Thursday, April 13, 2017

Mi padre viene y va (por Reinaldo García Ramos)

Nota: Entrega final de tres de los capítulos de la  novela testimonial Cuerpos al borde de una Isla, Mi salida de Cuba por el Mariel (Editorial Silueta, Miami, Tercera Edición: Abril, 2016) de Reinaldo García Ramos. Los tres capítulos, publicados esta semana, no son sucesivos en el libro. 

En estos momentos, el autor está enfrascado en la escritura de la segunda parte o continuación de la novela.

Agradezco a Reinaldo García Ramos, que comparta con los lectores del blog parte de su obra.


El libro se puede adquirir en Amazon en este enlace
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MI PADRE VIENE Y VA

Mi padre siempre fue una persona muy feliciana, sabía vivir y dejar vivir. Disfrutaba sus placeres al máximo, sobre todo las mujeres y el tabaco, y nunca lo vi preocuparse demasiado por nada ni apresurarse a cumplir con ninguna imposición. Se las supo arreglar siempre para obtener de la existencia lo que más le interesaba, sin complicarse ni atormentarse inútilmente.

Por eso no me sorprendí de que pasaran los días sin que me respondiera el telegrama. Se tomó su tiempo para reaccionar, como siempre hacía. Y luego comprobé que su actitud se ajustaba a la realidad mejor que la mía. Cuando le mandé el telegrama para pedirle que viniera a verme yo pensaba que el barco Tropic Dream llegaría en pocos días y que me avisarían muy pronto para irme. Él, que era literalmente lo que cualquier cubano llamaría un “jodedor de la calle”, tomó mi tono de urgencia como lo que era, una reacción personal, y no como un imperativo real de las circunstancias.

Total, que se vino a aparecer en La Habana el 2 de mayo por la noche, casi cinco días después de mi telegrama. Subió las escaleras sin aspavientos de ningún tipo, con su aplomo habitual y su eterno tabaco, aunque desde luego con cierta lógica curiosidad por saber qué me pasaba, o por comprobar si lo que me ocurría era lo que él suponía. Yo no le había mencionado el barco de mi tía en el telegrama, ni el tema de la salida del país, pero él tenía una intuición muy aguda y un gran sentido práctico; ya se imaginaba la situación perfectamente.

Traía en las manos, además de un maletín pequeño con alguna ropa, una jaba bastante grande con cosas de comer, pues había previsto pasarse varios días conmigo y esperar a que yo me fuera. La jaba, desde luego, nos vino de perilla, pues contenía café, viandas, frijoles, arroz y otras vituallas que ya se habían agotado en mi cocina hacía tiempo y que nos ayudaron a pasar aquellos días con los problemas básicos de alimentación resueltos de antemano. En general, en los poblados de provincias (“en el campo”, como decimos en Cuba) los productos agrícolas de aquella índole eran más fáciles de conseguir.

Nos abrazamos bastante fuerte y le di varios besos, como siempre. Pero no tuve que explicarle nada ni sentí que debía justificarme en ningún sentido; él ya se había encargado de procesar las cosas en su mente y venía con la intención de serme útil, de acompañarme y apoyarme en la espera. Quería ayudarme en lo que pudiera.

Enseguida me explicó su demora; le había sido imposible conseguir pasaje en las guaguas interprovinciales en aquellos días. Tenía 62 años y se había pasado casi toda la vida manejando rastras de carga a lo largo y ancho del país; se conocía al dedillo los recovecos y vueltas de todas las carreteras de la isla y los nombres de los pueblos y caseríos más remotos. Pero había obtenido el retiro poco antes y ahora vivía contento y tranquilo en Ranchuelos con su nueva mujer y con los hijos de esta. Se mantenía alejado de los trajines del transporte.

En cierta época había sido muy conocido entre todos los choferes del ramo, pero ya sus viejos colegas habían empezado a jubilarse también. Por otra parte, todo estaba tan revuelto con lo de Mariel y la embajada, que la rutina del sector de carga por carretera estaba también afectada por la situación y por el clima de paranoia imperante; muchos choferes habían sido movilizados como tropas de reserva y otros estaban asignados al traslado de soldados regulares o de armas. El trasiego normal de mercancías, controlado desde luego por empresas estatales, había disminuido su ritmo o se llevaba a cabo de manera irregular. Ni siquiera a un veterano del ramo como mi padre le había sido fácil encontrar, entre los jóvenes choferes recién llegados al gremio, a uno que aceptara traerlo gratuitamente en la cabina del camión hasta La Habana.

Pero a pesar del retraso con que vino a verme, lo acogí sin ningún reproche. Su presencia fue un alivio y se convirtió en un estímulo poderoso. Se ofreció a cocinarme aquellos días, cosa que él nunca había hecho antes, y conversamos mucho, recordamos cosas de mi difunta madre y de mi niñez, anécdotas de su juventud y de otros familiares y conocidos. Era un gran conversador; una de sus actividades preferidas era deleitar a cualquiera relatándole sus peripecias en la carretera. Tenía una gracia muy suya para describir a los personajes de sus historias y una memoria prodigiosa, que retenía los detalles más asombrosos.

Pasamos unos días encantadores, en que abundaron las expresiones de afecto y comprensión mutua. Instintivamente evitamos hablar de mi viaje, de las circunstancias tan raras en que todo estaba sucediendo; tácitamente sabíamos que era mejor no tocar esos temas. Tampoco tuve que explicarle por qué deseaba irme del país, por qué necesitaba probar suerte en otro mundo. Él sabía o sospechaba que mi realización individual iba a ser muy difícil en las circunstancias que me rodeaban en la isla. Aunque en la escuela primaria sólo había llegado hasta el sexto grado, tenía sus pies en la tierra, su mente estaba en contacto inmediato con la realidad objetiva.

Todo el resto de sus conocimientos sobre la vida y las aspiraciones de los seres humanos y sobre el amor y las pasiones provenía de la realidad misma. Nunca tuve que hablarle de mis preferencias sexuales, porque no quería causarle disgustos pero sobre todo porque siempre fue innecesario: él las había descubierto por pura intuición desde que yo entré en la adolescencia y las había aceptado tácitamente desde mucho antes de ese reencuentro nuestro en 1980.

Nos sentimos muy cerca el uno del otro durante aquellos días que se pasó conmigo a principios de mayo. Sus ojos nunca se nublaron con ningún dramatismo excesivo, su voz no dio señales de cansancio ni desamparo. Pero mi espera empezó a prolongarse más de lo que él pensaba. Los alimentos se fueron acabando; lo que me daban en las cuotas racionadas no hubiera alcanzado ni para una merienda. Una mañana me dijo muy temprano:

─ Voy a dar un viajecito al campo, a forrajear a ver si consigo comida… Será ir y virar, a lo más un par de días.

Lo comprendí. Tal vez no era tan importante la comida como su deseo de no verme partir, de no estar presente cuando eso ocurriera.

─ Claro, mi viejo: si pasa algo te aviso.

Al mediodía, cuando el pasillo del edificio estaba desierto, porque él no tenía ganas de encontrarse con ningún vecino, nos dimos sin palabras un abrazo muy rápido y bajó con absoluta decisión las escaleras. Su cuerpo se recortó contra el resplandor de la acera cuando llegó a la puerta del edificio y se volvió para decirme adiós con la mano. Al final me dijo:

─ Ya tú sabes, vengo enseguida.

Nos volvimos a ver nueve años después, cuando logré traerlo de visita a Nueva York.


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ver en el blog
Julián Indaga (por Reinaldo García Ramos)
Hablar con Miami (por Reinaldo García Ramos)
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REINALDO GARCÍA RAMOS (Cienfuegos, Cuba) radica en Estados Unidos desde 1980. Vivió hasta 2001 en Nueva York, donde fue traductor de español en la Secretaría de las Naciones Unidas. Con Reinaldo Arenas y Juan Abreu integró el Consejo de Dirección de la revista Mariel (1983-1985). Entre sus poemarios publicados cabe destacar El buen peligro (Madrid, 1987), Caverna fiel (Madrid, 1993), En la llanura (Coral Gables, 2001) y El ánimo animal (Coral Gables, 2008). Su libro Obra del fugitivo recibió en 2006 el Premio Internacional de Poesía Luys Santamarina-Ciudad de Cieza, otorgado en Murcia, España. En 2010 se publicó su novela testimonial Cuerpos al borde de una isla; mi salida de Cuba por Mariel. Una compilación de su obra poética, Rondas y presagios, apareció en 2012. Reside en Miami Beach y prepara un volumen de ensayos.

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