Monday, May 17, 2010

El aporte de la Iglesia a la sociedad cubana

Foto del Archivo del blog Gaspar, El Lugareño
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Conferencia pronunciada por el Cardenal Jaime Ortega Alamino, Arzobispo de La Habana, en el Congreso Internacional sobre Cuba. Eichstätt, 8-10 de noviembre de 2002.


Creo imprescindible para presentar el papel de la Iglesia Católica en Cuba en los cien años de República, referirme ante todo a la fe religiosa del cubano.

Abordar el tema del cubano y su religiosidad no resulta una tarea fácil, como no resultaría la de describir la religiosidad de cualquier grupo humano en Europa, África o América. La antropología religiosa ha hecho mucho camino procurando hallar las constantes que la especie humana presenta en cualquier latitud y en los diferentes estadios de la evolución de la especie, con respecto a la divinidad, a lo que supera al hombre y lo condiciona, lo atemoriza, o lo enaltece. No sería cuestión en esta presentación de aplicar los grandes hallazgos y principios de la fenomenología religiosa al hombre cubano concreto durante el siglo pasado, que coincide casi exactamente con el tiempo de ejercicio de un poder más o menos independiente por parte del pueblo cubano, en los cien años de existencia republicana que se conmemoran justamente en este año 2002.

Se trata aquí más bien de una aproximación a la religiosidad del cubano, sometida a varias influencias y avatares, con una referencia obligada a algunos antecedentes históricos, pero sin caer en un simple análisis historicista de la fe del pueblo de Cuba. Esa es la primera tentación que debe evitarse, la otra es la de dejarnos envolver en las redes de estudios sociológicos no muy abundantes pero sí suficientes para abrumarnos y abrumarlos con estadísticas comparativas, más descriptivas normalmente que una mirada en profundidad en busca de un sondeo causal. Me atendré a esta indagación.

Esto último contiene también un riesgo, el de la subjetividad de quien mira la realidad, pero ni aún un sociólogo o un historiador se sustraen plenamente a esta obvia condicionante. Ésta debe ser tenida en cuenta junto con los anteriores y ya citados riesgos historicistas y sociológicos para que cuanto digo aquí no se vea como definitivo y total, sino sujeto a ulteriores desarrollos y confrontable también con otros puntos de vista.

Los imprescindibles antecedentes históricos.

La religiosidad preexistente en Cuba a la colonización era simple, primitiva, sus elementos estructurales en cuanto al culto nos son conocidos. Había un sacerdote en las agrupaciones aborígenes establecidas en distintos lugares, rendían culto a ídolos de piedra con cantos religiosos, utilizaban el humo del tabaco como ofrenda agradable a los ídolos, los cantos se acompañaban con movimientos corporales para expresar sus sentimientos de súplica o alabanza. Según las crónicas de los primeros colonizadores, entre ellos el Padre Las Casas, estos aborígenes eran personas "dulces" y receptivas a la evangelización. Lamentablemente, víctimas de las epidemias que contrajeron al entrar en contacto con los europeos y de los trabajos muy rudos a los que fueron sometidos, el pueblo aborigen fue exterminado prácticamente en su totalidad en la isla de Cuba. Por esto, cuando hablemos de sincretismo, más adelante, no nos estaremos refiriendo nunca a algún tipo de incorporación de creencias o ritos de los aborígenes cubanos al credo católico y a su liturgia, pues realmente esto no se verificó nunca.

El tipo de religiosidad que llega a Cuba con los conquistadores es la de España en el siglo XV, la de una iglesia en cristiandad dentro de la cual se nacía, se vivía y se moría, cumpliendo con sus leyes como las de un estado dentro de otro estado, con la fe religiosa católica como un factor de identidad nacional. La empresa evangelizadora y la conquista van juntas, aminorando aquélla los desmanes de ésta, pero acompañándola siempre y cargando en muchos casos con las culpas de una hazaña acometida con extrema dureza y con crueldad en algunas ocasiones.

Los primeros pobladores de estas tierras fueron hombres amantes de la aventura, en su mayoría iletrados, con una religiosidad popular católica, hecha de observancia, de fe sociológicamente evidente, pero sin gran interiorización. No me refiero en esta enumeración a los clérigos y sobre todo religiosos que vinieron en gran número a evangelizar las tierras americanas.

En la Isla de Cuba se establecieron con lentitud las estructuras eclesiásticas copiadas de aquellas existentes en España y no hubo en general una metodología pastoral que hoy llamaríamos misionera o evangelizadora en las nuevas estructuras eclesiásticas. Los sacerdotes nombrados párrocos ocupaban sus sitios en poblados y en caseríos, como pudieran haberlo hecho en una aldea española, sin que hubiera un proyecto evangelizador para alcanzar a los pobladores aislados o dispersos y organizarlos comunitariamente de algún modo. Los Obispos, generalmente, fueron incansables en sus visitas pastorales a inmensos territorios, y las misiones itinerantes las realizaban los religiosos, pero de tiempo en tiempo. Esta religiosidad de cristiandad, trasplantada a un mundo nuevo, no se correspondía con el cambio de mentalidad que se producía en el emigrado que venía a las tierras de América a hacer fortuna y que al perder los marcos sociológicos religiosos de su ciudad o pueblo natal en España se sentía desligado de toda obligación. Para él aquellas leyes no regían en Cuba: ni el precepto dominical, ni el cumplimiento del precepto pascual, ni la confesión de los pecados, sólo se valoraba el bautismo para los recién nacidos, que les daba una carta de ciudadanía cristiana como elemento indispensable en una sociedad donde la Iglesia y el estado estaban tan unidos.

He esbozado aquí unas constantes que permanecerán a través de los siglos con pocas variantes y que llegarán así hasta la nueva república naciente en 1902.

A este cuadro hay que añadir casi desde los comienzos la llegada de los negros traídos a Cuba para sustituir el trabajo de los indios, que desaparecían rápidamente. La institución de la esclavitud del negro vicia toda la vida colonial cubana por la inhumanidad que lleva en sí y porque ponía en evidente contradicción a los cristianos dueños de esclavos con los más elementales principios de su misma fe. El lastre de la esclavitud corroe toda la vida social, religiosa y política de Cuba y hace que las instituciones todas, incluyendo la Iglesia Católica, se resientan, por el abrigo en el seno de la sociedad de una realidad tan injusta. Así lo expresó una y otra vez el Siervo de Dios Presbítero Félix Varela.

La abolición de la esclavitud fue muy tardía en Cuba. Teóricamente fue suprimida en al año 1888. Era pues reciente la esclavitud de los negros cuando se inaugura la República en el año 1902: un número considerable de negros había sido esclavo o hijo de esclavo.

Los negros trajeron de África sus creencias ancestrales, sus ritos y sus culturas diversas, pues venían de diferentes regiones del continente africano. El régimen de esclavitud desarticuló su vida familiar y los hizo extraños y como parias en la sociedad. Si bien los propietarios de esclavos estaban obligados por las leyes coloniales a la evangelización de los negros, ésta se practicó casi siempre con mucha deficiencia, pues los trabajos excesivos, el régimen de vida a que estaban sometidos, etc. les impedía una vida religiosa normal. Su desconocimiento de la lengua y su analfabetismo hacían muy difícil la instrucción catequética que por otra parte no fue asidua ni sistemática.

Los negros tenían una alta sensibilidad religiosa y fueron atraídos por el esplendor del culto católico, pero al mismo tiempo guardaban en su memoria, asociándolos sobre todo a sus ancestros, a sus patrias y a sus culturas, los recuerdos vivos de sus ceremonias, sus dioses, sus cantos y los diversos toques de tambor. Se produjo, pues, un sincretismo ingenuo entre las creencias primitivas de los esclavos y los aspectos más visibles de un catolicismo popular con amplio culto a las imágenes de los santos, con fiestas y procesiones que podían seguir con mayor facilidad los negros esclavos.

Con estos dos elementos, por un lado una religiosidad de la población de origen español propia de una cristiandad, trasplantada de forma inadecuada con un debilitamiento notable de la práctica religiosa y sin gran proyección misionera y una población negra con creencias sincréticas que se habían enmascarado en el culto católico a los santos pero también con aprecio al culto eucarístico y al sacramento del bautismo, entra la Iglesia en el siglo XX que trae consigo la República.

El período republicano.


La Iglesia se presenta, pues, muy débil en los inicios de la República, no sólo por las razones políticas que gestaron y acompañaron la Guerra de Independencia y los compromisos del clero español con la causa de la Corona, sino también por la debilidad del nivel religioso, tanto de la población blanca como de la población negra, aunque por razones diversas.

Al final de la guerra en 1898, con la intervención norteamericana, llega el protestantismo, que encontrará en Cuba no sólo ese tipo de indiferencia religiosa o de lasitud religiosa que se había hecho proverbial en el cubano, sino además poca simpatía, pues las Iglesias Protestantes introducían elementos de la cultura norteamericana en la recientemente estrenada sociedad republicana, que no quería una tutela de los Estados Unidos y guardaba fidelidad a las tradiciones católicas españolas como parte de la identidad cubana.

Importante es destacar el culto a la Virgen María en su advocación de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, que comenzó en nuestro país en el siglo XVII y que no dejó de crecer siempre, aún durante la época republicana, extendiéndose a todo el país. El Santuario de la Virgen de la Caridad se encuentra en la zona oriental de Cuba, pero en todas las provincias, pueblos y ciudades de la nación existe una particular veneración a la Virgen de la Caridad. Esta devoción está fuertemente unida a sentimientos nacionales y patrióticos.

En los comienzos de la República naciente la práctica religiosa es muy baja, los hombres en general no iban a la Iglesia, se produce una gran difusión en los primeros años republicanos, y durante todo el tiempo posterior, de las logias masónicas. No pocos hombres en cada pueblo y ciudad de Cuba se asociaban en logias, el ejército nunca tuvo capellanes, no hubo atención religiosa ninguna para los miembros del ejército, que eran muchos de ellos también masones.

Como el Seminario en los últimos tiempos de la colonia había estado cerrado a los cubanos por temor a las ideas libertarias que allí podían gestarse, la Iglesia entra en el período republicano con muy poco clero cubano. El último Obispo español sale de La Habana tan pronto termina la guerra y para reemplazarlo es nombrado un Obispo italiano, pues era muy difícil en aquel momento encontrar candidatos cubanos idóneos al episcopado. La situación económica de la Iglesia era desoladora, los templos quedaron destruidos por la guerra, pues en muchos casos fueron utilizados como cuarteles por el ejército español. La Iglesia, que había tenido el apoyo financiero del estado español, tuvo que hacer frente con sus propios medios a la nueva situación, hallándose ahora inmersa en un Estado más que laico, laicista, y en el que la separación de la Iglesia y el Estado fue radical desde los comienzos de la República, siguiendo una interpretación norteamericana a ultranza del laicismo, en la cual no entraba la posibilidad de ningún tipo de subvención a la Iglesia ni para la educación, ni para obras sociales y aún menos para el desarrollo de su misión evangelizadora más estricta.

En estas condiciones tan adversas, ¿podía la Iglesia enfrentar la nueva realidad, proponerse su consolidación, su crecimiento y lo que es más importante, su proyección social en medio de ese mundo nuevo que debía iluminar con el evangelio de Jesucristo?. Fue extraordinaria la capacidad de recuperación de la Iglesia Católica en los primeros años de la República, su crecimiento en cuanto al número de católicos activos y de agentes de pastoral y su presencia en la sociedad.

Dos vertientes de vital importancia sirven de cauce a la Iglesia en aquellos momentos: la educación y el servicio social.

Numerosas escuelas se crean progresivamente por congregaciones religiosas masculinas y femeninas de antigua presencia en Cuba o invitadas a venir al país por la Iglesia. Las escuelas se implantan en la capital y en las ciudades más importantes del país y su prestigio, la calidad de su enseñanza, la buena formación integral que daban a los alumnos, las hicieron muy reconocidas. Al faltar, sin embargo, cualquier tipo de ayuda estatal, estas escuelas tenían que cobrar a los padres de los alumnos por la educación de niños, adolescentes y jóvenes y esto creó un tipo de educación elitista, pues las clases más altas eran las que podían tener acceso a esos centros de enseñanza. Pasados los años la escuela católica fue haciéndose también escuela parroquial en pueblos y poblados, con características mucho más populares, sostenidas por las Parroquias con grandes esfuerzos; de modo que en la década del cincuenta ya este tipo de escuela era más numeroso y no podía decirse que la Iglesia educaba solamente a los hijos de la clase más acomodada.

En el año 1961, cuando las escuelas católicas y todas las escuelas privadas fueron nacionalizadas por el estado socialista, unos cien mil alumnos se educaban en las aulas de las distintas escuelas de la Iglesia, incluyendo una universidad ya establecida en La Habana y otra en proceso de creación.

La educación religiosa produjo sus frutos, los colegios de varones hicieron que hombres jóvenes se acercaran a la Iglesia y comenzaran a practicar su religión. Una vez terminados los estudios, se formaban asociaciones de antiguos alumnos en los que se trataba de mantener el espíritu de la escuela. Lo mismo sucedía en las escuelas para niñas y muchachas: aún con mayor éxito las alumnas de los colegios católicos iban formando núcleos de mujeres bien preparadas desde el punto de vista religioso y capaces de trasmitir a sus familias los valores cristianos. De los mismos alumnos y sobre todo alumnas de los colegios católicos comenzaron a surgir vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada femenina, pero lo más importante fue tal vez que, teniendo como base principal los antiguos alumnos y alumnas de los colegios católicos, comenzaron a formarse las primeras asociaciones de laicos. Algunas de ellas se integraron más tarde en la Acción Católica Cubana, que fue la experiencia más interesante del apostolado de los laicos en la Iglesia de Cuba en los años de la República hasta 1960. La Acción Católica se extendió a pueblos grandes y pequeños, a ciudades y barrios y contó con un laicado serio, comprometido, de muy buena formación y de gran fidelidad a la Iglesia.

La otra vertiente del quehacer eclesiástico en aquella época está constituida por la acción social de la Iglesia a través de instituciones de servicio para los ancianos, los niños abandonados, los huérfanos, las mujeres con problemas, y la atención a los necesitados en forma general. Las congregaciones religiosas femeninas llegan a tener en Cuba más de 20 instituciones para ancianos en todas las provincias, con una atención esmerada. Eran estas casas prácticamente los únicos verdaderos hogares para ancianos que había en el país y eran gratuitos. Ello creó una relación especial con la familia de los ancianos y un aprecio particular en el pueblo. Lo mismo puede decirse de las casas para niños o niñas pobres, abandonados, etc. , las había en gran número en todo el país y concitaban la admiración y el agradecimiento de toda la población. Así las religiosas consagradas a la asistencia social en Cuba han tenido un aprecio particular del pueblo, que perdura hasta nuestros días. El testimonio de la caridad también en el servicio a enfermos en hospitales por los hermanos de San Juan de Dios, por otras congregaciones que atendían centros hospitalarios para enfermos de cáncer, leprosos, psiquiátricos, impedidos físicos y todo tipo de enfermos, hizo acreedoras a esas congregaciones de un respeto y una admiración muy generalizados. La obra del preso realizada a escala nacional por las Hijas de la Caridad y los Padres Vicentinos llevó a las cárceles el mensaje de amor y de paz del Evangelio y se establecieron en los centros penitenciarios capillas y bibliotecas, con una atención constante y esmerada a los reclusos, que también suscitaba el agradecimiento de familiares y del pueblo en general.

Pareciera que la estrategia pastoral de la Iglesia estuviera concebida no solamente para su propia estructuración y su propio crecimiento, sino para el servicio educacional, social, caritativo del pueblo cubano. Éste fue un aporte extraordinario a la sociedad, que le ganó a la Iglesia prestigio en medio del pueblo y que hizo conocer al cristianismo en su aspecto fundamental de servicio, de entrega, de amor. De forma tal que la Iglesia llega a tener en Cuba, con el crecimiento del clero cubano, con la división de nuevas diócesis al frente de las cuales son ubicados obispos cubanos en su mayoría, una presencia en la sociedad y un influjo real en la vida de la nación cubana que se hacía cada vez más creciente y en esto influyó decisivamente su obra educativa y asistencial.

Mientras tanto, en los hombres de pensamiento priman las ideas liberales con su típico anticlericalismo. La reforma de la educación al principio de la República fue hecha por agnósticos, hombres de gran sabiduría y amor a su país, pero distantes de la enseñanza de la Iglesia, y así las labores profesorales, periodísticas y otras estaban marcadas por lo que entre nosotros se llamó el librepensamiento.

Pero poco a poco va surgiendo una inquietud intelectual y social en algunos católicos comprometidos. Las inquietudes políticas entre los cristianos tenían que ser forzosamente pobres y más tardías, dadas las circunstancias que hemos descrito, pues ni el número de católicos, ni su adhesión a la Iglesia, ni su formación cristiana, podían propiciar un compromiso político serio como verdaderos católicos en fechas republicanas demasiado tempranas.

Según iba avanzando la vida republicana los miembros de Acción Católica conocen y hacen suya la doctrina social de la Iglesia, y sus planes y proyectos nacionales tienen en cuenta la situación real del medio social. Surgen líderes de buena formación y buenas cualidades personales en la Acción Católica Cubana, especialmente en su rama juvenil, que van entrando poco a poco en el mundo de la política. Había condiciones propicias que podían, en aquella época de la historia, aconsejar la formación de un partido demócrata cristiano, o mejor socialcristiano, dada la orientación que aquellos líderes tenían y su marcada preocupación social; pero la jerarquía de la Iglesia en Cuba, sobre todo el Cardenal Manuel Arteaga y Betancourt, que había sido el gran paladín de la Acción Católica Cubana, no era favorable a la creación de partidos marcados con el apelativo cristiano, sino más bien que los laicos entraran en los partidos existentes según sus preferencias y allí dieran testimonio de su preocupación políticosocial en tanto que ciudadanos y cristianos, pues esto era preferible para la Acción Católica de la cual muchos procedían, para ellos mismos y para la Iglesia en Cuba. Así fue, y los católicos comenzaron a pertenecer a los partidos existentes con un éxito relativo, pero creciente.

¿Qué pasaba en el campo intelectual de Cuba?. Había una gran Universidad en La Habana, cuyos profesores también eran en su mayoría agnósticos, liberales, anticlericales o indiferentes a la religión, pero poco a poco algunos egresados de la Acción Católica o miembros activos de ella y sobre todo de la Agrupación Católica Universitaria, Congregación Mariana dirigida por los Jesuitas, fueron accediendo cada vez más a cátedras profesorales en la Universidad de La Habana, de forma que iba cambiando, tanto en las carreras de humanidades como en las carreras científicas, el cuadro profesoral, para hacerse más variado y con presencia cada vez más notable de católicos. La presencia de los católicos aumentaba también en otros campos del quehacer intelectual y artístico.

La Iglesia había logrado un acceso siempre mayor y más difundido a los medios de comunicación, prensa, radio y televisión. No hubo tampoco un esfuerzo de la Iglesia por tener un periódico católico ni por poseer una estación de radio propia, sino por hacerse presente en los medios de difusión ya existentes. Y esta presencia no era nada despreciable. Más tardíamente apareció una revista católica de buena calidad llamada "La Quincena".

Esta era la situación de la Iglesia, de sus instituciones educativas, de asistencia social, de su laicado, en el momento del golpe de estado de Fulgencio Batista en 1952. Este hecho destruyó el orden constitucional, se creó un estado de malestar general en la población, que fue nucleándose en grupos opositores clandestinos y se desmembró la vida política y social que penosamente iba institucionalizándose en Cuba. Esto afectó también la vida de la Iglesia, pues la inquietud política y social era participada por los cristianos de forma muy activa. Los miembros de la Acción Católica en general y también muchos sacerdotes y religiosos simpatizaban con los movimientos revolucionarios que intentaban derrocar al gobierno de Batista. Un distinguido católico, José Antonio Echevarría, lidereó el ataque al Palacio Presidencial para terminar con la Dictadura. Murió en el empeño.

Cuando Fidel Castro desembarcó en la provincia de Oriente y fue a la Sierra Maestra, junto con una gran mayoría del pueblo de Cuba de todas las clases sociales, de la burguesía alta y media, de las personas más sencillas, de los trabajadores, empleados, etc. los cristianos de variada condición se sintieron solidarizados con aquel movimiento que podía sanear la corrupción existente, curar los males de la nación y realizar por fin esa Patria soñada y nunca alcanzada que todos en aquel momento se sentían llamados a construir. No pocos católicos murieron en las luchas revolucionarias en La Habana y distintas ciudades de Cuba, casi todos jóvenes, miembros muchos de ellos de la Juventud Católica Cubana. Este estado de conmoción nacional estremecía también a la Iglesia, afectando su acción pastoral.

Los Obispos iniciaron entonces esfuerzos de mediación para terminar aquella situación con una salida democrática para el país, pero en aquellos momentos todo quedaba ya supeditado a la posibilidad de un cambio radical que enrumbara a la nación por otros senderos. La lucha revolucionaria continuaba en las montañas, con acciones clandestinas en las ciudades y fueron inútiles todos los esfuerzos para lograr un final pacífico de la dictadura. El primero de enero de 1959 el movimiento 26 de Julio, dirigido por Fidel Castro Ruz derroca al presidente Batista que huye de Cuba hacia la República Dominicana, y se instaura el gobierno revolucionario que llenó de esperanza a la casi totalidad del pueblo cubano que lo había deseado y apoyado.

En los inicios de la revolución los católicos tomaron parte activa en la reorganización del Estado. Algunos de ellos, muy destacados miembros de la Agrupación Católica Universitaria, habían ido a la Sierra Maestra, había algunos sacerdotes que también acompañaron al ejército rebelde como capellanes, y la jerarquía católica saludó el triunfo de la revolución con gran esperanza.

Los católicos estaban presentes en los movimientos sindicales, pues la JOC, (Juventud Obrera Católica), se había extendido mucho en la década anterior al triunfo de la Revolución. Líderes católicos que hablan trabajado en los movimientos clandestinos de los pueblos y ciudades ocuparon puestos en los municipios y se hicieron presentes en las estructuras del país en forma visible. Pero pronto comienza progresivamente un proceso de radicalización de la Revolución, con la asunción a cargos sindicales de relevancia de viejos miembros del Partido Comunista de Cuba. En los distintos puestos de cierta importancia no aparecían ya los católicos o seguían apareciendo aquellos que tomaban cada vez más distancia de la Iglesia en medio de un conflicto que se iba agudizando, a mi parecer, según la revolución triunfante iba borrando todo vestigio del pasado, lo bueno junto con lo malo, e instaurando una realidad político-social totalmente diversa, que rompía la continuidad histórica imprescindible para que un país pueda devenir verdaderamente una nación, con recuerdos y vivencias, malos o buenos, pero que conforman su acervo de experiencias y su historia. Parecía que estábamos ante un punto de partida absoluto. Siempre, ante movimientos radicales de este género, la Iglesia, sin tener en cuenta la ideología que los domina, o no percibiéndola claramente aún, toma distancia y advierte de los riesgos que puede haber en rompimientos tan drásticos. Es normal que ante todo tipo de vuelco social violento la Iglesia muestre reticencias o aún oposición en aras de los riesgos que puede traer una situación así, tanto para la paz política como para el desarrollo de una sana sicología social que facilite al ser humano sentirse en continuidad con lo anterior, aún para superarlo válidamente en lo que tenga de malo. Este fue el primer choque de la Iglesia y el Estado cubano.

Pero enseguida el ingrediente marxista se hizo presente cada vez más en la estructuración de aquella nueva realidad político-social hasta hacerse poco a poco omnipresente y convertirse en la ideología que animó a partir casi desde sus inicios aquel movimiento popular. Entonces, ante el temor de la instauración de un sistema de tipo marxista, con los antecedentes que había en Europa del Este, la Iglesia puso en guardia a los cristianos sobre sus riesgos, el gobierno Revolucionario reaccionó muy duramente, y se produjeron los choques ya físicos, concretos, en las puertas de las Iglesias durante la celebración del culto, así como ataques verbales en la prensa, en la radio, en la televisión y después las medidas que limitarían drásticamente la vida de la Iglesia, la disminución de sus agentes pastorales por la salida obligatoria de Cuba de unos ciento cincuenta sacerdotes, el cierre de los colegios católicos y de otras instituciones de asistencia social, la imposibilidad para la Iglesia de usar los medios de comunicación social, la prohibición de sus actos religiosos públicos, como procesiones, celebraciones al aire libre, etc. Todo esto en un clima de hostilidad y temor.

Esa es la situación de la Iglesia a partir del año 1961 en la cual, con avances y retrocesos, se camina durante aquellas dos primeras décadas del período revolucionario, pero siempre dentro de un ámbito de limitación extrema, con momentos de mayor inquietud y momentos de tranquilidad silenciosa. La década de los setenta es la de la institucionalización del país según el modelo soviético. El éxodo de los cubanos por un acuerdo con los Estados Unidos se hace sistemático y diario, abandonan también el país muchos cubanos a través de España, México u otros países. La vida de la Iglesia parece languidecer. Aún numéricamente se ve debilitada, pues muchos cristianos ante el temor a represalias y a la discriminación en centros de estudio y de trabajo o por opciones dolorosas debidas a convicciones propias o compromisos con la Revolución, se alejan de la Iglesia, no envían a sus hijos a la catequesis y en algunos casos se vuelven hostiles. Otros, en gran número, abandonan el país, las familias se dividen, quedan detrás esposas con hijos que esperan reunirse con el esposo. A veces nuestras comunidades pueden contar en un año, (y esto sucede actualmente hoy) con la partida de más de cincuenta miembros activos de una Iglesia Parroquial.

El éxodo continuo de cubanos, que incluye a los católicos, es una de las grandes tragedias que dividen la familia cubana, que empobrecen a la Iglesia, que ensombrecen el ambiente general de la nación, pues siempre hay alguien que tiene algún familiar cercano o lejano, o incluso amigos muy entrañables, fuera de Cuba. Durante mucho tiempo, hasta el final de la década del setenta era impensable que pudieran volverse a ver de nuevo los seres queridos, pues el retorno, aún de visita, estaba prohibido. A finales de la década del setenta comenzaron a autorizarse los viajes para que pudieran los cubanos venir a visitar a sus familias, y esto alivió la tensión existente, pero creó nuevas tensiones. El reencuentro, los éxitos de los que habían partido, produjeron un aumento del deseo de emigración, que se plasmó en la autorización del gobierno cubano para que barcos de Estados Unidos, yates, lanchas, etc. vinieran a buscar al puerto del Mariel a los familiares que quisieran irse de Cuba. En el año 1980 miles de cubanos partieron por esa vía.

Después del Mariel se produce un cierto respiro en el ámbito nacional. Algunas medidas económicas y sociales más abiertas permiten que tenga mayor espacio la iniciativa personal, y durante cinco años aproximadamente, hasta 1986, se crea un mercado libre campesino, las personas privadas pueden adquirir materiales para fabricar sus casas, se admite la compra y venta de casas y objetos y esas compraventas son publicadas en la prensa, los trabajadores son recompensados en sus horas de trabajo extra con pago monetario, y con respecto a la Iglesia se crea también progresivamente una mayor posibilidad de diálogo con las instancias oficiales del Estado, por medio de la Oficina de Asuntos Religiosos perteneciente al Comité Central del Partido Comunista de Cuba. En esta situación va habiendo una mayor apertura, disminuye la discriminación de los cristianos en sus centros laborales y de estudio y cuando éstas se producen siempre puede reclamarse a la autoridad competente, la Iglesia recibe más facilidades para reconstruir sus templos y disminuyen las tensiones.

Durante esta etapa de distensión general, la Iglesia comienza a preparar un evento que la marca en su trayectoria y que es, junto con la visita del Papa Juan Pablo II a Cuba, importantísimo en este período de la República que es la Revolución Cubana. Este evento que se preparó en todo el país durante cinco años de 1981 a 1986 fue el Encuentro Nacional Eclesial Cubano (ENEC), en el cual la Iglesia en Cuba se propuso abrir sus puertas, ser misionera, anunciar el mensaje de Cristo a todos, salir de la sacristía, hacer que su palabra llegara a toda la sociedad. Una Iglesia orante, evangelizadora, encarnada en la sociedad, fue la divisa de aquel encuentro que transformó la actitud mental y religiosa de pastores y fieles. En el encuentro participaron todos los obispos de Cuba, sacerdotes de todas las diócesis representativamente y laicos, religiosos y religiosas de todas las diócesis del país. Con el ENEC la Iglesia comenzó una nueva etapa de su vida.

No puede decirse, sin embargo, que el Encuentro Nacional Eclesial Cubano (ENEC), sea el comienzo de la recuperación total de la Iglesia en Cuba. No olvidemos que las condiciones generales externas mantienen a la Iglesia dentro de unos límites que sólo se corren para ampliarse por medio del esfuerzo de la misma comunidad cristiana, su perseverancia y la reclamación de su derecho a cumplir su misión evangelizadora, que llega a ser aceptado con mayor o menor dificultad en algunas ocasiones. Pero es evidente que a partir del Encuentro Nacional Eclesial Cubano en 1986 se genera un dinamismo evangelizador que hace que la Iglesia comience a realizar campañas misioneras, visitando las casas de los cristianos primero y más tarde las de los no cristianos, preparando paso a paso, aún remotamente, la visita del Papa Juan Pablo II a nuestro país. Su acción se vería respaldada más tarde por las palabras del Papa y por la acogida del pueblo cubano al Supremo Pastor de la Iglesia. Brindó la visita del Sumo Pontífice la oportunidad única a la Iglesia de Cuba, en tantos años, de presentarse ante el mismo pueblo cubano y ante el mundo como una Iglesia viva, fiel y perseverante.

No digo que la visita del Papa a Cuba constituye un nuevo punto de partida, porque ella es de por sí un evento único que entra en nuestra historia eclesial y le da una consistencia de pasado, de presente y de futuro. De pasado, porque el Papa confirma lo que ha sido la Iglesia, su fidelidad en el tiempo y en las pruebas; de presente porque la vibración de nuestro pueblo ante las palabras del Papa, ante su paso por nuestras calles en los días de su estancia entre nosotros, hizo sentir a todos que nuestra Iglesia está viva hoy, y de futuro porque el Papa supo sembrar esperanza en nuestros corazones.

Pero, ¿cómo pudo aquella Iglesia que llegó a los inicios de la República débil en su práctica religiosa, sin hombres en los cultos, sin intelectuales católicos comprometidos que la prestigiaran y defendieran, con un obligado silencio en aquellos inicios en el ámbito de la política debido a esa misma debilidad de su laicado, donde los negros estaban ausentes de la práctica habitual de la religión y practicaban un sincretismo simpático a la Iglesia Católica, pero pobre en recursos éticos o de otro orden; cómo pudo esa Iglesia hacer frente al embate de la revolución triunfante, precisamente en los momentos en que comenzaba a adquirir consistencia, prestigio social por sus instituciones y los servicios prestados a la nación, por su presencia en los medios de comunicación social, no sólo a través del clero, sino de sus líderes laicos, con sus esfuerzos recientes porque los cristianos se comprometieran libremente en el mundo de la política, cuando ya surgían por acá y por allá, pensadores, escritores, expositores cristianos que comenzaban a darle relevancia a la fe cristiana en la vida social y política; cuando precisamente, después de las luchas contra la dictadura de Batista, se ve frenada en todos aquellos campos donde comenzaba a ser constatable su misión?. Esta nueva situación colocaba a la Iglesia en condiciones peores que al inicio de la República.

En aquellos casi sesenta años de República había crecido lentamente la práctica religiosa y ésta se había hecho mucho más seria y profunda en grupos no despreciables de miembros de Acción Católica y de otras asociaciones, había crecido el clero cubano y se manifestaba una religiosidad popular católica muy extendida, con una devoción a la Virgen de la Caridad, Patrona de Cuba, siempre en ascenso, una sensible disminución del anticlericalismo y un conocimiento mayor de la Iglesia, su papel en la sociedad y sus preocupaciones sociales, a través de los medios de comunicación y de la misma acción de la Iglesia. Misiones parroquiales habían recorrido todo el país desde décadas anteriores a 1960 casi ininterrumpidamente con grupos de misioneros que iban de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad, predicando el Evangelio en forma itinerante.

El negro en general, aunque no en gran número, sí se hacía cada vez más visible en la Iglesia, también en las asociaciones y en la Acción Católica. El sincretismo religioso y los cultos africanos eran situaciones marginales. Había más bien un repliegue de las manifestaciones públicas de religiones primitivas africanas más o menos sincréticas y muchos negros se agrupaban en sociedades para el mejoramiento y defensa de la "raza de color" que identificaban esos tipos de religiosidad primitiva con una situación de incultura o de "retraso social". La Iglesia Católica fue muy tolerante con respecto a esas manifestaciones y se mostró siempre acogedora, lo cual mantenía y mantiene sus puertas siempre abiertas para estos hermanos nuestros a quienes recibe con sus creencias, pero tratando de purificarlas.

Pero el brusco cambio social, el temor a la práctica religiosa católica por la gente sencilla, que escuchaba continuamente cómo era identificada la Iglesia Católica con los oponentes de la Revolución Socialista, y la difusión del ateísmo como forma superior de pensamiento, que relegaba sin distinción a todas las religiones, fueran animistas o de otro nivel humano como la religión cristiana, a una condición primitivista, calificando toda idea, inquietud o manifestación religiosa como rezago del pasado; este rechazo en bloque de lo religioso desde la esfera oficial produjo como efecto colateral una extraña fusión y todas las "creencias" se sintieron extrañamente unidas en el rechazo que se producía de ellas. Ser "creyentes" era una postura común frente al ateísmo.

Siendo así que era social y políticamente más comprometido participar en el culto católico que acudir a un santero, a una sesión espiritista o a cualquier tipo de culto primitivista o supersticioso, se produjo una derivación del sentimiento religioso no hacia lo más espiritualmente alto, exigente y en nuestro caso riesgoso, sino a lo que podía al mismo tiempo dar algún consuelo y tranquilizar la conciencia inquieta por lo sagrado, pero sin ningún tipo de compromiso o riesgo. Esto hizo que aún la población blanca comenzara también a frecuentar subrepticiamente en forma creciente cultos de tipo espiritista, sincrético o africano. Además, se conocía y en muchos casos se experimentaba, que algunos que profesaban públicamente el ateísmo y aún eran miembros del Partido Comunista, participaban en este tipo de cultos en forma secreta, sin problemas, lo que no les era posible hacer en la Iglesia Católica, cuyas entradas y salidas, sus horarios y sus ceremonias, son bien conocidos, así como lo eran las personas que en aquellos momentos tenían la audacia de practicarlos abiertamente, pues la vigilancia era mayor sobre la Iglesia Católica.

Algunos practicaban también en secreto la religión cristiana. Siendo miembros del Partido o teniendo cargos de cierta importancia, llegaron aún a casarse por la Iglesia en silencio, por medio de testigos delegados por los párrocos, pero éstos fueron los menos.

El sincretismo en los últimos años ha sido también impulsado por el folklorismo, que le dio carta de presentación en los medios artísticos y de comunicación, sea la televisión, el cine, o la publicidad en la prensa, haciendo de los bailes de tipo africano que siempre acompañan al culto, una manifestación muy propia de la cultura del país, difundiéndolos en el mundo con gran éxito, sin poder borrar de la manifestación folklórica las referencias religiosas sincréticas que les son inherentes. El turismo de la década del 90 hasta nuestros días ha venido a reforzar esto y prácticamente la portada turística de Cuba puede ser una foto en colores de la Catedral de La Habana delante de la cual una negra santera llena de collares, por medio de caracoles, adivina la suerte del turista que paga por este servicio.

Facilismo, folklorismo y mercantilismo minan hoy esta manifestación religiosa irrespetuosamente, quedando muy instrumentalizada para fines totalmente ajenos a las inquietudes válidas sobre todo de la población negra, que pudiera conservar en verdad esas creencias, pero que se ve ahogada por el snobismo, el esoterismo de los visitantes y el negocio.
Para la Iglesia esto constituye un desafío, pues no se trata de establecer un diálogo con otra religión u otro cuerpo de creencias, ya que su tradición pastoral de acogida, de comprensión para estos hermanos de origen africano que están todos bautizados en la Iglesia Católica pero que conservan en sus vidas esas referencias religiosas ancestrales, la capacita para establecer ese contacto, a través del cual muchos hermanos nuestros de ideas sincréticas se convierten realmente a la fe católica. Así ha sido durante casi todo el siglo republicano.

Pero el desafío se plantea ahora entre una verdadera religión como es la religión cristiana y una religiosidad folklorizada y manipulada con vistas a beneficios económicos y a intereses ajenos a la fe. En este caso no se puede ir mucho más allá de poner al descubierto una realidad de este orden para que sea posible superarla.

Durante el período revolucionario no ha sido siempre igual la situación que ha vivido la Iglesia, pues al enfrentamiento y las dificultades del inicio siguieron la coexistencia difícil y los períodos de relativo mejoramiento con altas y bajas. Progresivamente la discriminación de los cristianos se fue superando en parte y la Iglesia ha podido tener mayor margen para su acción evangelizadora: misiones de puerta en puerta, casas de misión en los pueblos y poblados sin Iglesias, donde las familias abren sus casas al vecindario para que se reúnan, recen, escuchen la palabra de Dios y aún celebren la Eucaristía, autorizaciones para manifestaciones públicas de religiosidad católica, como procesiones y celebraciones al aire libre en algunas diócesis, pero el acceso a los medios de comunicación social es muy esporádico, y en el campo de la educación no existe para la Iglesia ninguna posibilidad de participación. El laicado católico, heredero de la antigua Acción Católica Cubana, aunque no muy numeroso, se caracteriza por su fidelidad a la Iglesia y sobre todo por su testimonio de cara al mundo que lo rodea en centros de estudio y de trabajo, en las diversas profesiones y empleos.

El número de sacerdotes y religiosas que realizan su acción pastoral en Cuba ha crecido en la última década por la entrada al país de algunos misioneros y por el aumento de las vocaciones sacerdotales y religiosas que, aunque lento, ha sido constante en los últimos años.

Esta es la trayectoria de un siglo de República de la Iglesia Católica en Cuba, que ha pretendido no sólo fortalecerse, después de entrar en el período republicano como hemos dicho débil y pobre, sino servir al pueblo en el cual vive como parte de ese pueblo que es. Esta debe ser la constante actitud de la Iglesia y, aunque la República nacida en 1902 se divide en dos grandes períodos, el que va desde el 20 de mayo de ese año 1902 hasta el primero de enero de 1959 y desde el primero de enero de 1959 hasta nuestros días, la Iglesia permanece con el mismo empeño de los comienzos del período republicano: anunciar el Evangelio con libertad, con verdad, con respeto, con amor, y servir al pueblo cubano creyente o no creyente con unas instituciones de un género o de otro que pueden variar según las circunstancias, pero que pretenden solamente sembrar el amor, el bien y la paz en la nación cubana.

La Iglesia experimenta que su acción pastoral y social no se realiza en un clima de respeto pleno a su misión, que se ve limitada en muchos aspectos.

Con respecto al futuro creo que la Iglesia, como parte del pueblo de Cuba que es, seguirá la suerte de nuestro pueblo. Hemos visto que a períodos de mayor liberalización económica, de menos tensión social, corresponden también etapas de mayor amplitud para la misión de la Iglesia Católica. Pero solamente si existe una mejoría en todos los campos de la vida nacional, que incluya una real apertura a los deseos de mayor iniciativa individual del cubano, tanto en el sector económico como en el social y político, con una mayor libertad de acción personal para obrar solo o asociado, podrá entonces la Iglesia beneficiarse también de esa misma apertura general que facilitaría el ejercicio pleno de su misión.

La Iglesia considera y propugna esta apertura no como un don, sino como un derecho natural.

Existe en el sistema político cubano una preocupación por la justicia y por el bien común, pero citando las palabras del Papa en su homilía de la Plaza de la Revolución de La Habana, "el gran desafío para los gobiernos en el mundo de hoy es cómo cumplir la justicia social guardando la libertad de los pueblos". La Iglesia en Cuba vive en esta coyuntura difícil de ausencia de equilibrio entre justicia y libertad, comprendiendo la necesidad de ambas, y desarrolla su misión guardando siempre su independencia, pero consciente de que sólo cuando se alcanza el equilibrio al que aludía el Santo Padre en una sociedad cualquiera, la Iglesia puede desplegar plenamente su misión pues "el hombre es el camino de la Iglesia", dijo Juan Pablo II en su encíclica "Redemptor Hominis" y no podría darse nunca un camino paralelo de la Iglesia y del pueblo que recibe el Evangelio proclamado por ella. La ley de la Encarnación lleva consigo que la Iglesia, como su Maestro y Señor recorra siempre y al mismo tiempo, el camino que siguen los hombres, cargados con la Cruz, como Jesús hacia el Calvario, decepcionados y escépticos, como los discípulos de Emaús al atardecer del Domingo de Resurrección, o exaltantes y felices como en la mañana de Pentecostés; pero yendo siempre por la senda de la Verdad y de la Esperanza que el Papa Juan Pablo II desbrozara con tanta precisión en su visita a Cuba.

Muchas gracias.

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