Tuesday, November 15, 2016

del 25 Festival Internacional de Ballet de La Habana: Un Don Quijote sin la menor Mancha (por Baltasar Santiago Martín)


Texto y fotos: Baltasar Santiago Martín
Fundación APOGEO,
La Habana. Noviembre 6, 2016


Durante los días 5 y 6 de noviembre de 2016, en el marco del XXV Festival Internacional de Ballet “Alicia Alonso”, el Ballet Nacional de Cuba presentó en la sala Avellaneda del Teatro Nacional de Cuba su versión del ballet Don Quijote, con música del compositor austriaco Ludwig Minkus y coreografía de Alicia Alonso, Marta García y María Elena Llorente sobre la original de Marius Petipa y la versión de Alexander Gorski; un exquisito regalo para los balletómanos y el público en general que asistió a dichas representaciones. 

En la función del día 6, los primeros bailarines Viengsay Valdés (B.N.C.) y Osiel Gouneo (Ballet de Munich) tuvieron a su cargo los roles protagónicos de Kitry y Basilio respectivamente, y aunque se dice que las comparaciones son odiosas –y artísticamente incorrectas, añado yo–, pecaré a sabiendas diciendo que, sin destronar a Ofelia González y Lázaro Carreño en sus paradigmáticas interpretaciones de este clásico en los noventa (buscar en Youtube, porque vista hace fe), Viengsay y Osiel brindaron un Don Quijote perfecto, gracias a su magnetismo, química mutua, bravura técnica, carisma e interpretación.

Tras un bien resuelto prólogo, en que el Quijote y su fiel escudero Sancho Panza salen a la aventura cervantina en el mundo de las puntas, la apertura del telón mostró una plaza ibérica llena de alegría juvenil, traída a La Habana gracias a los originales diseños de Salvador Fernández.

Osiel Gouneo, en el rol de Basilio –el coqueto enamorado de Kitri–, confirmó con sus impecables y vertiginosos giros su bien ganada reputación de novel estrella de la danza, mientras que la ya consagrada Viengsay, desde que irrumpió en escena, hizo gala de su gran musicalidad, giros perfectos, vistosos grand jettés y extensiones a 180 grados, atributos que caracterizarían su desempeño durante toda la noche, sin que le faltara el esperado “salero” español.

Osiel, desde el primer pas de deux con Viengsay, brilló también como partenaire, específicamente al hacer girar raudamente a su compañera, constante que se mantuvo también a lo largo de su extraordinaria actuación.

La Mercedes de Cynthia González, con muy buenos giros y jettés, logró un gran acople con el “matador” Espada, a cargo de Ariel Martínez, quien lo mismo en su variación como en el pas de deux con Mercedes hizo gala de ejemplar bravura, felizmente secundado por los demás matadores, que vestidos espléndidamente como tales, dispusieron los cuchillos acostados en el piso (en vez de clavados) para que fueran sorteados por Mercedes.

Dairon Darias, como Sancho Panza, el fiel escudero del Quijote, le dio a su personaje el tono exacto que el mismo demanda: ni payaso ni caricatura, del mismo modo que Yansiel Pujada supo dotar a su Quijote de gran garbo y personalidad, mientras que Félix Rodríguez, como Lorenzo, el posadero padre de Kitri, enriqueció su antagónico papel con simpáticas pantomimas, y Ernesto Díaz se calzó el afrancesado y ridículo Camacho como un ajustado guante, sin excesos ni estridencias.

Viengsay, en su variación del segundo pas de deux del primer acto, deslumbró con sus asombrosas extensiones hacia atrás, excelentes giros, y un verdadero alarde de bravura en la diagonal, rematada con una secuencia de alucinantes pirouettes con los que ya nos tiene acostumbrados.

En el tercer pas de deux de la pareja protagonista, Osiel impactó con dos impecables cargadas en alto con una sola mano de su compañera, con quien luego escapó en medio de la confusión y el tremendo enredo armado entre Camacho, Lorenzo, Sancho y Don Quijote.

En el segundo acto, escena primera, el imprescindible molino de viento le dio el toque cervantino adecuado, y el vestuario de los gitanos y gitanas, cada quien con un traje diferente al de los demás, me pareció un gran acierto con respecto a puestas anteriores, en que los cíngaros aparecían como uniformados.

Aaron Gómez, como el jefe de los gitanos, mostró gran dominio escénico y se destacó en las elevaciones, y en general la escena fue resuelta con buen gusto y eficacia.

En la escena segunda de este acto, tanto Claudia García, en su rol de la Reina de las Dríadas, como Adarys Linares, como el Amor, le imprimieron a este onírico acto –en el que el Ingenioso Hidalgo se encuentra y corteja a su idílica Dulcinea– toda la magia que de él se espera, secundadas por unas dríadas de ensueño, y el efecto de trasmutación de Dulcinea en Kitri y viceversa fue logrado con gran elegancia. 

A continuación, en otra crucial escena en el campamento de los gitanos, arriban Lorenzo y Camacho con sus soldados, y la presencia de Kitri es delatada por su abanico, siendo atrapada y llevada a la fuerza por su padre para casarla con Camacho, mientras que Basilio logra escapar.

En el tercer acto, de regreso a la plaza del pueblo, donde está por celebrarse la boda de Kitri con Camacho, la historia pasa a centrarse en el aparente suicidio de Basilio –debido a la imposibilidad de su noviazgo con Kitri–, y Don Quijote le exige a Lorenzo que acepte la boda en artículo mortis de Kitri con Basilio. Conseguida la aprobación del interesado padre, Osiel/ Basilio se levantó como si nada, y todo se resolvió felizmente, pues Camacho recuperó la dote entregada a Lorenzo, quien se rinde ante la felicidad de su hija.

Todos bailan con justificado frenesí. Cynthia González volvió a lucirse como Mercedes, de nuevo muy bien acompañada por el impetuoso Espada de Ariel Martínez, para dar paso al agradable preámbulo del famoso pas de deux con que culmina este acto, caballo de batalla de los bailarines en los festivales de ballet del mundo entero.

Regresaron los novios convenientemente vestidos de blanco para su boda, y dio comienzo la apoteosis de la función.

Desde su primer balance, Viengsay desafió la ley de la gravedad, pues no solo mantuvo el equilibrio en punta, sino que cambió de posición la otra pierna con total elegancia, hazaña que repitió en sus restantes balances, siempre muy musical, mientras que Osiel reforzó sus giros limpios y rápidos, y brindó un impecable y solícito apoyo a su pareja como partenaire en el adagio.

Osiel, ahora sí en su esperada variación, volvió a hacer alarde de bravura con los vertiginosos y casi interminables giros que lo caracterizan, preparando el campo para que Viengsay acometiera la suya, con grandes extensiones y brillante ejecución.

Osiel subió la parada con sus acrobáticos saltos o jettés, y Viengsay alcanzó el clímax con unos fouettés intercalados con múltiples pirouettes clavada en el lugar, para luego volver a acoplarse en la pulida y elegante coda con la que se despidieron del enardecido público que los aplaudía sin querer parar.


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