Wednesday, August 24, 2016

Recuerdos de la Biblioteca Diocesana de Camagüey, 1997-2000. (Por Carlos A. Peón-Casas)


En el año 1997, hice mis pininos en la Diocesana, un salón largo y estrecho(1), de la Casa Diocesana de la Merced, justo en la parte derecha de la entrada principal por la Plaza de igual y original nombre.

Lo hacía como ayudante del bibliotecario de entonces, mi amigo entrañable, Joaquin Estrada Montalván. Complementaba así las tardes, y percibía una muy necesaria entrada económica, que mejoraba la de mi ocupación principal como traductor en una empresa de servicios informáticos venida ya a menos; localizada en el lejano reparto Jayamá, recuerdo siempre mis largos periplos a pleno sol del mediodía, y a lomo de mi bicicleta cubana, para alcanzar el centro geográfico de la ciudad principeña, y llegarme hasta el antiguo local que tenía la Diocesana entonces, en el otrora convento de La Merced.

Pero el esfuerzo valía la pena. El entonces muy pequeño local estaba climatizado, y ya eso era una ventaja en aquellos álgidos años de escaseces sin cuento, y condiciones paupérrimas en los sitios estatales de labor, un signo que sigue repitiéndose hasta este hic et nunc

La entonces pequeña sala de la biblioteca acogía ya una considerable colección bibliográfica que le hacía holgada competencia a la mayor y mejor puesta biblioteca de la ciudad y la provincia. 

Sus tres largas mesas de madera lustrosa, acomodaban ya a casi una veintena de lectores, y el servicio de consulta era el muy novedoso “a estantería abierta”, lo que hacía las delicias de aquellos que estaban en la libertad de elegir qué y cuánto leer…

Principié mis labores allí, en la trastienda, como debe ser en todo buen negocio que se respete. Allí dedicaba las horas de la tarde a confeccionar fichas para el entonces catálogo manual del que se disponía, un trabajo tedioso para el que hoy no creo estaría disponible…pero que me sirvió muchísimo a la hora de conocer el valioso fondo que ya se atesoraba en aquella biblioteca tan bien puesta y tan celosamente guardada, que he tenido la dicha de ver crecer entre mis manos curiosas por casi veinte años, hasta alcanzar altísimas cotas numéricas que para entonces parecían un sueño.

Luego, con la llegada de la que creíamos entonces una fascinante PC, con solo un Giga de RAM, principié a “entrar” los títulos en la que sería la primaria “base de datos”, que recogía primariamente autores y títulos, y que facilitaba la búsqueda bibliográfica con mayor rapidez y dignidad. No sé cuantos libros pasaron por mis manos, pero creo que muchos más de los que recuerdo…

Los sábados, venía en las mañanas a acometer labores de limpieza, y también prestaba un servicio muy demandado: el de copiar audios en los old fashion cassettes al uso entonces, con la ayuda de una antigua pero eficiente grabadora. De paso me daba unas tandas fabulosas de la mejor música religiosa y clásica que también se atesoraba entre los fondos de la biblioteca. De ese minuto guardo el indeleble recuerdo de haber escuchado una grabación insólita entre nosotros de la versión de Jesucristo Super Star, acometida en España con las voces míticas de Angela Carrasco y Camilo Sesto.

En poco tiempo, ya estaba contratado a tiempo completo, así que ya compartía las labores del bibliotecario, en el horario de atención vespertina desde las 3 y hasta las 7 de la tarde. Mi colega y jefe, lo hacía en las sesiones nocturnas de martes y jueves. 

El servicio consistía en hacer préstamos externos, y acomodarlos en sus estantes a la vuelta. Igual había un primitivo servicio de referencias, y se complementaba todo, guiando y aconsejando a los lectores primerizos en una u otra opción de lectura entre la ya variopinta colección disponible. 

Tambien, la Biblio ofrecía otras opciones, de esas que se catalogan como de “extensión cultural”, entre ellas, un cineclub, que discurría algún sábado en la mañana, y estaba bajo el cuidado de Joaquín Estrada, los filmes siempre eran de lujo, recuerdo entre otras puestas, la dedicada a la filmografía del genial director polaco Kieslowski, y su famoso Decálogo. 

También, bajo sus auspicios, se tenía una sesión académica: el Aula Finlay, igualmente coordinada por Joaquín, donde concurrían personalidades del mundo cultural y religioso para ofrecer conferencias siempre ilustrativas. Igualmente, el Boletín Diocesano, incluía en su números una sección fija dedicada a la Biblioteca que estaba corrientemente a mi cargo, donde promocionaba libros y donde igualmente garabateaba algunas ideas sobre el genial mundo literario.

A la par, y entre col y col, leía como un demente, y desde allí, me inicié en los entresijos de mi labor investigativa y de traducción de la obra de Ernest Hemingway. De aquel minuto nacía mi primer y siempre entrañable ensayo sobre el relato The Wine of Wyoming, con el que me estrené en las lides de los Coloquios Internacionales sobre su vida y obra, y con el que fui admitido en la Cátedra Ernest Hemingway del Instituto Internacional de Periodismo José Martí.

Justo para el año de laborar allí, en noviembre de 1998, viajé a Chile, y tuve la enorme dicha de volver a abrazar a mi hermano afincado ya como médico en las antípodas, y conocer aquel lejano y bellísimo país, la tierra del rojo y entrañable vino, y de las cumbres siempre nevadas de los Andes con su Aconcagua casi a mano, y el paisaje marino siempre atronador del Pacífico austral, para nada “pacífico”. 

El viaje estaba pactado sin vuelta, por lo que de la emoción de la despedida, pasé a la muy objetiva de seguir afrontando la realidad del regreso. La Biblioteca volvió a acogerme como a un hijo pródigo que se fue con una idea y volvió con otra…..  La labor continúo impertérrita hasta el 2000 en ese minuto el local se quedó definitivamente chico, y precisó una permuta a uno mayor, de lo que hablaremos en otro aparte.

El trabajo en aquel iniciático espacio, fue ciertamente una bendición. De tal época datan amistades y sueños que siguen por allí, intactas y renovados. A cada minuto, vuelven a mi mente nombres y rostros, que se han ido diluyendo en los avatares de la impenitente lejanía del exilio y la separación. Todos aletean empero en mi recuerdo, y son parte de aquellos minutos tan gratos en aquel minúsculo pero apetecible scriptorium, ese lugar limpio y bien iluminado, donde a no dudarlo, siempre fui feliz.


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1. En ese local lugar se localiza hoy el Taller de Reproducciones de la Casa Diocesana.

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