Wednesday, July 26, 2023

Arturo de la Herrán Varona (por el Dr. Francisco Martínez de la Cruz. Periódico "El Camagüeyano". Mayo 18, 1958)


Mi buen amigo y magnífico compañero, Arturo de la Herrán Varona, ha muerto y en la tarde del día seis de este mes de mayo, le dimos cristiana sepultura en nuestro Cementerio; y allí, interpretando el sentir de la clase médica camagüeyana, al dar las gracias a las personas que nos acompañaban a tan piadoso acto, exprese lo que en vida fué este ciudadano ejemplar en todos los sentidos; en el amor a su familia, en el culto a la amistad, en la devoción por su ejercicio profesional, que debemos tratar de imitarlo con todas nuestras ansias de superación. 

En verdad que he sentido mucho la muerte de Arturo; repito, era digno de nuestro aprecio y de nuestro cariño. Poseía bellas cualidades que adornaban su alma, y que lo hacían un perfecto caballero.

Lo traté, pude adentrarme en su corazón, y conocerlo perfectamente a través de los vaivanes de la existencia, de las vicisitudes de la lucha árida y dura de la vida profesional, en donde se manifiestan las cualidades buenas y malas que adornan al médico.

Arturo, bajo que se puede decir áspero y hosco hasta cierto punto, ocultaba sus nobles cualidades. Encerraba en todas sus actuaciones gentileza, nobleza, e hidalguía. Por tanto, al hablar ante su tumba, volqué todo lo lo que mi corazón sentía por él y lo que mi cerebro a la luz de mis recuerdos me llevaba de la mano para presentarlo, sobre todo al cuerpo médico camagüeyano, como un médico que durante toda su vida quiso serlo con alteza de miras y grandeza en sus intenciones.


De pura estirpe camagüeyana por su madre y con los grandes atributos de la raza por su padre, Arturo, como su hermano Isidro escogen la carrera de medicina como principio y fn de sus ideales. Ambos, Isidro y él, realizan sus estudios médicos (ilegible) de Cuba, y es en la Escuela Sevillana, en donde tanto brilla el profesor Letamendi, en donde adquieren los sólidos conocimientos médicos, que le servirán de magnífico andamiaje, para sus futuros ejercicios profesionales. Los dos hermanos, representan firmes pilares en la historia de la medicina camagüeyana. Arturo se gradua en 1905, y en 1906 revalida en la Universidad de la Habana.


Ambos regresan a Cuba con sus títulos, ganados después de estudios acabados y precisos y comienzan a ejercer aquí en Camagüey; y es Arturo el verdadero de su especialidad de Médico de Enfermedades de los Ojos,  y adquiere en el la jerarquía que hasta ese momento esta especialidad no la había tenido.

Por tanto, en aquellos lejanos días de nuestro comienzo como trabajadores médicos nos hacemos compañeros inseparables de los Congresos que se celebraban en la Habana. Ambos representábamos a Camagüey, con verdadero orgullo y justificada satisfacción, y nos jactábamos de haber puesto el pabellón de la medicina camagüeyana a la altura que nuestros esfuerzos así lo requerían. 

Profesional meticuloso, le gustaba estudiar bien a su enfermo y que sus diagnósticos y tratamientos fueran los primeros exactos; y los segundos a la altura de los últimos adelantos en el campo de la medicina. Esta especialidad de Enfermedades los Ojos debe a él la aplicación de la alta cirugía ocular aquí entre nosotros.

Su salud comienza a flaquear, lo que lo obliga a dejarse llevar por diferentes intervalos de tiempo, dos veces al salón de operaciones y, en definitiva, Arturo pierde un riñón. Puedo expresar públicamente que durante su proceso demostró bondad y resignación cristiana que, a mi juicio, templaron su carácter para lo que después, en el decursar de los años la vida le tenía reservado. Tras larga dolencia al fin puede incorporarse de nuevo a la lucha profesional en donde sigue brillando por sus  sólidos conocimientos y por su bondad y cariño con el enfermo.

Ya en marcha, pasado algun tiempo, pierde a su primera compañera, a Tomasita Loscos, que había sido para el el báculo en que se apoyó para salir triunfante en estos momentos de dudas y vacilaciones en que su enfermedad lo colocaba. Pero Arturo es hombre de temple, lo tenía demostrado, y al contraer segundas nupcias con la Srta. Mariana Herrera, rehace su vida y nos dá un ejemplo de lo que es el culto fiel al hogar y el amor a su profesión y a su Patria, como buen cristiano y católico práctico que era.

Incorporado de lleno a la vida profesional activa, adquiere la plaza de Profesor de Francés de nuestro Instituto Provincial de entonces, idioma que  dominaba a la perfección por sus años pasados en la Francia inmortal. Y allí, igualmente, en el desempeño de su Cátedra, como tan merecidamente dijera nuestro gran amigo Papi Agüero, al despedir en nuestro Cementerio el duelo, en nombre de los profesores del Instituto y en el de la familia, derrama igualmente las bondades de su corazón y los conocimientos idiomáticos adquiridos en Francia.

Arturo, sobre todas las cosas, fue un amante de su familia, de su esposa la Sra. Mariana Herrera, en la que encontró el cariño necesario para constituir un hogar modelo en donde se veneraba a este padre que nada quería para él y si todo para su esposa y sus hijos.

Pude aquilatar las bellas prendas morales de Arturo en momentos tormentosos de su vida. Ya dije que durante su enfermedad fue grande y estoico. Posteiormente lo vi angustiado y sobresaltado cuando, en una madrugada, me vino a buscar para que fueramos a asistir a su hermano Isidro, allá en su residencia campestre "El Rosarito", afectado de grave dolencia. Arturo sufría lo indecible al ver a su hermano en ese estado. Luego, ya Isidro restablecido de aquel malestar, cada vez que nos encontrábamos me lo recordaba y me repetía lo que había sufrido en aquella madrugada.

Más tarde lo vi igualmente angustiado cuando me viene a buscar para asistir a su madre política, la Sra. Julia Michel, y lo vemos igualmente triste y preocupado ante lo irreparable del destino, pués a pesar de todos nuestros esfuerzos, él pierde a la querida madre de su compañera. Era increible que dado, como ya he dicho, su carácter que parecía poco sensible, fuera en el fondo tan suave, tan bueno y tan cariñoso.

En los últimos años, cada vez que hablábamos, los recuerdos de nuestras vidas profesionales, eran temas por él desarrollados con una precisión exacta en donde su cerebro se deleitaba y su corazón se (ilegible). El matrimonio de su hija en estos últimos tiempos le llenó de un júbilo que le era imposible ocultarlo.

El que su hijo Arturo fuera médico, igual que él, también fue otro de los grandes ensueños de su vida; y en el momento presente Arturito, sería ya médico si no estuviera nuestra Escuela de Medicina atravesando la crisis que impide que estos jóvenes en las condiciones de él, tengan ya sus títulos de médicos. Esto era para él, motivo de malestar y disgusto como es natural. 

Ya he repetido en otras oportunidades que en estos momentos en que nuestras costumbres sufren los embates de una sociedad que se desquicia, es la vida de estos hombres, orientados en el pasado, rígidos en el presente y ansiosos de un futuro más moral, que debemos presentarlos ante la sociedad entera para que así lo comprenda, los admire y traten de seguir sus huellas, de seguir la senda por ellos trazada.

Y nosotros los médicos, no podemos permitir que dessaparezca un compañero tan digno y tan noble como Arturo, sin hacer un recuento de sus pasos por este mundo. Si miramos a nuestro alrededor y contemplamos tanto hogares deshechos y tantas virtudes ultrajadas por el vicio y el mal vivir, vidas como estas son las que nuestros jóvenes deben mirar como meta de sus más caras ilusiones.

Nosotros los médicos al retirarse un compañero de la vida activa profesional o al bajar al sepulcro para entregar su alma al Todopoderoso, debemos descubrirnos ante ellos, admirar su modestia, ensalzar y elogiar su vida médica, su amor al hogar y la tierra que lo vio nacer, que sirven para exclamar que estos médicos merecen todas nuestrar más grandes gratitudes.

Hay un escritor italiano, Maragliano que en el prólogo de su obra sobre tubercolosis dice: "italianos, defiende tus glorias" y yo repito médicos camagüeyanos: "defiende a estos compañeros, que como Arturo han llevado una vida honesta. 


Arturo de la Herrán Varona, fue de esos médicos que si se nos permite esculpir un epitafio sobre su tumba, diría así: "Aquí descansa un médico, que solo vivió, para su amor a la medicina, a su hogar y a su patria". 


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"Dr. Arturo de la Herrán Varona. Notable facultativo, especalista en enfermedades de la nariz, garganta, oídos y ojos y que acaba de establecer una magnífica Clínica en esta capital." (Bohemia. Noviembre 1919)

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