Pioneering in Cuba(1)
Una anécdota puertoprincipeña de un cronista yanquee en Gloria City
La novedad de esta relatoría es ciertamente muy notoria. Se trata de la primera relación que se conozca, de los avatares vividos por los iniciáticos colonos norteamericanos que vinieron a poblar La Gloria, el mítico poblado anexo a la bahía del mismo nombre en el norte de la provincia de la región principeña.
El autor, James M. Adams, fue precisamente uno de aquellos primeros expedicionarios que a bordo del Yarmouth, llegaron a Nuevitas en enero de 1900. La partida de unos doscientos expedicionarios norteños de muy diversas regiones de la Unión Americana de entonces, habían sido arrastrados a una quimérica expedición que patrocinaba la Cuban Colonization Company, una entidad que avecinada en Cleveland, Ohio, “vendía” a los colonos terrenos en la zona mentada, de entre cinco y cuarenta acres, para la producción de frutas, con un descuento de hasta un diez por ciento, pagaderos en fáciles mensualidades.
La historia era sin embargo más larga. Los bien dispuestos colonos, tal y como si repitieran las añosas crónicas de sus ancestros del Mayflower, se veían dueños ya de sustanciosas ganancias que la compañía les anunciaba sin ningún recato, en aquella “tierra de promisión” en el norte del Camagüey.
Pero una cosa era lo que se anunciaba en los panfletos de ocasión, y otra la dura realidad de aquel precario asentamiento, a unas pocas millas de la costa, sin un camino decente, ni mucho menos un techo donde guarecerse, contando acaso con una mínima dieta de supervivencia, y pernoctando por varios meses en tiendas de campaña. Y de convertirse en propietarios, ¡ni hablar….!
Ciertamente, los que se apuntaron, estaban dispuestos al sacrificio, muchos habían tenido experiencia militar, otros eran trabajadores del campo, con el sueño de hacerse de un mínimo pedacito de tierra que cultivar con el sudor de su frente. Pero la realidad, verdaderamente era demandante, y muchos no soportaron el reto y se retiraron no hicieron más que llegar.
El cronista del libro, que se escribía con visos ciertamente promocionales, narraba en su relación, esos primeros momentos, y justo hasta el primer año de la experiencia fundacional que había comenzado en octubre de 1899 con la llegada de una primera avanzada.
Como avezado cronista, relataría en uno de sus capítulos la anécdota que da pie a esta crónica: un inusual viaje por tierra hasta la ciudad de Puerto Príncipe, en compañía de varios de sus pares, que calzaría con una foto del ya entonces Parque Agramonte, que junto a otras alusivas ilustran este texto.
El viaje de marras, lo acometieron el martes 10 de abril, iniciaron su caminata en el incipiente poblado cargando en sus mochilas lo imprescindible, hamacas, alimentos varios y hasta un sartén para la preparación de las colaciones en pleno campo. Pusieron rumbo al suroeste, y se confiaron todo el tiempo en las noticias que sobre el camino, impracticable unas veces, irreconocible otras, les daban los pocos pobladores que encontraban. Tres largas jornadas con sus noches fueron necesarias para avistar finalmente, la ciudad, el viajero recuerda con fruición, cuando a poca distancia de la ciudad, escucho el silbato del tren, como si acaso aquel sonido lo devolviera a la realidad y al progreso del que no había vuelto a tener noción en los meses precedentes en la Gloria. La descripción de la ciudad de Puerto Príncipe es elocuente:
No puedo describir Puerto Príncipe con toda largura. Es una vieja ciudad española por su arquitectura y costumbres, y pudiera haber sido trasplantada de la España medieval. De hecho fue trasladada aquí siglos atrás desde la costa norte, cerca del sitio actual de Nuevitas(…) tiene una población de aproximadamente 47.000 habitantes, y es la tercera ciudad de Cuba, y la más poblada al interior. Muchos de sus residentes son ricos y aristócratas, y, generalmente hablando, son bien parecidos y van bien vestidos. Varias veces visité la plaza principal, que ha tomado últimamente el nombre de Agramonte, y miré con interés a los elegantes caballeros y las bellas señoritas que allí se encontraban. Se me dijo que ya a la caída de la tarde y antes del anochecer, los jóvenes de las mejores familias se paseaban por allí (…)(2)
Se acomodaron a su llegada en el Gran Hotel, y aunque reconociera que el sitio no fuera “demasiado bueno, pero tampoco tan malo como otro alojamiento en Cuba”(3), recibían allí un servicio de hospedaje y dos comidas diarias por tan sólo 1.50. Una tercera colación tenían que conseguirla en otra parte, y había el inconveniente que nadie en el hotel podía hablar Inglés. Sin embargo hay una simpática anécdota, alusiva a como los pilluelos de la calle de entonces, bajo el influjo de la presencia de los soldados norteamericanos de ocupación, con presencia en la ciudad en improvisado campamento( según se nos dice localizado en lo que es hoy el fondo de la Zambrana), podían ya hacer sus pininos con la lengua de los ocupantes, cuenta el cronista como:
Los niños pobres se arremolinaban a nuestro alrededor, pidiendo: ¡“Americano gimme(dame) un centavo!, mientras otros más pequeños de unos cuatro años nos decían, con voces muy dulces y en buen Inglés: Good –by my fríen(Adiós amigo). Fueron los soldados los que les habían enseñado tales cosas(4).
Los viajeros pusieron final a su periplo tomando para la vuelta el tren de Nuevitas hasta Minas, y de allí fueron conducidos por intermedio del gran propietario Bernabé Sánchez, hasta Senado. De aquel punto, recorrieron entonces unas dieciocho millas desde aquel punto hasta alcanzar La Gloria, su punto de partida, después de cruzar el río Máximo.
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- Pioneering in Cuba. James M.Adams. Rumford Printing Co. Concord. N.H. U.S.A. 1901
- Ibíd. p.199
- Ibíd.
- Ibíd. p. 198