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Monday, November 8, 2021

Las patriotas de Teresa (por María del Carmen Muzio)


Debido a los avatares por todos conocidos del virus de la covid, demoró en llegar a mí el segundo tomo de la monumental obra de Teresa Fernández Soneira, Mujeres de la Patria. Desde el primer tomo dedicado a las participantes en la Guerra de los Diez Años, ya sea acompañando a sus esposos o como enfermeras, se advierte la enjundiosa investigación de la autora.

No obstante, el segundo tomo, continúa sin desmayar y aún lo aumenta la línea investigativa seguida por la escritora. Se sabe que la historia, y sus libros, los escriben fundamentalmente hombres y, con más razón, se hacía necesario e imprescindible rescatar para la verdad histórica, aquellas figuras ocultas tras la sombra de chalecos y bombines.

Se ejemplifica muy bien con las palabras del diario del coronel Cosme de la Torriente ante la valentía de la capitana Luz Noriega: “Tiene mucho valor esa señora, pero no sé si es por lo mucho que me choca verla en la fuerza, el caso es que no me agrada(1)." Y aunque no deja de referirse a su juventud, belleza, y su valor, ese “no me agrada” es la expresión del patriarcado dominante en el siglo XIX. Muestras como la anterior nos bastan para demostrarnos la importancia de la investigación de Fernández Soneira.

Otro mérito del libro es el capítulo II “La mujer negra en la sociedad y en la guerra” que inicia con una foto de una esclava negra, ama de leche con un bebé blanco en sus brazos; aspecto destacable del tomo son sus innumerables imágenes que apoyan los temas tratados: desde imágenes de la manigua, retratos familiares o individuales.

Se muestra una tabla con los nombres de mujeres negras que contribuyeron a la Guerra mediante dinero o sus propiedades. Y un acápite importante es el dedicado a la familia del conocido patriota Juan Gualberto Gómez a través de su madre Serafina Ferrer, hija de una negra carabalí; y de su esposa, Manuela Benítez, nacida en Cádiz, quien lo conociera cuando él se hallaba prisionero en Ceuta.

Un detalle importante es que la portada del libro ostenta la foto de Rosa “La Bayamesa”, insigne mujer que participara en las dos guerras, valiosa por su trabajo como enfermera y por sus conocimientos de las plantas medicinales.

Y así, muchas más a las que su condición social las relegaba a las peores labores y al olvido; pero que la autora Teresa Fernández Soneira ha buceado en archivos, bibliotecas y fuentes inimaginables para desempolvar a estas mujeres negras, mayoritariamente menospreciadas.

El tercer capítulo se dedica al nefasto episodio de la Reconcentración engendro creado por el ambicioso Valeriano Weyler apodado “El Carnicero”. Una muestra de los horrores que sufrió el pueblo cubano, en especial las provincias occidentales, es transcrito a través de las cartas de la patriota Magdalena Peñarredonda a don Tomás Estrada Palma; y apunta la autora: “Luego de meses de sufrir la infame Reconcentración, sin comida, ni agua, ni baños; sin cuidados de salud, edificios donde cobijarse y ropa, los reconcentrados murieron de hambre, deshidratados y la viruela en proporciones alarmantes(2)."  Además, este capítulo lo acompaña un espeluznante testimonio gráfico.

Hasta al Santo Padre se escribió pidiendo clemencia y terminar con el genocidio, como lo hizo la cubana Elena Mayolini de Valdés. También se muestra una tabla con la cantidad de defunciones causadas por la Reconcentración en las distintas provincias.

Concluye este capítulo con los nombres de las patriotas que se dedicaron, al terminar la guerra, a socorrer a los huérfanos, entre ellas, María Cabrales de Maceo, Aurelia Castillo de González y las hermanas Rosalía y Marta Abreu.

El capítulo IV, “La labor humanitaria de mambisas, religiosas y enfermeras” resalta la figura de aquellas mujeres, ya fueran de congregaciones religiosas femeninas, mambisas o que dedicaron su empeño a los hospitales de sangre.

De estas valerosas mujeres aparecen reflejadas, entre otras, la capitana Adela Azcuy, Rosa Castellanos “La Bayamesa” quien ya había colaborado en la Guerra de los Diez Años; Isabel Rubio, Regla Socarrás, y Mercedes Sirvén Perez-Puelles, farmacéutica, y la única mujer que alcanzaría el grado de comandante.

Exhaustivo el estudio sobre las religiosas y sus congregaciones que se dedicaron a socorrer a enfermos y heridos mediante la transcripción de importantes documentos. Se destacan las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl; las Siervas de María de los Desamparados, ministras de los enfermos; y el Instituto de Religiosas del Apostolado del Sagrado Corazón de Jesús. En todas ellas se mencionan nombres imprescindibles de religiosas consagradas a sus votos.

En el capítulo final “Que la Patria os contempla orgullosa” nos dice la historiadora: “Reseño en este capítulo por orden alfabético, a las cubanas meritorias producto de mis investigaciones de esta etapa pre-independentista de nuestra historia. Las numerosas mujeres que marcharon al exilio, constan en el volumen III de esta obra(3)”. De esta forma desfilan una serie de mujeres poco conocidas u olvidadas como es el caso de América Arias, cuyo nombre aun lleva un hospital de maternidad. Se dedica un espacio a la familia Bolaños-Fundora entre otras, y llama la atención la figura de Elena Borrero, opacada por su hermana Juana; las mujeres de la familia de Martí, en fin, sería interminable destacar las grandes figuras redimidas por Fernández Soneira.

Resulta arduo reseñar una investigación tan meticulosa y profunda, de la que es difícil sustraerse. Sus últimas páginas, como importante complemento, transcriben un emotivo texto del “hermano del alma” de Martí, el médico Fermín Valdés Domínguez, “La Noche Buena”; y con la promesa de su autora de continuar en el tercer volumen con las patriotas en el exilio. Al estudio lo acompaña una Cronología de la Guerra del ’95, la Bibliografía y un Índice Onomástico.

Libro de imprescindible consulta para quien desee acercarse a un tema tan poco estudiado como es la participación de las cubanas durante la Guerra de Independencia, es lamentable que ejemplares de este no puedan encontrarse en las bibliotecas cubanas por separaciones que nada tienen que ver con las excelentes investigaciones de nuestra historia patria.





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  1. Teresa Fernández Soneira, Mujeres de la Patria, Volumen 2, Ediciones Universal, Miami, 2018, p. 199.
  2. Teresa Fernández Soneira, Mujeres de la Patria, Volumen 2, Ediciones Universal, Miami, 2018, p. 148.
  3. Teresa Fernández Soneira, Mujeres de la Patria, Volumen 2, Ediciones Universal, Miami, 2018, p. 262.



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María del Carmen Muzio Zarranz (La Habana, 1947). Tiene publicadas las novelas El camafeo negro (1989), Sonata para un espía (1990), La Cuarta Versión (2000) y Dios no te va a entender (2015), así como los ensayos Andrés Quimbisa (2001), María Luisa Milanés: el suicidio de una época (2005) y el libro de cuentos para niñosLos perros van al cielo (2004). Ha merecido varios galardones y reconocimientos entre los que destacan su mención en el Concurso Internacional Relato Policial, Semana Negra, Gijón, España (2002) y la del centro “Juan Marinello” por su ensayo sociocultural sobre la figura de Andrés Petit.

Saturday, June 5, 2021

Enrique Loynaz del Castillo: el eterno mambí (por María del Carmen Muzio)


por María del Carmen Muzio
(para el blog Gaspar, El Lugareño)


En la década del cincuenta el colegio Baldor celebraba la culminación de otro curso. En esta ocasión en un teatro; además de que se trasmitía por la incipiente televisión. El general Loynaz era invitado permanente a dichas celebraciones. Anciano agradable el director lo reservaba para que colocara las medallas a los estudiantes más sobresalientes. Una niña de primera enseñanza, que generalmente ganaba las distinciones por disciplina, al demorarse la fila de estudiantes le dio pena ver aquel venerable viejito sin que nadie se le acercara y decidió hacerlo. El General sonrió y cruzó durante un segundo una mirada con el director quien le hizo un gesto de asentimiento. Luego supo el porqué de aquella vacilación: no le correspondía que el antiguo mambí la condecorara.

En aquel mismo colegio tenía una compañerita de aula, destacada por su preciosa y abundante cabellera negra, algo huraña, llamada Hilda Loynaz del Castillo. Después de 1961 se perdieron las pistas sobre las antiguas alumnas.

Años después, ya adulta, una investigación sobre tres poetisas la llevó a sostener una breve correspondencia con «la hija del General». Las cartas se atesoran y el ensayo duerme desde el siglo pasado en los fondos de una editorial. No obstante, otras investigaciones recientes la han llevado a leer documentos escritos por aquel ancianito mambí.

Aunque Enrique Loynaz del Castillo (1871-1963) dejara escrita sus Memorias de la guerra, –por desgracia inconclusa– merece una recopilación de sus textos dispersos por periódicos de la época además de una biografía; porque no fue únicamente el amigo de Martí, el salvador de la vida de Maceo en Costa Rica o el autor del Himno Invasor.

El 29 de agosto de 1949 leía su discurso de ingreso en la Academia de la Historia: «La ruta de un héroe: el Mayor General José María Rodríguez». Cuenta hechos de heroicidad extraordinaria como si narrara sucesos cotidianos en un lenguaje muy criollo. Quien fuera jefe del Estado Mayor del general Mayía le duele el olvido en que cayera aquel después de la Intervención norteamericana de la que no aceptó ningún cargo hasta morir en 1903 en la pobreza; aquel mismo que herido en una rodilla durante la Guerra de los Diez Años le pidiera al médico que se la dejara curvada para poder seguir montando a caballo y desde entonces tuvo el sobrenombre de «el renco». También salva la memoria de su jefe ante incomprensiones anotadas en el Diario del Generalísimo, cuando el Gobierno civil y el mando militar sostenían opiniones contrarias.

Otro que es rescatado de discrepancias es el general Quintín Bandera. Loynaz cumple la orden de llevarle la orden de deposición y hacerse cargo de su infantería por no acatar el mandato de marchar a Matanzas. De proféticas resultaron las palabras de Quintín a Loynaz, quien le entrega su tropa sin chistar; pero, advirtiéndole, que los llevaban al matadero por la difícil situación en esa provincia; y así ocurrió.

De las tantas anécdotas narradas vale destacar una:
Oyendo cercano tropel, volví la cara, vi nuestra guardia en fuga. Me le atravesé delante, y revólver en mano, amenacé matar al que huyera. “¡Por su madre. Teniente Coronel!”, clamó el sargento. Apuntándole, le grité: “¡Por la Patria, alto! ¡De frente al enemigo, fuego!” Este violento grito, contábame Iribarren haberlo oído a más de cien metros de distancia. Refrenando al enemigo, comenzó confundido a disparar. En ese instante llegó a la carrera el Comandante Secundino Silva, con unos veinte jinetes de la escolta. “Cundi, a cargar, ¡que sólo es una vanguardia!” Y cargamos. Tan rápido arrollar, que viraron, a escape hacia su columna, ya muy atrás. Allí, desplegados, nos encontró el General Mayía, que con las fuerzas, que pudo reunir, confundidas y mezcladas, corrió a nuestro auxilio.
En esta otra narración nos muestra la personalidad de su Jefe:
En todas direcciones salieron los exploradores: por todas partes columnas enemigas. El General Mayía, que estaba jugando una partida de ajedrez con el ayudante Lavarthe, rodeado de los generales Carrillo y Monteagudo y otros Jefes y del doctor Negre, Jefe de Sanidad, me dijo: “Lleva la infantería del Teniente Coronel Carrillo, a la avanzada que domina el camino por donde viene el enemigo. Yo estaré allí, en seguida del mate que estoy dando dentro de una juagada”.
Por último lo caracteriza:
Aquel grande hombre, sobrecargado de energía, que frente al peligro, o a la humana flaqueza, estallaba en rayos, era bueno y tolerante en las relaciones sociales, sólo inflexible ante los dictados del honor. En el mando no admitía charla. “Limítese a responder a lo que se le pregunte”. “Y a informar sin comentarios”. Discípulo de Maceo, así decía a los verbosos.
En la contestación requerida por los estatutos de la Academia, Néstor Carbonell le responde: «Con él entra un héroe. Un héroe es una llama que no se apaga. El contacto con un héroe tonifica, hace renacer energías, despertar esperanzas».

Y aún nos quedan más escritos de Loynaz para acercarnos a esa figura de nuestra guerra, perdidos en archivos y viejos periódicos. Durante la investigación sobre la Delegada de Maceo en Vuelta Abajo, Magdalena Peñarredonda, encontré cartas cruzadas entre ellos a principios de siglo; y después, sobre la capitana del Ejército Libertador, también de Vuelta Abajo, Luz Noriega, hallé su defensa a ultranza de maledicencias, publicada en octubre de 1901 en el periódico «La Discusión».

Cuánto no nos queda por conocer, aún por estudiar, de este General, aquel viejecito de sonrisa dulce que Aurelio Baldor sentaba en la presidencia como invitado de honor y había coadyuvado, con su revólver y el filo de su machete, a ofrecernos la Patria.


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María del Carmen Muzio Zarranz (La Habana, 1947). Tiene publicadas las novelas El camafeo negro (1989), Sonata para un espía (1990), La Cuarta Versión (2000) y Dios no te va a entender (2015), así como los ensayos Andrés Quimbisa (2001), María Luisa Milanés: el suicidio de una época (2005) y el libro de cuentos para niñosLos perros van al cielo (2004). Ha merecido varios galardones y reconocimientos entre los que destacan su mención en el Concurso Internacional Relato Policial, Semana Negra, Gijón, España (2002) y la del centro “Juan Marinello” por su ensayo sociocultural sobre la figura de Andrés Petit.

Thursday, July 30, 2020

El controvertido general Lacret (por María del Carmen Muzio)


Dos famosas frases caracterizan al general de dos guerras José Lacret Morlot (1850-1904): «¡Todo por Cuba!» la que se comentaba en los campamentos mambises y «¡Si hace falta un general para fusilar a Gómez aquí estoy yo!» pronunciada durante los polémicos debates de la Asamblea de Santa Cruz del Sur.

La primera, incluso está grabada en una piedra que da inicio a la calle que lleva su nombre en la barriada de Santos Suárez; y la segunda, se difumina en algún que otro libro de Historia.

Sin embargo, para una visión más amplia de este general es bueno rastrear en los diarios de campaña mambí, siempre testimonios fieles aunque permeados por la visión de su autor. Uno de los considerados más objetivos y de suficiente mesura es el del teniente coronel Eduardo Rosell Malpica (1870-1893) quien lo conociera en los llanos matanceros y su mirada sobre Lacret constituye una valiosa opinión:
El único defecto de Lacret es que desconoce el valor del dinero; dicen que hace diez días le ingresaron diez mil pesos y ya no tiene un centavo, lo reparte sin ton ni son. A un médico porque sí y sin exigirle recado, le entregó ochenta centenes para los heridos […] Es una lástima lo de Lacret porque honrado lo es; en su persona no gasta nada; ni siquiera tiene ropa, pero en cambio le consiente a sus oficiales y soldados muchas cosas.(1)
Y Lacret es el mismo mambí que participara junto a Maceo en la Protesta de Baraguá y partiera junto con él a Jamaica en un intento de hallar apoyo económico para continuar la guerra. Rosell continúa:
En vez de ser él quien dé ropa a sus soldados lo que hace es facilitarles para ese objeto un par de monedas a quien le pide ropa, y por supuesto tal dinero se juega, se pierde y la ropa no se adquiere.(2)
El 18 de diciembre de 1895 cruza el Hanábana para hacerse cargo de la provincia de Matanzas a la que había sido propuesto por el Lugarteniente general Antonio Maceo. En la zona, bajo su mando, se desarrollaron varios combates, pero el más importante fue el de Hato de Jicarita, al sur de Unión de Reyes durante los días 3 al 7 de julio de 1896.

En Jicarita se combatió durante cuatro días en una zona cerrada que lindaba con la ciénaga de Zapata. Desde el primero de los encuentros el general los esperaba pues había comentado el gusto español de atacar por la madrugada antes del amanecer. En un momento, cuando los peninsulares arremetían contra la infantería cubana, Lacret simuló una retirada y el enemigo cayó en la trampa. Al otro día no se combatió pero el 5 las tropas españolas volvieron a arremeter contra los cubanos y el día 6 Lacret ataco con su caballería. Sorprendido por el enemigo pudo retirarse por la ciénaga; y caballería e infantería lo apoyaron para concluir al fin tantos días de combate.

Acción memorable por la astucia del general, por lo sangriento de los combates, con la pérdida de 60 soldados de las tropas españolas, –que entre otras, habían atacado la impedimenta y el hospital de sangre– y 15 por los mambises con 29 heridos.

No obstante, Rosell deja su testimonio sobre quien sería una de las personalidades más discutidas de nuestros jefes mambises:
Las consecuencias se deben al general Lacret; es este un hombre inteligente, de mundo, un gran patriota, pero más efectista que militar, no le faltan ideas, pero carece de planes, no ve sino la cuestión del momento y no los resultados que puede originar. Agradable en su trato, simpático en su persona, le faltan condiciones de carácter y de orden.(3)
Llevaba mucha razón Eduardo Rosell en sus criterios sobre Lacret porque a pesar de una serie de acciones realizadas en tierras matanceras, el Generalísimo decide destituirlo de su cargo por debilidad de carácter para dirigir la región.

Después participaría en la Asamblea Constituyente de La Yaya donde es elegido vicepresidente, y en el mes de agosto de 1897 presenta a la Asamblea un plan para invadir Puerto Rico el cual no es aceptado por considerarse inconstitucional. Un año después, en 1898, viaja a Estados Unidos para organizar una expedición que reforzaría las tropas en la difícil tierra matancera, pero desembarcó en Banes, Oriente, por los cambios de decisión del gobierno que tanto daño hicieron durante la guerra.

Luego de su infortunada participación en la Asamblea de Santa Cruz del Sur fue de los pocos generales cubanos invitados al cambio de poderes en enero de 1899. En 1900 dedica sus esfuerzos al desarrollo de la marina mercante en Cuba y hasta llega a fundar un periódico como ayuda en ese empeño.

Representante a la Constituyente de 1901 se opuso fervientemente a la Enmienda Platt. Tres años después fallecería en la capital. Sin una biografía que descorra el velo sobre personalidad tan contradictoria, mucho se desconoce de su vida familiar y, quizás, también mucho se ignora para ofrecer un juicio válido sobre un hombre que todo lo dio, equivocadamente o no, por su patria.

Lacret, una calle muy conocida por lo ancha y populosa en el municipio de Diez de Octubre, mientras aquel controvertido mambí espera no ser únicamente el simple parquecito que los transeúntes apurados utilizan para cruzar sin apenas detenerse en su frase insignia tallada en la piedra: «¡Todo por Cuba!».




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1. Souza, Benigno, Diario del Teniente Coronel Eduardo Rosell Malpica, Academia de la Historia, tomo I, La Habana, 1950, p.90
2. Ibidem, p. 91
3. Ibídem, pp. 96-97



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María del Carmen Muzio Zarranz (La Habana, 1947). Tiene publicadas las novelas El camafeo negro (1989), Sonata para un espía (1990), La Cuarta Versión (2000) y Dios no te va a entender (2015), así como los ensayos Andrés Quimbisa (2001), María Luisa Milanés: el suicidio de una época (2005) y el libro de cuentos para niños Los perros van al cielo (2004). Ha merecido varios galardones y reconocimientos entre los que destacan su mención en el Concurso Internacional Relato Policial, Semana Negra, Gijón, España (2002) y la del centro “Juan Marinello” por su ensayo sociocultural sobre la figura de Andrés Petit. 


Friday, March 13, 2020

¿Un sacerdote mambí? (por María del Carmen Muzio)


Aunque nunca disparó un arma, monseñor Guillermo González Arocha terminó la Guerra del ’95 con el grado de capitán del Ejército Libertador. La figura poco conocida de este sacerdote –como la de tantos otros que contribuyeron en las guerras independentistas– es bastante ignorada.

Nacido en Regla el 25 de junio de 1868, hijo de un sevillano y una criolla, fue bautizado como Guillermo Abad Eloy en la parroquia de su pueblo. Familia humilde, el padre oficiaba como barbero; y en 1877 radican en Guanajay donde se declara «pobre de solemnidad» para atender a las necesidades de su esposa e hijos menores.

El joven Guillermo estudia en instituciones públicas; y en ese mismo año su padre solicita una beca para él porque «de nueve años cumplidos tiene grandes deseos y decidida vocación al estado Eclesiástico» la cual se concede «en justificación de natales filiación legítima, buena vida y costumbres». Por sus notas de sobresaliente en 1879 se le concede beca de tiempo completo.

Sin embargo, durante sus estudios en el Seminario fue llevado al Consejo de Disciplina por leer y mostrarse de acuerdo con el texto de Fermín Valdés Domínguez 27 de Noviembre. Y en 1889 fungía como capellán en el Santo Cristo del Buen Viaje y vivía con su madre en la calle Amargura 54. En 1891 es diácono en el Santo Ángel Custodio y el 25 de febrero de ese mismo año es ordenado presbítero el inquieto reglano «en témporas de Cuaresma», a los 22 años por una dispensa especial del papa León XIII.

En 1895 es párroco de la iglesia de San Marcos Evangelista en Artemisa; y en cuanto comienzan los aires de la Invasión, la entrada triunfal de las tropas de Maceo por toda la provincia de Vuelta Abajo, el padre Arocha no duda en cooperar. Por algo, con mucha razón, monseñor Ramón Suárez Polcari en su imprescindible Historia de la Iglesia en Cuba lo titula de «sacerdote insurrecto».

Por sus ideales independentistas perteneció a una complicada red clandestina que operaba en la misma Artemisa con su anuencia, pues tanto medicinas como armamentos, periódicos y correspondencia se escondían en la parroquia, se trasladaban al cementerio donde el albañil del mismo los guardaba hasta que de noche bien cerrada llegaba algún mensajero mambí. Algunos de sus seudónimos en la correspondencia secreta fueron Virgilio y Favio Rey.

Uno de sus feligreses lo denunció al padre Manuel Méndez, este a su vez al general Juan Arolas Esplugas, jefe de la zona y, especialmente de la Trocha Mariel-Majana cuya denuncia la cursa ante el entonces capitán general de la Isla y asesino Valeriano Weyler. Detenido el párroco, procesado y enjuiciado por sus actividades conspirativas es condenado a fusilamiento. Entonces ocurre el misterio, o esas innegables gracias de Dios. Enterado el español arzobispo Santander, este intercede y es conmutada la pena por la expulsión del país. El insurrecto sacerdote rechaza categóricamente su destierro; pero acepta el ofrecimiento de quedar en el obispado encargado de trabajos burocráticos en una especie de prisión domiciliaria.

De nuevo lo inexplicable: en septiembre de 1896 ya el padre Arocha estaba de nuevo en su parroquia en su misma labor conspirativa y además ayudando a los Reconcentrados. Es posible que la cercanía del clarín mambí le hicieran olvidarse tanto a Weyler como al obispo Santander, del curita rebelde.

Se cuenta que, entre sus más preciados bienes, el padre Arocha atesoraba una porción de tierra anegada con la sangre del Titán, posible regalo de alguno de los fieles soldados del Ejército Libertador.

En 1901 fue representante a la Asamblea Constituyente y ya era párroco de la histórica iglesia del Santo Ángel Custodio. Se le otorgó el título de monseñor y fue rector del Seminario San Carlos y San Ambrosio donde falleció el 1 de abril de 1939.

Qué lástima que vida sacerdotal tan atrayente no sea llevada al cine, a la televisión ni a la literatura cuando hemos visto con molestia cómo en un filme sobre nuestra guerra independentista aparezca un sacerdote cubano a favor de los peninsulares, hecho muy raro, pues la lista de los sacerdotes patriotas es bastante extensa.

Por suerte, en el parque que rodea la parroquia de San Marcos Evangelista en Artemisa existe un busto que recuerda a este reglano, insurrecto y sacerdote. Quizás algún parroquiano, transeúnte, o de los tantos que se sientan en sus bancos a conectarse por wifi, un buen día se decida, y le deje una flor.



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María del Carmen Muzio Zarranz (La Habana, 1947). Tiene publicadas las novelas El camafeo negro (1989), Sonata para un espía (1990), La Cuarta Versión (2000) y Dios no te va a entender (2015), así como los ensayos Andrés Quimbisa (2001), María Luisa Milanés: el suicidio de una época (2005) y el libro de cuentos para niños Los perros van al cielo (2004). Ha merecido varios galardones y reconocimientos entre los que destacan su mención en el Concurso Internacional Relato Policial, Semana Negra, Gijón, España (2002) y la del centro “Juan Marinello” por su ensayo sociocultural sobre la figura de Andrés Petit. 

Tuesday, March 3, 2020

Adela Azcuy: la mujer de muchas estrellas (por María del Carmen Muzio)



por María del Carmen Muzio
(para el blog Gaspar, El Lugareño)



A la capitana mambí Adela Azcuy, al licenciarse el Ejército Libertador en diciembre de 1898, se le negó el pago porque «no ha podido por razón de su sexo prestar servicios en el ejército». Entonces ella, vestida como un mambí en plena guerra, visita al Generalísimo en su residencia de la Quinta de los Molinos. Gómez al verla pregunta:

–¿Quién es esa mujer con tantas estrellas?

El general Antonio Varona le explica quién es y le habla de sus hazañas; entonces el General Gómez legaliza su grado.


Esta anécdota con visos de novela aparece narrada por el historiador artemiseño Armando Guerra Castañeda en su discurso de ingreso «Adela Azcuy, la capitana» a la Academia de la Historia el 7 de febrero de 1950.

Gracias a esta Academia y a sus innumerables trabajos durante las primeras décadas del siglo XX debemos que no se haya perdido buena parte de la memoria histórica de aquellos patriotas.

También es preciso agradecer al entusiasta equipo de la Biblioteca del Centro Cultural Padre Félix Varela al permitirme consultar su amplia colección de folletos de la Academia de la Historia, mayoritariamente donada por el olvidado profesor de los Institutos de Segunda Enseñanza de la Habana y el Vedado además de la Universidad de Villanueva, José Manuel Pérez Cabrera (1901-1969) cuyo exlibris consta en muchos de estos.

El historiador de la capitana Adela Azcuy transcribe su fe de bautismo hallada en la «Iglesia Parroquial de la Purísima Concepción de San Cayetano y Viñales» donde consta en el Libro 2 de Blancos, folio 176, número 580 el bautizo de una niña nacida el 13 de mayo de 1861 a quien se le puso por nombre «Gabriela de la Caridad». Se infiere, que ella fue quien se puso el nombre por el que hoy es conocida y recordada.

Documentada conferencia, incluso salpicada de fábulas narradas por familiares, en cartas al académico por familiares de la biografiada, se describe como «de elevada estatura, delgada, pero envuelta en carnes, erecta como una palmera, de ojos grandes, pardos y expresivos, nariz más bien larga, boca regular, labios delgados, tez blanca y cabellera dorada, abundante, y tan larga, que le llegaba al suelo».

Indómita desde su juventud, gustaba de recorrer los campos a caballo, vestida de amazona y con su escopeta de caza. Sus padres, preocupados, la envían a estudiar en un colegio a La Habana con vista a convertirla en una futura dama de su época. Allí adquiere una buena educación y el gusto por la lectura; leyó a Cervantes y sentía predilección por la mitología; gustaba de admirar el grabado de Alberto Durero «El ángel de la melancolía». También se aficionó a escribir algunos poemas; entre ellos se cuenta el soneto «Maceo en el viejo campamento»: «Y hoy en la niebla que en las tumbras [sic] brota, /sobre el mismo lugar de la pelea/ ¡aún me parece que se agita y flota!».

A pesar de sus muchos pretendientes se casa, muy enamorada, con el joven camagüeyano y licenciado en Farmacia, Jorge Monzón Cosculluela; identificados los dos con las ideas libertarias. Sin embargo, debido a la viruela, queda viuda en 1886.

Más tarde, en 1891 contrae matrimonio en la Catedral de La Habana con un empleado de la farmacia de su esposo, el español Cástor del Moral. Al llegar la Revolución a Vuelta Abajo se separan y cada uno escoge un camino distinto. Moral pasa a servir a España; y ella, a su patria.

Sus conocimientos farmacéuticos y su destreza con la escopeta le sirvieron de mucho para sus incontables hazañas durante la guerra. Combatió a las órdenes del entonces brigadier Antonio Varona; y curó enfermos muy graves en la sangrienta batalla de Ceja del Negro.

En marzo del ’96 es subteniente de Sanidad Militar y el 12 de junio del mismo año el general Pedro Díaz le confiere el grado de «capitán del Ejército Libertador». Durante el asalto a «La Madama» donde muere el general Vidal Ducasse, ella pierde su maletín y su caballo, por lo que durante dos días quedó aislada y sin alimentos hasta que pudo encontrase nuevamente con las tropas cubanas.

Imposible transcribir las historias en su totalidad; pero en breve síntesis cuento cómo el coronel Banegas, molesto por su incorporación y su resolución de combatir, la envió a defender una cuchilla adonde se dirigían los españoles; y confiesa que lo hizo ¡con la intención de que la mataran!; pero resistió con tanta valentía que, admirado, se lanzó a ayudarla.

En 1897 la familia del capitán Portales es sorprendida por los guerrilleros, asesinados casi todos menos la madre enferma con una niña de brazos, cuando llegan las tropas cubanas, entre ellas Adela; y la madre le pide se ocupe del bebé cuando muera. Así lo hizo; ella siguió con la niña de campamento en campamento que, hasta los soldados, en los momentos en que Adela cumplía sus labores de enfermera, se turnaban para acunarla sobre sus pechos e infundirle calor.

Ya en la paz vivió con Rafaela, su huérfana de guerra. Un día se apareció en su casa Cástor del Moral, anciano y enfermo, quien le informa hará testamento a su favor. Con buenas formas, le rechazó, no quería ni un solo centavo que oliera a España.


En 1902 se trasladó a San Cristóbal; en 1911 fue Secretaria de la Junta de Educación de Viñales; y en 1913, enferma, fallece en La Habana.

Y finalizo con una nota curiosa: aún terminada la guerra, se le veía sola en su caballo, ir al cementerio a visitar la tumba de su esposo Jorge porque –según decía– iba a conversar con el amado.




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María del Carmen Muzio Zarranz (La Habana, 1947). Tiene publicadas las novelas El camafeo negro (1989), Sonata para un espía (1990), La Cuarta Versión (2000) y Dios no te va a entender (2015), así como los ensayos Andrés Quimbisa (2001), María Luisa Milanés: el suicidio de una época (2005) y el libro de cuentos para niños Los perros van al cielo (2004). Ha merecido varios galardones y reconocimientos entre los que destacan su mención en el Concurso Internacional Relato Policial, Semana Negra, Gijón, España (2002) y la del centro “Juan Marinello” por su ensayo sociocultural sobre la figura de Andrés Petit. 

Friday, February 7, 2020

El amigo de Casal: Teniente Coronel Eduardo Rosell Malpica (por María del Carmen Muzio)


El 6 de marzo de 1893, desde Nueva Orleáns, Eduardo Rosell Malpica (1870-1897) le escribe a su amigo en La Habana, el poeta Julián del Casal (1863-1893) preguntándole si hay noticias sobre una expedición salida de Cayo Hueso: «Te las pido porque, aunque sé que no son de tus aficiones, muchas veces, por vivir en la administración del País, te enterarás de ellas, hasta sin querer. A mí me interesan, pues veo en ellas una manera bonita de acabar.»(1).    De la amistad de ambos hombres –de la que se ha especulado suficientemente sin que tenga relevancia para una valoración histórica y literaria de ambos– existe la profusa correspondencia recopilada durante el tiempo que Rosell viajó a Madrid, y luego a Estados Unidos para estudiar Química. Así lo exigía la familia, en especial su tío Domingo Malpica(2), por ser heredero del ingenio Dolores en Matanzas.

Las cartas de Eduardo Rosell demuestran una comunidad de intereses literarios, intercambio de libros, muchos de ellos solicitados a París, dominio del francés e inquietudes literarias. Sabido es que Casal fue enterrado en el panteón familiar de los Rosell-Saurí que años más tarde también acogería los del amigo.

Tanto para la literatura como para la historiografía militar, Eduardo Rosell y Malpica apenas es conocimiento de unos pocos, y más que nada, por su relación con el poeta de Nieve. Sin embargo, la lectura de sus cartas y de su Diario durante los años que estuvo en la guerra (1895-97) brindan la imagen del joven de grandes aptitudes inmolado por la causa independentista, perdida irremediablemente aquella figura culta, que temía enseñar sus escritos por considerarlos de poco valor, y que lo dejó todo para ir a la guerra, aunque disfrazara su actitud tras el spleen. « […] fue Rosell el único hacendado, condueño de un gran ingenio, que muere con las armas en la mano para independizar a Cuba.»(3)


Y los avatares del Diario son dignos de la mejor trama novelesca posible. Cinco libretas lo componen, y en la primera página de cada una escribía con ligeras modificaciones que en caso de extravío «agradeceré al que me las encuentre las envíe a mi amigo Edo. Rosell, Merced No. 24 o Apartado 486, Habana, Cuba.» Halladas en la manigua por el coronel Pavía, quien irrumpiera gracias a una traición en el campamento Ohito, una bala certera hizo caer mortalmente herido a Rosell, reconocido su cadáver como el del Jefe del Estado Mayor de la Brigada Oeste de Matanzas, el oficial español copió de aquellas libretas los datos militares que le resultaron de interés, dio sepultura en el cementerio de Alacranes al teniente coronel mambí y después le hizo llegar a la familia el Diario. Parece que este coronel Pavía era de los pocos caballeros españoles que luchó en nuestra guerra que actuó con nobleza ante el enemigo, quizás al reconocer el abolengo de la familia del caído.

Recuperadas las libretas, exhumado Rosell al finalizar la Guerra y llevado al panteón familiar con honores de sus amigos de la Acera del Louvre; estas son cedidas después al general Pedro Betancourt a cuyas órdenes estuvo Rosell, quien se las dio al historiador Benigno Souza para su publicación. Actualmente, es muy difícil acceder a los dos tomos del Diario, pues en la mayoría de las bibliotecas se encuentra incompleto, a no ser en la del Centro Cultural «Padre Félix Varela».

Dos tomos conforman el Diario. El primero, «En camino» trata sobre las vicisitudes para enrolarse en una expedición que lo trajera a las costas cubanas; por lo que escribe varado en Nassau, pendiente de juicio los expedicionarios apresados y al fin, cuando logra regresar a New York. Sus criterios sobre la Junta Revolucionaria y algunas figuras de la emigración resultan objetivas y mesuradas: «En la Junta creo que hay mar de fondo; todo el mundo está conforme en reconocer la poca acometida de Estrada Palma (me temo serias complicaciones y disidencias.»(4)     Ofrece criterios escuchados por los cubanos de la emigración sobre los líderes, muchos de ellos escritos de oídas, como sucede con los juicios sobre Martí.

Este primer tomo ejemplifica con claridad y de manera imparcial –uno de los logros de su prosa– las rencillas y resquemores acumulados por los jefes de la Guerra del 68 contra algunos de los líderes del 95, lo que dio lugar a expediciones frustradas y que la incorporación de los expedicionarios dependiera de subjetividades.

El spleen que no lo abandonaría –presente en sus cartas– lo recorre por varios momentos, en especial los momentos vividos en Nassau. No obstante, aun así hay momentos para sus inquietudes literarias: «Esta mañana desperté temprano, y cuando me levanté, lo hice de buen humor por habérseme ocurrido escribir dos o tres cuentecitos para cuyo complemento necesito de datos. Uno de ellos, pienso titularlo Plagio.

Para más informes necesito hablar con Pepillo de Armas. El otro se llamará Encasquillado. ¡Qué feliz ha sido el hallazgo de esta palabra!»(5)

El tomo II «En la guerra» comienza con su desembarco el 28 de marzo de 1896 junto al general Calixto García por la ensenada del río Maraví en Oriente. Y comienza su odisea sobre la tierra patria: los caballos que se derrengan la mayoría por sus 200 libras de peso, –problema que lo acompañará siempre–; su desasosiego ante el cargo civil impuesto por su nivel cultural y al que reniega, incluso petición rechazada por el general Máximo Gómez.

Únicamente en la zona matancera logra deshacerse de él porque «[…] no me gustan los cargos civiles, me parecen ridículos aparte de la gran responsabilidad que pesa sobre los de mi clase». Solo logra deshacerse de este cuando encuentra al joven Armando Menocal, conocido suyo, al que considera un joven agradable de fácil conversación; y después de haber recorrido casi todo el país. Ingresa como soldado y Jefe del Estado Mayor del general Pedro Betancourt el 1 de octubre de 1896.
Sus opiniones sobre los grandes de la Guerra son interesantes, a pesar de que, en ocasiones, transcribe anécdotas escuchadas no del todo fidedignas. El famoso combate de Hato de Jicarita lo narra de oídas. Del general Lacret opina que: «El único defecto de Lacret es que desconoce el valor del dinero […] Es una lástima lo de Lacret porque honrado, lo es; en su persona no gasta nada; ni siquiera tiene ropa, pero en cambio le consiente a sus oficiales y soldados muchas cosas.»(6)

En uno de sus momentos de reflexión, no exentos de su humor criollo anota: «De Oriente traigo mi coquito, las espuelas de Camagüey, de Las Villas mi machete, sólo me falta algo de Matanzas, a más de los malos ratos que he pasado en ella probablemente será una herida. ¡Y menos mal que no sea mortal!»(7)

Conmocionado ante la muerte del general Antonio Maceo escribe sentidas palabras de las cuales se deduce que lo conoció junto con Casal en la Acera del Louvre: «Sufro la misma sensación que si hubiera perdido a una persona de mi familia; solo lo vi una vez allá por el año 90, cuando estuvo en La Habana conspirando, pero parece mentira como llega uno a identificarse con una idea y con sus principales sostenedores.»(8)  Destierra entonces cualquier duda sobre su incorporación a la guerra para «una bonita manera de acabar».

Ante su ingenio devastado: «[…] los pormenores de la guerra del Dolores. ¡Pobre ingenio! Constituía toda mi esperanza, inútil fue que no moliera el año pasado y que diera todo el dinero que se le pedía, todo por Cuba; como dice Lacret.»(9)

Más adelante, ante la esperanza de los mambises por el cercano fin de la Guerra cavila: « ¡Qué pena me da ver tantos campos desiertos, los cultivos abandonados, tantas viviendas destruidas. ¡Qué trabajo va a costar reconstruir todo eso! Muy cara pagamos nuestra independencia y la terquedad de nuestros dominadores. ¿Cuándo se convencerán de que está para ellos esto, definitiva, irremediablemente perdido?»(10)

En una mirada modernista admira el paisaje del Carril de Guanamón de Armenteros que le recuerda «esos grandes paseos europeos». Siente la diferencia entre el Oriente y el Occidente mucho más azotado por las tropas españolas. Debido al frío no podían dormir en hamacas y lo hacían en el suelo «ablandado con hojas de plátano». Y se define como un «hombre metódico» porque le gusta cuando están más de un día en el mismo campamento, cuestión harto difícil por la persecución enemiga y porque el general Betancourt, hombre muy vital, imprimía gran movilidad a su ejército. Anota una frase que oyó sobre los caránganos(11)  y le gustó: « ¡El que no los tiene es indudablemente espía de los españoles!»

Del 29 de enero de 1897 es una estremecedora nota: «Si es cierto lo de Weyler, vendrán a atacarnos aquí, en Guanamón; quizás hoy o mañana me encuentre aquí la muerte. ¿Chi lo sa?»(12)

Apenas cinco días después moría en el ataque sorpresivo al campamento del general Pedro Betancourt en el Ohito. Los pocos que lograron escapar lo hicieron por la Ciénaga. Se perdía uno de los grandes jóvenes del futuro de Cuba, el que según Souza fue «criado en la opulencia, hacendado, acostumbrado a la vida del sibarita, gran gourmet, casero, muy casero, adorando su hogar, su familia» pero que no le importó dormir en el suelo que estar lleno de caránganos o contemplar en llamas su ingenio, porque para él, también, era necesario ¡todo por Cuba!




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  1. Sarría Leonardo, Epistolario de Julián del Casal, Ediciones UH, La Habana, 2018.
  2. Autor de una novela caída en el olvido: En el cafetal
  3. Souza, Benigno, Diario del Teniente Coronel Eduardo Rosell Malpica, Academia de la Historia, tomo I, La Habana, 1950.
  4. Souza, Benigno, Diario del Teniente Coronel Eduardo Rosell Malpica, Academia de la Historia, tomo I, La Habana, 1950, p.114.
  5. Ibídem, tomo II, p. 177.
  6. Ibídem, p. 90
  7. Ibídem, pp. 105-106
  8. Ibídem, p. 144
  9. Ibídem, p. 134
  10. Ibídem, p. 153
  11. Piojos
  12. Souza, Benigno, Diario del Teniente Coronel Eduardo Rosell Malpica, Academia de la Historia, tomo I, La Habana, 1950, p. 159





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María del Carmen Muzio, en el blog

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María del Carmen Muzio Zarranz (La Habana, 1947). Tiene publicadas las novelas El camafeo negro (1989), Sonata para un espía (1990), La Cuarta Versión (2000) y Dios no te va a entender (2015), así como los ensayos Andrés Quimbisa (2001), María Luisa Milanés: el suicidio de una época (2005) y el libro de cuentos para niñosLos perros van al cielo (2004). Ha merecido varios galardones y reconocimientos entre los que destacan su mención en el Concurso Internacional Relato Policial, Semana Negra, Gijón, España (2002) y la del centro “Juan Marinello” por su ensayo sociocultural sobre la figura de Andrés Petit.

Thursday, September 26, 2019

La intrahistoria olvidada (por María del Carmen Muzio)


El libro Mujeres de la Patria de Teresa Fernández Soneira viene a llenar un vacío en torno a la participación de las cubanas en las guerras independentistas. El Volumen Uno se refiere a las involucradas en la Guerra de los Diez Años; ya fuera acompañando al esposo en la manigua, como enfermeras o participando en los distintos clubes revolucionarios.

Enjundiosa investigación, libro prologado por la también escritora Uva de Aragón, ofrece desde su inicio una visión de la mujer en el siglo XIX que contrasta con los rigores que soportarían después durante la guerra. El segundo capítulo se dedica a «las precursoras». Aquí resalta desde una figura tan olvidada, –se sabe de ella por Emilio Bacardí– pero con datos fidedignos aportados por la investigadora: Doña Guiomar de Guzmán. Le siguen Isabel de Bobadilla y la Marquesa Jústiz de Santa Ana –autora del famoso Memorial cuando la toma de La Habana por los ingleses.

Un hecho poco conocido es la donación de joyas por parte de habaneras para contribuir a la Guerra de Independencia de los Estados Unidos. Un importante acápite es el dedicado a la mujer negra, comadrona e integrante de cabildos.

Resulta imposible destacar los nombres femeninos que emergen durante las primeras conspiraciones, rescatados por la autora, entre ellas, la participación de Emilia Teurbe Tolón, así como la que pudiera ser «la primera mártir de nuestra independencia»: Marina Manresa.

Entre tantos aciertos de la investigadora es importante sobresaltar los estudios de árbol genealógico que ha logrado desentrañar de nuestras patriotas. Igualmente, para ella no existen fronteras ni prejuicios, pues cuando es necesario nos muestra a la mujer patriota con independencia de su status social. Este es el caso de Candelaria Acosta, la Cambula amante de Céspedes, y quien le cosiera la bandera enarbolada en los campos insurrectos.

Muchas páginas se dedican a las bayamesas, no sólo a Candelaria Figueredo sino también a sus hermanas, en un recorrido del álbum familiar. Asimismo este libro posee el valor de las imágenes que lo acompañan y que visualizan a nuestras patriotas, y que de la mayoría vemos sus rostros por primera vez.

Los sacrificios sufridos por Ana de Quesada en la manigua –junto al triste y controvertido episodio de la captura de Zenea– y luego en el exilio son narrados por las diferentes fuentes consultadas durante la investigación.

La historia y avatares de Luz Vázquez –la inspiradora de La Bayamesa, considerada la primera canción trovadoresca cubana– junto a sus hijas, en especial Adriana del Castillo Vázquez, son muchas de las que se pudiera escribir una novela.

El capítulo dedicado a las mujeres en la Guerra Grande se subdivide por provincias. En Oriente figura María Magdalena Cabrales Fernández, más conocida simplemente como María Cabrales, la esposa del Lugarteniente general Antonio Maceo. No obstante, en esta investigación se nos brinda una imagen poco estudiada sobre una mujer que no se limitó únicamente a ser la compañera del general sino que fue capaz de brillar por sus heroicidades.

Las hermanas Cancino Saurí representan una muestra de las familias cubanas patrióticas junto a sus hijas que no se amedrentaron. Algunas de estas heroínas continuaron luchando en la Guerra del ’95, por lo que la autora nos aclara que continúan en el Volumen Dos. Un ejemplo de ello es el epígrafe dedicado a Rosa María Castellanos Castellanos, La Bayamesa quien prestó grandes auxiliox a los mambises por su conocimiento sobre las hierbas medicinales.

En tan breve espacio es ineludible mencionar a Lucía Íñiguez, la madre del general Calixto García y las mujeres de su familia. Otro acápite importantísimo es el dedicado a la familia Grajales-Maceo. A veces creemos que de tanto escucharlo conocemos estas anécdotas; sin embargo, Teresa Fernández Soneira demuestra nuestro error. Entre ellos, la figura en la sombra, de Elena González Núñez, la esposa blanca de José Maceo. Algunos historiadores tienden a callar, o mencionar en una nota a pie de página, aquellas mujeres que se sacrificaron junto a nuestros patriotas aún sin respaldo legítimo alguno.

Aparecen epígrafes dedicados a familias completas como es el caso, entre otras, de las mujeres de la familia Grave de Peralta; Jardines y Hernández Catá; y Toro Pelegrín.

A Bernarda Toro Pelegrín se le dedica un exhaustivo estudio, y deja entonces de ser exclusivamente la Manana esposa del Generalisimo.

De la provincia camagüeyana no faltan, junto a otras ilustres patriotas –casi invisibles–Ana Betancourt y Amalia Simoni, las Varona o la poetisa Sofía Estévez. De Las Villas y Matanzas también la autora profundiza en muchas, prácticamente ignoradas, y otras no tanto, como Emilia Casanova, esposa del novelista Cirilo Villaverde. Y entre las de La Habana se visibilizan –creo por primera vez– los nombres de las madres de los estudiantes de Medicina fusilados. Fernández Soneira reflexiona en la p. 396: «¿Quiénes fueron las madres de estos estudiantes de medicina? Poco se sabe de ellas y la historia las ha olvidado. Recordemos hoy sus nombres: Manuela Madrigal, Inés Martínez, Emilia Medina Ferrara (venezolana), Francisca Perera, Rosa Pérez Román, María Luisa Piñero, Rosalía Toledo y Leonor Amoedo. ¿Cómo se habrán quedado estas mujeres al perder a sus hijos que eran inocentes? ¿Cuántas de ellas no habrán enloquecido o caído en una gran depresión al saber de la injusta sentencia del régimen español?»

De Pinar del Río es insoslayable mencionar a Isabel Rubio quien se destacara en mayor medida en la próxima guerra.

El capítulo dedicado a las poetisas de la Guerra ofrece nombres más conocidos por su obra literaria: Aurelia Castillo de González; Úrsula Céspedes de Escanaverino; Domitila García de Coronado y Mercedes Matamoros, entre otras que cultivaron en sus versos el amor patrio.

En epígrafe aparte aparecen los nombres de las asesinadas o fusiladas; otras, prisioneras en la Casa de Recogidas; y tampoco falta la breve relación de las capitanas del Ejército Libertador.

Por último, se mencionan los clubes revolucionarios femeninos en Cuba y el extranjero; los clubes secretos; las enfermeras de la guerra; y la relación de los bienes embargados por las autoridades españolas.

Al concluir, la investigadora se refiere al Pacto del Zanjón y la Guerra Chiquita: «¿Qué había sucedido en estos diez años de guerra? Luego de un inmenso sacrificio y miles de vidas perdidas, vemos como en aquellos años se forjó la nacionalidad cubana, y el pueblo adquirió una identidad. Aunque ni la Guerra de los Diez Años, ni la Guerra Chiquita trajeron la libertad y la paz a los cubanos, ya se había labrado el camino para seguir conspirando. Tanto en el extranjero como en la Isla se laboraría sin tregua para echar andar la guerra de independencia del 1895 en la que también lucharía y se distinguiría la mujer cubana».


Y con este broche cierra su extensísima y trascendental investigación sobre las patriotas en el guerra del ’68 para dejarnos ansiosos por leer su profundo estudio sobre las del ’95.

Además de los retratos, fotos familiares e imágenes varias, acompaña al texto una Cronología de la Guerra de los Diez Años y un valioso Índice onomástico.

Del Mujeres de la Patria de Teresa Fernández Soneira sólo queda por apuntar que es un libro de imprescindible consulta para aquel que quiera acercarse a la intrahistoria de nuestra Guerra de Independencia escrita por mujeres.

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María del Carmen Muzio Zarranz (La Habana, 1947). Tiene publicadas las novelas El camafeo negro (1989), Sonata para un espía (1990), La Cuarta Versión (2000) y Dios no te va a entender (2015), así como los ensayos Andrés Quimbisa (2001), María Luisa Milanés: el suicidio de una época (2005) y el libro de cuentos para niñosLos perros van al cielo (2004). Ha merecido varios galardones y reconocimientos entre los que destacan su mención en el Concurso Internacional Relato Policial, Semana Negra, Gijón, España (2002) y la del centro “Juan Marinello” por su ensayo sociocultural sobre la figura de Andrés Petit.



Saturday, August 3, 2019

Una nueva mirada al feminismo en Cuba (por María del Carmen Muzio)


Recientemente la profesora y Dra. Teresa Díaz Canal ha publicado por la editorial Ciencias Sociales su investigación Mujer-Saber-Feminismo. Con prólogo de la Dra. Dolores Vilá Blanco y un exordio de la Msc. Natalia Soto Quiroz, en tres amplios capítulos nos devela la permanencia histórica de la presencia de la mujer a través de los siglos, no suficientemente visibilizada.

En su introducción la autora aclara el objetivo de su libro: «El eje de la relación mujer-saber-feminismo rige este estudio, tiene que ver con la presencia y la creación de las mujeres en lo que se refiere a pensamiento, con las dificultades que tuvieron a lo largo de la historia para acceder al conocimiento». (p.1) Ricas anécdotas de los avatares de la investigadora también se narran en estas páginas introductorias.

En el primer capítulo «Estar -de-otra-manera» novela interesantes vidas femeninas prácticamente desconocidas: Eloísa de Paracleto, Hildegarda de Bingen, Hrostvitha de Gandersheim y Christhine de Pizan por «ser la primera mujer escritora que vivió de su pluma». (p.17). Además de un estudio sobre las llamadas amazonas, las mal denominadas brujas en el Medioevo y aclaraciones sobre el surgimiento de las luchas femeninas en otros países como Inglaterra. Y se adscribe al concepto de feminismo brindado por la profesora Mirta Aguirre, 66 años atrás.

Importante la presencia de Ana Betancourt durante la Asamblea de Guáimaro en 1869 al solicitar la participación de la mujer, hecho que destaca la investigadora como «la primera vez que una latinoamericana tomaba tal iniciativa en el plano político». Después nos ofrece unas valiosísimas tablas por países y las fechas en que estos aprobaron el sufragio femenino.

Destaca la importancia de la revista Minerva, realizada por mujeres negras tanto en la etapa colonial como la republicana. Únicamente en 1883 las cubanas pudieron acceder a estudios universitarios, en especial como parteras al crearse la cátedra de Obstetricia. Mercedes Riba y Pinos –barcelonesa– fue la primera en matricular la literatura; pues la mayoría escogía farmacia, medicina, etc. Menciona algunos nombres dignos de figurar en nuestra historia universitaria: Francisca de Roja Sabater, Digna América del Sol y Gallardo, Laura Martínez de Carvajal y Camino, María Asunción Jiménez de Luarca, entre otras.

No podía la autora dejar olvidada la importante labor educativa de María Luisa Dolz Arango a la que le dedica un profundo esbozo biográfico en el cual resalta la labor de esta educadora cubana.

Destaca la relevancia del olvidado Alexis Everett Frye, superintendente de escuelas norteamericanas y gestor de los cursos para maestras de enseñanza primaria en la Universidad de Harvard; y el llamado que hiciera en 1898 para que aquellos –tanto mujeres u hombres– capaces de enseñar se incorporaran a las escuelas públicas.

El segundo capítulo «Mujeres y pensamiento social. Una mirada desde Cuba» posee el mérito de profundizar en una figura femenina apenas recordada: Dulce María Borrero. Destaca el hecho poco conocido: el Club Femenino de Cuba quiso rendir homenaje a la poetisa uruguaya Paulina Luissi, en cuya organización cooperó la Borrero, se realizó en la antigua Academia de Ciencias –Cuba entre Amargura y Tte. Rey– al que asistió el entonces ministro Regüeiferos; y es precisamente en este acto feminista donde irrumpen los jóvenes de lo que será denominada por la historia la Protesta de los Trece.

En este mismo capítulo nos ofrece una relación de los diferentes Congresos Nacionales de Mujeres, y sus acciones en una extensa relación y estudio.

Considero necesario destacar esta opinión de la investigadora: «Dulce María Borrero tiene un discurso que no se quedó solo en el acto de pensar. Es en esencia idea, poesía y escritura, pero hace mucho más que eso: todo lo resume en su praxis». (p. 53).

Es necesario destacar también cómo la autora realiza un estudio biográfico de la gran etnóloga Lydia Cabrera. Parte del original epígrafe Mundele quiere bundanga (Mujer blanca quiere saber) para retratárnosla como un «alma cimarrona» porque «no se sujetó nunca a las ataduras de una ciencia; en todo caso, sus estudios tuvieron la peculiaridad de unir investigación y arte». (pp. 61-62)

No es desconocida la relevancia para la cultura nacional de libros como Cuentos negros de Cuba o esa obra monumental que es El Monte para los practicantes de la religiosidad popular ni para los investigadores. Por desgracia, acota la Dra. Díaz Canals, en los actuales estudios apenas se le menciona, con la excepción de la recientemente fallecida profesora Ana Cairo en su Bembé para cimarrones. (p.68)

Y más adelante apunta: « ¿Qué sociólogo ha logrado en esta Isla ese nivel de penetración con sus entrevistados? En esta técnica ella constituye un paradigma junto a su cuñado Fernando Ortiz, en una época en que incluso los viejos negros desconfiaban de los blancos». (p.70).

También desfilan otras féminas importantes para nuestra Isla: es el caso de la filósofa María Zambrano y la villaclareña Marta Abreu. Algunas nombres se escapan, lo que resulta natural debido a la ausencia de estudios sobre otras mujeres notables.

Por último la autora quiso, según sus palabras, reflejar a una cubana «viva» para lo cual escogió a la investigadora Zaida Capote cuyos estudios sobre la literatura femenina son bien conocidos.

El tercer capítulo «La querella de las cubanas y la esperanza creadora» entre otras cuestiones, trata la asociación femenina que se reunió en el Lyceum-Lawn Tennis Club por iniciativa de Berta Arocena y Renée Méndez Capote donde ocurrieran tantas actividades importantes para nuestra cultura.

Para no extenderme más, en sus «Conclusiones: la imprudencia como método» nos cuestiona: « ¿Existe feminismo en Cuba? Un feminismo creador cubano tendría que engendrar un acto naciente, un centro de simpatía irradiante, para ello hay que partir del animismo de lo cohesivo» (p. 157). Y concluye con una relación de lo que denomina puntualizaciones sobre el feminismo cubano.

Enjundiosa investigación, profunda, es probable que al circunscribirse a un número determinado de páginas la Dra. Díaz Canals haya guardado algo en su tintero; no obstante, mientras, disfrutemos ahora de esta otra mirada a la mujer.


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María del Carmen Muzio Zarranz (La Habana, 1947). Tiene publicadas las novelas El camafeo negro (1989), Sonata para un espía (1990), La Cuarta Versión (2000) y Dios no te va a entender (2015), así como los ensayos Andrés Quimbisa (2001), María Luisa Milanés: el suicidio de una época (2005) y el libro de cuentos para niñosLos perros van al cielo (2004). Ha merecido varios galardones y reconocimientos entre los que destacan su mención en el Concurso Internacional Relato Policial, Semana Negra, Gijón, España (2002) y la del centro “Juan Marinello” por su ensayo sociocultural sobre la figura de Andrés Petit.

Tuesday, July 30, 2019

La sonrisa del Cardenal (por María del Carmen Muzio)


A poquísimos días de su partida nos quedará para casi todos aquellos que lo tratamos o lo escuchamos en sus homilías, o tan solo vieron una foto, el recuerdo de aquella su sonrisa. Fue su mejor arma, con la que derribaba muros, convencía; con la que nos mostraba una futura imagen del Reino de los Cielos.

Esa memoria es la que deseo guardar. Por mi trabajo en la revista Palabra Nueva coincidía con él en las premiaciones a las que nunca faltaba. Luego, ya en el Centro Cultural «Padre Félix Varela», me lo encontraba en el elevador o en las calles aledañas.

Cuando supe que deseaba tener un ejemplar del recién salido Devocionario de la Avellaneda, reimpreso por ediciones Boloña después de más de un siglo sin publicarse, fui a llevarle uno.

Accedió a recibirme y sostuvimos una interesante conversación sobre la poetisa. Surgió entonces el misterio de la pérdida de la corona de oro de la Avellaneda, que le fuera impuesta en su última estancia en La Habana por otra poetisa cubana, Luisa Pérez de Zambrana. Dicha corona, donada por doña Gertrudis a la Virgen de Belén se atesoraba dentro de una vitrina en el antiguo colegio jesuita. Varias anécdotas misteriosas en torno a la pérdida de la corona me ofreció, lo que me hizo exclamar: « ¡Qué buena historia para una novela policiaca!»; me contestó, «No se me había ocurrido, se lo voy a decir a mi amigo Padura». De inmediato le riposté, «No, Eminencia, déjemela a mí que también escribo policiaco». Su sonrisa me confirmó que aprobaría mi proyecto.

La conversación derivó hacia otras joyas eclesiásticas: el pectoral de González Estrada –primer obispo cubano– que se atesora en la caja fuerte del Centro hasta que se logre el Museo –uno de sus sueños incumplidos aún– verdadera joya de filigranas, oro blanco y zafiros, donada por un cubano-americano.

Sobre las de su antecesor el cardenal Arteaga habló con dolor pues fueron subastadas en el extranjero, las que además de ser obras magistrales de orfebrería conservaban el sentido afectivo por pertenecer al primer cardenal que tuvimos.

El tiempo se agotó, tenía que dejarlo para dar clases, pero quedamos en una segunda entrevista para perfilar la novela. No le gustaba mucho la idea, -si era policiaca le argumenté– de que existiera el asesinato de un sacerdote por la búsqueda de la corona.

Después me lo encontré varias veces, siempre con su saludo sonriente de « ¡doctora!» a pesar de que le había aclarado que no lo era; siguió siempre llamándome así. No dejaba de recordarle nuestra entrevista pendiente; a la que me contestaba afirmativamente sin dejar de sonreír.

Inmersa en otras investigaciones, cuando tuve algo de tiempo, había marchado al extranjero. Su inseparable secretario Nelson me advirtió de la imposibilidad de esa segunda entrevista pospuesta por las razones que todos conocemos.

Ahora que descansa en la paz del Señor, me cuestiono si seré capaz de escribir aquella novela fraguada en común.




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María del Carmen Muzio Zarranz (La Habana, 1947). Tiene publicadas las novelas El camafeo negro (1989), Sonata para un espía (1990), La Cuarta Versión (2000) y Dios no te va a entender (2015), así como los ensayos Andrés Quimbisa (2001), María Luisa Milanés: el suicidio de una época (2005) y el libro de cuentos para niñosLos perros van al cielo (2004). Ha merecido varios galardones y reconocimientos entre los que destacan su mención en el Concurso Internacional Relato Policial, Semana Negra, Gijón, España (2002) y la del centro “Juan Marinello” por su ensayo sociocultural sobre la figura de Andrés Petit.

Thursday, May 30, 2019

La heroína Luz Noriega (por María del Carmen Muzio)



por María del Carmen Muzio
(para el blog Gaspar, El Lugareño)



Desgraciadamente, fueron más las mujeres que colaboraron de alguna forma (soldados, enfermeras, comités de apoyo) en nuestras guerras de independencia, registradas de forma escueta en nuestra historiografía; y pocas, –para no pecar de absoluta– poseen un valedero estudio biográfico. Nuestros avezados mambises jamás vieron con buenos ojos la presencia femenina en los campamentos militares y cuando estas además de enfermeras, combatían rifle al hombro, las consideraban de un «valor varonil» que no era de sus agrados.

La escritora ucraniana Svetlana Alexievich (Premio Nobel de Literatura 2015) en su libro La guerra no tiene nombre de mujer explica que, aunque desde la antigua Grecia hubo mujeres combatientes, solo vinieron a ser reconocidas a partir de la II Guerra Mundial por la participación de inglesas, soviéticas, francesas y demás. Así que tampoco podemos pedirles mucho a nuestros antiguos patriotas.

Luz Noriega es un caso singular, pues –afirmo sin temor a equivocarme– resulta la más mencionada en los testimonios y diarios de campaña. De ella escriben Manuel Piedra Marte, Miró Argenter, Bernabé Boza, Cosme de la Torriente y hasta el norteamericano Flint. Exceptuando a Miró, que se limita a mencionar su incorporación; los demás son injustos con ella y con su esposo el médico Francisco Hernández. No voy a repetir los errores cometidos por ellos, si le interesa a algún curioso, que busque sus libros.

Y fue tan mencionada porque nadie podía ignorarla. De gran belleza, lo mismo servía de enfermera en los hospitales de sangre junto a su esposo, que combatía, a caballo, con su rifle o su revólver. Participó en cruentas batallas: Paso Real de San Diego, Río de Auras, Moralitos y Hato de Jicarita.

Sin embargo, una especie de fatum la perseguía. En 1897 en el hospital «Las Llanadas» en Sancti Spiritus, sorprendidos por un grupo de guerrilleros al mando del coronel Orozco, su esposo es macheteado en su presencia y ella, prisionera, enviada a Isla de Pinos.

En 1901, enferma de dolor, se suicida en un hotel de Matanzas. Aún después le ha seguido una especie de leyenda negra, aunque por suerte también ha tenido sus defensores. El antiguo reportero de las tropas de Weyler, Juan José Cañarte, en El Mundo en 1901 intentó denigrarla y al paso le salió el general Enrique Loynaz con su artículo en La Discusión, octubre del mismo año; además, en sus Memorias de la guerra, 1989, le dedica un breve capítulo. En 1930 en carta al periódico La Semana, Enrique Yanis, médico y coronel mambí, asegura haberse casado con ella; Loynaz, en cambio, lo pone en duda, aunque no descarta un romance. Aún en 1950 Rafael Soto Paz en Bohemia se hace eco de una anécdota contada por Bernabé Boza en su Diario; y le refuta, en la misma revista, Pedro Rodríguez Abascal.
 
No obstante, sobre su vida son pocos los datos que existen y no todos confiables. La cita la Dra. Vicentina Elsa Rodríguez de Cuesta en su Patriotas Cubanas; César García del Pino en Mil criollos del siglo XIX y también el Diccionario Enciclopédico de Historia Militar, Tomo I, Biografías; por solo mencionar algunas de las referencias más importantes. Pero lo que hasta el momento nadie había podido dilucidar con certeza, por la serie de datos controvertidos, era su fecha y lugar de nacimiento.

Gracias al auxilio irrestricto del Diac. José Vicente Concepción, canciller del obispado de Pinar del Río, y Adelaida Caridad Rodríguez (Cachita) de la parroquia San Ildefonso de Guane, así como de las archiveras de las distintas iglesias de esa provincia, se encontró su Fe de Bautismo.

En el Libro 12 de Blancos, Folio 278, Acta 859 se lee que el jueves 4 de noviembre de 1875 se bautizó una niña con los nombres María del Carmen de la Luz Noriega Hernández, nacida el 29 de mayo de 1875. Padres: Domingo Noriega, natural de Guane; Isabel Hernández, de San Juan y Martínez. Abuelos paternos: José y Ma. Florentina Deisano; maternos: José y Mariana. Padrinos: Bernardo Maviedo y Carmen Hernández.

Antiguamente la Iglesia celebraba los 29 de mayo la Virgen de la Luz; en la actualidad se hace los 2 de febrero, día de la Candelaria.

En el mismo libro aparecen bautizadas sus hermanas María del Santísimo Sacramento Crescencia, 1866; y María Domitila Filomena, 1872.

De estos datos se concluye que en 1896 cuando se incorporó a las tropas invasoras del general Maceo, al pasar estas por Pilotos, donde residía con su esposo, tenía 21; y cuando se suicida en 1901, 26 años.

Incluso su belleza y valentía han opacado algo la figura de Francisco Hernández, quien al ser asesinado poseía el grado de Teniente Coronel de Sanidad, según el Índice de Defunciones de Carlos Roloff.

La foto más divulgada de Luz Noriega, y casi se puede asegurar la única que existe, aparece en la revista El Fígaro, febrero de 1899, en su Álbum consagrado a la Revolución Cubana.

Pocos la describen y se contrastan: para la Dra. Vicentina Cuesta era de ojos verdes; y, para otros, de pelo y ojos negros. Quizás la descripción más fiable corresponda –único de los que la conoció que lo hace– al reportero Cañarte en el periódico La Lucha, 1897, cuando cae prisionera después de asesinado su esposo. Es un extenso artículo titulado «La reina de Cuba» que debe leerse con cuidado para desbrozar las falacias de las verdades. Según este admirador de Weyler la llevan ante él entre cuatro soldados: «representa por su presencia, 25 años de edad; es rubia; de ojos azules, estatura regular, envuelta en carnes […]».

A lo largo del tiempo, en cada ocasión que se escribe sobre mambisas, no deja de mencionársele: Ecured, revista Mujeres, y otros.

En 1962 en la revista mexicana Cuatro Vientos dirigida por Alfonso Camín, el académico cubano Antonio Iraizoz, gran enamorado de la historia, publica su texto «La heroína de Paso Real» donde narra la heroica participación de la capitana mambisa en el combate y que le valiera la exclamación de Maceo «¡Viva la reina de Cuba!». Finaliza su texto con un sentido homenaje del que me hago eco: «Al evocar estos penosos recuerdos de la intrépida y serena mujer que fue Luz Noriega, pongamos una orquídea blanca, aromosa y exótica, sobre la tumba incierta que le dio paz».




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María del Carmen Muzio Zarranz (La Habana, 1947). Tiene publicadas las novelas El camafeo negro (1989), Sonata para un espía (1990), La Cuarta Versión (2000) y Dios no te va a entender (2015), así como los ensayos Andrés Quimbisa (2001), María Luisa Milanés: el suicidio de una época (2005) y el libro de cuentos para niñosLos perros van al cielo (2004). Ha merecido varios galardones y reconocimientos entre los que destacan su mención en el Concurso Internacional Relato Policial, Semana Negra, Gijón, España (2002) y la del centro “Juan Marinello” por su ensayo sociocultural sobre la figura de Andrés Petit.

Friday, January 18, 2019

Las confesiones del P. Carlos (por María del Carmen Muzio)


El pasado 3 de enero se cumplió un aniversario más de la marcha a la Casa del Padre del entrañable Mons. Carlos Manuel. En ese mismo año la Feria del Libro había presentado Monseñor Carlos Manuel se confiesa de los autores Luis Báez y Pedro de la Hoz, publicado por la Casa Editora Abril. Por desgracia, no a todos ha gustado el libro, pero por encima de criterios, allí tenemos de cuerpo entero al sacerdote bien criollo y culto.

Para los que tuvimos la dicha de conocer al entrevistado nos hace rememorar las sabrosas pláticas o conferencias magistrales que siempre se disfrutaban oyéndolo hablar, para los que no tuvieron esa suerte, es una manera de acercarse a él.



El libro cuenta con el prólogo de Aurelio Alonso, quien fuera su amigo en el orden personal y consta de once grandes temas sobre los que se basaron los entrevistadores. El primero, “Rumbo a Roma” nos ofrece en boca del padre Carlos, como gustaba que lo llamaran, parte de su infancia, sus padres y sobre el surgimiento de su vocación sacerdotal. Resulta muy simpática la siguiente anécdota:
Estando en la universidad, tenía una amiga con la que salía con frecuencia. A mi madre le encantaba pensar que esa joven llegaría a ser su nuera. Un día me pidió que no jugara más con ella y formalizara mi compromiso. Le dije que no se preocupara, que esa noche lo iba a cuadrar. Me fui con un grupo de amigos para Tropicana. Regresé a casa alrededor de las seis de la mañana. Al verme, mamá me preguntó si ya había hablado con la muchacha. Le respondí que no y le anuncié: «Voy a ser sacerdote»(1).
En otros momentos del intenso diálogo que sostuvieron los periodistas con monseñor Carlos Manuel, este puede mostrarse molesto por un instante, como sucede en el titulado “Dos pasiones” en que les dice “¿Qué quiere decir esa pregunta a estas alturas de nuestra conversación”? y narra la historia de a qué obedeció que el cardenal Arteaga estuviera presente en la inauguración del Cristo de La Habana junto a Batista.

Uno de los grandes méritos del texto es mostrarnos a Carlos Manuel en toda la dimensión de su humanidad, como humilde sacerdote servidor de Cristo, que nunca tiene una palabra negativa para nadie (sólo en algunos momentos relativos a la historia de Cuba denosta algo al Marqués de Santa Lucía y a Calixto García) ya que les explica: “Mi filosofía personal es que cada día sea mejor en todos los sentidos que el día anterior, pero eso no siempre se logra”(2).

Encuestado sobre la nueva estructura mundial, sus palabras resultan premonitorias
(…) yo no lo veré desde esta vida, en cuyo ocaso sereno y luminoso me encuentro, sino desde la otra orilla de nuestra existencia: desde la eternidad, en la que, espero, todo sea luz(3).
El capítulo “Siempre he estado aquí” interesa por la explicación sobre la significación e importancia de la ENEC, idea surgida de Monseñor Fernando Azcárate, jesuita y obispo auxiliar de La Habana, y en “Cuba tiene mucha altura” recuerda muchos de los que contaron con su amistad: Eliseo Diego, Lezama, Carlos Rafael Rodríguez, y muy especialmente el padre Ángel Gaztelu al que visitó en Miami:
Después de la muerte de la hermana fui a verlo y le dije: « Mira, Gaztelu, me ha dicho Jaime, quien te aprecia mucho, que tú sigues siendo sacerdote de la diócesis de La Habana, y que sus puertas están abiertas siempre para ir al lugar que quieras. Si deseas ir al Espíritu Santo, traslada al sacerdote que está allí». A eso respondió: «Mira, Carlos, no. Ya estoy viejo, tengo mis achaques. Si voy no será para ayudar, sino para crearles preocupaciones. Iré de visita pero no para quedarme. Díselo a Jaime. Se lo agradezco mucho». Insistí: « Nosotros pensamos que la mayor ayuda que le puedes dar a Cuba y a su Iglesia es que estés con nosotros. Hay muchas personas que te aprecian. Cuando algunos preguntan por ti, ni dicen tu nombre; solo dicen: « ¿qué sabes del padre?».
Vino dos veces a La Habana por pocos días después de esa conversación, antes de morir(4)

Para no extender más esta reseña, termino con la última pregunta que fue cómo quería que lo recordaran, a lo que él contestó:
Como un sacerdote trabajador que ha tratado de ser fiel, que ha querido mucho al pueblo cubano, a todo el pueblo. Cubano por encima de todo. Leal a la Iglesia y a mi patria(5).


Muchas otras disfrutables anécdotas se leen, además de las que no contó y pudieran añadirse al libro, pero es muy de agradecer una obra tan encomiable; en especial, las fotografías que nos lo muestran desde niño hasta su plena madurez. Rápidamente agotado el libro, hubo de ser reimpreso. Desde su parroquia última, la de San Agustín, donde aún se consideran sus feligreses, escribió sus últimos poemas. Ediciones Vivarium (fundada por él en su etapa de Canciller) tuvo el tino de publicar algunos del que selecciono este para transcribir:
…y cuando me haya ido
quedará de mí
sólo un retacito de recuerdo,
muy pequeño y, por breve tiempo,
en el sagrario de algunos amigos:
los más cercanos,
más bien escasos.
Volverán, entonces, a escucharse
las campanas de bronce de mi templo
y en el patiecito de adentro,
diminuto y recoleto,
jugarán los lagartos
dando caza a los insectos;
croarán las ranas
y, quizás, hasta el rosal añejo
realice de nuevo el milagro olvidado
de la espiral blanca
de su flor extraña.
Nunca quiso hacerme ese regalo
pues siempre me resultó una planta
ajena y… tan distante!
Nadie me dio las alas
que necesitaba para acercarme.



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  1. Luis Báez, Pedro de la Hoz, Monseñor Carlos Manuel se confiesa, Casa Editora Abril, La Habana, 2015, pp. 19-20.
  2. Ibídem., p.124.
  3. Ibídem., p. 131.
  4. Ibídem., p. 182.
  5. Ibídem., p. 207.




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María del Carmen Muzio Zarranz (La Habana, 1947). Tiene publicadas las novelas El camafeo negro (1989), Sonata para un espía (1990), La Cuarta Versión (2000) y Dios no te va a entender (2015), así como los ensayos Andrés Quimbisa (2001), María Luisa Milanés: el suicidio de una época (2005) y el libro de cuentos para niños Los perros van al cielo (2004). Ha merecido varios galardones y reconocimientos entre los que destacan su mención en el Concurso Internacional Relato Policial, Semana Negra, Gijón, España (2002) y la del centro “Juan Marinello” por su ensayo sociocultural sobre la figura de Andrés Petit.
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