Wednesday, June 12, 2019

Sonia Díaz Corrales, música astral para oídos alertas (por Manuel Vázquez Portal)


por Manuel Vázquez Portal
(para el blog Gaspar, El Lugareño)

Sonia Díaz Corrales viste de transparencias. Su verso, una brisa, a veces un huracán, que trae efluvios de las vegas tabacaleras de Cabaiguàn. No es bellezas carnales lo que muestra. Ni complacencias a éticas espurias lo que persigue. Luz espiritual sí derrama, y mucha. Y es que usa el alma por afuera como única indumentaria, como único escudo. Va envuelta en un lujo que no es de este mundo, una pompa que solo alcanzan los humildes, una fortuna que enriquece de solo rozarla. Su yelmo es impenetrable para la maldad. Su opulencia tangible solo para el amor; mesurable solo para el desinterés. Ella es pálpito, latido, ala. Música astral para oídos alertas. De tan humana no parece humana.

Su poesía va del desgarrón dramático, restallante, trasgresor, a la sanaciòn piadosa, es látigo y bálsamo a la vez. Una liberación personal costosísima donde fue dejando entre las púas todas las pieles con que, a veces, pretende disfrazarse el ser humano. Viajó hacia ella misma: introspección dolorosa y salvadora al mismo tiempo; una odisea a lo más hondo de su espíritu, hacia donde solo ella podía encontrarse asentada en una Ìtaca particular y hermosa que tuvo que inventarse para tener siempre a donde regresar, sin otra autorización que sus evocaciones.

Fue largo el viaje y las batallas feroces. No tejió mansa, obedientemente, ni esperó por un héroe a quien luego engordar entre sus piernas. Tensó su arco propio y disparó, disparó contra herencias hostiles, contra prejuicios vanos, contra toda manquedad del pensamiento, contra toda mezquindad del alma. Disparó e hizo blanco en el corazón de ella misma y el de muchos como yo, a quienes, a pesar de todo, no les parece cursi hablar del corazón.

Sonia Díaz Corrales arribó a la lírica cubana en un momento en que los ropajes ideológicamente jineteriles de la poesía establecida -ya se sabe cuanto de burdelesco tiene el supuesto arte comprometido- comenzaban a decolorarse. El murmullo individual, y un tanto iconoclasta -por tanto solitario y riesgoso-, ya corroía los falsos pilares de un colectivismo conversacioncita, cómodo, rentable e impuesto por más de tres décadas de cantos corales y alabanzas ciegas. La militancia retórica se iba depreciando, y tanto "sinceros" como "oportunistas", iniciaban un distanciamiento que producía fracturas apreciables en la falsa homogeneidad estética lograda por medio de un mecenazgo que más que arte requería incondicionalidad política.

Había muerto el hechizo. El viejo prestidigitador se quedaba sin trucos. Aquel tono tribunicio y pancartatico que ciertos autores habían puesto de moda, y que se tornaron cánones, sufrían taquicardias y vahídos. El sortilegio de las consignas se vaciaba de oximorones. El supuesto encanto lo había pedido todo: las manos, el corazón y la cabeza, y todo se le había concedido con cierto candor, cierta inocencia, pero se malbaratò.

Aquel parnaso inundado de trenos gloriosos a una épica de escaramuzas hipertrofiadas por su propios protagonistas, padecía de una fatiga sin retorno. Aquel parnaso anegado de apologías profitantes iba borrando nombres hipócritamente ilustres de las nóminas, iba silenciándose, asfixiándose, apagándose ante el soplo de una realidad que ya no permitía seguirla travistiendo de paraíso prometido. Pero otro "grupo avanzaba silencioso" porque tenía "una especie de padre casi preso/ casi de todas las mentiras ebrio".

En ese grupo, discreta, pero "armada hasta los dientes" con versos afilados y peligrosos, hasta para ella misma, venía Sonia Díaz Corrales. Una mujer a la cual la locura -la dulce necedad satirizada por Erasmo de Rotterdam- le propuso ser florista, y que vendiera "una flor de castrada soledad para la solapa del tirano" pero ella, más bien, se dedicó a "encender lámparas para los oscuros días que vendrán", que vendrían entonces, y que vinieron luego, como su ojo casàndrico había anunciado. Porque si la fuerza expresiva de sus versos es lo primero que salta ante el lector avisado, no se queda atrás ese hálito adivinatorio, délfico, diríase, que nevega por todos sus libros.

Sonia Díaz Corrales, poeta y narradora. Ha publicado diversos libros y ha sido incluida en numerosas antologías. Entre sus títulos se cuentan el poemario Noticias del olvido (Escritura entre las Nubes, Islas Canarias, 2014); la novela El puente de los elefantes (El Barco Ebrio, 2013), y la novela El hombre del vitral (Idea, Islas Canarias, 2010).

En Cuba publicó los libros de poesía Diario del Grumete, editado por Vigía, en Matanzas, 1996, y por Sed de Belleza, Santa Clara, 1997, y Minotauro, La Habana, 1997.

Ha obtenido los premios de poesía América Bobia 1982, Matanzas; Bustarviejo 1993, Madrid; y Abel Santamaría 1997, de la Universidad Central de Las Villas, Santa Clara; también menciones de honor en los premios Caimán Barbudo, David de la UNEAC y 13 de marzo de la Universidad de La Habana.

De La hija del reo (Letras Cubanas, 2016), afirma, con aguda mirada y sólida sapiencia, la poeta y ensayista Ileana Álvarez González: "El libro, solo muchos años después de haber sido escrito, hoy termina su examen como inédito, (No digo yo con ese sospechosísimo título para los herederos de Pavòn y Serguera, aunque el padre al que la poeta se refiere sea el espiritual y no el biológico) y va a salvarse para los fieles lectores de la poesía cubana. Aquí (En La hija del reo) se percibe una lectura inteligente y dialògica con la tradición literaria hispánica y la cultura judeocristiana, donde la poeta, en su avidez por iluminar lo que hay de oscuro e inteligible en su dimensión ontológica, descubre los puntos que la acercan o alejan de esa tradición y cultura." Sobre todo porque Sonia Díaz Corrales más que seguir carriles ya desgastados por el paso de cientos de poetas, se afana en crear carriles nuevos que le permitan la vivencialidad propia, la confesión sin cortapisas ni mojigaterías. Su poesía no es solo testimonial sino desgarradoramente intimista, en la que es capaz de descubrir que "Esto probablemente no es mi vida/ sino un boceto/ unos trazos sobre los que debería/ mentir...

En la poesía de Sonia Díaz Corrales no se observan afanes por los malabares verbales de un trillado vallejanismo de tercera, ni poses aliterantes para alcanzar sonoridades manidas a lo Oliverio Girondo -otro discípulo de César Vallejo, ya se sabe-, ni adjetivaciones pretendidamente pomposas para musicalidades melifluas de un nerudismo tardío, ni una cetrería metafórica de postales más turísticas que poéticas; va, más bien, a las esencias de esa conmoción que produce la autenticidad del espejo interior al cual los Narcisos de hojalata tienen miedo asomarse, gira en torno a ese drama interno que ella sabe muy bien no puede, ni podrá, solventar ni resolver, nunca, ningún sistema político-social: el drama del ser humano y su pequeñez e impotencia frente a lo insondable, majestuoso e inconmensurable del universo. Se debate en alcanzar una libertad que, de antemano, sabe preñada de tiranías porque ya aprendió que podemos liberarnos de todo, menos de nuestras tiranías íntimas, ya las llamemos trauma, suerte, casualidad, necesidad, destino. Ya sabe también que cualquier libertad que consigamos, es un estado ilusorio, de sueño, de frenesì.

De Noticias del olvido, apunta el poeta Joaquín Badajoz: "Sonia Díaz Corrales exprime (Nótese que no dice escribe) poemas breves y contundentes -ninguno supera las tres cuartillas-. Poemas vividos con clarividencia y que por tanto nos iluminan con su filosofía vital. La poesía no necesita enseñar algo más que la sensibilidad humana, pero Sonia Díaz no es una poeta que se conforma con describir estados, también los percibe, los analiza y los devuelve bruñidos, como autenticas y modernas parábolas.

Y de eso se trata en el caso de Sonia Díaz Corrales, de que es una especie de Oráculo contemporáneo que tras escucharlo queda esa sensación de verdad sin relativismos, porque, de un modo u otro, todo cuanto exprime (Uso la expresión de Joaquín Badajoz) al universo nos atañe a todos, nos involucra a todos, nos mata y salva a todos. No por gusto o por azar, desde El diálogo del desencantando con su alma, hasta hoy la poesía ha sido un poco filosofía, profecía, juego entre el ser/alma y el universo.

Para corroborarlo aquí les dejo dos poemas de Sonia Díaz Corrales.


Retrato de la florista
(Del libro La hija del reo)

La locura me propuso ser la florista
esa que vende flores de silencio
flores de arenas movedizas
flores para el protocolo de los fuertes
flores para la cama de la diva
flores de malévola relación con la miseria
extrañas flores para los húmedos rincones de la casa
una flor de agua para el pubis de la niña
una flor de castrada soledad para la solapa del tirano
flores blancas y redundantes para el amigo.
En la locura
soy la que vende las más caras flores a los hombres.
Pero han cerrado las puertas
y hoy la florista es un pájaro de bronce
sobre el escritorio de la casa
un pájaro detenido en el bronce
en el amarillo cálido de la estatua.
Habrá para cada quién un verso
un estado imparcial
una amnistía
y los gladiolos de la florista
serán de un rosa comestible
verás como claudican
con la rabia de quien odia morir.
Ella encenderá lámparas
para los oscuros días que vendrán
nos dará el antídoto que me salvó de venderme
como un simple pájaro de feria.
Fui la dueña de todos los pájaros
y eran míos en la locura
sobreviví sus graznidos
sus cantos hipnóticos
sus desesperados gritos.
Una torre estas flores y los pájaros
fue todo lo que tuve
cuando ustedes me encerraron
para describir en mi rostro la locura
como se describen los paisajes.


Retahíla para una explicación de cómo desvestirse
(Del libro Noticias del olvido)


Dices sombrío
y la mayor parte de las veces
se entiende que dices pesadilla
aletargada ventana desde donde miras
el futuro sombrío
lleno del sombrío presente.
Pruebas todos los pares de alas
como si fueran zapatos sin medida
sin tamaño visible
así que los pruebas para saber si sirven
a los brazos
a la espalda
del castrado ángel que concurre.
Todo son cábalas
mujeres que se desvisten por costumbre
por seguir el gesto con que comienzas a desnudarte
un brazo en alto y el otro en arco sobre la nuca.
Nunca pensaste volar o desnudarte
así que sigues probando alas
por no parecer que te aburres
o te avergüenzas
o te rindes
y eso es lo sombrío
lo que asusta
lo más sombrío del mundo.

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