Friday, January 18, 2019

Las confesiones del P. Carlos (por María del Carmen Muzio)


El pasado 3 de enero se cumplió un aniversario más de la marcha a la Casa del Padre del entrañable Mons. Carlos Manuel. En ese mismo año la Feria del Libro había presentado Monseñor Carlos Manuel se confiesa de los autores Luis Báez y Pedro de la Hoz, publicado por la Casa Editora Abril. Por desgracia, no a todos ha gustado el libro, pero por encima de criterios, allí tenemos de cuerpo entero al sacerdote bien criollo y culto.

Para los que tuvimos la dicha de conocer al entrevistado nos hace rememorar las sabrosas pláticas o conferencias magistrales que siempre se disfrutaban oyéndolo hablar, para los que no tuvieron esa suerte, es una manera de acercarse a él.



El libro cuenta con el prólogo de Aurelio Alonso, quien fuera su amigo en el orden personal y consta de once grandes temas sobre los que se basaron los entrevistadores. El primero, “Rumbo a Roma” nos ofrece en boca del padre Carlos, como gustaba que lo llamaran, parte de su infancia, sus padres y sobre el surgimiento de su vocación sacerdotal. Resulta muy simpática la siguiente anécdota:
Estando en la universidad, tenía una amiga con la que salía con frecuencia. A mi madre le encantaba pensar que esa joven llegaría a ser su nuera. Un día me pidió que no jugara más con ella y formalizara mi compromiso. Le dije que no se preocupara, que esa noche lo iba a cuadrar. Me fui con un grupo de amigos para Tropicana. Regresé a casa alrededor de las seis de la mañana. Al verme, mamá me preguntó si ya había hablado con la muchacha. Le respondí que no y le anuncié: «Voy a ser sacerdote»(1).
En otros momentos del intenso diálogo que sostuvieron los periodistas con monseñor Carlos Manuel, este puede mostrarse molesto por un instante, como sucede en el titulado “Dos pasiones” en que les dice “¿Qué quiere decir esa pregunta a estas alturas de nuestra conversación”? y narra la historia de a qué obedeció que el cardenal Arteaga estuviera presente en la inauguración del Cristo de La Habana junto a Batista.

Uno de los grandes méritos del texto es mostrarnos a Carlos Manuel en toda la dimensión de su humanidad, como humilde sacerdote servidor de Cristo, que nunca tiene una palabra negativa para nadie (sólo en algunos momentos relativos a la historia de Cuba denosta algo al Marqués de Santa Lucía y a Calixto García) ya que les explica: “Mi filosofía personal es que cada día sea mejor en todos los sentidos que el día anterior, pero eso no siempre se logra”(2).

Encuestado sobre la nueva estructura mundial, sus palabras resultan premonitorias
(…) yo no lo veré desde esta vida, en cuyo ocaso sereno y luminoso me encuentro, sino desde la otra orilla de nuestra existencia: desde la eternidad, en la que, espero, todo sea luz(3).
El capítulo “Siempre he estado aquí” interesa por la explicación sobre la significación e importancia de la ENEC, idea surgida de Monseñor Fernando Azcárate, jesuita y obispo auxiliar de La Habana, y en “Cuba tiene mucha altura” recuerda muchos de los que contaron con su amistad: Eliseo Diego, Lezama, Carlos Rafael Rodríguez, y muy especialmente el padre Ángel Gaztelu al que visitó en Miami:
Después de la muerte de la hermana fui a verlo y le dije: « Mira, Gaztelu, me ha dicho Jaime, quien te aprecia mucho, que tú sigues siendo sacerdote de la diócesis de La Habana, y que sus puertas están abiertas siempre para ir al lugar que quieras. Si deseas ir al Espíritu Santo, traslada al sacerdote que está allí». A eso respondió: «Mira, Carlos, no. Ya estoy viejo, tengo mis achaques. Si voy no será para ayudar, sino para crearles preocupaciones. Iré de visita pero no para quedarme. Díselo a Jaime. Se lo agradezco mucho». Insistí: « Nosotros pensamos que la mayor ayuda que le puedes dar a Cuba y a su Iglesia es que estés con nosotros. Hay muchas personas que te aprecian. Cuando algunos preguntan por ti, ni dicen tu nombre; solo dicen: « ¿qué sabes del padre?».
Vino dos veces a La Habana por pocos días después de esa conversación, antes de morir(4)

Para no extender más esta reseña, termino con la última pregunta que fue cómo quería que lo recordaran, a lo que él contestó:
Como un sacerdote trabajador que ha tratado de ser fiel, que ha querido mucho al pueblo cubano, a todo el pueblo. Cubano por encima de todo. Leal a la Iglesia y a mi patria(5).


Muchas otras disfrutables anécdotas se leen, además de las que no contó y pudieran añadirse al libro, pero es muy de agradecer una obra tan encomiable; en especial, las fotografías que nos lo muestran desde niño hasta su plena madurez. Rápidamente agotado el libro, hubo de ser reimpreso. Desde su parroquia última, la de San Agustín, donde aún se consideran sus feligreses, escribió sus últimos poemas. Ediciones Vivarium (fundada por él en su etapa de Canciller) tuvo el tino de publicar algunos del que selecciono este para transcribir:
…y cuando me haya ido
quedará de mí
sólo un retacito de recuerdo,
muy pequeño y, por breve tiempo,
en el sagrario de algunos amigos:
los más cercanos,
más bien escasos.
Volverán, entonces, a escucharse
las campanas de bronce de mi templo
y en el patiecito de adentro,
diminuto y recoleto,
jugarán los lagartos
dando caza a los insectos;
croarán las ranas
y, quizás, hasta el rosal añejo
realice de nuevo el milagro olvidado
de la espiral blanca
de su flor extraña.
Nunca quiso hacerme ese regalo
pues siempre me resultó una planta
ajena y… tan distante!
Nadie me dio las alas
que necesitaba para acercarme.



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  1. Luis Báez, Pedro de la Hoz, Monseñor Carlos Manuel se confiesa, Casa Editora Abril, La Habana, 2015, pp. 19-20.
  2. Ibídem., p.124.
  3. Ibídem., p. 131.
  4. Ibídem., p. 182.
  5. Ibídem., p. 207.




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María del Carmen Muzio Zarranz (La Habana, 1947). Tiene publicadas las novelas El camafeo negro (1989), Sonata para un espía (1990), La Cuarta Versión (2000) y Dios no te va a entender (2015), así como los ensayos Andrés Quimbisa (2001), María Luisa Milanés: el suicidio de una época (2005) y el libro de cuentos para niños Los perros van al cielo (2004). Ha merecido varios galardones y reconocimientos entre los que destacan su mención en el Concurso Internacional Relato Policial, Semana Negra, Gijón, España (2002) y la del centro “Juan Marinello” por su ensayo sociocultural sobre la figura de Andrés Petit.

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