Wednesday, April 12, 2017

Julián Indaga (por Reinaldo García Ramos)

Nota: Segunda entrega, de tres de los capítulos de la  novela testimonial Cuerpos al borde de una Isla, Mi salida de Cuba por el Mariel (Editorial Silueta, Miami, Tercera Edición: Abril, 2016) de Reinaldo García Ramos. Los tres capítulos, que se están publicando esta semana, no son sucesivos en el libro. 

En estos momentos, el autor se encuentra enfrascado en la escritura de la segunda parte o continuación de la novela.

Agradezco a Reinaldo García Ramos, que comparta con los lectores del blog parte de su obra.

 
 El libro se puede adquirir en Amazon en este enlace
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JULIÁN INDAGA

Al día siguiente de llamar a Miami y hablar con mi tía, amanecí derrumbado. Era domingo, 27 de abril, y pude dormir hasta bastante tarde; había mucho silencio en el barrio. Pero cuando me desperté me dolían todos los huesos, como si me hubieran entrado a palos. Me demoré mucho en incorporarme y salir de la cama. Las tensiones de la noche anterior me habían dejado agotado.

Me hice un precario desayuno-almuerzo con lo poco que encontré en el refrigerador y luego me puse a escuchar una vez más las estaciones de afuera, a ver si había algo nuevo. Pero la recepción estaba espantosa, apenas se entendía lo que decían. A lo mejor el gobierno estaba creando interferencias en la onda corta, para evitar que la gente se pusiera al día.

Andrés y su familia me venían a la mente a cada rato. Los admiraba y al mismo tiempo los envidiaba, pues se habían apoderado de opciones que yo no iba a tener ya o que estaban muy lejos de mi horizonte inmediato. Era una especie de deslumbramiento ante lo que habían hecho, ante los resultados de esa acción. Hay un placer ancestral de espectador en contemplar a quienes se libran de las limitaciones establecidas y logran salirse con la suya. Algo así como el placer que se siente al observar a las estrellas de cine en su vida cotidiana.

Aunque yo sabía que un vehículo de inmigración se los había llevado para Mariel, era muy pronto para saber si todos ellos habían llegado bien a los Estados Unidos. Andrés y yo habíamos acordado que cuando llegaran a Miami me llamarían a casa de mi vecina Rita; nunca lo hicieron. El hermano de Andrés aún estaba en Cuba, pero yo no tenía modo de localizarlo.

En esas dudas estaba yo metido esa tarde cuando vino a verme Julián, un personaje de los medios snobs de La Habana que tenía fama de frívolo y teatral. Nos habíamos conocido por amigos comunes y venía a veces a mi casa a tomar café y a conversar de boberías, pero yo por si acaso evitaba darle información confidencial, pues algunos suponían que colaboraba como informante con la policía política.

Él alardeaba de desclasado y marginal, se quejaba a veces del gobierno, pero en realidad era sólo un diletante, un excéntrico provinciano; trabajaba a veces en un taller de ropa fina para altos funcionarios cubanos y diplomáticos extranjeros y por eso conocía a personajes pintorescos de ese medio y de los círculos culturales. Siempre me hacía reír con los chismes y las historietas divertidas que me contaba sobre el mundillo veleidoso en que vivía. Anécdotas delirantes que muchos ni creían, pero que él narraba con mucha gracia.

─ Enseguida me voy ─me dijo en cuanto abrí la puerta─. Pasaba por aquí cerca y quise saber cómo estabas…

─ Pasa, pasa… Yo estaba revisando unas traducciones, la labor diaria…

Lo invité a sentarse y le ofrecí café. Él aceptó ambas cosas y enseguida me anunció que estaba a punto de conseguir El exorcista, y que me lo prestaría para que lo pudiera leer, pero sólo me lo dejaría durante una noche.

─ ¡Uy, qué bueno! Yo tú sabes que leo muy rápido.

Había varios libros que nunca se habían publicado en Cuba, y que no se vendían en las librerías, pero habían sido best-sellers en el extranjero y circulaban por La Habana de esa manera: los amigos se prestaban unos a otros un mismo ejemplar desvencijado, impreso generalmente en México o en España. Para esos préstamos confidenciales hacían una lista de personas interesadas y de confianza, y el orden de la lista se respetaba con rigor, pero como se trataba de un solo ejemplar y eran muchos los que esperaban, el préstamo se efectuaba por un plazo mínimo. Cada lector tenía que estar preparado para ir a buscar el libro en cuanto le avisaran, al lugar que le indicaran, y debía arrancar a leerlo a toda prisa en el plazo que le dieran, generalmente no más de 48 horas. Si fallaba en aparecer o no iba a recoger el libro o extraviaba el ejemplar, quedaba fuera de todas las listas futuras que se hiciesen y por lo tanto se privaba para siempre de tener acceso a otras lecturas de interés. Y El exorcista era en esos días una de las lecturas más codiciadas en la ciudad.

Julián me hizo a continuación un catálogo de los conocidos suyos que se habían metido en la embajada y que estaban en sus casas con los documentos necesarios, esperando el aviso para irse. Y mencionó a un par de personajes de la farándula que él sabía, “de buena tinta”, que estaban preparando su viaje por Mariel.

─ ¿Tú no piensas irte, no? ─me lanzó de repente.

Mi cara fue todo asombro, y creo que pude incluso añadir un leve tono de indignación:

─ ¿Estás loco? ¡Yo jamás me iré de este país!

─ Yo quisiera viajar… ─bajó mucho la voz─ Pero así, de ese modo ¡qué va!

─ Yo aquí tengo mi vida encaminada… ─agregué, por si acaso.

─ Y esto no se sabe en qué va a parar… ─murmuró, con la vista perdida en el suelo.

Para cambiar de tema, le pregunté por sus proyectos. Me dijo que todo estaba detenido por la crisis de la embajada y del Mariel, pero que pronto le iban a encargar la decoración interior de una dependencia ministerial.

─ ¿Y tú? ─me miró fijamente─ ¿Sigues sin escribir?

─ Ni una línea ─dije, tratando de que mi voz expresara un discreto pesar. Desde mucho antes, debido a indagaciones como esa, lo había convencido de que la literatura ya no me interesaba.

─ A un sobrino de Guillén le registraron la casa el otro día y le encontraron unos poemas conflictivos, todavía está preso…

─ Yo lo quemé todo hace tiempo ─susurré.


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REINALDO GARCÍA RAMOS (Cienfuegos, Cuba) radica en Estados Unidos desde 1980. Vivió hasta 2001 en Nueva York, donde fue traductor de español en la Secretaría de las Naciones Unidas. Con Reinaldo Arenas y Juan Abreu integró el Consejo de Dirección de la revista Mariel (1983-1985). Entre sus poemarios publicados cabe destacar El buen peligro (Madrid, 1987), Caverna fiel (Madrid, 1993), En la llanura (Coral Gables, 2001) y El ánimo animal (Coral Gables, 2008). Su libro Obra del fugitivo recibió en 2006 el Premio Internacional de Poesía Luys Santamarina-Ciudad de Cieza, otorgado en Murcia, España. En 2010 se publicó su novela testimonial Cuerpos al borde de una isla; mi salida de Cuba por Mariel. Una compilación de su obra poética, Rondas y presagios, apareció en 2012. Reside en Miami Beach y prepara un volumen de ensayos.

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