Wednesday, April 29, 2015

La Habana excepto en el ocaso. Noticias de un camagüeyano de paso (por Carlos A. Peón-Casas)

Fotos/Blog Gaspar, El Lugareño (by Carlos A. Peón Casas)
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El título de aquella antológica pieza teatral de los finales de los ochenta del pasado siglo XX, me sirve ahora como pretexto para reseñar una muy reciente pasada de muy pocos días,- suficientes creo para desear el regreso a mis predios camagueyanensis-, por esos espacios antológicos de lo que fuera alguna vez proclamada como ciudad antemural de la Indias occidentales, sitio obligado para tantos, y codiciada por sus encantos por bucaneros, piratas y en su minuto hasta el mismísimo Imperio británico: la encantadora y siempre atrayente Habana.

Les confieso que la sensación más perentoria al visitarla, por razones que son siempre coyunturales para un hijo del Camagüey profundo con su mediterraneidad añadida, es la misma que acaso hiciera exclamar a Lope de Vega en su afamada letrilla: No sé que tiene la aldea/donde vivo y donde muero/que con venir de mí mismo /no puedo venir más lejos… 

La demandante cotidianeidad de la vida de quienes la habitan me resulta hoy día ciertamente aplastante, y que conste que yo también la habite en su minuto por más de un lustro, pero ciertamente las cosas me lucen muy distintas a aquella experiencia de estudiante universitario, viviendo en la entonces ya venida menos beca de 12 y Malecón, con todas las precariedades añadidas para un sitio de tal condición, pero ciertamente en lo más inn de los predios vedadenses y con una vista a la altura del piso 14 que ya quisieran muchos por un día de fiesta…

Muchos me dirán que estoy redondamente equivocado que la capital es Cuba, y que lo demás no es, nada más y nada menos que áreas verdes, un dicho siempre popular en mis años de habaneridad temporal; pero lo cierto es que hoy día hay más de una Habana, y que no es lo mismo vivir en Miramar que en Santiago de las Vegas o en Cocosolo...y mucho menos ser turista foráneo de paso.

Para aquel, ajeno o no a la realidad que visita, y que despreocupadamente pasea Obispo arriba y Obispo abajo, o se sube a un flamante bus turístico, imitación habanensis de los famosos y ya extintos double deckers de la capital londinense, o se echa al coleto un trago en el Floridita o el Sloppy Joe en memoria de Papa Hemingway, la Habana es un paraíso donde lo más cercano a las experiencias mundanas pudiera ser el calor sofocante de estos mediodías de abril que rompen los records, o algo del polvoso ambiente que envuelve algunas de las ya no tan céntricas calles horadadas como después de un bombardeo, de la Old Havana, si acaso decidiera salirse de las rutas habituales que conectan hostales de lujo, y plazas retocadas hasta la perfección.

El habanero de a pie, o el visitante nacional, ad usum, se consolará si acaso con alguna sencilla degustación gastronómica de algún fiambre servido al paso, no sin antes haber desembolsado una crecida cifra, o igual saciará la sed impenitente con alguna bebida instantánea, y si tiene suerte con una cerveza o refresco enlatado de factura nacional, y casi nunca lo suficientemente frío como su contrapartida de origen importado y que saborean los extranjeros o los que se las pueden permitir, que de todo hay en la viña del Señor.

Después luchará con denuedo por subirse a algún P (la variante actual de los ómnibus habaneros) atestado de personas sudorosas y mal encabadas, asoladas por el stress de un día de precariedades laborales y otras hierbas, para recorrer ingentes distancias y acercarse a sus barrios periféricos donde les esperan sucesivas oleadas de más de lo mismo, incluido el calor sofocante, la falta de agua corriente, y las maromas de cada día para tener la frugal comida del día.

Por lo que respecta a este visitante temporero de la antigua urbe habanensis, se da golpes de pecho de haber regresado ya a su humilde aldea de siempre en los llanos infinitos del Camagüey antológico, y retomar sus cotidianas lides, iguales o parecidas siempre a las de sus iguales habaneros, pero quizás con el consuelo siempre añadido del viejo y salvador adagio: home, sweet home!

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