Monday, December 8, 2014

El arte de “entroncar”. Apuntes híbridos (por Joaquín Badajoz)

Nota del blog: Agradezco a Joaquín Badajoz su cortesía de compartir, con los lectores del blog, sus palabras en la presentación del libro El Arma Secreta (Editora Nacional, Ministerio de Cultura, 2014), Premio Nacional de Cuentos “José Ramón López” en la República Dominicana, del escritor y amigo  José M. Fernández Pequeño (www.palabrasdelquenoesta.blogspot.com). Asimismo, mis agradecimientos a Ernesto G. y Ena Columbié de quienes publico las fotos que ilustran el post.
El evento se celebró el pasado viernes 5 de diciembre de 2014, a las 7:00 pm, en el Centro Cultural Español de Miami.

Fotos/Ernesto G
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Foto/Ena Columbié
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Mi primer impulso fue titular esta presentación de El arma secreta, Premio Nacional de Cuento José Ramón López 2013 de República Dominicana, “El arte de narrar”. Lo que hubiera sido lugar común, parodia y celebración de ese útil ensayo que es “Apuntes sobre al arte de escribir cuentos”(1), de Juan Bosch, el gran cuentista dominicano, fechado en su exilio en Caracas, en septiembre de 1958, que a pesar de su más de medio siglo —y qué medio siglo: de pastiche y probeta, experimental y postmoderno— sigue teniendo absoluta vigencia didáctica, aún cuando pueda haber sufrido cierta trasnochada teórica. Pero sospecho que a Bosch eso no le hubiera importado un ápice, porque sus apuntes son para narradores, no para teóricos, escritos como explicándose a sí mismo la esencia del (buen) contar. Toda regla de oro es entonces profundamente autobiográfica, no sirve para otra cosa que desmontar desde adentro el mecanismo narrativo de otros, nunca para impulsar el propio.

En ese entonces —hablo de 1958—, todavía los géneros literarios parecían respetar fronteras, convivir dentro de precisos límites condales. Hoy todo ha sido sustituido por la palabra “texto” que resume la escritura en su transexualidad, como potens híbrido, en el que importa la esencia, el ser de la escritura multiplicado, más que su genética escritural. En este año de gracia de 2014 da gusto, sin embargo, saber que sobreviven cuentistas como los que describía Bosch, verdaderos artífices del género, quizás con la diferencia de que en ellos puede entroncar el “hombre que divaga” y el “hombre de acción”, mezclarse la mirada estática y la naturaleza activa, y provocar verdaderos “retardos” narrativos —aplicando el concepto duchampiano al combate de un solo round de Bosch—, como sucede con la narrativa de Fernández Pequeño.

En ese aliento largo, ese regodeo prosístico, y no tanto en su “naturaleza activa”, reside el encanto de El arma secreta. Microcosmos en píldora, novelas bonsái, con gran dominio de la primera persona, la tradicional narrativa confesional, homodiegética, a menudo alternada con un narrador omnisciente, que le permite complementar con solidez los puntos de vista narrativos, Pequeño es de esos autores que saben que la forma es el arte, que todo consiste en la “manera” de contar, en el dominio de las técnicas narrativas y la verosimilitud literaria creada por el dominio de la voz de sus personajes y el contexto emocional. Es por eso que en este libro de relatos, el lector avisado disfrutará la forma sobre la que riela la historia, las muletillas de estilo, las divagaciones, la pausa reflexiva, tanto como la trama, que a veces pareciera una excusa para ensayar la arquitectura narrativa.

Debo aclarar —como si de una declaración de conflicto de intereses se tratara— que Pequeño tuvo la “ocurrencia” de enviarme la reseña sobre su libro escrita por Félix Luis Viera para cubaencuentro.com, y que leí —aunque no suelo hacerlo— por disciplina y respeto a ambos. Eso, sin dudas, habrá influido en este texto, que aunque no pretende dialogar con la reseña de Viera, atiende a esas zonas en las que mi lectura difiere o matiza la suya. Dicho esto, puedo adelantar que, a mi juicio, dos de los textos que aparentemente rompen con la estructura de El Arma Secreta —premiada por Ángela Hernández, Armando Almanzar y Efraim Castillo, importantes cuentistas dominicanos— y que definitivamente podrían haber “sobrado”, ofrecen las claves para entenderlo como volumen temático, como pasajes de una milenaria odisea existencial, más que como un conjunto de cuentos unidos al antojo.

Los siete cuentos apretados en pinza entre Los conquistadores —un microrrelato cerrado como un poema, casi una prosa lírica— y El arma secreta — ficción histórica que intitula el volumen, y que es mi cuento favorito—, aunque están condicionados, de una forma u otra por sucesos paranormales, o en todo caso inusuales —un ronquido que hipnotiza, como un toque de queda marcial, todo un barrio (El arte de roncar; pág. 13); un pregonero que se lanza a vender condenado de antemano al fracaso (Un cierto olor a escalofrío; pág. 31); un pájaro azul, de garras moradas, que invade la casa caminando por las paredes (Rebeliones; pág. 49); un niño cíclope, pequeño Polifemo de la infamia y la ceguera (El cíclope; pág. 63); un tío perfeccionista que se diluye en sus propias lamentaciones (Imperfecciones; pág. 79); un empresario obsesionado con su compañía que intenta averiguar el misterios de unos extraños pasos en el apartamento de arriba y termina reencontrándose con lo que verdaderamente importa en la vida (Pongamos por caso; pág. 83); y las hipotéticas últimas horas de un profesor que sufre una enfermedad letal (El ombligo de María B; pág. 99)— están, como nota Viera, afincados en la realidad: incorporan —y cito a Viera— “elementos de lo onírico o lo simbólico o lo absurdo o lo paranormal; pero esto no obsta para que los relatos sean clasificados, sin dudas, como eso que solemos llamar ‘realismo’”(2).

Se trata, sin embargo, de un realismo altamente metafórico. Estas historias pueden interpretarse literal y traslaticiamente, al mismo tiempo, en esa conjunción de realidad y suprarrealidad que contiene nuestro complejo mundo subjetivo, nuestras a veces disfuncionales psiquis, aprovechándose de su móvil o su contexto simbólico, para reflexionar sobre la existencia humana, su tránsito tenaz, sus pequeñas rutinas. Atrapados, como decía, en esas tenazas históricas que narran la expedición de Lucio Cornelio y su pírrica conquista de Arkenia (que a mi se me antoja un anagrama de Karenia —en el amor la conquista es siempre una derrota, toda la grandeza queda generalmente en casa—), que será narrada muchos años después por Ainerka (otro anagrama de Karenia: mujer y ciudad convergen en todas las mitologías de la conquista), los siete cuentos restantes adquieren una unidad temática precisamente por la inclusión de estos dos relatos que desentonan, estos dos tigres albinos. Tratando de rizar el rizo, descubrir los caprichos de inclusión, es que uno advierte que en todos estos relatos sus protagonistas nunca logran lo que persiguen, no encuentran “el arma secreta”, pero ese componente surrealista será el resorte que dispara el enfrentamiento con su propia realidad, el gatillo que los obliga a interactuar con el mundo ordinario. También todos estos cuentos reflexionan sobre batallas fútiles, empresas fallidas, seres que intentan sobrevivir, revertir en un rapto cínico su papel de náufragos, hombres “fuera de su lugar” (El arma secreta; pág. 144), que festejan derrotas inexplicables (Un cierto olor a escalofrío), desesperados por el fracaso, a punto de desaparecer (Imperfecciones), transformarse o morir.

Mi segundo impulso, y casi definitivo, fue girar este texto hacia su indudable valor antropológico y lingüístico. Pequeño es un ventrílocuo, y lo hace sin esfuerzo, trasladando los registros de la oralidad, acomodando refranes, jocosidades e inventivas dominico-cubanas, con una gracia comedida, que es verdaderamente disfrutable por el lector. No son chistes, como sucede en mucha narrativa caribeña, que lastran y disminuyen los textos, sino estocadas de humor aliviando tensiones, dando disparos de gracia, mucho más contundentes que los reales, con esa ocurrencia dominicana a la que Pequeño —Santiaguero por partida doble, de Cuba y de los Caballeros, y por ende dominicano de Cuba—, sabe tomarle el pulso bien, y que está en toda la historia de Quisqueya, incluso en la más dramática, como cuando Antonio de la Maza remató a Trujillo diciendo: “este guaraguao ya no come más pollos”(3). Choteo que no es burla fácil sino agilidad mental, metáfora rústica, y que tiene uno de sus mejores momentos cuando el viejo Pablo bromea con Osvaldo en El ombligo de María B —uno de los relatos más complejos y redondos de este volumen— diciéndole: —Pero venga acá, licenciado. ¡Ese pescaíto no sirve ni pa’ carná! (pág. 105).

Así que Pequeño ha logrado lo que ya anunciaba en el exergo de Donoso que abre A.M. (relato suyo ganador del concurso Casa de Teatro en 2001, en el que todavía se nota cierto gateo cultural): que la simetría de su vida nazca de una raíz propia más poderosa que su voluntad. Escritor duplicado, ha logrado que entronquen las identidades del hombre bicultural, narrando historias y creando fascinantes personajes que ya entran por derecho propio en la literatura dominicana de una manera natural, que es para mi el mayor elogio que puede darse en el arte y la literatura: la impresión de que lo sobrehumano se ha logrado con la simplicidad de una vuelta de tuerca, que los titanes sudan por dentro. Y ya llegará el día en que un despistado vendedor de colmado — doppelgänger de algún impertinente vendedor de Home Depot, en la Cuba miamense, y que ha sido protagonista de uno de esos cuentos que el autor de El arma secreta quizás no escribirá(4) — le pregunte si es cubano, ¿verdad?, con la seguridad suicida que da la simpleza, el aparente dominio de las realidades maniqueas, antes de que Pequeño le responda: sí, ¿cómo lo supo? Cubano, cubano de Santiago de los Caballeros.



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1. Bosch, Juan. Cuentos escritos en el exilio. Editora Alfa & Omega: Santo Domingo, República Dominicana. Febrero, 1970.
2. Viera, Félix Luis. “El arma secreta”, de José M. Fernández Pequeño. Cubaencuentro.com; Noviembre 17, 2014. http://www.cubaencuentro.com/cultura/articulos/el-arma-secreta-de-jose-m-fernandez-pequeno-320917
3. Echerri, Vicente. La última "fiesta del Chivo", el ajusticiamiento de Rafael Trujillo. La Historia Pendiente, Yahoo. https://es-us.noticias.yahoo.com/blogs/historia-pendiente/el-ajusticiamiento-de-rafael-trujillo-184952151.html
4. Fernández Pequeño, José M. El escritor híbrido y la lengua del desconcierto, conferencia leída el 6 de septiembre de 2014 en la tertulia Letras de la Academia, actividad que organiza la escritora Ofelia Berrido para la Academia Dominicana de la Lengua. http://tertulialetrasdelaacademia.blogspot.com/2014/09/elescritor-hibrido-y-la-lengua-del.html

 
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ver en el blog
 Pongamos por caso (por José M. Fernández Pequeño)
 El arte de roncar (por José M. Fernández Pequeño)

Francisco: "Continuamente estoy haciendo declaraciones, dando homilías. Eso que está ahí es lo que yo pienso, no lo que los medios dicen que yo pienso"


-Un reciente sondeo en la región [del Pew Research Center] certificó que, más allá del "efecto Francisco", hay católicos que siguen abandonando la Iglesia.

-Conozco la estadística que dieron en Aparecida, es el único dato que tengo. Evidentemente, hay varios factores que intervienen en eso, externos a la Iglesia. Por ejemplo, la teología de la prosperidad inspira muchas propuestas religiosas que atraen gente. Pero luego la gente queda a mitad de camino. Pero dejando afuera lo externo a la Iglesia, me pregunto: ¿cuáles son las cosas nuestras, dentro de la Iglesia, que hacen que los fieles no se sientan satisfechos? Y es la falta de cercanía y el clericalismo. La proximidad es el llamado hoy al católico, a salir y hacernos próximos de la gente, de sus problemas, de sus realidades. El clericalismo, se lo dije a los obispos del Celam en Río de Janeiro, frenó la madurez laical en América latina. Donde los laicos son más maduros en América latina es precisamente en la expresión de la piedad popular. Pero organizaciones laicales siempre estuvieron con el problema del clericalismo. Yo hablé de esto en la "Evangelii Gaudium" [la primera exhortación apostólica del Papa].

-¿La renovación de la Iglesia a la que usted llama apunta también a buscar a estas "ovejas perdidas" y a frenar esa sangría de fieles?

-No me gusta usar esa imagen de la "sangría" porque es una imagen muy ligada al proselitismo. No me gusta usar términos ligados al proselitismo porque no es la verdad. Me gusta usar la imagen de hospital de campaña: hay gente muy herida que está esperando que vayamos a curarle las heridas, heridas por mil motivos. Y hay que salir a curar heridas.

-¿Ésa es la estrategia entonces para recuperar a los que se van?

-No me gusta la palabra "estrategia", sino que hablaría del llamado pastoral del Señor, porque si no, parece todo una ONG... Es el llamado del Señor, lo que hoy le pide a la Iglesia, no como estrategia, porque la Iglesia no hace proselitismo. La Iglesia no quiere hacer proselitismo porque la Iglesia no crece por proselitismo, sino por atracción, como dijo Benedicto. La Iglesia tiene que ser un hospital de campaña y salir a curar heridas, como el buen samaritano. Hay gente herida por desatención, por abandono de la Iglesia misma, gente que está sufriendo horrores...

-Usted es un papa que suele hablar de manera directa, lo que le ayuda a dejar en claro el rumbo de su pontificado. ¿Por qué cree que hay sectores que están desorientados, que dicen que la "barca está sin timón", sobre todo después del reciente sínodo sobre la familia?

-Me extrañan esas expresiones. No me consta que las hayan dicho. En los medios, aparece como que las hubieran dicho. Pero, hasta que no le pregunte al interesado: "¿Usted ha dicho esto?", mantengo la duda fraternal. Pero, generalmente, es porque no leen las cosas. Uno sí me dijo una vez: "Sí, claro, esto del discernimiento qué bien que hace, pero necesitamos cosas más claras". Y yo le dije: "Mire, yo escribí una encíclica, es verdad, a cuatro manos, y una exhortación apostólica. Continuamente estoy haciendo declaraciones, dando homilías y eso es magisterio. Eso que está ahí es lo que yo pienso, no lo que los medios dicen que yo pienso. Vaya ahí y lo va a encontrar y está bien claro; «Evangelii Gaudium» es muy clara".

-En los medios, algunos hablaron del "fin de la luna de miel" por la división que salió a la luz en el sínodo...

-No fue una división tipo estrella contra el Papa; o sea, al Papa de referente no lo tenían. Porque ahí el Papa procuró abrir el juego y escuchar a todos. El hecho de que, al final, mi discurso haya sido aceptado tan entusiastamente por los padres sinodales indica que el problema no era con el Papa, sino que era entre diversas posturas pastorales.

-Siempre que hay un cambio de statu quo, como significó su llegada al Vaticano, es normal que haya resistencias. Después de poco más de 20 meses, esta resistencia, silenciosa al principio, parece ser más evidente...

-La palabra la dijo usted. Las resistencias ahora se evidencian, pero para mí es un buen signo, que las ventilen, que no las digan a escondidas cuando uno no está de acuerdo. Es sano ventilar las cosas; es muy sano.

-¿La resistencia tiene que ver con la limpieza que usted está haciendo, con la reestructuración interna de la curia romana?

-Considero a las resistencias como puntos de vista distintos, no como cosa sucia. Tiene que ver con decisiones que por ahí tomo, eso sí. Claro, hay decisiones que tocan algunas cosas económicas, otras más pastorales...

-¿Está preocupado?

-No, no estoy preocupado, me parece todo normal, porque sería anormal que no existieran puntos divergentes. Sería anormal que no saliera nada.

-¿Terminó el trabajo de limpieza o sigue?

-No me gusta hablar de "limpieza". Diría de hacer marchar la curia en la dirección que las congregaciones generales [las reuniones que anteceden al cónclave] pidieron. No, para eso falta mucho todavía. Falta, falta. Porque, en las congregaciones generales precónclave, los cardenales pedimos muchas cosas y hay que seguir adelante en todo eso...

-Pero ¿cómo anda el trabajo en curso?

-Bueno, es todo público, se sabe. El IOR [Instituto para las Obras de Religión] está funcionando fenómeno y se hizo bastante bien eso. Lo de la economía está yendo bien. Y la reforma espiritual es lo que en este momento me preocupa más, la reforma del corazón. Estoy preparando la alocución de Navidad para los miembros de la curia; voy a tener dos saludos navideños, uno con los prelados de la curia y otro con todo el personal del Vaticano, con todos los dependientes, en el Aula Pablo VI con sus familias, porque ellos también llevan adelante las cosas. Los ejercicios espirituales para prefectos y secretarios son un paso adelante. Es un paso adelante que estemos seis días encerrados, rezando y, como el año pasado, lo vamos a volver a hacer en la primera semana de Cuaresma. Vamos a la misma casa.

-La semana que viene vuelve a juntarse el G-9 [el grupo de 9 cardenales consultores que lo ayudan en el proceso de reforma de la curia y en el gobierno universal de la Iglesia]. ¿Para 2015 va a estar lista la famosa reforma de la curia?

-No, el proceso es lento. El otro día tuvimos una reunión con los jefes de dicasterios y se presentó la propuesta que hicieron de juntar los dicasterios de Laicos, Familia, Justicia y Paz. Y hubo discusión ahí, cada uno expresó lo que le parecía, y ahora esto vuelve al G-9. Es decir, la reforma de la curia lleva mucho tiempo, es la parte más compleja...

-¿Es decir que no va a estar lista en 2015?

-No, se va haciendo de a pasitos.

-Y de ser Papa, ¿qué es lo que más le gusta y qué lo que más le disgusta?

-Una cosa, y esto es verdad y esto lo quiero decir: antes de venir acá, me estaba retirando. O sea, cuando volviera a Buenos Aires, había quedado con el nuncio de hacer la terna ya para que, a fin de ese año [2013], asumiera el nuevo arzobispo. Tenía la cabeza enfocada en los confesionarios de las iglesias donde iba a ir a confesar. Incluso estaba el proyecto de pasar dos o tres días en Luján y el resto en Buenos Aires, porque Luján a mí me dice mucho, y las confesiones en Luján son una gracia. Cuando vengo acá, tuve que volver a empezar con todo esto nuevo. Y una cosa que me dije desde el primer momento fue: "Jorge no cambies, seguí siendo el mismo, porque cambiar a tu edad es hacer el ridículo". Por eso he mantenido siempre lo que hacía en Buenos Aires. Con los errores, por ahí, que eso puede suponer. Pero prefiero andar así como soy. Evidentemente, eso produjo algunos cambios en los protocolos, no en los protocolos oficiales porque esos los observo bien. Pero mi modo de ser aun en los protocolos es el mismo que en Buenos Aires, o sea que ese "no cambies" me cuadró bien la vida.

-Un sector conservador en Estados Unidos cree que usted lo echó al cardenal tradicionalista norteamericano Raymond Leo Burke del Supremo Tribunal de la Signatura Apostólica por ser el líder de un grupo de resistencia a cualquier tipo de cambio en el sínodo de obispos... ¿Es verdad?

-El cardenal Burke un día me preguntó qué iba a hacer, ya que aún no había sido confirmado en su cargo, en la parte jurídica, y estaba con la fórmula de donec alitur provideatur ("hasta que se disponga otra cosa"). Y le dije: "Deme un poco de tiempo porque se está pensando en una reestructuración jurídica en el G-9", y le expliqué que todavía no había nada hecho y que se estaba pensando. Y después surgió lo de la Orden de Malta y ahí hacía falta un americano vivo, que se pudiera mover en ese ámbito y se me ocurrió él para ese cargo. Y se lo propuse mucho antes del sínodo. Y le dije: "Esto va a ser después del sínodo porque quiero que usted participe en el sínodo como jefe de dicasterio", porque como capellán de Malta no podía. Y bueno, me agradeció mucho, en buenos términos y lo aceptó, hasta le gustó me parece. Porque él es un hombre de moverse mucho, de viajar y ahí va a tener trabajo. O sea que no es cierto que lo eché por cómo se había portado en el sínodo. (ver texto completo de la versión digital de la entrevsita en La Nación)

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La Habana entre las 7 ciudades maravillas

Foto/Reuters
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(JR) La Habana fue seleccionada este domingo como una de las siete ciudades maravilla del mundo, dentro de la iniciativa New7Wonders.

Según Bernard Weber, presidente de la fundación organizadora, las urbes seleccionadas representan la diversidad global de la sociedad urbana.

Las otras ciudades que comparten esta distinción, según el comunicado de la entidad, son La Paz (Bolivia), Beirut (Líbano), Doha (Catar), Durban (Sudáfrica), Kuala Lumpur (Malasia) y Vigan (Filipinas). (sigue)

Saturday, December 6, 2014

(Invitación) Estaré este domingo, 7 de diciembre a las 6. 30 p.m., en el canal WLRN 17


Este domingo 7 de diciembre, a las 6. 30 p.m., estaré en el espacio Foro 17, del canal WLRN 17, invitado por el periodista Luis Díaz. Tema: El papa Francisco y su labor como lider religioso y cabeza del estado vaticano. Las fotos corresponden a la grabación del programa.

Fotos/ Blog Gaspar, El Lugareño

Oikos

 
 
Sección Oikos, con fotos de Juan Carlos Agüero.
Dedicada a mostrar la wildlife del Sur de la Florida,
es el espacio green (cada semana) del blog Gaspar, El Lugareño.

La cubana Jeslie Mergal segundo lugar en Miss Intercontinental 2014

 
 
 
(On Cuba) La cubana de 22 años y residente en Miami, Jeslie Mergal, obtuvo el segundo lugar en el concurso de belleza Miss Intercontinental 2014 que se celebró este jueves 4 de diciembre en el Maritim Hotel de la ciudad de Magdeburgo, Alemania, con la asistencia de 68 participantes de igual número de países.

La cubanita, de un metro 74 centímetros de estatura, llegó a tierras teutonas con el palmarés de ser Miss América del Norte para este tipo de eventos, y no decepcionó en las distintas pruebas, solo superada por la tailandesa Phataraponr Wang, de 19 años, y seguida por la representante de Filipinas. (sigue)

Vaticano desmiente a "medios de información" en lo relacionado al descubrimiento de cientos de millones de euros ocultos en las cuentas de la Iglesia

ROMA, 05 Dic. 14 / 05:04 pm (ACI).- Diversos medios de prensa señalaron que se habían descubierto millones de euros “ocultos” en el Vaticano y atribuyeron esta “filtración” al Cardenal George Pell, Prefecto de la Secretaría de Economía, tratando de llevar polémica a la reforma financiera iniciada en el año 2010.

En un reciente artículo para el Catholic Herald, el Cardenal George Pell, Prefecto dela Secretaría de Economía, arrojó luz sobre el progreso hecho en las reformas de las finanzas del Vaticano, en la cual el Purpurado se encuentra a la vanguardia.

“Es importante puntualizar que el Vaticano no está quebrado”, escribió el Cardenal Pell. “Aparte de los fondos de pensiones…la Santa Sede está pagando a su manera, mientras que posee importantes bienes e inversiones”.

Añadió que “de hecho, hemos descubierto que la situación es mucho más saludable de lo que parecía, porque algunos cientos de millones de euros estaban metidos en cuentas seccionales particulares y no aparecían en el balance general”.

Mientras algunos podría tomar esto como una sugerencia de que las entidades vaticanas tenían “fondos negros”, el P. Federico Lombardi, vocero de la Santa Sede, dijo a ACI Prensa el 5 de diciembre, que “el Cardenal Pell no habló sobre ilegal, ilícito o fondos mal manejados”, sino de “fondos que no estaban en el balance oficial general de la Santa Sede o del Estado de la Ciudad del Vaticano”, del cual “la Secretaría de Economía ha sido consciente en el curso del proceso de estudio y revisión de las administraciones vaticanas”. (sigue)

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ver The days of ripping off the Vatican are over by Cardinal George Pell at the Catholic Herald

(Camagüey) El Asilo de Ancianos “Padre Olallo” celebra sus 15

 27 de noviembre de 1999: Mons. Adolfo Rodríguez inaugura, en Camagüey, el Asilo de Ancianos “Padre Olallo”, de los Hermanos de San Juan de Dios. (Foto/Blog Gaspar, El Lugareño)



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ver Fray José Olallo Valdés en el blog

Wednesday, November 26, 2014

Otra postal del añoso Camagüey que fue (por Carlos A. Peón Casas)


Le debemos esta rememoración al ojo entrenado de un avezado fotógrafo y corresponsal de la prestigiosa revista National Geographic(1) visitando el Camagüey de los años 40’s, y dejando esta constancia gráfica de la otrora ciudad que efectivamente ya no es más que un remedo de lo que fue.

No importa que el espacio físico del retrato exista todavía en una antigua calle de la otrora villa: la del Cielo o Plácido, en la ancestral barriada del Cristo, ni que haya quizás algún memoriosos que pueda aludir a los retratados, miembros de una familia de la época, en el azar de aquella instantánea que dejaba constancia de un espacio y un tiempo singulares.

Lo cierto es que todo aquella realidad es acaso sólo parte de las visiones y las rememoraciones de quienes fueron acaso sus hacedores y partícipes, y de muchos que sé bien que disfrutan la inevitable rememoración de aquellas coordenadas, en sus ensueños más nítidos, allende el mar que los separa de esta ínsula, en las latitudes más diversas de este mundo plural donde se han hecho su lugar.

Ya aquel Camagüey no existe más. Que nadie se llame a engaño. El vendedor de las bien rollizas pollonas coloradas, vendidas entonces por una nadería, con que la anónima vecina preparará una bien sólida sopa, y acaso un suculento arroz con pollo como Dios manda, con el sabor ya extinto de aquellas aves de criolla prosapia, son parte ya del recuerdo más irrestricto, el mismo con el que muchos consuelan hoy las pasadas circunstancias de un tiempo extinto, que por necesidad siempre fue mejor.

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1. The National Geographic Magazine. January, 1947. Cuba-American Sugar Bowl by Melville Bell Grosvenor. (XVIII)

Camagüey rinde homenaje a Fernando Alonso



 
 
 Fotos/Adelante
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(Adelante) Camagüey.- Danza contemporánea, ballet clásico y folclórico se juntaron este fin de semana en el Teatro Principal de la ciudad para homenajear al borde de su centenario al coreógrafo, bailarín y maestro Fernando Alonso, figura fundacional de la Escuela Cubana de Ballet.

Piezas como Beatas y Bolero, interpretadas por el Ballet de Camagüey; fragmentos del espectáculo Vivir vivir, del Ballet Contemporáneo Endedans y una selección de ritmos cubanos protagonizados por el Ballet Folklórico local se trenzaron en las casi dos horas de gala que a la par de tributo sirvieron de cierre al evento “Las imágenes posibles”, desarrollado del 19 al 22 de noviembre por la Universidad de las Artes (ISA) del territorio.

Tuesday, November 25, 2014

El arte de roncar (por José M. Fernández Pequeño)

Nota del blog: Agradezco al escritor y amigo  José M. Fernández Pequeño (www.palabrasdelquenoesta.blogspot.com), que comparta el texto "El Arte de Roncar", de su reciente libro El Arma Secreta (Editora Nacional, Ministerio de Cultura, 2014), Premio Nacional de Cuentos “José Ramón López” en la República Dominicana, con los lectores del blog Gaspar, El Lugareño.  Este relato fue seleccionado entre los finalistas de la última convocatoria del Premio Juan Rulfo de Cuentos en el año 2012, que convocaba Radio Francia Internacional.

La semana pasada tuvimos el privilegio de publicar "Pongamos por caso", texto incluido en El Arma Secreta.

Recomiendo la lectura de la reseña hecha por el escritor Félix Luis Viera en Cubaencuentro.com: “El arma secreta”, de José M. Fernández Pequeño y de Fernández Pequeño responde una entrevista impertinente en el website Cruzar las Alambradas del escritor Luis Felipe Rojas.

La presentación en Miami será el viernes 5 de diciembre de 2014, a las 7:00 pm, en el Centro Cultural Español de Miami (1490 Biscayne Boulevard, Miami, Florida, 33132).

El libro se puede adquirir en Amazon http://www.amazon.com/gp/product/9945492446


El arte de roncar
por José M. Fernández Pequeño


Nadie recuerda el momento en que Clara se mudó para el apartamento de su hermano Eutimio, en el cuarto piso del único edificio que no tiene parqueo cerrado en todo el barrio. No hubo quien se percatara de su llegada, ni los pushers que vagabundean por la calle saludando a los vecinos, confiados y amigables hasta que aparece alguna cara nueva. Yo mismo vine a verla por primera vez un domingo como a las cinco de la tarde. Me estaba preparando para salir de día libre y subí al cuartico de los tarecos, a buscar una de las revistas viejas de Cuba que me presta el dueño del colmado, cuando la vi parada en el pasillo de lavado del cuarto piso, en el edificio amarillo que usted puede ver ahí al lado. Miraba embelesada en dirección a Metaldom, y ni se dio por enterada de que yo la observaba desde el techo del colmado. Ahora corren muchos chismes, pero la verdad es que ni siquiera se sabe por qué vino desde Hato Mayor… Hace un par de días me atreví a preguntarle al propio Eutimio, aprovechando que entró al colmado a comprar minutos para su celular. Él puso los cien pesos sobre el mostrador y dijo: «Ay, no joda más con eso, hombre».

Tampoco hay que sorprenderse mucho de esa invisibilidad, digo yo. Clara es –se supone que todavía es– una mujercita de edad dudosa aunque ya no joven, decididamente flaca, alta y pálida. Eso, zombi más que gente. Luego de un tiempo viviendo ahí, el carajo que hacía el delivery del colmado y los tecatos que juegan dominó en la galería del establecimiento apenas si sabían su nombre y que al parecer había encontrado trabajo en una farmacia no muy lejos del barrio. Se le veía salir cerca de las siete de la mañana, mordiendo un saludo inaudible entre los motores de los carros que sus dueños calentaban en los parqueos, y regresar igual de callada en la tardecita. Que yo recuerde, nunca entró en el colmado. Y yo no tendré la memoria de la detective pelirroja que trabaja en la serie Unforgettable, pero tan mala tampoco es. Al poco tiempo de estar aquí, la regularidad de sus costumbres y el silencio habían hecho a Clara todavía más invisible, como esos corotos que uno ni mira de tanto saber donde están.

Le he preguntado a la gente del barrio. Nada en la actitud de Clara permitía sospechar que alguna vez se vería asociada con algo tan difícil de explicar como el ruido que una madrugada, poco después de las dos, sorprendió al señor Rosendo en el tercer piso de ese mismo edificio amarillo, todavía con los pies metidos en agua tibia buscando mitigar los rigores de sus andanzas como cobrador de cuentas pendientes. La doctora Carmen, que vivía en la segunda planta del residencial recién construido frente al colmado, sí identificó enseguida que aquello era un ronquido, solo que diferente al común de los ronquidos que había escuchado antes. Don Antonio se vio arrebatado de un sueño donde tocaba el chelo en plena calle El Conde, frente a la sonrisa extasiada de Mahatma Gandhi, para escuchar aquel sonido nada desagradable, que parecía desparramarse por todo su penthouse, en el último piso de la torre que hace esquina con la avenida del Malecón. «Y esa mierda, ¿qué es?», preguntó el Coronel sobresaltado, aunque no tanto como el carajo que hacía el delivery en el colmado, acostumbrado a entregarle el dinero y recibir la mercancía cada madrugada del martes sin que el Coronel le dirigiera la palabra. «¿Qué cosa?», preguntó el muchacho, creyendo que el hombre calvo había encontrado algo mal al contar el dinero. «¿Estás sordo o serás pariguayo? Ese ruido, ¿no oyes?» Y en serio que el muchacho, aterrorizado como estaba, no oía otra cosa que la respiración del Coronel, así que dijo lo primero que le pasó por la cabeza: «Seguro es el mar en el Malecón. A esta hora los ruidos se oyen lejísimo».

Eso fue lo que ellos me contaron. Sobre lo que hizo después el Coronel nada puedo decir porque no hubo tiempo ni coraje para preguntarle. Pero el señor Rosendo, la doctora Carmen y don Antonio vinieron a dormirse pasadas las cuatro, cuando cesó el sonido, o al menos eso les pareció, que ya se sabe lo difíciles que son esos pleitos entre sueño y desvelo. Al día siguiente, ninguno de los tres creyó necesario hacer el mínimo intento por explicarse de dónde les venía aquella disposición especial para el trabajo. Cada quien cumplió una jornada excepcional y se encamó temprano, acunado por un sopor próximo a la felicidad, esa vaina de la que todo el mundo habla y nadie puede decir si existe. Incluso el señor Rosendo admite que esa noche, por primera vez en mucho tiempo, logró dormir en paz con la circulación de sus piernas y los puyazos en las plantas de los pies.

Hasta las dos de la madrugada. Esta vez el señor Rosendo despertó seguro de que era un ronquido, sí señor, lo que se dice un ronquido bien curioso. La doctora Carmen reconoció con extrañeza que por primera vez en su vida oír roncar no le alteraba los nervios sino todo lo contrario. Y don Antonio estuvo suficientemente despierto como para determinar que el encanto del sonido provenía de la naturalidad inaudita con que mezclaba las más encontradas combinaciones armónicas. Cuando se asomaron a la calle, vieron que otros apartamentos estaban encendidos y los borrachos de la hora habían abandonado la galería del colmado en sombras para cruzar hacia la acera de enfrente y juntarse con los vigilantes que cuidan los edificios, todos poseídos por una misma atenta inmovilidad. Yo los vi. Estaba en el cuartico del fondo, como siempre después de cerrar, y sentí un silencio raro afuera. Dejé la historia del detective que quiso cometer un crimen perfecto esperándome en la revista vieja de Cuba que me presta el dueño del colmado para subirme al techo. Los que estaban en la calle y en los balcones de los edificios miraban hacia la hasta ese momento anodina ventana de Clara, en el cuarto piso del único edificio que no tiene parqueo cerrado de todo el barrio.

¿Cómo podían estar seguros de que el ronquido venía de esa ventana? Nadie sabe explicarlo. Ni el señor Rosendo, tan exacto con sus pedidos y sus propinas; ni la doctora Carmen, siempre tan ella misma como son todos los abogados. Ni don Antonio, que es músico y por eso debe tener un oído perfecto. Pero tampoco ninguno dudó en ese momento. Y mire que lo he preguntado, casi me parecía a los agentes de la serie La ley y el orden averiguando por aquí y por allá. Tan concentrados estaban todos esa noche que prácticamente nadie prestó atención a la palabrota que ladró el Coronel ni al portazo que dio al entrar en el biplanta que la Fuerza Aérea le construyó un poco más allá del edificio amarillo, siguiendo esta misma acera. En medio de la madrugada y protagonizando un equilibrio increíble, los desvelados se dejaban ganar por aquel ronquido que, de verdad-verdad, todavía hoy no cabe en ningún comentario. Yo me fui a dormir como a la media hora porque tenía que abrir el colmado temprano al otro día, pero me dijeron que aquello duró hasta pasadas las cuatro, hora en que el ronquido comenzó a decrecer y finalmente cesó. Cesó el ronquido, no el equilibrio.

Hasta ahí, todo más o menos normal. ¿Para qué iba alguien a inquietarse por un ronquido? En los días siguientes, cada quien salió a gastar su vida como si lo que estaba ocurriendo en el barrio por las madrugadas fuera uno de esos secretos muy íntimos que nadie se atreve a tratar en público. No hubo preguntas ni confidencias, a nadie se le ocurrió hablar sobre el asunto. Y menos con Clara, que siguió bajando y subiendo las escaleras del edificio amarillo con su silencio, sus pocas carnes y las faldas anchas cayéndole más arriba de los tobillos. La vida del barrio se dividió en dos mitades difíciles de congeniar. Una cosa era el quehacer ruidoso y suelto antes de que la madrugada cantara las dos, y otra muy distinta el recogimiento cada vez más concurrido cuando el sonido venía a embobecer hasta el hipo de los borrachos y el ladrido de los perros. Si lo sabré yo que dedico como mínimo un par de horas después de cerrar a leer historias de policías y delincuentes.

El señor Rosendo no se asomó al balcón en esas madrugadas; aprendió que si aflojaba las clavijas de su carácter, podía flotar dentro del sonido, en una conversación sin interlocutor ni palabras precisas que de paso favorecía la pésima circulación de sus piernas. La doctora Carmen optó por ponerse a trabajar en su estudio de dos a cuatro y media; simplemente se concentraba en los expedientes que desde la tardecita había ordenado sobre la mesa y dejaba que las ideas fluyeran puntiagudas y enérgicas, vitalizadas por el sonido. Don Antonio salía al balcón del penthouse con una silla plástica en la mano, adoptaba la posición adecuada para el chelo, cerraba los ojos, y se afanaba en seguir con su instrumento imaginario los caprichos del ronquido que le llegaba poderoso, moldeando en compases impredecibles una realidad fabricada con sensaciones, de modo que el arco inexistente podía pasar sin aviso del olor del deseo al sabor misterioso de la aceituna. A mí no me crean, él habla así y esas fueron sus palabras.

Aunque es el que vive más lejos, en la esquina con la avenida del Malecón, don Antonio fue el primero de los tres en asombrarse por la manera en que cada madrugada iba llegando más gente a la calle. Empezaron a venir del barrio que está al otro lado de la avenida Independencia, generalmente en grupos de tres o cuatro, algunos todavía con botellas de ron en las manos, y se ubicaban por los alrededores del colmado, ya oscuro a esa hora. Venían del centro de la ciudad, parqueaban sus autos en las calles paralelas y se recostaban de los muros, en los edificios de enfrente, como si buscaran dejar en claro su condición de visitantes, cuando en realidad lo que querían era una posición ventajosa frente al edificio amarillo, el único que no tiene parqueo cerrado en todo el barrio. Venía gente de muchos lugares, puede que no siempre la misma pero cada vez en mayor cantidad, y de las dos a las cuatro pasadas, permanecían fundidos en una atención más inverosímil mientras mayores eran las diferencias entre quienes acudían a escuchar el ronquido.

El espacio razonablemente próximo al edificio amarillo terminó por hacerse escaso un sábado. Enterado de cómo había venido creciendo la concurrencia cada noche, el dueño del colmado ordenó mantenerlo abierto mientras hubiera clientes rondando, una idea que no me pareció buena para nada, pero ya se sabe que el burro se amarra donde diga el dueño. Y en efecto, alrededor de las once comenzó a llegar gente extraña, gente que nunca habíamos visto de día por el barrio, y a situarse en los puntos desde donde mejor contacto visual podían hacer con la ventana de Clara, como si tuvieran la necesidad de captar algo también con los ojos. Hasta la una, más o menos, cualquiera que no estuviese al tanto de las cosas hubiera pensado que eran grupos de amigos bebiendo en un sábado social cualquiera. A partir de esa hora, el panorama dio un cambio completo, y no solo porque la llegada de personas amenazó con convertirse en invasión, sino sobre todo porque el humor de los reunidos se apagó. Los que jugaban en la galería detuvieron el dominó. Los chistes y las risotadas cesaron. Quienes entraban al colmado pedían su cerveza susurrando, como si levantar la voz hubiera podido considerarse un sacrilegio. Hasta los pushers, que habían hecho lo suyo moviendo la mercancía entre los grupos, fueron olvidados. Finalmente, cuando el reloj iba alcanzando las dos menos diez, un moreno asomó sus trenzas por la puerta y nos pidió que bajáramos el audio del televisor donde yo estaba viendo un maratón de la serie Cuerpo de evidencia. No fue una orden. Su voz sonó más bien a ruego, y ya se sabe que el cliente tiene siempre la razón.

A partir de las dos no se vendió ni una menta, nadie pidió ir al baño, no sonó el teléfono del colmado, no se escuchó una sola voz… Hasta los vehículos que pasan desmandados por la avenida del Malecón parecieron ponerse de acuerdo para apaciguar el ruido de sus motores. Confieso que me entró un miedo raro y me pregunté si no sería mejor cerrar, pero no me atreví. La puerta metálica al bajar habría sonado como un insulto en medio del silencio.

Salí a la galería del colmado. A la vista de la muchedumbre que ocupaba la calle y los balcones de los edificios, escuchando en colectivo como si hubieran hecho un pacto para no razonar, algo me dijo que aquella situación de ningún modo iba a durar mucho. No quiero dármelas de psíquico, como el tipo de la serie El mentalista, pero en ese momento supe que algo malo iba a pasar, lo juro. Cuando la gente empezó a retirarse en grupos, cabizbajos y hasta malhumorados, cerré el establecimiento. Eran las cuatro pasadas. Por decir cualquier cosa, para aguar mi propio susto, me pregunté en voz alta: «¿Y qué viene ahora?» El carajo que hacía el delivery en el colmado dejó de halar la puerta metálica hacia abajo. «¿Cómo?», se extrañó. Lo miré. Él me miraba. Habíamos bajado la puerta hasta la mitad: «Digo, con el ronquido y todo esto», le contesté. Él siguió viéndome con ojos extraviados, como si hubiera consumido la mercancía en lugar de venderla entre los grupos de personas, y me respondió con una pregunta: «¿Qué ronquido?»

Fue al día siguiente que los del DNI se llevaron a Clara. Eran las doce en punto del mediodía y el barrio aún dormía su domingo, friéndose bajo un solazo terrible. A pesar del aparataje que hicieron las cuatro camionetas de doble cabina y el automóvil, de los frenazos y las voces que daban los guardias mientras allanaban el único edificio que no tiene parqueo cerrado en el barrio, a los balcones solo se asomaron dos o tres muchachas de servicio. Acá abajo, prácticamente los únicos espectadores fuimos nosotros y un limpiabotas haitiano que esperaba el despertar del barrio sentado sobre su cajón en el galería del colmado. Cuando el despliegue policial se alejó con su alarde de sirenas y motores, el Coronel sacó brillo con ambas manos a la bola de billar que era su cabeza y gritó desde la acera frente al biplanta, su casa: «¡Ahora sí que se van a joder, babosos!»

El barrio vino a reaccionar ante la noticia en la media tarde, un poco después de las cuatro. Nadie lo decía claro, quizás no había nada que decir, pero era fácil notar que algo pasaba. Los tecatos no se ponían de acuerdo en el dominó, discutían y se acusaban por cualquier pendejada, hasta que tiraron las fichas encima de la mesa y se largaron con su escándalo a otra parte. Los pocos hombres del barrio que se asomaban a la puerta del colmado parecían faltos de decisión, y ni siquiera uno intentó hacerme cambiar los capítulos de Detectives médicos que estaban dando para poner la pelota en el televisor. El teléfono no paraba de sonar y el carajo que hacía el delivery en el colmado no daba abasto, pero eran unos pedidos de mierda, que si tres cigarrillos Marlboro, que si una caja de fósforos, que si dos agüitas Dasany… Había un calor pesado y mientras me bañaba para irme a Baní, como hago siempre en mi día libre, pensé que todos temían la llegada de la noche.

Esa noche el señor Rosendo tomó una dosis doble de Diosmina y se metió temprano en la cama, dispuesto a enfrentar los pésimos augurios del calor que sentía subir por su pierna izquierda. En efecto, se removió durante horas, molesto por el zumbido del ventilador, las alarmas de los autos que a veces se disparaban afuera, la consistencia de las sábanas, demasiado ásperas, y sobre todo tratando de no cambiar la posición, de evitar el calambre que taladraba su cintura y bajaba por ambas piernas a puyarle las plantas de los pies. No supo cuándo se durmió, pero sí recordaba después que había sido un escabroso perder la conciencia hasta caer en la paz de un sueño donde mucha gente a su alrededor bailaba al ritmo de sus ronquidos. Cómo reía Yocarla, su difunta esposa, y reía el propio señor Rosendo, que roncaba y al mismo tiempo se divertía viendo divertirse a los demás con sus ronquidos. Una alegría mucho más auténtica sin dudas que la euforia excesiva de la doctora Carmen al declarar la noche libre y sentarse frente a la mesa llena de papeles, en su estudio, con el litro de Johnny Walker etiqueta negra en la mano. Allí sentada, viendo vaciarse la botella como si fuera un objeto ajeno a ella, sin ánimos para poner música en la laptop, sintió cuando su marido entró al apartamento y siguió hacia la habitación de ambos. No sin un poco de remordimiento, se alegró de que su hermana se hubiera llevado a los muchachos de vacaciones para California. Justo a la una y media fue para el cuarto, tratando de pasar lo más lejos posible del balcón, y se acostó completamente desnuda, abrazada a la espalda del marido. Nunca logró concentrarse en lo que hacían, y fueron al menos tres las veces en que ella detuvo el toqueteo para preguntarle: «¿Oíste ese sonido?, ¿qué será?», antes de que el hombre perdiera la erección y el interés.

Tampoco don Antonio pudo concentrarse esa noche. Daba vueltas por el penthouse, prendía el equipo de música, lo apagaba, sacaba del librero la biografía de no recuerdo cuál músico escrita por un tal Solomon, no entendía las líneas que tenía delante de los ojos, y ya cerca de las once tuvo la idea de llamar a sus compañeros músicos de la Orquesta Sinfónica. Fue un desastre. Los pocos que contestaron al teléfono le hablaban en un tono hosco o demasiado conciliador, así que él cerraba la comunicación con un «Vete al carajo, mameluco», o algo peor. Faltando un cuarto para las dos de la madrugada, no pudo más. Agarró la silla plástica y fue a sentarse en el balcón. En posición de tocar el chelo, buscó con el arco imaginario el sonido tal y como había resonado tantas madrugadas antes, como seguía vibrando en su cabeza, y caramba, de pronto comenzó a escucharlo, sintió venir el ronquido al encuentro de las notas inusitadas que él pisaba en el invisible diapasón de su sensibilidad. Durante dos horas la comunión fue perfecta, única, y al final don Antonio avanzó hacia la cama prácticamente en trance. Justo a las cuatro y cinco de la madrugada se echó a dormir hasta la tarde del día siguiente. Eso fue lo que él me dijo, casi-casi con esas mismas palabras.

En definitiva, ¿se escuchó o no se escuchó el ronquido la madrugada en que Clara estuvo presa? Las respuestas son imprecisas. De mi parte, nada puedo decir, a menos que fuera como la doña de la serie Médium, que se sueña las cosas. Esa noche estaba de descanso, con mi gente en Baní. Según el carajo que hacía el delivery en el colmado, serían las tres de la tarde del lunes cuando Eutimio regresó con Clara. Se entiende. No es posible mantener presa a una persona por el delito imputado de roncar. Los del DNI todavía interrogaron a varios vecinos, que tampoco requirieron de mucho esfuerzo para hacerse los tontos. Conmigo hablaron, me preguntaron una balsa de vainas pero, ¿qué hubiera podido decir yo, incluso bajo tortura? Era un sonido y ya, algo que no se puede tocar, sin aplicación definida, lejano a cualquier voluntad de conseguir o de proponer cualquier cosa. ¡Un ronquido y punto! 

A partir de ese día y durante los tres siguientes, el barrio fue patrullado por agentes vestidos de civil, más visibles todavía por su pretensión de incógnito. Hubo que detener el movimiento de la mercancía y desaparecer a los pushers. Sobre las diez de la noche, los policías ocupaban el barrio, así que decidimos cerrar el colmado a las nueve, hasta ver que cambiara la situación. Los vecinos no solo se recluyeron en sus apartamentos, sino que incluso dejaron de encender luz en los balcones. De ese modo, los que llegaban luego de la medianoche encontraban un desierto de sombras sospechosas y se devolvían por ahí mismo. Nadie se asomó, ni un solo perro ladró en la calle cuando el ronquido sonó esas madrugadas, a las dos en punto, y para que vean lo que son las vainas, a la mayoría de los vecinos encerrados en sus casas les pareció más intenso, como más desafiante.

Me hubiera gustado ver la reacción de los policías encubiertos mientras el ronquido viajaba por el barrio hasta más allá de las cuatro, pero los puntos de observación tras las ventanas del colmado no daban una buena visibilidad hacia la calle oscura y tampoco tuve coraje para subirme al techo. Acostado en el cuartico del fondo, trataba de meterme en la historia del tipo que vio cometer un crimen mientras estaba colgado en el foso de un ascensor, reparándolo, todo para no escuchar el ronquido solitario. Pero nada, cuando amaneció el cuarto día, envié al carajo que hacía el delivery en el colmado para decirle al Coronel que no había forma de mover la mercancía mientras los agentes anduvieran por el barrio.

Fácil, los policías ya no vinieron esa noche y la gente regresó, muy poquita el viernes, fluyendo cada vez más a partir del sábado en que aparecieron las primeras velas encendidas. Humeaban en un rincón del único parqueo abierto que hay en el barrio y nunca se supo quién las puso. Pero con las velas empezaron a correr las historias. El señor Rosendo, que pasó el domingo en la mañana por el colmado buscando con qué espantar los mosquitos, escuchó tan atento como yo la historia de la muchacha que hace el servicio en el apartamento del senador Rusinel. Según esa caraja, la hija más pequeña del senador se había puesto malísima del asma por la madrugada, y cuando ya estaban llamando a Movimed porque no sabían qué más hacerle, ella solita comenzó a respirar bien, se rio y dijo: «Mami, mami, ese ronquidito huele a chocolate, ¿no es verdad?»

Tampoco la doctora Carmen pudo menos que sonreír mientras el limpiabotas que subía todos los domingos a su apartamento mostraba la forma en que iban desapareciendo las manchas blancas de su espalda y su cuello desde que venía a dormir con los albañiles haitianos, en el edificio que estaban construyendo en la esquina con la calle Paya. Pero al final su azoro no fue tanto como el de don Antonio que, de esmoquin y cuello impecables, a punto de salir al escenario del Teatro Nacional, escuchó a la primera violinista checa referir el caso de la señora cuyo cáncer de páncreas, terminal y desahuciado por los médicos, había desaparecido luego de ser llevaba una madrugada al barrio donde la checa chismosa ni se imaginaba que él vivía.

En los días siguientes, a la par que las historias, fueron aumentando las velas. No bien cesaba el ronquido, siempre un poco después de las cuatro, muchos de los que habían estado escuchando en absoluta veneración invadían el parqueo con las velas en las manos, murmurando quién sabe qué peticiones. Pronto los residentes en el edificio amarillo, Eutimio entre ellos, se vieron obligados a dejar sus vehículos en la calle, ante el cada vez menor espacio en el parqueo y el temor de un incendio. Y detrás de las velas no demoraron en llegar las ofrendas: imágenes de Belié Belcán partidas en cuatro pedazos, azucenas para Obatalá, atados de yerbas humeadas con tabaco y remojadas en ron para el gusto de Dambalá, paños con serpientes pintadas en honor a Santa Marta… Lo cierto es que a esas alturas la fisonomía de quienes venían cada noche –y cada vez en mayor cantidad– había cambiado mucho. Ahora, además de los parranderos con sus botellas casi vacías en la mano, mayoreaba gente más apagada, más triste: tullidos, renqueantes, empujados en sillas de ruedas, conducidos del brazo por otra persona, o sombras en las que no era difícil reconocer algunos de los cueros que se la ganan haciendo gozar a los tígueres en los cabarés del kilómetro doce. Y detrás de los enfermos, las ofrendas y los tristes irrumpieron las brigadas cristianas.

No sé qué cristianos eran ni de qué iglesia, todas esas religiones se parecen. Fue como a la semana de que se hubieran ido los militares, la madrugada de un viernes después de las tres. Llegaron en guaguas, armados con palos, y se bajaron antes de doblar en la avenida del Malecón, de modo que agarraron a todo el mundo asando batatas cuando invadieron la calle repartiendo golpes y cantando a coro que en su casa reinaba el Señor. Bajamos las puertas metálicas a toda carrera, mientras algunos de los congregados en las proximidades del edificio amarillo huían muertos de miedo y los que no podían moverse suficientemente rápido y tampoco habían logrado entrar al colmado –los tullidos, los viejos o los muy drogados– intentaban protegerse metiéndose en las áreas reservadas para la basura de los edificios. Nada, que la calle sucumbía bajo el empuje de las brigadas cristianas, y justo en ese momento, como salidos de los intestinos de la tierra, aparecieron los albañiles haitianos que construían el edificio en la esquina con la calle Paya y a pedradas limpias deshicieron la cohesión de los cantos contra los herejes diabólicos.

Así, entre las piedras disparadas por los haitianos y los adoradores del ronquido, muchos de los cuales habían regresado en busca de revancha; los objetos de todo tipo que devolvían las desmembradas brigadas cristianas; los gritos de quienes en los apartamentos clamaban por la integridad de sus vehículos en los parqueos; los pedazos de hielo y las botellas que algunos vecinos tiraban hacia la calle desde los balcones; y los cuatro balazos que soltó el Coronel al aire, llegó la policía y cargó con los que no corrieron a tiempo, de modo que los rivales se vieron obligados a compartir el incómodo espacio de los camiones policiales. A resultas de la batalla, hubo más de veinte heridos, la construcción del edificio en la esquina con la calle Paya fue paralizada por el Ayuntamiento, los militares ocuparon otra vez el barrio desde las diez de la noche hasta las seis de la mañana y, con tanto acontecimiento, nadie tuvo tiempo para preguntarse dónde estaba Clara, o por qué ni los tecatos que juegan dominó en el galería del colmado la habían visto bajar otra vez las escaleras de su edificio desde aquel lunes en que Eutimio la trajo del DNI.

Los dos días siguientes fueron tensos. Los pushers llamaron uno a uno para decir que no contáramos con ellos, que la zona se había puesto demasiado caliente, y no me quedó de otra que hablar con el dueño del colmado para pedirle que hiciera alguna gestión con los suministradores de la mercancía porque, según lo que aparentaba, la influencia del Coronel no estaba funcionando. El señor Rosendo, viendo la calle vacía y los balcones cerrados a través de sus persianas entrejuntas, pensó con disgusto que el barrio se estaba volviendo un cementerio. La doctora Carmen, sin poder concentrarse en su trabajo pero tampoco dormir, demoró dos horas y catorce minutos exactos en convencer a su marido de que lo mejor era contratar una inmobiliaria y poner el apartamento en venta. Don Antonio, temeroso de salir al balcón y entregarse a su pantomima musical, creyó sentir que el ronquido se iba haciendo más crudo, aunque también más fiel a su principio de no aceptar patrón definido, de construir una estructura sonora que de alguna manera incluía todas las estructuras conocidas o imaginadas. Como desquite, el domingo en la mañana agarró el chelo de verdad y se dedicó durante tres horas seguidas al intento de capturar aquella libertad sonora en una composición excepcional, explosiva, como jamás habían soñado siquiera las vanguardias más delirantes; en una partitura que –y él lo decía con esas palabras tan seguras– sería el colmo de la originalidad desatada.

Pero ni modo, el sonido que en el instrumento imaginario pasaba con tanta audacia de una combinación armónica a otra completamente imposible, a la luz del día, sobre la tensión real de las cuerdas y la aridez del papel pautado, sonaba inauténtica, carente de una lógica fuera de toda lógica que no era posible atrapar. Agitado y furioso, don Antonio arrojó el arco contra la pared, justo en el momento que la muchacha de servicio salía de la cocina para decirle que se iba porque los chillidos del instrumento la estaban volviendo loca. Meticuloso hasta la manía, don Antonio razonó sin darse tregua sobre aquel fracaso, buscó en el recuerdo del sonido algo que le permitiera entender aquella libertad indomable, y si bien no arribó a una conclusión, sí pudo intuir que la rispidez creciente del ronquido podía ser un anuncio nefasto, la premonición de que algo en su interior estaba a punto de quebrar. Así me lo confesó después, y yo pensé que en el mundo hay cosas bien difíciles de entender porque aquella misma tarde de domingo, mientras me bañaba para salir hacia Baní, supe que algo grande iba a suceder. No puedo explicar esa sensación, pero fue tan fuerte que hasta me dije: «Mi pana, vas a tener que dejar de ver tantos episodios de Mentes criminales».

De todas formas, nada le dije a don Antonio sobre nuestras intuiciones coincidentes. Mejor dejarlo creer que fue el menos sorprendido cuando el Coronel salió a la calle esa madrugada, dicen que faltando unos minutos para las tres, con la calva brillando a la luz de la luna y una treintaiocho en la mano derecha. «Esta vaina se acaba ahora mismo», dicen que gritó mientras atravesaba el único parqueo abierto en todo barrio. Cuando los policías reaccionaron y fueron tras él, escaleras arriba, ya el hombre pateaba la puerta de Eutimio, que no tardó en abrir. «¡¿Dónde está, dónde está esa mujer del demonio?!», dicen que vociferaba el Coronel recorriendo el apartamento habitación por habitación, sordo a los gritos de los sorprendidos durmientes, a las palabras con que Eutimio intentaba explicarle que Clara ya no vivía allí, que él mismo la había llevado de regreso para Hato Mayor haría como dos semanas.

A partir de ese momento, todo es muy confuso. Como Eutimio se niega a hablar sobre el asunto, no es posible precisar si el Coronel se convenció de que buscaba en vano o si los policías lo hicieron a bajar. El caso es que, según dicen los que estaban asomados a los balcones, la situación parecía bajo control cuando los agentes y el Coronel se detuvieron a conversar en el único parqueo abierto de todo el barrio. Se veían tan de acuerdo, dicen que tan tranquilos, que nadie pudo anticipar el movimiento del Coronel hacia la derecha, la forma en que se desprendió del grupo y avanzó disparando contra la ventana por donde se asomaba el carajo que hacía el delivery en el colmado. Cuando los policías hicieron gesto de ir tras él, dio la vuelta y les apuntó con el arma. «Esto no se soporta más, coño», dicen que dijo antes de encoger el brazo y dispararse un tiro en la bola de billar que era su cabeza.

Ahora corren muchas historias acerca de si fue eso u otra cosa lo que dijo el Coronel antes de dispararse. Hay hasta quien asegura que se lamentó de que la cabeza asomada a la ventana del colmado no hubiera sido la mía. No sé, no estaba esa noche porque era mi día de descanso y tampoco soy como esos policías de la serie CSI, que mirando un fósforo apagado te dicen la marca de calzoncillo que usa el asesino. Pero, a fin de cuentas, tampoco vale la pena preocuparse demasiado por el Coronel. Se necesita estar muy perturbado para ponerse a perseguir un ronquido y terminar queriendo matar al único que nunca logró escucharlo en todo el barrio.


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“El arma secreta”, José M. Fernández Pequeño.
Editora Nacional, Ministerio de Cultura, 2014.
Imagen de portada: “Hojas y ojos” (1994), de Mario Grullón, Colección Eduardo León Jimenes de Artes Visuales, Centro León
ISBN: 978-9945-492-44-6






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José M. Fernández Pequeño: Escritor de origen cubano y nacionalizado dominicano. Ha publicado catorce libros en géneros como la crítica literaria, la narrativa, el ensayo y la literatura infantil. Se graduó de Licenciatura en Letras por la Universidad de Oriente, en Santiago de Cuba, y realizó luego estudios como asistente de dirección cinematográfica. Tiene una maestría en Ciencias de la Educación, mención investigación, por la Universidad de Camagüey, en Cuba, y la Universidad APEC, en República Dominicana. Ha desarrollado una larga carrera como profesor universitario, editor y gestor cultural.

Sus últimos libros son: Un tigre perfumado sobre mi huella (Editorial Cañabrava, 1999; Editorial Plaza Mayor, 2004), En el espíritu de las islas: los tiempos posibles de Max Henríquez Ureña (Editorial Santillana, Taurus, 2003), Cuentos para Angélica (Editorial Libresa, 2003; Editorial Oriente, 2005), La mirada en el camino (Universidad INTEC, 2006); Tres, eran tres (Grupo Editorial Norma, 2007); Distantes y distintos; comunicación profesor-estudiante en la universidad dominicana (ensayo, FUNGLODE, 2008, escrito junto a Jorge Ulloa Hung); Las voces y los ecos; incomunicación y brecha generacional en la universidad dominicana (Universidad Iberoamericana, 2012, escrito junto a Jorge Ulloa Hung), El arma secreta (cuentos, Editora Nacional de la República Dominicana, 2014). Su último libro de cuentos, “Memorias del equilibrio”, está aún inédito.

Entre los últimos premios que ha recibido están: Premio Memoria, de la UNESCO, en ensayo (1997); Premio Internacional Casa de Teatro, en cuento (República Dominicana, 2001); finalista en el Concurso Internacional de Literatura Infantil y Juvenil Libresa (Ecuador, 2003); Premio Nacional de Ensayo Pedro Francisco Bonó (República Dominicana, 2008); finalista en el Premio Iberoamericano de Cuentos Juan Rulfo (Francia, 2012); Premio Nacional de Cuento 2013 en la República Dominicana. Edita el blog Palabras del que no está (www.palabrasdelquenoesta.blogspot.com).

Saturday, November 22, 2014

Oikos

 
 
Sección Oikos, con fotos de Juan Carlos Agüero.
Dedicada a mostrar la wildlife del Sur de la Florida,
es el espacio green (cada semana) del blog Gaspar, El Lugareño.

Friday, November 21, 2014

(Miami) Muestra de Cine Independiente Cubano en Vedado Social Club


Debate sobre cine cubano en un ambiente de música, danza y otras artes.
Curadora: Lilian Lombera

Filmes:
Confórmate con ser libre (anim)/ Huesitos (anim)/ Abecé (doc)/ La trucha (ficc)/ Una niña, una escuela (doc)/ Velas (doc)/ París, puertas abiertas (ficc)/ Easy Sailing (doc)/ Yunaisy (ficc)/ La madre (anim)/ Off line(doc)

Realizadores:
Rivero Barreiro, Gabriela Leal Carrazana, Diana Montero, Luis Ernesto Doñas, Alejandro Ramírez, Alejandro Alonso, Martha María Borrás, Hanny Marín y Nayibi Saab, Juan Pablo Daranas, Ivette Ávila, Yaima Pardo.


Lilian Lombera (1981) Lic. Historia del Arte. Fue profesora de Música Cubana en la Universidad de La Habana, Manager de músicos y más recientemente Productora de Proyectos culturales. Integrante de 3Tres Musas Producciones, red de mujeres productoras independientes en América.

Entrada: gratis
Colaboradores: Muestra Joven, Cooperativa Producciones, EICTV, FAMCA, Producciones Canek,
Cucurucho Producciones, Escuba Amarga, Televisión Serrana, Producciones
Nosotros, La concretera Producciones.

Domingo 23 de noviembre de 2014
Horario: 5:00 p.m – 10. 00 p.m. 

Vedado Social Club
5580 NE 4th Ct, Miami, Florida 33137

Cubanos premiados en los Latin Grammy 2014



(Diario de Cuba) Descemer Bueno y Gente de Zona junto al español Enrique Iglesias ganaron tres Grammy Latinos el jueves por la noche gracias al superéxito "Bailando".

El tema, que pertenece al disco Sex and Love (Universal Music/Republic Records), de Iglesias, recibió el gramófono dorado como Mejor Canción del Año, Mejor Interpretación Urbana y Mejor Canción Urbana.


Otros premiados en la ceremonia, realizada en Las Vegas, fueron Arturo O'Farrill & The Chico O'Farrill Afro-Cuban Jazz Orchestra, quienes se llevaron el galardón al Mejor Álbum Instrumental por Final Night At Birdland (Zoho).



Paquito d'Rivera se llevó el premio al Mejor Álbum de Jazz Latino junto al Trío Corriente por Song For Maura (Paquito Records/Sunnyside). El galardón fue compartido con Chick Corea, quien lo recibió por The Vigil (Concord Jazz/Stretch Records). (sigue)

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Ver todos los premios en http://www.latingrammy.com/es

5 facts about illegal immigration in the U.S.



(Pew Research Center/by Jens Manuel Krogstad and Jeffrey S. Passel) The number of unauthorized immigrants in the U.S. has stabilized in recent years after decades of rapid growth. But there have been shifts in the states where unauthorized immigrants live and the countries where they were born.

Millions could receive relief from deportation and work visas from an executive order that President Obama is expected to announce soon. The action would be the most significant protection from deportation offered to unauthorized immigrants since 1986, when Congress passed a law that allowed 2.7 million unauthorized immigrants to obtain a green card.

Here are five facts about the unauthorized immigrant population in the U.S.

1. There were 11.2 million unauthorized immigrants in the U.S. in 2012, a total unchanged from 2009, and currently making up 3.5% of the nation’s population. (Preliminary estimates show the population was 11.3 million in 2013.) The number of unauthorized immigrants peaked in 2007 at 12.2 million, when this group was 4% of the U.S. population.

2. Mexicans make up about half of all unauthorized immigrants (52%), though their numbers have been declining in recent years. There were 5.9 million Mexican unauthorized immigrants living in the U.S. in 2012, down from 6.4 million in 2009, according to Pew Research Center estimates. Over the same time period, the number of unauthorized immigrants from Asia, the Caribbean, Central America and a grouping of countries in the Middle East, Africa and some other areas grew slightly (unauthorized immigrant populations from South America and Europe/Canada did not change significantly).

3. Six states alone account for 60% of unauthorized immigrants—California, Texas, Florida, New York, New Jersey and Illinois. But the distribution of the population is changing. From 2009 to 2012, several East Coast states were among those with population increases, whereas several Western states were among those with population decreases. There were seven states overall in which the unauthorized immigrant population increased: Florida, Idaho, Maryland, Nebraska, New Jersey, Pennsylvania and Virginia. Meanwhile, there were 14 states in which the population decreased over the same time period: Alabama, Arizona, California, Colorado, Georgia, Illinois, Indiana, Kansas, Kentucky, Massachusetts, Nevada, New Mexico, New York and Oregon. Despite a decline, Nevada has the nation’s largest share (8%) of unauthorized immigrants in its state population.

4. Unauthorized immigrants make up 5.1% of the U.S. labor force. In the U.S. labor force, there were 8.1 million unauthorized immigrants either working or looking for work in 2012. Among the states, Nevada (10%), California (9%), Texas (9%) and New Jersey (8%) had the highest shares of unauthorized immigrants in their labor forces.

5. About 7% of K-12 students had at least one unauthorized immigrant parent in 2012. Among these students, about eight-in-ten (79%) were born in the U.S. In Nevada, almost one-in-five students (18%) have at least one unauthorized immigrant parent, the largest share in the nation. Other top states on this measure are California (13%), Texas (13%) and Arizona (11%). (See full text a Pew Research Center)
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