Thursday, December 28, 2017

Cinco bailarines que hicieron futuro. ¡Honor a quien honor merece! (por Marta García)

Nota: Agradezco a Baltasar Santiago Martín que comparta con los lectores, este texto incluido en el número de diciembre 2017, de la revista Caritate.

Su autora, la ballerina cubana Marta García, lamentablemente falleció el pasado 29 de enero de 2017, en Madrid. Ver en el blog Orlando Salgado y Marta García, un pas de deux de la vida real (por Baltasar Santiago Martín) y Miami rinde homenaje a la bailarina cubana Marta García (por Wilfredo A. Ramos Vázquez).

La presentación del número de diciembre 2017 de la revista Caritate, dedicado a la prima ballerina assoluta Alicia Alonso y al 69 aniversario de la fundación del Ballet Nacional de Cuba, tendrá lugar este viernes 29 de diciembre de 2017 a las 8 p.m., en Art and Wine Miami  (3496 N.W. 7th St. Miami, 33125)


 Elenco de estreno de Canto Vital:
Jorge Esquivel, Lázaro Carreño, Orlando
 Salgado y Andrés Williams
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La historia del ballet en Cuba ha transitado por diversas etapas, desde la primera mitad del siglo XIX, con la visita a la isla de importantes compañías y figuras de la danza internacional, entre las que podemos destacar a la gran bailarina Fanny Essler en 1841, o a la mítica Ana Pávlova en 1915, 1917 y 1918, acompañada de su conjunto. Estas visitas permitieron al público cubano apreciar muchas de las obras recién estrenadas en aquel período, que hoy son parte insoslayable del repertorio romántico-clásico del ballet, comenzando a fomentarse así el gusto por la danza escénica en la sociedad cubana de la época.

Sin embargo, es en las primeras décadas del siglo XX, en los tiempos de la creación de la Sociedad Pro-Arte Musical de La Habana, cuando se gesta la semilla de lo que sería primero el Ballet Alicia Alonso, y después, Ballet Nacional de Cuba (B.N.C.), con los primeros pasos en la danza de tres figuras que han sido los más sólidos pilares del pensamiento y el desarrollo de la Escuela Cubana de Ballet: Alicia, Fernando y Alberto Alonso.

Cada uno de ellos, en sus aspectos más destacados, aportó sus mejores esfuerzos para la consolidación de un conjunto artístico, y la creación, en 1950, de la Academia Alicia Alonso, donde realizaron sus estudios muchas de las futuras primeras figuras del B.N.C: Mirta Plá, Josefina Méndez, Loipa Araujo, Aurora Bosch, Ramona de Sáa, Margarita de Sáa, Marta García y María Elena Llorente; academia que permitiría formar técnicamente a los más talentosos alumnos con el objetivo de incorporarlos posteriormente a esa futura compañía, donde tendrían la posibilidad de crecer artísticamente y conseguir así el fortalecimiento de un estilo propio de hacer la danza, basado en la idiosincrasia y el folklor de un pueblo, que por la mezcla en sus raíces de lo español y africano, ha sido siempre por naturaleza danzante, esfuerzo premiado con creces, con el reconocimiento temprano, ya por los años sesenta, del nacimiento de la joven Escuela Cubana de Ballet.

Largo sería el camino en su proceso de consolidación, y en él fueron muchas las personas que aportaron sus esfuerzos para este resultado: maestros, bailarines, colaboradores de dirección, diseñadores, técnicos, vestuaristas, críticos e historiadores, y un público entregado que acompañó este camino con su admiración y respeto por Alicia, como figura descollante, pero, además, por las nuevas figuras que surgían y que consiguieron también quedar en su memoria.

Es sabido que, en su fundación en 1948, el Ballet Alicia Alonso contaba entre sus filas con un alto porcentaje de bailarines extranjeros, que, por sus relaciones con Alicia, Fernando y Alberto, accedían, en sus días de descanso, a colaborar con el sueño de crear una compañía en Cuba, y que los bailarines cubanos que se unían al proyecto, lo hacían a pesar de los prejuicios existentes, con gran sacrificio, aun cuando sabían que esa profesión no era suficiente para ganarse la vida.

En agosto de1959 el estado puso en las manos de Alicia y Fernando los medios necesarios para la materialización del proyecto y comenzar una lucha contra reloj para conseguir, a corto y largo plazo, los tres objetivos fundamentales:

1) Iniciar inmediatamente las actividades del conjunto con las condiciones y el personal nacional que se contaba en el momento.
2) Elevar al máximo la calidad y el profesionalismo.
3) Convocar a audiciones para completar el elenco con bailarines de diferentes países.

Primero fue la creación de la Escuela Provincial de Ballet de L y 19 –hoy “Alejo Carpentier”– en 1961, bajo la dirección de Ana Leontieva(1), que acogió, junto a los nuevos ingresos, a algunas estudiantes que ya poseían estudios, producto del trabajo de academias privadas; y un año después, la Escuela Nacional de Arte de Cubanacán, (ENA), en 1962, dirigida por Fernando Alonso, con el objetivo de conseguir, de forma acelerada, el desarrollo de una cantera nacional, imprescindible para en un futuro próximo contar con una compañía verdaderamente autóctona.

En el caso de los varones, su incorporación a los estudios se hizo muy difícil y hubo que buscar en la Casa Cuna de Beneficencia(2), así como entre familias de bajos recursos, que decidieron aceptar las becas propuestas de forma gratuita, para así abrir a sus hijos el camino a una buena educación y una carrera que les permitiera obtener un salario digno.

Comenzó una fuerte tarea didáctica para la creación de un nuevo público que aprendiera a conocer y gustar de la danza y que fuera el destinatario de todo ese esfuerzo, lo que llevó a los integrantes del B.N.C. a centros de trabajo, escuelas y lugares intrincados de nuestra geografía, donde el historiador Miguel Cabrera, acompañado por un grupo de bailarines, y con las condiciones mínimas, explicaba de forma didáctico-práctica cómo la danza surgía de un sentimiento natural en el ser humano y cómo se iba enriqueciendo y perfeccionando con el trabajo hasta llevarla a escena, para allí, comunicar un sentimiento, una historia o simplemente interpretar una música. Al final, se les mostraba una obra para que apreciaran el resultado. Esto permitió crear un público entregado que ha crecido con sus bailarines.

Así los Alonso pusieron en marcha esta gran compañía y su esfuerzo comenzó a dar sus primeros frutos. En el año 1965 sería la primera y única graduación de siete bailarinas de la Escuela Provincial de Ballet de L y 19(3), donde a partir de esa fecha, y ya creada la Escuela Nacional, se realizarían solo los estudios elementales, que se continuarían en la ENA, para allí graduarse finalmente.

Fue política primordial en el BNC desde sus inicios que los alumnos de estas escuelas pasaran sus últimos años de estudio haciendo prácticas profesionales en ensayos y funciones con la compañía, realizando roles de cuerpo de baile para irse formando en el conocimiento práctico de los diversos estilos y en el trabajo artístico imprescindible para alcanzar su verdadero desarrollo como artistas profesionales.

Este sistema de incorporación anticipada permitió avanzar una parte del camino, e hizo posible que, en 1966, después de que diez bailarines del elenco decidieran dejar la compañía en medio de una gira europea –que provocó una difícil situación artística–, la dirección tomara la decisión de acelerar el proceso y realizar, de forma anticipada, la primera graduación de la ENA, en 1968, con el fin de cubrir rápidamente esos espacios.
Jorge Esquivel
 como el Escamillo del ballet Carmen
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De esa primera graduación surgirían nombres como Jorge Esquivel, con su talento natural para el movimiento, su personalidad escénica, su innata simpatía y su fuerza física, quien pronto sería preparado para realizar los roles principales en las obras del repertorio tradicional, y entrenado especialmente por el maestro Fernando, como primera figura y compañero habitual de Alicia Alonso, participando junto a ella en los estrenos de numerosas obras, alcanzando rápidamente la categoría de “primer bailarín” en 1972.
Orlando Salgado en Bhakti
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También de esa primera graduación es Orlando Salgado, quien por su porte, elegancia natural, sensibilidad, presencia escénica y un cierto aire de modernidad, pronto comenzaría a preparar los roles principales del repertorio romántico–clásico como partenaire de las que hasta hacía poco habían sido sus maestras, y ya desde 1971, también junto a la propia Alicia Alonso, lo que significó un punto decisivo en su desarrollo, crecimiento artístico y su futura proyección, llegando a la categoría de “primer bailarín” en 1976 .
Lázaro Carreño en Giselle
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Ya en 1969 se incorpora Lázaro Carreño, quien durante su formación recibiera una beca para realizar parte de sus estudios en Leningrado, y que, luego de regresar, por su técnica brillante, su fuerte temperamento escénico y su exitosa participación en varios concursos internacionales, pronto encontró un lugar preponderante dentro del elenco, interpretando los principales roles del repertorio tradicional y obras de nueva creación, mereciendo la categoría de primer bailarín en 1976.
José Zamorano en Canto Vital
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José Zamorano, desde 1971, con su aplomo, elegancia natural y un amplio diapasón interpretativo, que le permitió a lo largo de su carrera incursionar con éxito en obras de diversos coreógrafos y estilos como Las Sílfides, Giselle o El Lago de los Cisnes; al igual que su exitosa participación en Bodas de Sangre, de Antonio Gades, o la Mamá Simone de La Fille Mal Gardée, obras todas ellas muy diferentes entre sí, donde ostentó su gran sentido histriónico, hasta llegar a la categoría de primer bailarín en 1980.

Andrés Williams en Sonata No 5 
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En 1970, Andrés Williams, con su enorme fuerza física, su especial carisma y su natural desenvolvimiento en la escena, virtudes que le valieron el pronto reconocimiento en diversos concursos internacionales y la posibilidad de asumir los roles principales en obras del repertorio tradicional como La Bella Durmiente, El Lago de los Cisnes y Don Quijote, además de obras de nueva creación, marcadas fuertemente con su personalidad, como Prólogo para una Tragedia, siendo nombrado primer bailarín en 1986, año en que también fueron ascendidos a esa misma categoría otras dos importantes figuras masculinas: Fernando Jhones y Rolando Candia.

Si bien para las bailarinas el referente Alicia Alonso marcó fuertemente su desarrollo y estableció claramente un camino a seguir, para los bailarines era fundamental encontrar el camino que definiera el carácter masculino en su danza, y es justo mencionar que la figura de Azari Plisetski fue un referente fundamental, aprendiendo de sus conocimientos como alumnos en sus clases y a la vez, compartiendo con él en escena, como un experimentado compañero más.

Esta tarea, más adelante, sería llevada a cabo por ellos mismos con relación a las siguientes generaciones, ya que desde sus inicios, el Ballet Nacional de Cuba preparaba a sus primeras figuras y a otros bailarines que podrían tener esa inclinación, para impartir clases y dirigir ensayos, en las escuelas y en la compañía.

En 1973, el Ballet Nacional de Cuba estrenó dos obras emblemáticas, merecedoras de grandes éxitos, que aún hoy, a más de cuarenta años de su creación, se mantienen vivas en su repertorio: Tarde en la Siesta, de Alberto Méndez y música de Ernesto Lecuona, con cuatro bailarinas en su estreno: Mirta Plá, Marta García, María Elena Llorente y Ofelia González, y Canto Vital, de Azari Plisetski y con música de Gustav Mahler, con cuatro bailarines en su estreno: Jorge Esquivel, Orlando Salgado, Lázaro Carreño y Andrés Williams, y esto significó, después de mucho trabajo y esfuerzos, llegar simbólicamente al punto de equilibrio, en el que, sin lugar a dudas, pudo hablarse de la consolidación de una danza masculina nacional al más alto nivel, situando en la escena al bailarín cubano en el justo lugar que le correspondía.

Este afianzamiento definió el camino a seguir por las siguientes generaciones, estimuló el gusto por la danza en los más pequeños, y ya con el beneplácito de sus padres, que dejaron atrás viejos prejuicios, se comenzó a ver esta profesión como algo digno a lo que podían dedicar su vida.

Estos primeros bailarines que he señalado anteriormente marcaron por muchos años el paso dentro de la compañía con extensas y fructíferas carreras, algo poco frecuente en la danza masculina, mientras poco a poco se preparaban, surgían y se incorporaban las nuevas generaciones, que con su trabajo siguieron desarrollando ese esfuerzo.

Esta historia ya está escrita y nada puede cambiarla; recordarla y revivirla provoca alegría, orgullo y admiración en los que disfrutaron de su arte. Con ellos se inició esa nueva era en el campo de la danza masculina dentro del BNC, que hoy trasciende fronteras y que ha dado tantos nombres importantes dentro del mundo de la danza.

Sería hermoso que el Ballet Nacional de Cuba, institución que ha rendido homenaje a tantas de sus primeras bailarinas por sus treinta años de vida artística, celebrara una gala con la presencia de estos artistas, muchos de ellos con más de treinta años en la institución, y fuera la sala García Lorca, del Gran Teatro de la Habana Alicia Alonso, lugar por excelencia en el cual crecieron y se desarrollaron, y junto al BNC y al público que los acunó con su admiración y respeto, dedicarles el fuerte aplauso que, como pioneros de una nueva etapa, por su arte y trayectoria merecen, y a través de ellos, homenajear a todos los que transitaron el camino y a los que, aún hoy, siguen cosechado éxitos nacionales e internacionales para el mayor desarrollo y engrandecimiento de la Escuela Cubana de Ballet. ¡Honor a quien honor merece!

* Fotos cortesía del archivo del Museo Nacional de la Danza, La Habana, Cuba.




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  1. Ana Leontieva, directora, bailarina y coreógrafa rusa asentada en La Habana desde la década de los 40. Solista del Ballet Ruso de Montecarlo y del Original Ballet Ruso.
  2. Institución de Beneficencia, desde muchos años ya inexistente en Cuba, que acogía niños sin familia o con problemas familiares.
  3. Marta García, Mercedes Vergara, Ileana Farrés, Esther García, Susana Peón, Lidia Díaz y María de los Milagros Roura.

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