Tuesday, September 7, 2010

El Trago de los Tigres (Novela inédita de Sindo Pacheco)

PARTE 2; CAPITULO 5: No sé por qué piensas tú


por Sindo Pacheco
(para el blog Gaspar, El Lugareño)


La Unidad estaba allí, en pleno monte. Las barracas de los soldados alineadas a un costado, el dormitorio de los Oficiales al otro, luego los dos comedores, el de nosotros, pobre, sucio, con la grasa del día anterior pegada a las bandejas de aluminio; y el de los Oficiales, con manteles, platos y personal de servicio, soldados del propio Servicio, que no se vestían de verde olivo, sino de ropa blanca para atender a los Oficiales: buenas noches, aquí está el menú, qué desea comer, tenemos tal plato y tal fuente, y tal sugerencia; para que disfrutaran felices, la comida diferente, con carne, con postre, mejor cocinada que les daban a ellos, bien condimentada con ajo y cebolla y ají y puré de tomates, y les hiciera una buena digestión. Todos estábamos allí para defender la patria, pero los Oficiales la defendían de otra manera. Había muchas maneras de defender la patria, de quererla. (Se quiere a la patria de muchas maneras). Más allá quedaba el Polígono y los campos deportivos, y el Campo de Tiro, y luego la cerca alrededor de todo, con diez alambres de púas, y garitas, y guardias cada cincuenta metros.

Dormimos sobre las colchonetas, todavía sin sábanas. Al día siguiente no habían llegado aún los uniformes, pero empezaron a distribuirnos:

Quiénes éramos choferes, barberos, mecanógrafos, quiénes éramos de la Juventud Comunista, levantáramos la mano, un paso al frente. ¿Qué creíamos del cuerpo de Boinas Rojas? Los Boinas Rojas andamos en la calle, con un jeep cuatro puertas, y con gasolina a nuestra disposición; podemos dar vueltas por la ciudad, ir al Coppelia, ver una muchacha, invitarla, pasearla en el jeep; o si no darnos una escapadita hasta la casa: mira vieja, qué bien estamos, manejando un jeep, haciéndonos hombre, ¿no te lo dijimos…, que no te preocuparas?, prepáranos algo de comer, algo rico, pero rápido porque tenemos que irnos, cumplir órdenes. Todo eso mientras los demás nos podrimos aquí encerrados, sin podernos ni fugar porque nos vigilamos unos a otros, para que no nos echen la culpa por dejar escapar a un soldado por la posta y nos declaren cómplice y culpable y nos manden para el Batallón Disciplinario.

Hacían falta Boinas Rojas, gente grande y fuerte, valientes, decididos, que tuvieran disposición y aptitud para capturar a los soldados que se fuguen, para buscarlos a sus casas:

—¿Aquí vive Fulano de Tal?

Sí, pero estaba enfermo.

—Lo siento, tiene que acompañarnos.

No podía, estaba con fiebre, con temblores, con calenturas, con dolor de cabeza, con varicela, con rubéola.

—Lo siento, señora, esto es una orden, las órdenes se cumplen y no se discuten, con permiso…

Ay no, por Dios, no se lo llevaran, no se llevaran a su hijo, no le pusieran las esposas, miraran que estaba enfermo.

—No se preocupe, allá hay enfermería y médicos y medicina gratis, señora, comprenda, nadie lo manda a fugarse, el Reglamento es así, hasta luego, buenas noches.

O si no capturarlos antes que lleguen a sus casas, pararlos en la calle, pedirles el Pase; ¡ah, no tiene Pase…!, monte el jeep, dígame dónde queda su Unidad, está detenido, preso, y si protesta usar la autoridad, neutralizarlo, inmovilizarlo, aplicarle una llave turca, retorcerle el brazo, el pescuezo, partirle la vida.

Lo sentíamos, teniente, no queríamos ser Boinas Rojas, no nos gusta ese color, mejor así gorras verde olivo, cabezas verde olivo, Aguacates Siete Pesos.

Luego nos pusieron una vacuna en el brazo y dos en la espalda, debajo de las paletas, y nos fueron dando el uniforme según la talla de cada uno; la treinta y dos, teniente; aquí tiene la cuarenta; la treinta y seis; aquí tiene la veintiocho, resolviéramos nosotros, aquello no era una exhibición de modas, y cállese, elemento, usted no usa la treinta, usted usa la talla que la Revolución necesite; sí, mi teniente, cualquiera nos sirve, total, todos los aguacates son iguales.

—¿Cómo dijo…?

—Los aguacates, teniente, son iguales, somos Aguacates Siete Pesos.

—¿Oyó, sargento?, lléveme a ese aguacate para el calabozo, hasta que esté maduro, o hasta que yo me acuerde.

Y el calabozo era oscuro, y frío como la nevera de un hospital, con una pe-queña ventana allá en lo alto, por donde a veces se colaba un rayito de luz, y había algo como una venda que nos apretaba el pecho, y el aguacate estábamos casi podrido cuando el teniente un día recuperó la memoria:

—¿Cómo está el aguacate?

—Maduro, mi teniente.

Y abrió la reja y nos soltó.

Y esa noche nos pusieron de guardia en la Posta Cinco, en medio de una arboleda muy oscura, para si algún enemigo se atrevía a penetrar por esa zona. Le diéramos el Alto una vez y cuando se detuviera, con las manos en la nuca, lo revisáramos bien no fuera a traer un arma oculta, y acto seguido lo condujéramos a la Unidad para interrogarlo y descubrir bien todo el complot, y desmantelar la banda; pero si no se detenía, le diéramos el Alto por segunda vez, y si continuaba, le diéramos otra vez el Alto, y si no obedecía entonces, disparáramos al objetivo, pero había que dar en el blanco: No se podían malgastar las municiones, ¿estaba claro? Por cada bala que faltara, tenía que aparecer un objetivo, si no queríamos ir otra vez al calabozo.

Y a eso de las dos de la madrugada sentimos un ruido de pasos a nuestra izquierda. Enseguida rastrillamos el arma, pero no se veía nada. Seguramente habían escuchado el sonido de la AK. Al poco rato volvimos a escuchar el ruido, esa vez más cercano, y vimos un bulto que se ocultaba entre los matojos. Alto, dijimos. Nadie respondió, al contrario, el bulto siguió como si nada. Alto, volvimos a gritar, arriba las manos o eres hombre muerto. Entonces vimos claramente cómo se pegaba a la tierra y hacía un movimiento para sacar un arma. Le apuntamos bien, al borde y centro inferior, como nos habían enseñado, pero el objetivo siguió acercándose, como una sombra de muerte a través de los bejucos. Alto, gritamos por última vez. Y no tuvimos más remedio que vaciarle el peine con todas las balas. El objetivo cayó al suelo estrepitosamente, sin proferir ni un quejido, y casi al momento vimos un foco que venía de las barracas: Alto, gritamos al foco.

—Soy el teniente —dijo el foco, que llegó con el teniente y con varios soldados que habían oído el tiroteo.

—Allí está el objetivo, teniente, le partimos la vida.

Nos acercamos con mucha cautela, alumbrando con el foco. El objetivo era una vaca blanca, con manchas negras y rojas de la sangre que todavía goteaba de su cuerpo, pero no era un animal cualquiera, de un campesino, o de alguna cooperativa. Era una vaca moldava que le habían regalado al coronel Peñarroche en una visita que hizo a la URRS, y la había traído a la Unidad, donde un guajirito recluta que había allí, se levantaba bien temprano a ordeñarla, para que el coronel tuviera su leche fresca todas las mañanas.

Allí mismo el teniente nos quitó el arma y nos llevó otra vez al calabozo, mientras esperábamos el Juicio Militar. Nada importó que hubiera aparecido el objetivo. Entrar a un calabozo, de madrugada, es una cosa muy triste. Todo lucía más oscuro y más frío, y la venda en el pecho nos apretaba con más fuerza.

Esa vez perdimos la cuenta de los días.

Una mañana sentimos el ruido de la reja. Era el teniente: ¿Cómo se sentía el elemento?

Aquí lo mismo somos aguacates que elementos. (Los elementos forman los conjuntos: a ver, póngase de pie, cuántos elementos componen el conjunto A intersección B, o el conjunto A unión B).

—Muy bien, teniente.

Y como estábamos bien, perfectamente, el teniente volvió a irse, y a perder la memoria, hasta que regresó cabo de unos días o de una semana o de cincuenta años:

—¿Cómo se siente ahora?

—Muy mal.

Y nos soltó.

Entonces nos pusieron de guardia en el Parqueo donde estaba el carro de Peñarroche, una limusina negra y brillante, que se usaba para ir al aeropuerto y pasear los generales, cuando venía algún general de los Ejércitos Amigos, con alguna vaca de regalo; y nos pusimos la gorra y la camisa con las estrellas doradas que colgaba de un perchero en el asiento de atrás, y le chirriamos las gomas al carro, y ningún policía de tránsito se atrevía a detenernos, sino más bien nos daban vía y nos saludaban al coronel tan joven que iba adentro, y nos echaban combustible en las gasolineras sin pagar ni un centavo, y: mira, vieja, aquí estoy de coronel, ¿no te dije que no te preocuparas…?, mira qué carro, qué hermosura, pronto ya no tendrás que seguir cosiendo ropa ajena. Y ella tenía las manos temblorosas, todo se le caía de las manos, y le brillaba la punta de una lágrima en los ojos, y nos preparó algo rápido, un pan con bistec: ay, hijo, por Dios, me estoy muriendo. Y nos marchamos antes que se muriera, por toda la autopista, sonando el claxon, hasta que los Boinas Rojas nos detuvieron en Matanzas, y no nos pidieron ningún Pase, ni nos respeta-ron los grados de coronel, sino que nos inmovilizaron, nos neutralizaron, nos aplica-ron la llave turca, nos retorcieron el brazo, el pescuezo, nos partieron la vida, y fui-mos a esperar el juicio al mismo calabozo, con el cuadrito de luz allá en lo alto. Y no sé por qué nos dieron unos deseos muy grandes de escribir una carta, y tuvimos que pedirle papel y lápiz y un sobre a Pacheco, un guardia comilón que había allí, que siempre tenía hambre; y con la mano izquierda, pues la derecha no se quería mover, llenamos la hoja por las dos caras, y se la dimos para que la echara en el correo, pero al poco rato volvió con ella en la mano: había un error, estaba mal puesta la dirección.

—No, Pacheco, está bien así, ésa es la dirección.

Que no, que estaba mal, estaba dirigida a nosotros, aquí a la Unidad.

—Claro, Pacheco, a quién va a ser. Tenemos ganas de recibir una carta.

¿Estábamos locos, qué cosas eran esas? No iba a ningún lado, cogiera la carta, me hiciera la idea que ya la había recibido.

Pero no era lo mismo recibirla así de sopetón, acabada de hacer, a que viniera por correo, con todos los sellos y los cuños, como una carta de verdad.

—Haznos ese favor, Pacheco, por tu madre. Una carta es de quien la hace mientras la está escribiendo, pero después que la mete en el sobre y la pega es del que la recibe.

No fuera comemierda…

—Anda, viejo, mira que nos hace falta recibirla, tener esa alegría, saber que hay una carta para nosotros. Hace tanto tiempo que no recibimos una carta…

Ya me había dicho que no. ¿No entendía el idioma…?

—Te doy cinco pesos.

No.

—Diez…

Ni aunque le diera veinte, ni cincuenta.

—Vaya, te doy la comida.

¿La comida…?

—Sí, toda la comida.

Y Pacheco nos echó la carta al correo, que llegó a los nueve días, con un sello con la foto de Teófilo Stevenson peleando con Duane Bobic, en la Olimpiada de Munich, casi en el mismo instante en que Stevenson iba a conectar la derecha recta y el upper cut, y el gancho de izquierda, y ser el campeón olímpico de todos los pesos. Nosotros queríamos ver la expresión de Stevenson en aquel momento de la fotografía, pero el cuño del correo le cubría un pedazo de la cara; sin embargo abrimos la carta nerviosos, y la leímos temblando de emoción. Era un poco sentimental, y tenía demasiadas oraciones sobre la grandeza y la fuerza del espíritu, con refranes y frases huecas como no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista, y los hombres mueren de pie, y no hay mal que por bien no venga, y veinte años no es nada, y nunca la noche es más negra que cuando va a amanecer, y no conoce la quietud del puerto quien no ha padecido la tempestad, y mírame, madre, y por tu amor no llores, y mil estupideces más que no resolvían ningún problema; sin embargo ya nos disponíamos a escribirle la respuesta cuando el teniente se apareció, con una sonrisita burlona:

¿Cómo se sentía el elemento?

—Muy bien, teniente, todavía no nos hemos quejado.

Nosotros a veces nos poníamos así, incómodos.

—Perfecto, abra esa reja, soldado, ahora tendrá oportunidad de quejarse, párese en atención, firme, de frente, march, un dos un dos, columna izquierda, march, un dos un dos, columna derecha, march, un dos un dos, elemento, alt.

Iba a aprender a hacernos hombre, más bravos que nosotros, él los había metido en cintura:

—¿Ve ese campo de tiro, elemento, como ha crecido la hierba…? Aquí está el machete, lo quiero listo antes de que amanezca, ¿entendido…?

No, teniente, lo sentíamos, estábamos débiles, estropeados, mareados, no podemos ni apretar el machete, tenemos el brazo derecho inútil, los Boina Rojas, teniente, y cambiamos la comida por el consuelo de una carta; es decir que sí, que somos expertos en esto de cortar la hierba, teniente, mire qué bien lo hacemos, qué estilo, cómo realizamos el giro de muñeca, cómo nos inclinamos, cómo nos hundimos el filo del machete en la pierna, hasta el alma, mire la sangre, teniente, el hueso blanco, el calcio, la tibia y el peroné, mire las partes de la osamenta humana, su composición, su textura.

—Párese en firme.

—Sí, mi teniente.

—Salude.

—Sí, mi teniente.

—Sargento, lleve al herido a la enfermería, y mañana al hospital, que si está haciéndose el loco, va a saber lo que es bueno.

Nosotros éramos Propiedad Social, eso que habíamos hecho era Atentar Contra la Propiedad Social, contra la propiedad de todos, contra las Fuerzas Armadas, ¿qué nos parecía?

Nada, mi teniente, trataremos de tener algo, alguna esquizofrenia, o algún desequilibrio, somos Cabezas Huecas, y seguramente nos verán ese problema, ese espacio mal rellenado, revise bien, doctor, encuentre algo, mire que si no somos traidores, venales, chinos espurios y espías de los tártaros; y nos harán un juicio militar delante de toda la Unidad, doctor, por atentar contra la Propiedad Social y contra las Fuerzas Armadas, y por haber sido coronel 48 horas, y no la vida entera como debían nacer los coroneles, y recibiremos una sanción ejemplarizante, doctor, nos mandarán al Batallón Disciplinario…; sí, doctor, casi toda la familia, somos gente de origen medio loco, con padres quimbaos del cerebro, con una pila de tablones bajo el agua, que querían ser Yuri Gagarin y Valentina Tres Escobas, y los hermanos ni hablar, y tenemos tíos que se bañan en los cañaverales una vez al mes con un tanque de agua de cincuenta y cinco galones, y éramos puro ojos cuando naci-mos, y la vieja pensó que había parido un fenómeno, fíjese bien, doctor, nos levan-tamos de noche, y no dormimos, y no soñamos, y no comemos, y no se nos para, doctor, vea qué problema, tenemos un güevo más largo que otro, y nos orinamos dormidos, doctor, se nos aparece un duende de noche: ¿ya orinó…?; no, no hemos orinado; pues orine, nos dice; y ahí mismo soltamos el chorro y meamos al de la otra litera. Y una noche ya habíamos orinado y cuando vino: ¿ya orinó…?; sí, le dijimos, ya orinamos; pues cague entonces; y teníamos diarreas, doctor, imagínese, siempre andamos con diarreas, nos caen mal las comidas, tenemos un salto en la barriga, y otro en el pecho, y otro salto en el salto, doctor, que ni siquiera lo deja saltar tranquilo, y sentimos hormigas en la piel, y un cosquilleo, y nos chupamos el dedo, y mire, tenemos una uña enterrada, y el ombligo botado, y una manchita en la barriga, y una oreja más grande que la otra, y un golpe en la cabeza que nos dejó brutos para siempre, puede hacernos una placa del cerebro para que vea que oí-mos voces: Fulano de tal, aquí, acá, párese en firme, salude, saque la lengua, cierre los ojos, limpie las botas, alce el arma, de frente, march, columna derecha, march, columna izquierda, march, paso doble, march. No podemos estar bien, encuentre algo, por su madre, mire que si no, nos mandan al Batallón Disciplinario, a la cárcel, con gente mala, delincuentes, ladrones, bugarrones que se lo quieren templar a uno aunque no seas maricón, es decir, aunque uno no sea maricón, tipos que se las arreglan para tener pinchos y cuchillos allá adentro: venga acá Carne Fresca, acér-quese, bájese los pantalones, y te amenazan con los pérforos cortantes, te acorralan entre tres o cuatro, doctor, y tienen sus pingas afuera, bien paradas, hijos de puta, doctor, y hay que fajarse, dejarse acuchillar, porque si eres flojo te tiemplan, doctor, y te ponen un blumer para que parezcas una mujer, para que seas una mujer, para que seas la mujer de uno de ellos, y sea el que te tiemple todas las noches. No podemos estar bien de la cabeza, ni de los pies tampoco, doctor. Nos ponemos las botas rusas al revés, y parecemos muñecones de carnaval caminando con las pier-nas abiertas; pero a veces, doctor, nos las ponemos al revés, pero no la izquierda en la derecha ni la derecha en la izquierda como debían ser unas botas al revés, doctor, sino que las acordonamos y todo con el tacón para alante, y el teniente nos tiene mala voluntad porque cuando dice de frente, march, empezamos a marchar para atrás, y la compañía completa a reírse y se resquebraja la disciplina, usted sabe cómo es el asunto de la disciplina, pero eso tampoco es todo, doctor, a veces nos ponemos una bota para alante y la otra para atrás, y no hacemos más que dar vueltas en el mismo sitio, doctor, como si fuéramos un compás, haciendo círculos sobre la hierba, conjuntos de varios elementos, dando vueltas y vueltas como el se-cundario de un reloj, que da una vuelta por minuto y sesenta en una hora y mil cua-trocientas cuarenta en un día, y cuarenta y tres mil doscientas en un mes y, déjanos sacar la cuenta, doctor, un recojonal seiscientas mil en un año, que multiplicado por tres ya cumplimos el Servicio, doctor, de vuelta en vuelta, un poco mareados, es cierto, pero con la baja en el bolsillo, hacia la calle, hacia la libertad, hacia el mundo. No queremos ser soldados, doctor, esa es la verdad, Nicolás Guillén, no sé por qué piensas tú, soldado que te odio yo, si somos la misma cosa, vea que sí, Nicolás, somos la misma cosa, somos civiles, es lo mismo, la misma cosa, tú, yo…

Y mira, vieja, Pedri, Vladimir Ilich, lo que traigo en la mano:

—Conseguimos la baja.

—La baja del verde, ja, ja.

—Nos creyeron locos, gruuh.

—Somos los bárbaros, aafftt.

—Los caballos, wihchisjinshj.

—Los bestias, arruaghegadiggoijjhggkÇ0)Ç/&yii%&&0C.
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1 comment:

Teresa Dovalpage said...

¡¡Qué buen capítulo!! Me he reído y he llorado... hay tantas cosas que recuerdo, y otras que creí que se me habían olvidado. ¡Valentina Tres Escobas! Pero pobres elementos, pobres aguacates madurados a golpes... ¿Por qué tendría que ser así? Y lo de Traidor, chino espurio"...¿de dódne era? Encuentro tantas frases que me suenan "se sirve a la patria de muchas maneras") pero no consigo ubicarlas...¿poemas, Las Aventuras?) ¡Gracias, Sindo, por la memoria!

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