor, y en ese pueblo del volcán junto al poeta, empecé a recordar las palabras más viejas de mi vida: rosario, lechón, fermin, cabañas, pide perdón, se dice gracias, gaseosa, dios, plátano macho, vaca, historia, novio, nube, piedad, buñuelo, prohibido, tristeza, hija mía, negro y blanco, francisco, abedul, ceniza, libélula, camino real, purita izquierdo, la primera maestra, escoba, espada, menta, leyenda, cuchillo, lengua, carne, golondrina, desierto, desnudez, abanico, columpio, piano, tamargo, leche, leche, leche, y algunas se quedaban goteando; busqué palabras en la tierra, en la mesa, en la escuela, en la cama, en la noche, en el mar, en el potrero, en el amor, en la poesía, y estas últimas eran las más viejas. Sabía que podía sanarme con palabras, y por eso no estaba triste con el pomito que guardaba la sentencia. Era valiente, porque todavía era feliz.

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Friday, November 18, 2011

(Miami Book Fair International) Manny López presentará poemario de Elena Tamargo

Foto/Elsa Roberto
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"This past weekend I was contacted by the Miami Book Fair International, where she was going to be presenting a book with other poets. They asked if I wanted to participate by reading her poetry since it was impossible for her to be there. I agreed, because she had called me days before in the middle of the night, agitated, saying I needed to cover for her at the Fair Presentation. I agreed because it is an honor to read her work. But most important I agreed because her voice needs to carry on.

She knows I am going to be reading on Sunday. I have told her. She cannot talk, but she hears me… when I read to her Hölderlin's Hymns, or when I consult with her on the poems I am going to be reading Sunday (4. 00 p.m., Room 6100), or when I tell her that everything will be alright". (read full text at Manny Lopez's blog)


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Friday, October 21, 2011

Manny entrevista a Elena Tamargo

Foto/Elsa Roberto
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por Manny López
(para el blog Gaspar, El Lugareño)


Si quieres escribir de mí, pastor, di que lo vi con furia
que cerré los ojos y dormí cuando estuve cansada
que tuve mucho miedo
y lloré por perder.
Elena Tamargo, Poema III, de Pastor del Monte



Esta semana marca el fin y el principio de muchas cosas importantes en mi vida. Acabo de presentar mi primer libro anoche, y hoy doy por terminado mi serie de Manny entrevista, que lleva más de un año. La vida y sus muchos ciclos, que como el planeta tierra siempre está en movimiento…

Pero que mejor cierre para estas entrevistas que las respuestas de mi querida Elena Tamargo.

La poeta Elena Tamargo es una mujer que al mirarla vemos una luz intensa…brillante a su alrededor… y su sonrisa quieta, casi callada…pero de una dulzura extrema y no empalagosa, sino que cautiva. Ele es una seductora nata. Con su modo único va por la vida repartiendo cariño, abrazos, ayuda a cuantos la necesiten. Ella aparenta ser la muchacha que pide a gritos que la salven, sin embargo es justamente ella quien salva a más de uno de nosotros a diario.

Como todos saben en los últimos tiempos le ha tocado luchar duro, y no ha sido, ni es fácil esa tarea, sin embargo ella puede… Esta mujer de apariencia frágil es mucho más valiente que 100 soldados juntos. Todos los dioses que existen… los de Israel, África, el Tíbet, y hasta los que radican en el Vaticano han tendido una red para ayudarla.

Hoy por hoy, Elena Tamargo está por presentar libro nuevo en la próxima Feria del Libro, sigue con sus criticas de teatro para El Nuevo Herald, y un puñado de proyectos en la mira. Mientras estos días lluviosos azotan, ella se asoma por rato a su jardín encantado, escribe, lee, medita, y observa… ahí en su nuevo escondite rodeada de una nueva familia que le han abierto los brazos, y que son parte de su recuperación… Ele vive cada día como si fuera un personaje de alguna novela que está por escribirse. Aunque hay miles de personajes femeninos en la literatura universal, todavía falta uno con que se le pueda comparar a ella … la poeta más brillante.

Una noche de poesía conocí a esta increíble mujer, y desde entonces no ha dejado de ser una de las mujeres más importantes de mi vida… en una lista donde están mi abuela, mi madre y mi hermana…


¿Cuál considera usted el estado más miserable de la condición humana?

El cáncer

¿Cuál es su idea de la felicidad?

Nazim

¿Quiénes son sus personajes favoritos de la historia?

F. Holderlin, Paul Celan, Anna Ajmatova 


¿La cualidad que más admira en un hombre?

Que sea tan suave y dulce como una mujer

¿La cualidad que más admira en una mujer?

El candor

¿Su característica más marcada?

El llanto

¿Qué es lo que más valora en sus amigos?

Que me adoren como me adoran, no se por qué

¿Cómo le gustaría morir?

Bonita, sin este dolor en mi cuerpo

¿Cuál es su estado de ánimo actual?

La tristeza, mis días tan vacíos

¿Cuál es su lema?

Es poéticamente que el hombre habita esta tierra


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see Manny Interviews ...

Ver Elena Tamargo en el blog

Tuesday, June 15, 2010

(tonight) Conversando con Elena Tamargo

Mujeres Latinas Impulsando Mujeres Latinas
se une al Sistema Universitario Ana G. Méndez
en su

Coloquio Cultural de Junio con:

Elena Tamargo

hoy 15 de junio de 2010
Hora: 7:00 p.m.

Sistema Universitario Ana G. Méndez
Centro de Recursos para el Aprendizaje
Miramar Park of Commerce
3520 Enterprise Way
Miramar, FL 33025

www.suagm.edu/florida

Wednesday, January 6, 2010

Un Regalo de Reyes para los Poetas (por Elena Tamargo)

Foto Archivo del Blog Gaspar, El Lugareño
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por Elena Tamargo
(para el blog Gaspar, El Lugareño)



Cuenta las almendras,
cuenta lo que amargo fue y te mantuvo despierta,
cuéntame además a mí.

Paul Celán


A los doce años empecé a traducir poemas del alemán, desde entonces trato de acercarme a un enigma poético. Yo nací en una bahía, junto a un central azucarero donde hubo esclavitud. En el pueblo había muchas maestras y un maestro, Fernando Torres. Un día en su biblioteca, encontré un libro que se llamaba El alemán sin esfuerzo. Hasta hoy, cuando me preguntan cuando empecé a escribir poesía, digo que a los doce años, cuando comencé a leer en alemán el Werther de Goethe. Pero de todos modos sigue siendo un misterio, que a los doce años en la bahía de Cabañas, yo me haya encontrado un libro que marcara mi vida.

Luego a los 18, en la Casa de las Américas, conocí a Osvaldo Navarro, que me enseñó todas las cosas importantes de la vida, pero sobre todo, a ser la niña que sigo siendo, aunque ya no esté el para dormirme.

Como los hombres de uno son una filigrana, un tejido, una telaraña, un día descubrí a Holderlin, que como yo quería ser niño para siempre, y que en una carta a su madre de 1799, llama al hacer poesía la tarea entre todas más inocente,
durante mucho tiempo no supe por qué el estudio de la filosofía, que normalmente compensa con sosiego la empeñada aplicación que exige, por qué a mí cuanto más ilimitadamente me entregaba a él me volvía más intranquilo e incluso apasionado; y ahora me lo explico pensando que me alejaba un paso más de lo necesario de la que es mi tendencia propia, y que mi corazón suspiraba por sus queridas ocupaciones en medio de ese trabajo innatural, igual que los pastores suizos anhelan en su vida de soldados su valle y sus rebaños. ¡No diga que es pura fantasía! Pues entonces por qué estoy tranquilo y soy bueno como un niño cuando ejerzo en paz y con dulce despacio esta tarea, la más inocente de todas, a la que sólo honran, y con razón, cuando se la ejerce con una maestría de la que seguramente yo, y también por el motivo indicado, carezco todavía, porque ya desde la edad de muchacho nunca me atreví a ejercerla en el mismo grado que alguna otra tarea que llevé a cabo con demasiada bondadosa escrupulosidad por amor a mi situación y temor a la opinión de la gente. Pero lo cierto es que todo arte exige la vida entera de un hombre, y el discípulo debe aprender todo lo que aprende en relación con ese arte, si es que quiere desarrollar las disposiciones necesarias y no quiere que al final éstas se ahoguen.

Ya ve, madre querida, que la hago en gran medida mi confidente y no siento temor de que Ud. interprete mal estas sinceras confesiones.
Luego conocí a Paul Celan que me enseñó la idea de la lengua adánica. Ese idioma mítico que siempre dijo la verdad y que, por algún irrevocable estado de gracia, siempre despertó a las cosas de su sueño, les dio un nombre y las hizo vivir. La lengua adánica no es sino la justicia exacta de las cosas. Las cosas son como Adán las nombró y dijo que eran.

Hoy, sigo aferrada a ese balbucir y enmudecer de los poetas, que como los niños, no pueden mentir, y balbucean si buscan la palabra y enmudecen cuando no la encuentran.



ABEDUL Y MEMORIA

Para el poeta Raul Ortega,
un alma como la mía


Mi cuerpo de abedul

se armó tardíamente.

Soy árbol del comienzo.

En una tableta de latón

estaba grabado con letras alemanas

el año de mi alma.

Con mi sangre sequé a veces las rudas y la hiedra,

empañé el cobre

descoloré un paño purpureo

y ennegrecí la ropa blanca,

hice abortar a las yeguas y

que las abejas abandonaran la colmena,

pero caminando desnuda

libré también de plagas algún campo,

calmé tormentas en el mar

mostrando mi tulipán abierto

y curé a otras mujeres de la esterilidad.

Pasé entre dos hombres con mi sangre

y uno de ellos murió.

Los leños de abedul arden muy rápido,

yo no vuelvo a quemarlos en el próximo invierno.

Aullar contigo en la tierra de los chacales

ya no será un secreto,

tal vez vengue esta dilaceración

con leños de roble, si son

viejos y secos,

porque el pino olerá gratamente

mientras arda,

pero las chispas volarán.



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Ver Elena Tamargo en el blog

Monday, October 26, 2009

Fragmento de la primera novela que está escribiendo Elena Tamargo

Foto/Blog Gaspar, El Lugareño
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(Fragmento de la primera novela que está escribiendo Elena Tamargo, leídos por primera vez, esta noche, en Agartha Galería. La escritora agradece al amigo Joaquín Estrada -Montalván esta primicia en su blog Gaspar, El Lugareño.)
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Cada vez que me siento en un sillón dejo una mancha de sangre. Se que he perdido tantas cosas que no podría contarlas, sólo el que ha muerto es nuestro de verdad, sólo lo que he perdido es mío, no hay otro paraíso. También es nuestra suerte saber convalecer.

Mis mayores me hablaron de la sangre, del apellido y los abuelos, pero nunca de ésta que pierdo y pierdo en los trenes, las camillas y los cines.

Nunca encontré tristeza en la carne. El cielo que iría a buscar lejos lo tengo sobre la cabeza. Se me queman los labios por decirlo.

Mi figura es un mar que asoma desde el pequeño muro encalado de una iglesia de pueblo y sólo lo ve la otra muchacha a quien el viento le levanta el vestido, y yo lucho con el consuelo que dan unas palabras griegas. He ahí la pequeñísima esterilla en la que puede bordarse el ideograma de mi vida. Por lo demás, no es la claridad sino el peligro de la claridad que conforme avanzamos hacia el norte y conforme nos acercamos a nuestra época aumenta sin cesar, ese secreto que en nuestra tradición contuvo la mano del poeta para que nunca insultara. Una vez consumada la ruptura con todo mito divino el poeta ha sido llamado a actuar el papel principal.

Tengo miedo. Camino por una costa y nadie siente a nadie. Vuelvo a mi manuscrito y mientras llega el rocío que nada ocurra, que nada se mueva, por si acaso de pronto sale el sol y me deslumbra. No quería llegar sin temblar hasta ahí donde la carne acumula la sangre y hunde en el corazón un apresurado reloj. Cuando el amor y el rencor están ausentes todo se vuelve claro. Sigo caminando aunque no haya lugar a donde llegar.

Qué les ocurrió a los hombres que les dio por combinar las palabras de tal modo que no dijeran lo que decimos cotidianamente. En las canciones con que me criaron jamás me vino algo semejante a la cabeza. Pero ahí, en la edición facsimilar alemana que tenía en las manos, había otra cosa que no entendía porque, claro, no entendía el griego clásico, y eso seguramente explicaría el modo especial de la escritura. Intento expresar con palabras actuales la sensación que tenía en aquella época y que volví a encontrar en una sola cosa; en los conjuros que con sobrecogimiento y admiración sin reserva le veía hacer al mismo hombre al que quise besar en los labios.

Al mundo se entra admirándolo, me decía a mí misma. Imaginé mi obra destruida y encontrada por fragmentos. Veinticinco años de mis dones me dejan perdida de mi muerte. Pero mirando al hombre de los conjuros en los labios había aprendido esa misma mañana, que si uno tiene la belleza delante y no la ve comienza a empobrecer, entonces el tiempo sin acaecimientos me empezó a resultar más franco; así sin arabescos, me parecía el misterioso refugio que andaba buscándole a mi miedo.

Porque la palabra vacío me asustaba todavía, no era capaz de darle fe a esa sugestión de vastedad que tenía el vacío, donde antes había arrojado la voluntad.

“La vieja verdad --decía Goethe—aférrate a ella”; y yo la buscaba en los sueños, porque en el día no la hallaba. Sabía que habían existido y existirían siempre hombres excelentes a quienes dirigirles una buena palabra, decirla y dejarla escrita sobre el papel. Esa era la comunión con los santos que entonces profesaba.

Era importante la escritura; con los labios no es suficiente la palabra, siempre hay alguien que oye algo completamente distinto a lo que dices, aunque tal vez eso también sirva. Ambas cosas las pensaba antes. Después supe que las grandes verdades que uno busca se escriben en el cielo, con letras de oro, que es como se escribe en el cielo. Ese misterio lo había aprendido y era mi tesoro.

Elige un norte para tu afán, me había dicho una vez el hombre en manto blanco. A los muertos les decía amigos ocultos a sus amigos por las nuevas colinas, y los llamaba por su nombre y los levantaba de abajo de aquellos sellos ya borrados donde yacían tendidos. Todo eso se me confundía con Goethe y con Fichte y con Schleiermacher. Pero buscaba seres que se parecieran a mí en ese sentido. La profesión más deseada, mi única ambición era anticiparme, era encontrar el ideal de la comunidad con las personas animadas de los mismos sentimientos. Buscaba espíritus en los que la oscuridad era vencida por la luz y la claridad serena se había impuesto sobre la confusión. La divinidad que ansiaba alcanzar es la que actúa en lo vivo no en lo muerto, en lo que transforma y deviene, no en lo que ya ha sido y ahora es una piedra.

Porque al mundo lo encontraba viejo, y marcada por mi tiempo como estaba, la tradición y lo antiguo no los consideraba clásico por viejo sino por su vigor. La fe tenía que ser una revelación eterna.

Ahora, febrero sepulta mi paisaje, pero todo respira nuevamente, el mantel volverá a ser blanco. La constancia es más fuerte que el destino. Me dio seguridad aquel tablero, y un signo resumió lo que seguía: la tierra se pudrió pero no se murió, dijo con voz nerviosa el adivino.

En una sala de hospital empezó la historia. Puede ser cáncer, y yo dije, es cáncer, porque las palabras eternas, duras, únicas, cuando se pronuncian ya van siendo, también lo había aprendido con Goethe, quien al contemplar unas caracolas en una playa de Sicilia exclamó: “so wahr, so seiend”, “tan verdadero, tan siendo”. Así son las palabras como cáncer, si la dices ya es. El médico mexicano, en ese pueblo del volcán a donde había ido a vivir con el poeta, para escribir libros por encargo, me dió la noticia. Me viró boca abajo en una camilla, “baje las manos y levante los gluteos”, y al poeta, le dijo, “usted me tendrá que ayudar”, y mirando aquellas nalgas, que en alguno de sus poemas, ya clásicos, él había calificado, como cola de pez, y unas manos que eran alas y unas piernas y un cuello como cisne lento en el estanque y la cintura de mujer pero más fina y pronunciada y unos dientes de conchas y los labios abriéndose en un rictus amargo, como el que prueba sal, los ojos, grandes de pez y pájaro, se abrían como el mundo en su día inicial, pero ya aquellos versos no podían seguir resonando, porque aquello que pasó en la camilla, no era una lluvia lenta, cayendo dulcemente desde el cielo del alma, como una melodía, aquello era el acto de dolor más grande que habríamos de experimentar los dos juntos, un corte con tijera del tumor, y “abra el frasco”, que el poeta aguantaba temblando entre sus manos. “Lleven al laboratorio esa muestra para una biopsia”. El pomo con el pedazo mío estuvo algunos meses por ahí guardado y un día lo boté, de todos modos la palabra ya estaba pronunciada.

Las palabras son mis amuletos, creía en el pensamiento, en la cabeza, en los ritos que las religiones le hacían a la cabeza. El bautizo, agua en la cabeza sobre la pira, y ya está la criatura bendecida. Y los yorubas, sangre caliente de animal en la cabeza, sin pira, sobre el santo, que es una piedra, no es cualquier piedra, sino la que se convirtió ya en santo, y el animal sin cabeza ahí presente, sufriendo, pataleando sin cabeza un buen rato, eso se llama rogarse la cabeza.

Yo entonces explicaba el asunto africano como mímesis, y decía que la única y verdadera rogación de la cabeza era la que le hacía la madre al hijo al nacer, porque cuando iba a salir le dejaba caer unas goticas de sangre de su sexo, ahí, en la cabecita, y por eso los niños nacen con la cabecita embarrada, es decir, rogada; lo demás es una repetición muy cruel, porque hay que ver el dolor que siente un animal sin cabeza, para aquellos que creen que el dolor es solamente racional.

Entonces me volqué a buscar sanaciones, diversas, todas, de donde vinieran, pero si eran con palabras mejor, si eran con la cabeza mejor, y en ese pueblo del volcán junto al poeta, empecé a recordar las palabras más viejas de mi vida: rosario, lechón, fermin, cabañas, pide perdón, se dice gracias, gaseosa, dios, plátano macho, vaca, historia, novio, nube, piedad, buñuelo, prohibido, tristeza, hija mía, negro y blanco, francisco, abedul, ceniza, libélula, camino real, purita izquierdo, la primera maestra, escoba, espada, menta, leyenda, cuchillo, lengua, carne, golondrina, desierto, desnudez, abanico, columpio, piano, tamargo, leche, leche, leche, y algunas se quedaban goteando; busqué palabras en la tierra, en la mesa, en la escuela, en la cama, en la noche, en el mar, en el potrero, en el amor, en la poesía, y estas últimas eran las más viejas. Sabía que podía sanarme con palabras, y por eso no estaba triste con el pomito que guardaba la sentencia. Era valiente, porque todavía era feliz.

Thursday, October 22, 2009

Poemas inéditos de Elena Tamargo

Foto/Blog Gaspar. El Lugareño
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Nota mía: Agradezco a Elena Tamargo que comparta, en el blog Gaspar, El Lugareño, estos tres poemas inéditos de su libro El año del alma, que saldrá pronto en Betania, Madrid.


El tiempo de los besos se acabó


No tengo brazos ni caballos ni musgos en las sienes

busco farmacias, ay de mí

yo tenía un hijo, ay de mí

lo vi empinar un papalote y tenía un poeta, dios mío,

y bebíamos vino y hacíamos silencio

y alguna vez dijimos “hay que huir”.

Partimos nueces en Moscú y vimos irse en las cáscaras la dicha.

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Yo era poeta

La boca llena de perlas
Sylvia Plath


Yo era poeta, como él

pero quería vivir demasiado

el dormía pero ya no soñaba

me envolvían los chales y su humo.

Su nombre se le había perdido

mas a mí me llamaba

no acabé de vaciar la arena de sus botas

la arena del errante

el pelo me ha crecido en estos meses

su papel en el sueño sigue siendo invisible

yo lo sigo esperando, me pongo el delantal cada mañana,

le tengo los fósforos a mano, y su vino y su beso.

Había dejado atrás hacía tiempo las fronteras

y el sabor de mi boca era su urgencia

ahora

me las arreglo sola

sonrío me aniquilo me como las conchas y me como mis perlas

retorno teatral a plena luz

al mismo lugar que me liquida

para escucharme el corazón.

Hasta las hierbas lloran mi desgracia si las piso

y mis pies me recuerdan que aquí he vuelto

otros, mientras, me atizan.

--inundación de sangre es inundación de amor--

Mis palabras ahora ya no tienen jinete

igual que del poeta

sólo me queda un poco de ceniza en las manos.

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La muerta

Teníamos en común algunas cosas: comíamos la sobra de los pájaros;
compartimos el vino y las almohadas;
escogimos el nombre de Nazim y el aire para poner las tumbas;
él no creía en dios porque ya lo había visto;
teníamos amuletos: las palabras;
ahora yo soy la muerta y él escribe estos versos.




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Tuesday, September 29, 2009

Elena Tamargo en la prensa ...

Foto/Blog Gaspar, El Lugareño
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(Entrevista en Martí Noticias) MN. ¿Qué opina de la poesía cubana en el presente?

ET. Hace unas semanas leí a un crítico cubano de literatura que hablaba de la poesía cubana actual de un modo poco riguroso e injusto, "poetas a dos por medio". Cómo no va a haber poetas en un país con tanto sufrimiento. La poesía cubana hoy no tiene más remedio que contar, ser biográfica, porque la poesía es afirmación, una afirmación que da testimonio de sí misma, y en esta coyuntura la palabra del poeta tiene necesidad de tener afinidad con el reportaje; lo que tal vez esté pasando es que los poetas hayan bajado necesariamente el tono de voz, pero de ninguna manera están enmudeciendo. Hay una excelente poesía cubana dentro, aquí, en España, en México. El poeta comunica algo al que tiene oídos para oír. Siempre vuelvo a Hölderlin, creo que en estos versos suyos "los pensamientos del espíritu común, acaban callados en el alma del poeta" puede verificarse la poesía cubana de hoy y de cualquier tiempo.

MN. ¿Qué opina de la narrativa cubana en el presente?

ET. De la narrativa creo, además, que son los novelistas cubanos los que están escribiendo la historia actual de Cuba. La novela cubana enuncia una realidad inminente, porque la novela es un instrumento central para afianzar; como ha dicho Carlos Fuentes, la condición es escribirlo todo para obtener algo, la parcela de realidad que nos corresponde vivir. Creo que el novelista cubano actual tiene un mérito grande al ofrecer un camino fuera de la historia para ver a la historia. La novela actual en Cuba parecería una incesante invención de fábulas que son reales aun en su misma irrealidad. (ver entrevista completa)

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(El Nuevo Herald). Elena Tamargo es ensayista y poeta, ha publicado: Sobre un papel mis trenos, Habana tú, El caballo de la palabra, Bolero, clave del corazón y Hay que vivir el momento: 101 boleros. Este último lo tengo sobre mi piano, pues es la constatación en la antología de esta poeta, de que un bolero es un poema, que nació en nuestra ``Provenza desplazada'' --cuna del romance trovadoresco--, Santiago de Cuba, a fines del siglo XIX. Y por eso creo que también impacta el alma de Tamargo, quien tradujo a Federico Hölderlin, el romántico alemán. Germanista y filóloga, Tamargo es, sobre todo, creadora. Ella sabe su oficio, altamente reconocido: Premio de Poesía de la Universidad de La Habana, en 1984, y Nacional de Poesía de Julián del Casal, 1987, entre otros premios. (sigue)

Sunday, June 21, 2009

Cumpleaños y tertulia

Noche de Sábado. Elena Tamargo invitó a su casa para celebrar el cumpleaños del escritor Raúl Ortega Alfonso. Buen vino, excelente comida y agradable conversación ...
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Amada, Carlos A. Díaz Barrios, Raúl Ortega Alfonso,
Elena Tamargo, Gaspar, El Lugareño, Narciso J. Hidalgo
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Enrique y Ayessa, Carlos A. Díaz Barrios, Raúl Ortega Alfonso,
Narciso J. Hidalgo, Elena Tamargo, Bernardo Marqués Ravelo
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Fotos/Blog Gaspar, El Lugareño




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Ver Elena Tamargo en el blog

Saturday, November 8, 2008

Presentación de "Verdades como templos"

Foto/Blog Gaspar, El Lugareñoy Blog La Primera Palabra
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Le agradezco a Elena Tamargo que comparta con los lectores del blog Gaspar, El Lugareño, el texto que leyó anoche en la presentación de “Verdades como templos”, del fraterno Heriberto Hernández Medina.

ELENA TAMARGO: La Habana, Cuba. Premio de Poesía de la Universidad de La Habana, 1984; Premio Nacional de Poesía “Julián del Casal”, de la UNEAC, 1987. Germanista y Filóloga; Doctora en Letras Modernas. Académica, ensayista y poeta. Traductora de la obra de F. Hölderlin. Entre sus libros de encuentran: Sobre un papel mis trenos, Habana tú, El caballo de la palabra, El año del alma, Poesía de la sombra de la memoria y Bolero, clave del corazón. Después de una estancia en Rusia y otra en México, ahora vive en Miami.
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"Verdades sobre Verdades"
por Elena Tamargo

Nos sentimos atraídos por un sentido exacto y, al mismo tiempo somos conscientes de que ese sentido se resiste o se oculta, se “vela” artísticamente. Debemos preguntarnos sobre el fondo de esta poesía, la que Heriberto Hernández representa, domina, que aspira a que la fuerza de gravedad de las palabras desarrolle toda su potencialidad, sin constreñirlas mediante recursos sintácticos o lógicos.

La experiencia vivida permanece en forma privada, pero su significación, su sentido, se hacen públicos a través de la escritura, en ese momento en que el escritor cruza el umbral más allá del cual el lenguaje se sostiene como discurso, en particular, el del lenguaje como trabajo y como acontecimiento. El destino del discurso es, entonces, entregado a la littera y no a la vox.

El título Verdades como templos anticipa, como todo título que tiene un significado concreto, una cierta comprensión. Una cuestión es en qué sentido recoge el texto esas verdades. No puede llamarse así sin evocar toda la tradición de la palabra verdad. En una sola palabra se concentra aquí la aporía de la vida humana. La estructura de versos y formas líricas que han de soportar esas tensiones no puede contemplarse desde el ideal estilístico que desde los románticos determina nuestra tradición literaria: la naturalidad; en estos poemas más bien se pone de manifiesto, que no se trata de la ocultación y del encubrimiento de un sentido que podría expresarse clara y llanamente, porque las costumbres lingüísticas de nuestro tiempo exigen otros estímulos, y también licencian las formas poéticas maravillosamente calculadas, conscientes y dominadas, que ya sustentaron Trakl, Rilke, Celan, y muchos más, inspirados en el estilo hímnico de Píndaro, que supone el reconocimiento de algo absolutamente superior, que se eleva por encima de nosotros y cuya presencia nos colma de satisfacción: la palabra, a la que Heriberto despliega una escala de actitudes que va desde el reconocimiento y la admiración, el miedo y la veneración, hasta la adoración, como en los griegos, su religión, de donde brota la forma literaria de los himnos. Sólo que en esta forma del himno que aquí nos atrevemos a distinguir, no hay coro, hay soledad, la única suerte del poeta en tiempos de penuria.

La anunciación de este texto es prenda de lo anunciado. El tono de la designación, de la llamada a aquello que es, descarta ambigüedad alguna; el lenguaje y lo que el poeta logra en su lenguaje dan testimonio de una realidad común que no necesita de otra legitimación.

Mi lectura ha dividido estas verdades en grupos diferentes de “yuxtaposiciones ásperas”, término que han usado los teóricos del siglo XX europeo para distinguir los recursos poéticos de conexión, necesarios para poder leer frases y no sólo palabras en la poesía, especialmente en la que tiene tono de himno, la que debe ser escuchada. Heriberto utiliza estas conexiones, de maneras diversas, para hacer surgir de las estrofas de palabras de lo nombrado, la unidad del discurso y la presencia del mensaje, casi siempre de dolor. En la primera parte del libro la palabra que reina es sombra.

Es sólo el final del sueño, hemos dormido un tiempo tan breve e inabarcable

que la verdad, su sombra inicia y teme.

Esta es una poesía que arranca en la sombra de la memoria que recuerda con facilidad las cosas vividas, y el arte y la virtud agregan la perfección y lo extraordinario, insólito o exquisito del alma sensitiva que la emite. En esta región lejana del poeta, memoria e imaginación no permiten que se las disocie; una y otra trabajan en su profundización mutua, y ese espacio habitado es la sombra.

yo prefiero a sombra y herida

sumar sombra y asombro.

La palabra del poeta, porque da en el blanco, conmueve los estratos profundos, siega y labra, y por eso prefiere no erigir el catastro de sus instancias perdidas, sino sumarle la inocencia; porque sabe que el asombro es de los niños, y que por esa infancia permanente conservamos la poesía del pasado. No hay rencor en la poesía de Heriberto, hay mucho dolor, hasta la ira de vaciar cajones en cada casa que naufraga, pero no hay rencor; en cada casa que se estrecha contra su habitante, en cada puerta que se convierte en celda de los cuerpos, en cada refugio contraído, hay una sombra que lucha.

Hombre o árbol, historia o miedo,

son simples palabras

que no hablan más de mí que de tu sombra.

Interroga la oscura noche de los equívocos,

nunca mi sombra, nunca

mi voz de cielo y páramo.

El hombre se pregunta ¿seré un habitante del mundo a pesar del mundo? Este dibujo objetivo es un documento duro y estable que señala una biografía. Y como Paul Celan, Heriberto enuncia seguro su verdad, porque sabe que “dice la verdad quien dice la sombra”.

En la lectura de la segunda parte del libro la palabra que distingo es signos, y el rasgo que la privilegia es la capacidad que el poeta tiene de debilitar el final del verso en favor de hacerlo fuerte en su interior. Una suerte de metáfora del hombre mismo que es Heriberto. El recurso del que él se vale para esta debilitación es intensificar la tensión en el interior con asonancias y vocalizaciones internas, empleados con singular intencionalidad, que elevan extraordinariamente la calidad formal de su lenguaje poético. Mediante este recurso consigue que el final del verso, debido a esta mitigación, quede libre para mantener el tono. En la palabra final Heriberto no baja la voz, porque tanto se ha tensionado el peso de su vocalización interior, que el tono final del verso se pierde. Este efecto tan singular en el trazado de su corpus poético, da la impresión de estar ante una gran obra arquitectónica.

Los signos son el miedo que le hará cambiar la historia, el sueño, el cuerpo sangrante, el agua que da orden, la memoria; los signos son tesoros, “los grises objetos del recuerdo”; los signos de la violencia, “el fruto de lo incierto”; “una puerta al abismo que se abre y nombra el futuro”; “a su música oscura se vuelve como al sueño/ si el sueño un sueño fuera”.

El agua es, tal vez, el más poderoso signo de este pedazo del discurso. Para los cubanos el agua, además de ser sustancia de vida es sustancia de muerte. Y esto queda insinuado: “para que agua, aire y cielo su soledad ordenen”; “donde el agua termina, inicia el agua breve”; “muchacha de agua, espuma en su leche tendida /y en agua sus vestidos y su voz sumergida”; “al agua que regresa de una muy larga ausencia”; “Duerme en el agua inútil, sumergida su sombra, /y parece que fuera ella una sombra inerte /que en su negar, negara las aguas de la muerte”; “Si su dolor no sangra, no niegues que ha llorado; /sangre y agua se funden en su filo”; “hay un sitio en las aguas en que el hombre /pone a pruebas sus fuerzas”; “el agua traza, alejada de todo esfuerzo humano, /líneas que han de cruzarse en un espacio incierto”.

El héroe del mar es un héroe de la muerte. Y todos los que hemos experimentado esa doble insularidad hemos sido héroes cautivos del agua. Dice Gastón Bachelard que “el primer marino es el primer hombre vivo que fue tan valiente como un muerto”. Las aguas de este poemario tienen tragedia, no son mansas ni claras, ni son de manantiales; son inútiles, se niegan, han llorado, terminan; son aguas a punto de morir; sin embargo, también, anuncian lo que el corazón desea, porque el agua nos devuelve siempre a nuestra madre.

En la última parte de mi lectura de este excelente libro, quiero distinguir la significación que tiene el long poem; la monumentalidad conclusiva de textos como “Llegan cartas”, “Domingo en Chosica” y “Verdades como templos”. Poemas con que sustento el tono de himno, la yuxtaposición áspera y la palabra final debilitada. Poemas que recuerdan a los poetas rusos de la tormenta, en su tono tribunicio y trágico; donde dios se menciona con ironía, dios es más bien la prueba de no estar; la carencia es una descripción de te amargo y oscuro con patatas y sal, y esos son los bordes de la única verdad; poemas donde todo ya se ha vuelto ceniza y la verdad ya es vacía. Sin embargo en Homestead se salva la palabra, porque ya el poeta ha llegado hasta arriba, y arriba sólo existe el descenso:

“Ha llovido toda la noche, el agua corre sobre el asfalto, /se quiebra en el filo que marca el comienzo de la hora /siguiente, /el final de unas palabras que habrán de rescribirse”.

En Verdades como templos, sale ileso el poeta, porque inaugura otro modo de lenguaje en el silencio, con las pocas cuerdas que sabe suficientes, después de otro naufragio, limpiar los escritorios, golpeando de impotencia las maderas, los cedros, echando al fuego “palabras que un día fueron dulces”.

La hermenéutica que he tratado de elaborar al leer este bello libro de verdades, ha sido repensar un dilema al que el romanticismo alemán dio una vuelta dramática cuando se preguntó ¿cómo hacernos contemporáneos de los genios del pasado? ¿Cómo emplear las expresiones de vida fijadas en la escritura para poder trasladarse a una vida sensible tan ajena?




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Ver Elena Tamargo en el blog
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