Tuesday, January 28, 2020

En memoria de Pepe Sarduy (por Joaquín Estrada-Motalván)

 Foto/Blog Gaspar, El Lugareño
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Se cumple otro año del paso de Mons. Sarduy, a la Casa del Padre,  el 28 de enero de 2017, a sus 83 años de edad y 45 (a unos días para cumplir 46) de sacerdote.

El 2 de febrero 1971,  recibió en la Catedral de Camagüey, el sacramento sacerdotal de manos de Mons. Adolfo Rodríguez, junto a  José Luis Rodríguez Rodríguez, Francisco García Pérez, José  Grau Adán y José Manuel García Sardiña.

Le recuerdo con cariño y admiración. Sarduy camagüeyano, de esos cubanos cultos y amables, que prestigian a su comunidad. Fue de los caballeros que llaman la atención por su sencillez.

Las tertulias en la oficina de Sarduy o en el patio de la Merced eran ratos de lujo. Se hablaba de música, ballet, religión, filosofía, teología, pasábamos de un tema a otro, polemizábamos y aprendíamos (al menos para mí esas tertulias fueron lecciones que disfruté).

El café siempre en la cocina, eso construyó Sarduy en La Merced, un hogar donde acudíamos cada día y casi cada noche.

Fue un impulsor de lo nuevo, trajo y puso a disposición de todos, quizás, la primera computadora de Camagüey, así como su colección de música, su tocadiscos y su cassetera para escuchar y grabar. También promovía el cine, siendo el creador del primer (o de los primeros) programa de crítica de cine en tv en Cuba. Convirtió los bajos del altar mayor de la Merced en el Museo Religioso que se conoce como las catacumbas de la Merced.

Sembró la semilla, que luego floreciera y es hoy la gran Biblioteca Diocesana de Camagüey (semilla de Sarduy y obra de Mons. Willy y Mons. Adolfo). Cultivó la simiente de la Pastoral de Cultura en Camagüey...

Mantuvo viva la Revista Enfoque, defendiendo la existencia de un medio de comunicación eclesial para el debate intelectual.

Prefirió ser cura en Camagüey que obispo en otra diócesis.

Se le puede llamar el cura de los jóvenes, pero eso lo pueden reclamar todos los grupos de sus comunidades.

Fue fundador del preseminario (luego seminario) San Agustín, de Camagüey y primer rector en su sede en la Avenida de la Caridad (donde me invitó a ser el profesor de Historia Universal).

Sus homilías eran palabras de formación humana.

Sarduy fue mi confesor y director espiritual, mi padrino de Confirmación. Le tuve una gran confianza y podía conversar de todos los temas, conociendo que siempre tendría su franca amistad en sus consejos, coincidencias y desavenencias.

En los tiempos previos a mi bautizo (a los 21 años, foto en este post), ya tenía el privilegio de la amistad del P. Sarduy. En la ignorancia del estudiante y recién graduado de la Universidad, quien se cree el sabelotodo, me dio por "analizar" los pasajes bíblicos únicamente desde la "razón". Imagino que luego de varias conversaciones en esa línea, la paz-ciencia de Sarduy llegaba al agotamiento y la manera que encontró para resolver esos infinitos "debates", fue prestarme un ejemplar de las Confesiones de San Agustín diciéndome, "léete esto, que es de uno que se creía saber todo como tú". Ese libro, fue lo que finalmente me abrió los ojos a la fe.

Recordar a Sarduy es rendir memoria a un sacerdote que honró el titulo de padre que se les da a los curas.



Las hermanas de José Martí (por Teresa Fernández Soneira)


Las hermanas de José Martí

 por Teresa Fernández Soneira
(para el blog Gaspar, El Lugareño)


Han permanecido en el anonimato por más de 100 años. Nunca nos hablaron de ellas, ni nos dijeron sus nombres, y en las escuelas no nos enseñaron sus vidas. La mayoría de los cubanos desconoce que José Martí tuvo siete hermanas, siendo él el primogénito. Y aunque quizás, al igual que Leonor Pérez Cabrera, la madre, ellas no estaban de acuerdo con la posición política de su hermano(1), es necesario dar a conocer a estas mujeres que también formaron parte importante de nuestra historia.

Leonor Pérez Cabrera
en sus años de juventud
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Leonor Pérez Cabrera(2) contrajo matrimonio con Mariano Martí Navarro(3) en 1852 en la iglesia parroquial de Nuestra Señora de Monserrate en La Habana. Poco más de un año después del nacimiento de José Martí y Pérez en La Habana en 1853(4), vendría al mundo la primera de las hembras.

Casa de la familia Martí-Pérez
 en la calle Paula (ahora Leonor Pérez) número 41. 
Fue declarada Monumento Nacional en 1949.
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Leonor Petrona Martí y Pérez, (La Habana, el 29 de julio de 1854-México, 1900), conocida cariñosamente como “La Chata”, fue bautizada en la capilla del Castillo del Morro. El 16 de septiembre de 1869 Leonor Petrona contrajo matrimonio con Manuel García y Álvarez con quien tuvo cuatro hijos: María M. Andrea, fallecida a los tres años de edad; Alfredo, Oscar y Mario, este último nacido en México entre 1875 y 1876. Leonor fallece del corazón en La Habana, en julio de 1900.


El tercer hijo del matrimonio fue Mariana Salustiana “Ana” Matilde Martí y Pérez que nace en La Habana el 8 de junio de1 1856. Fue novia del pintor mexicano Manuel Ocaranza e Hinojosa(5). Falleció en México, D.F., el 5 de enero de 1875, a los 19 años. Se conserva un poema de su autoría dedicado a la madre. De ella escribió Martí una crónica y unos versos. He aquí un fragmento: “Impaciente y estúpido el correo, lucha y vence mi amor y mi deseo. Carta es mi carta, más si bien la peso, me une a tu imagen tan estrecho lazo, que es cada frase para ti, un abrazo, y cada letra que te escribo, un beso”(6). (1868)

El 2 de diciembre de 1857, estando la familia residiendo en Valencia, buscando hacerse de un futuro en esa ciudad española, y estar junto al resto de la familia, les nace María del Carmen (La Valenciana) Martí y Pérez, (1857-1900), de ahí que la apodaran «La Valenciana». En 1882 María del Carmen se casa con Juan Radillo y Riera, y de esa unión nacen: Juan Paulino, María del Carmen Eleuteria, Pilar, Enrique y Angélica Mauricia. María del Carmen murió en La Habana, el 14 de junio de 1900.

Se cree que la familia también residió por poco tiempo en Santa Cruz de Tenerife, donde por entonces vivía la madre de doña Leonor. Pero la familia decide regresar a Cuba al no poderse encaminar don Mariano en la Península. Es muy probable que en el viaje de regreso para Cuba doña Leonor fuera embarazada, ya que el 13 de noviembre de 1859 nace en La Habana, María del Pilar Martí y Pérez. Pero la niña fallece en la niñez, cuando contaba solo 6 años, el 12 de noviembre de 1865.


Rita Amelia Martí y Pérez (1862-1944), la sexta de las hembras, nace en La Habana, el 10 de enero de 1862. En 1883 contrae matrimonio con José García y Hernández con el que tiene varios hijos: José Joaquín, Amelina, Aquiles, Alicia, Gloria - que murió a los diecisiete años -, Raúl y José Emilio. Rita Amelia vivió los últimos años de su vida en una casita que le había donado el gobierno de Fulgencio Batista(7). Rita muere en La Habana, el 16 de noviembre de 1944.


La séptima hija del matrimonio, Antonia Bruna Martí y Pérez (1864-1900), nació en La Habana, el 6 de octubre de 1864. En 1885 contrajo matrimonio con Joaquín Fortún y André. Sus hijos fueron: Joaquín, Ernesto, María y Carlos. Algunos historiadores apuntan que estos dos últimos hijos se establecieron en México donde aún quedan descendientes. La historiadora Olivia América Cano Castro(8) afirma que estos descendientes residen en la ciudad de Tepic, capital del estado de Nayarit. Antonia Bruna falleció en La Habana el 9 de febrero de 1900, pocos meses antes que su hermana María del Carmen.

La última hija que tuvieron Leonor y Mariano fue Dolores Eustaquia «Lolita» Martí y Pérez. Nace el 2 de noviembre de 1865, diez días antes del fallecimiento de su hermana Pilar. Lolita muere en la niñez, el 23 de diciembre de 1873.

Cuando en Cuba corrían los terribles años de las conspiraciones y el comienzo de la guerra de los Diez Años (1868-1878), José Martí, todavía un joven de solo 16 años, se declara opuesto al gobierno de la Metrópolis, y es encarcelado por encontrársele escritos en contra del régimen. Su madre trata sin éxito de que sea liberado, y luego el gobierno decide expatriarlo para España. En el hogar de los Martí y Pérez hay preocupación y desasosiego por el futuro de aquel hijo que les ha resultado tan rebelde.

En 1875, al terminar sus estudios en la Península, Martí, ya graduado en leyes, va reunirse con su familia que ha viajado a México para estar junto a él. Nos podemos imaginar el alborozo y también las lágrimas en ese encuentro; llevaban seis años sin verse. Don Mariano Martí llega a México sin dinero ya que todo lo que tenía ahorrado lo había gastado en los trámites de la cárcel de su hijo José. Pero entonces conoce a Manuel Mercado(9) quien lo ayuda, y por el obtiene un contrato de suministros de arreos y mochilas para el ejército mexicano. Toda la familia se dedica a confeccionar estos artículos lo cual contribuye a poder salir de la penuria y poner casa propia, aunque es Martí quien más los ayuda económicamente con sus honorarios como periodista. En febrero de 1877 la familia regresa a La Habana.

En México Martí se relaciona con la camagüeyana Carmen Zayas Bazán con quien más tarde se casa. El matrimonio regresa a Cuba donde les nace en 1878 su único hijo, José Francisco(10). Estando en La Habana el gobierno español le pide a Martí que renuncie a sus ideas revolucionarias y que apoye al gobierno colonial, pero Martí se niega y una vez más es deportado a España. Pensamos que a partir de entonces José y las cuatro hermanas que quedaban vivas: Leonor, María del Carmen, Rita Amelia y Antonia Bruna, nunca más se volvieron a ver. Ellas habían constituido sus familias, y prosiguieron con sus vidas, aunque estarían al tanto de la trayectoria de su hermano, y habrían sentido la angustia y la incertidumbre por su futuro.

Martí muere en Dos Ríos al comienzo de la Guerra de Independencia. Las hermanas de Martí fallecerían, tres antes que él, y otras tres pocos años después que él. Rita Amelia sería la única que viviría hasta casi mediados del siglo XX. Fue Rita la que acompañó a su madre hasta el final. Debió haber sido muy duro para Leonor Pérez sobrevivir a todos sus hijos. Ciega y viviendo en la penuria, se ve obligada a solicitar del gobierno interventor norteamericano un puesto de oficial tercero en la Secretaria de Agricultura, Industria y Comercio. Pocos años después fallece en La Habana, el 19 de junio de 1907. Doña Leonor fue enterrada junto a su esposo en el Cementerio de Colón en un panteón que los emigrados revolucionarios de La Habana erigieron para ellos frente a las tumbas de Máximo Gómez y de la familia de Gonzalo de Quesada.

Esta es, a grandes rasgos, la historia de las mujeres de una familia insigne en la que el padre y la madre enseñaron a sus hijos el respeto por los padres; por las autoridades eclesiásticas, civiles y militares, y sobre todo, entre todos los miembros de la familia. Como dicen algunos historiadores, la unidad familiar de los Martí-Pérez nunca se fragmentó a pesar de ausencias y desarraigos.

Hace falta que los historiadores continúen la investigación y nos hablen más de las vidas, anhelos y pesares de los miembros de esta ilustre familia. Es importante que los investigadores sigan rastreando en archivos y museos para que los cubanos sepamos más de nuestros héroes y mártires. Sobre todo, que nos hablen de las mujeres, porque como dijo Gaspar Betancourt Cisneros(11): «las mujeres […] son el punto de partida de los pueblos; de ellas salen los héroes o los tiranos; los sabios o los ignorantes; los patriotas o los traidores; los filósofos o los libertinos»(12).

Conozcamos nuestra historia. Sin historia no tenemos raíces ni identidad. Y sin pasado, no hay futuro.

Fotos/Bohemia. Febrero 1, 1953
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  1. En una carta de 1882, doña Leonor amonesta a Martí diciéndole: «…Dentro de 3 días cumplirás 29, me resigno, pero no me conformo a que a esa edad, con tantos elementos de vida, sufras tantas angustias, y que mis muchas reflexiones nada hayan podido en tu destino…».
  2. Leonor Pérez Cabrera nació en Santa Cruz de Tenerife, en1828, y falleció en La Habana en 1907.
  3. Nació en Valencia en 1815 y falleció en La Habana en febrero de 1887.
  4. La historiadora Olivia América Cano Castro indica en sus investigaciones que José Martí nació en la enfermería de la Fortaleza de la Cabaña, y que estuvieron residiendo él y sus padres en la barraca no. 7 por un tiempo. Por ser don Mariano sargento de artillería, existía una orden que obligaba a estos militares a residir en la Fortaleza.
  5. Manuel Ocaranza e Hinojosa (1841-1882), fue un pintor mexicano modernista, amigo de José Martí.
  6. Obras completas de José Martí, «Hermanita mía», Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2002, vol. 17, pp. 18
  7. Fulgencio Batista y Zaldívar, (Banes, 1901-Marbella, España, 1973), fue el presidente electo de Cuba de 1940 a 1944, y gobernante de facto entre 1952 y 1959.
  8. Ver Olivia América Cano Castro: Leonor y Mariano, padres de Martí, Grupo de Comunicación Galicia en el Mundo, S.L., Vigo 2009, p. 62.
  9. Manuel Antonio Mercado y de la Paz (1838-1909). Oficial Mayor de la Secretaría de Gobierno, diputado al Congreso de la Unión. Desempeñó diversos cargos en los tribunales de justicia y en el gobierno, Secretario del gobierno del Distrito Federal. Al arribar José Martí a México, Mercado residía en la casa contigua a la de don Mariano Martí, y comienza así una amistad que perduraría toda la vida. Mercado conservó con cariño más de un centenar de cartas que Martí le escribiera, y gracias a ello se han conocido valiosos aspectos de la vida y el pensamiento del héroe cubano.
  10. José Francisco Martí y Zayas Bazán (2 de noviembre de 1878 –22 de octubre de 1945), contrajo matrimonio con la cubana María Teresa Bancés y Fernández-Criado (1890-1980) en la parroquia del Sagrado Corazón de Jesús del Vedado en La Habana, el 21 de febrero de 1916. El matrimonio no tuvo descendencia.
  11. Gaspar Betancourt Cisneros. El Lugareño, (Puerto Príncipe, 28 de abril, 1803 – La Habana, 12 de diciembre, 1866. Periodista, escritor y revolucionario independentista.
  12. Gaspar Betancourt Cisneros: Costumbristas cubanos del siglo XIX, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2003.



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Bibliografía

Betancourt Cisneros, Gaspar: Costumbristas cubanos del siglo XIX, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2003.

Cano Castro, Olivia América: Leonor y Mariano, padres de Martí, Colección Crónicas de la Emigración, Grupo de comunicación Galicia en el Mundo, Vigo, 2009.

Fernández Soneira, Teresa: Mujeres de la Patria, contribución de la mujer a la independencia de Cuba, (Guerra de 1895), vol. II, Ediciones Universal, Miami, 2018.

Mañach, Jorge: Martí el Apóstol, Editorial Verbum, Madrid 2015.

Obras completas de José Martí, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2002.

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Teresa Fernández Soneira (La Habana 1947), es una historiadora y escritora cubana radicada en Miami desde 1961. Ha hecho importantes aportes a la historia de Cuba con escritos y libros de temática cubana, entre ellos, CUBA: Historia de la educación católica 1582-1961, Ediciones Universal, Miami, 1997, Con la Estrella y la Cruz: Historia de las Juventudes de Acción Católica Cubana, Ediciones Universal, Miami, 2002. En los últimos años ha estado enfrascada en su obra Mujeres de la Patria, contribución de la mujer a la independencia de Cuba, (Ediciones Universal, Miami 2014 y 2018). El volumen I dedicado a la mujer en las conspiraciones y la Guerra de los Diez Años, y el volumen 2, de reciente publicación, trata sobre la mujer en la Guerra de Independencia. En estos dos volúmenes la autora ha rescatado la historia de más de 1,300 mujeres cubanas y su quehacer durante nuestras luchas independentistas.

José Martí: el ojo del canario (un filme de Fernando Pérez)


José Martí: el ojo del canario 
LM. Ficc. 2010 1: 59 minutos

Productora: WANDA-ICAIC y TV. ESPAÑOLA

Guión: Fernando Pérez
Dirección: Fernando Pérez
Producción General: Rafael Rey Rodríguez
Dirección de Fotografía: Raúl Pérez Ureta
Montaje o Edición: Julia Yip
Música Original: Edesio Alejandro
Sonido: Raúl Lorenzo Amargó Pérez
Director Asistente: Rafael Rosales
Casting: Gloria María Cossío
Director Artístico: Erick Grass
Escenógrafo: Erick Grass
Diseño de vestuario: Miriam Dueñas
Maquillaje: Magali Pompa
Peluquería: Juan Francisco Carreño Oliver

INTÉRPRETES
Damián Antonio Rodríguez Vidal, Daniel Romero Bildaín, Rolando Brito, Broselianda Hernández, Eugenio Torroella Ramos, Francisco López Ruiz, Pedro Orlando Herrera, Héctor David Rosales, Manuel Porto, Julio César Ramírez, Pancho García, Aramís Delgado.

¿Del tirano? Del tirano di todo (un poema de José Martí)


¿Del tirano? Del tirano
Di todo, di más!: y clava
Con furia de mano esclava
Sobre su oprobio al tirano.

¿Del error? Pues del error
Di el antro, di las veredas
Oscuras: di cuanto puedas
Del tirano y del error.

¿De mujer? Pues puede ser
Que mueras de su mordida;
Pero no empañes tu vida
Diciendo mal de mujer!

José Martí
Versos Sencillos, XXXVIII

La raspadura cívica revolucionaria (por Joaquín Estrada-Montalván)


El Apóstol, sentado en la Plaza que Batista le (o se) construyó, que bautizó como Plaza Cívica, que (un tiempito después) Fidel  re-bautizó como Plaza de la Revolución, que luego no se sabe cual nombre recibirá.

Mientras tanto, Pepe continúa sentado a la sombra de la "raspadura", sin entender nada.


Monday, January 27, 2020

La casa (y dos poemas), de Aurelia Castillo de González - Camagüey, Enero 27, 1842-Agosto 7, 1920

Calle Cristo esq. Callejón del Templador
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Expulsada 

Te fuiste para siempre. Quedé en el mundo sola.
Mis lágrimas corrieron un año y otro año.
Gritáronme, de arriba: "¡Anda!", y anduve errante
y al fin me vi, de nuevo, en vuestro hogar de antaño.

Tu espíritu amoroso flotaba en todas partes.
Cantaba con las aves, perfumaba en las flores.
Con el véspero triste me enviaba tu sudario,
y, envuelta en él, soñaba nuestros dulces amores.

En el portal extenso contigo me veía,
paseando alegremente, cual buenos compañeros.
Ya el sol se recataba tras la cercana loma,
y aun tardarían mucho en brillar los luceros.

Bañábannos a un tiempo los cuerpos y las almas,
la brisa que era suave como un rozar de plumas,
la luz, que era soberbia cual luz de paraíso,
la dicha, que era clara como un cielo sin brumas.

Sin ser nuestro retiro agreste por completo,
de sepulcral silencio ni soledades vastas,
libertad nos brindaba, ante el inmenso espacio,
para coloquios tiernos, pasa expansiones castas.

Y, de pronto, te dije con juvenil locura,
estrechando en mi mano tu mano grande y fuerte,
como de hombre a hombre, cual de Orestes a Pílades:
"¡Compañeros y amigos hasta la misma muerte!"

Irradió tu semblante, con íntimo contento,
de igualdad y de fuerza oyendo mis alardes.
Tras el charlar festivo mi grande amor sentías.
¡Oh, qué tardes aquellas, qué dulcísimas tardes!

Así iba recorriendo, con un deleite extraño,
nonada por nonada, nuestra existencia aquella.
La flor que me trajiste como hallazgo y en triunfo,
otra vez contemplaba como la flor más bella.

Y así me iba engañando, viviendo en otros tiempos,
destruyendo el presente, minuto por minuto.
Aún paladear creía, como ninguno grato,
el que tú me llevabas del vergel dulce fruto.

Vibraban en el aire, unidas, nuestras voces,
unidas, nuestras sombras poblaban el recinto,
y sin ayer el tiempo, sin hoy y sin mañana,
deslizábase eterno, inmutable, indistinto.

Mi espíritu fue, entonces, subiendo a ti por grados.
La soledad austera llevóme hasta tu altura.
Viví entonces, contigo, sin verte , sin oírte,
sin los torpes sentidos, con el alma, ¡que es pura!

Y "aquí, te prometía, en este cielo nuestro,
vivirán nuestras almas mientras tu amante viva".
El mundo no entendía mi cándido delirio,
y yo escuchaba al mundo serena y compasiva.

Y, cuando reposaba tranquila en aquel sueño,
en nuestro umbral sagrado oí la voz infanda.
Tocaron en mi cuerpo las manos criminales
y el rencoroso arcángel gritó de nuevo : "¡Anda!"



Victoriosa

¡La bandera en el Morro¡ ¿No es un sueño?
¡La bandera en Palacio¡ ¿No es delirio?
¿Ceso del corazón el cruel martirio?
¿Realizose por fin el arduo empeño?

¡Muestra tu rostro juvenil, risueño,
Enciende, ¡oh Cuba¡ de tu Pascua el cirio,
Que surge tu bandera como un lirio,
Único en los colores y el diseño¡

Sus anchos pliegues el espacio libran
Los mástiles que altivos se levantan,
Los niños la conocen la adoran.

¡Y al solo verla nuestros cuerpos vibran¡
¡Y solo al verla nuestros labios cantan¡
¡Y solo al verla nuestros ojos lloran¡


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Fotos Agosto 2019
(las anteriores son de inicios de 2019)


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(Revista Social. 1920) Aurelia Castillo. Apuntes autobiográficos. Su retrato preferido. Dos poemas, que según ella, reflejan su "personalidad literaria"


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Ver Aurelia Castillo en el blog

Poesía para niños (de Aurelia Castillo de González)


Revista Pulgarcito. Cuba, 1919, 1920


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Ver Aurelia Castillo en el blog

Sunday, January 26, 2020

El mejor café expreso (si "le metes" a la matemática)


The modern coffee market aims to provide products which are both consistent and have desirable flavour characteristics. Espresso, one of the most widely consumed coffee beverage formats, is also the most susceptible to variation in quality. Yet, the origin of this inconsistency has traditionally, and incorrectly, been attributed to human variations. This study's mathematical model, paired with experiment, has elucidated that the grinder and water pressure play pivotal roles in achieving beverage reproducibility. We suggest novel brewing protocols that not only reduce beverage variation but also decrease the mass of coffee used per espresso by up to 25%. If widely implemented, this protocol will have significant economic impact and create a more sustainable coffee-consuming future.

Read full article Systematically Improving Espresso: Insights from Mathematical Modeling and Experiment, at Matter's website.

Obispos cubanos, o cubanoamericanos, en USA (por Joaquín Estrada-Montalván)


El 23 de enero de 2020,  el Papa nombró a Mons. Nelson Pérez, arzobispo de Filadelfia.

A manera de curiosidad he realizado el listado de los obispos cubanos, o cubanoamericanos, que han ejercido o están actualmento sirviendo a la Iglesia desde este ministerio pastoral en los Estados Unidos.

Si por desconocimiento he omitido algún prelado, agradecería me lo hicieran saber para incluirlo.

Mi oración por estos y todos los sacerdotes. 

- Mons. Agustín Román
(La Habana, el 5 de mayo de 1928-11 de abril de 2012)

Obispo Auxiliar de Miami 1979-2003.

- Mons. Gilberto Fernández
(La Habana 13 de febrero de 1935-Miami 30 de septiembre de 2011)

Obispo Auxiliar de Miami 1997-2002

- Mons. Felipe J. Estévez
(La Habana 5 de febrero de 1946)

Obispo Auxiliar de Miami 2003-2011.

Obispo titular de San Agustín, Fl desde abril de 2011 hasta mayo de 2022

- Mons. Octavio Cisneros.
(Las Villas, 19 de Julio de 1945)

Obispo Auxiliar de Brooklyn desde 2006 hasta el 30 de octubre de 2020. 

- Mons. Fernando Isern
(La Habana, 22 de Septiembre de 1958)

Obispo Titular de Pueblo, Colorado 2009-2013

- Mons. Nelson Pérez
(Miami 16 de Junio de 1961)

Obispo Auxiliar de Rockville Centre in New York 2012-2017

Obispo titular de Cleveland 2017-2020

Arzobispo de Filadelfia desde 2020

- Mons. Manuel A. Cruz
(La Habana. Diciembre 2, 1953)

Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de  Newark, desde el 9 de junio de 2008. 


- Mons. Francis Mansour Zayek. Iglesia Católica Maronita.
(Manzanillo, Cuba 18 de octubre de 1920- Libano 14 de septiembre de 2010)

"On May 30, 1962, Pope John XXIII appointed Zayek to head the Maronite Apostolic Exarchate for Maronites in Brazil, the first Maronite bishop to serve outside of the Middle East. He was ordained bishop in Dimane, Lebanon, on August 5, 1962, by Paul Peter Meouchi, Maronite Patriarch of Antioch.

On January 27, 1966, Pope Paul VI established a similar exarchate for the United States, and transferred Zayek to serve as its first exarch. He was installed in Detroit, the seat of the exarchate, on June 11, 1966.

Pope Paul elevated the exarchate to a full eparchy, or diocese, on November 29, 1971, and appointed Zayek as the first bishop of the Eparchy of St. Maron of Detroit. Zayek was installed as its first bishop on June 4, 1972. The seat of the eparchy was moved from Detroit to the Church of St. Maron in Brooklyn on 27 June 1977 and renamed the Eparchy of St. Maron of Brooklyn.

Pope John Paul II elevated Bishop Zayek to the personal rank of archbishop on December 10, 1982. He retired on November 11, 1996, when he reached the mandatory retirement age of 75." (Eparchy of Saint Maron of Brooklyn's website)



Joaquín Estrada-Montalván

Friday, January 24, 2020

La naturaleza, la ecología, el hombre y la poesía (por Osvaldo Navarro )

Nota mía: Texto que forma parte del libro inédito Las paces con Martí. Fue publicado originalmente en este blog en el año 2010, por cortesía de Elena Tamargo.

Cuando, años después, le comenté a Félix Luis Viera, sobre este texto, me amplió que él había leído el manuscrito original del ensayo y le había enviado una carta a Navarro con sus comentarios. Le pedí compartir su misiva fraterno literaria. Generosamente, como es su costumbre, me envió la correspondencia, de la que incluyo  el enlace para su lectura. 

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La naturaleza, la ecología, el hombre y la poesía
por Osvaldo Navarro



De todas las obsesiones martianas, una de las que con más insistencia aparecen a lo largo de su obra es un culto casi panteísta a la Naturaleza, palabra que solía escribir con mayúscula. Ese culto constituye uno de los ejes centrales de su concepción del mundo. Para él, la naturaleza (la tierra, el universo, el ser) era la fuente original de toda riqueza material y espiritual. Pero, además, en su diversidad y armonía encontraba el punto de referencia de toda verdad científica, incluyendo las verdades sociales. En su opinión, la igualdad social no es más que el equilibrio que se observa en la naturaleza, y el hombre no puede vivir sin una permanente y cada vez más íntima relación con sus verdades, a no ser a costa de atentar contra su propia condición humana. Martí plantea una naturaleza unitaria, de la que participa el hombre como un ser natural más, y lo hace desde una posición no depredadora, utilitarista, desde la que sólo se vería como objeto de la ciencia o como materia prima, sino que la percibe, en una evocación de la concepción mítica de los griegos, como experimentable estéticamente, en el sentido sensorial–receptivo y artístico. En esa práctica de apropiación, la naturaleza, las cosas, se expresan, hablan, a través de la sensibilidad, del espíritu humano en una comunión perfecta.

Martí era un universo repleto de mundos, todos en equilibrio, pero era también, y eso es lo más conmovedor, un árbol, una palma, un paisaje, una atmósfera, un clima. Era, por todo ello, una naturaleza humana plena y armónica. Su vida, su poesía, su ideología no podrían ser entendidas totalmente sin tomar en cuenta ese aspecto principal, tal como ya lo había advertido el poeta español Juan Ramón Jiménez:
Hasta Cuba, no me había dado cuenta exacta de José Martí. El campo, el fondo. Hombre sin fondo suyo o nuestro, pero con él en él, no es hombre real (...). Y por esta Cuba verde, azul y gris, de sol, agua o ciclón, palmeras en soledad abierta o en apretado oasis, arena clara, pobres pinillos, llano, viento o manigua, valle, colina, brisa, bahía o monte, tan llenos todos del Martí sucesivo, he encontrado al Martí de los libros suyos y de los libros sobre él.
Había nacido en La Habana, pero La Habana era entonces una ciudad que apenas se había desbordado más allá de su vieja muralla. La casa de su nacimiento y de su infancia y adolescencia quedaba precisamente muy cercana al gran muro de piedra, por lo cual tenía a un costado el campo y al otro la urbe. De tal modo, los primeros años de su vida, etapa cuyas vivencias fijan para siempre el carácter de las personas, se desenvolvieron entre esas dos posibilidades, las cuales quedaron plasmadas dramáticamente y con asombrosa plasticidad en sus Versos sencillos. De la ciudad: “Pasa, entre balas, un coche:/ Entran, llorando, a una muerta:/ Llama una mano a la puerta/ En lo negro de la noche”. Del campo: “Rojo, como en el desierto,/ Salió el sol al horizonte:/ Y alumbró a un esclavo muerto,/ Colgado a un seibo del monte”. Su vida intelectual toda se desarrollaría en el ambiente citadino, incluso de grandes ciudades (además de La Habana, Madrid, Zaragoza, México y Nueva York), pero no se podría extraer de su obra un elogio seguro a ese ambiente (“Me espanta la ciudad”, diría en sus Versos libres). Su espíritu estaba arraigado en la tierra, sobre la cual no dejaba de indagar (“Yo sé los nombres extraños/ De las yerbas y las flores”. Versos sencillos). Sin embargo, su poesía, que en mucho partía del Romanticismo y que tantos elementos suyos conservó (el culto a la naturaleza, por ejemplo), no siguió el rumbo de los románticos cubanos y no fue ya, como la de todos ellos, ruralista. En ese sentido, su poesía y su prosa marcan un tránsito, un cambio en la cultura cubana. Su prosa, por la que más se le ha considerado un escritor modernista, era escandalosamente novedosa, pero esa novedad tampoco hubiera sido posible sin el barroquismo que la caracteriza. Barroquismo que no era ya el de los místicos y otros escritores españoles, como Quevedo, que indudablemente influyeron en él, sino el barroco (por abigarramiento) espontáneo, sin solemnidades, jubiloso si se quiere, de la vegetación y de todo el entorno natural cubano, cuya nostalgia lo acompañó hasta su reencuentro con ellos unos días antes de su muerte. Por eso, la clave para penetrar en el estilo, tanto de la prosa, como de la poesía de Martí, está en su Diario de campaña, que más parece una explosión de euforia y emoción poética que un registro de hechos de guerra. ¿Es ese texto romántico? ¿Es modernista? ¿Es realista? ¿En qué medida la naturaleza antillana, tropical de América, y su espíritu humano comenzaron a expresarse por primera vez, plenamente, como algo diferente, en él? ¿En qué medida ese texto culmina el intento dramático de Cristóbal Colón por describir este continente y expresar cómo era el carácter de quienes lo habitaban?:
De suave reverencia se hincha el pecho, y cariño poderoso, ante el vasto paisaje del río amado. Lo cruzamos, por cerca de una seiba, y... entramos al bosque claro, el sol dulce, de arbolado ligero, de hoja acuosa. Como por sobre alfombra van los caballos, de lo mucho del césped. Arriba el curujey da al cielo azul, o la palma nueva, o el dagame que da la flor más fina, amada de la abeja, o la guásima, o la jatía. Todo es festón y hojeo, y por entre los claros, a la derecha, se ve el verde del limpio, a la otra margen, abrigado y espeso. Veo allí el ateje, de copa alta y menuda, de parásitas y curujeyes; el cagauirán, ‘el palo más fuerte de Cuba’, el grueso júcaro, el almácigo, de piel de seda, la jagua, de hoja ancha, la preñada güira, el jigüe duro, de negro corazón para bastones, y cáscara de curtir, al jubabán, de fronda leve, cuyas hojas, capa a capa ‘vuelven raso el tabaco’, la caoba, de corteza brusca, la quiebrahacha, de tronco estriado, y abierto en ramos recios, cerca de las raíces, (el caimitillo y el cupey y la pica pica) y la yamagua, que estanca la sangre.
La naturaleza cubana, lejos de la cual se había visto obligado a permanecer la mayor parte de su vida, lo sacude, lo cimbra, lo agiganta, lo hace entrar en sí mismo, reconcentrarse y luego salirse a borbotones en el más alto goce espiritual. Todo lo sobresalta, lo acoge y no pierde ni un detalle, ni siquiera en la noche, donde tanta belleza lo desvela:
La noche bella no deja dormir. Silba el grillo; el lagartijo quiquiquea, y su coro le responde: aún se ve, entre la sombra, que el monte es de cupey y de paguá, la palma corta y espinada; vuelan despacio en torno las animitas; entre los nidos estridentes, oigo la música de la selva, compuesta y suave, como de finísimos violines; la música ondea, se enlaza, abre el ala y se posa, titila y se eleva, siempre sutil y mínima –es la miríada del son fluido: ¿qué alas rozan las hojas? ¿qué violín diminuto, y oleadas de violines, sacan son, y alma, a las hojas?, ¿qué danza de almas de hojas?
Y es que para Martí la naturaleza era el mayor motivo de felicidad, una fiesta innombrable –“Nos llena la pasión de la naturaleza”–, tanto que en su contemplación y disfrute hallaba el más elevado sentido de la belleza espiritual –“el hombre asciende a su plena beldad en el silencio de la naturaleza”1–. Pero, además, en su estudio y conocimiento veía el más elevado objetivo de la poesía. En una carta dirigida a su niña, María Mantilla, unos días antes de caer en combate, en forma de recomendación, de lección para la vida, así se lo confesaba:
Donde yo encuentro poesía mayor es en los libros de ciencia, en la vida del mundo, en el orden del mundo, en el fondo del mar, en la verdad musical del árbol, y su fuerza y amores, en lo alto del cielo, con sus familias de estrellas, –y en la verdad del universo, que encierra tantas cosas diferentes, y es todo uno, y reposa en la luz de la noche del trabajo productivo del día”.
Pero, en Martí, la naturaleza no es sólo una base para la ciencia, una cura espiritual y un deslumbramiento para la poesía, sino un problema práctico vital, de salud física, para las personas, y, tratándose de los bosques y otros recursos, como la tierra y el agua, un motivo de preocupación económica, ante todo por la influencia que estos elementos ejercen en el desarrollo de la agricultura.

Aquella capacidad martiana para desentrañar el porvenir lo llevaría a prevenir uno de los más graves, si no el más grave, de los errores cometidos por el género humano, cuando el problema apenas comenzaba a manifestarse: haber considerado en forma separada el destino del hombre sobre el planeta y el destino del planeta mismo. La constante necesidad de progreso económico compulsó al hombre a la absurda e irracional idea de “conquistar la naturaleza”. Pero sucedió que, cuando parecía que lo estaba logrando, se percató de que su esfuerzo había sido más destructivo que constructivo y, lo peor, que en el intento había comenzado a crear las condiciones para su autodestrucción.

Resulta en verdad asombroso que Martí, quien fuera precursor de tantas ideas nuevas en el ámbito latinoamericano, lo fuera también del movimiento ecologista contemporáneo. Desde una fecha tan temprana como 1883, año en el cual escribió varios artículos relacionados con el tema, su pluma denunciaba la creciente deforestación del planeta y, en general, la destrucción del medio ambiente, motivado por la voz de alerta que habían comenzado a dar los especialistas. Él, posiblemente, no haya conocido el término ecología, introducido por Ernst Haeckel en 1866, pero es notorio que estaba al tanto de las discusiones que desde entonces tenían lugar acerca de un tema que tanto atraía su interés. Así, al contemplar el fenómeno de explotación irracional de los recursos naturales, comentaba: “cuando se tienen buenas maderas, no hay que hacer como los herederos locos de grandes fortunas, que como no las amasaron, no saben calcular cuándo acaban (y) las echan al río”.

Esa afirmación se basaba en que sabía también que los bosques son útiles no sólo por las maderas que de ellos se puede extraer, sino por una cuestión científica no menos importante: “la protección y amparo que dan (...) a las comarcas agrícolas”. Más que eso: “Comarca sin árboles, es pobre. Ciudad sin árboles, es malsana. Terreno sin árboles, llama poca lluvia y da frutos violentos”.

Quien esto escribía llamaba, al mismo tiempo, a la conservación de los bosques, donde existieran, al mejoramiento de los mismos, donde existieran mal y a su creación, donde no existieran. Por eso, estaba al tanto de que repoblar los bosques era entonces para España una cuestión vital, y saludaba la iniciativa mexicana de plantar millones de árboles en el valle de México.

Sin embargo, parece un hecho que Martí ignoraba lo que ocurría en su propio país, donde se había venido cometiendo uno de los ecocidios más brutales de la historia. Tan grande era el crimen que sus efectos se percibieron en Europa, y Federico Engels, hombre tan alejado de la circunstancia cubana, en su libro Dialéctica de la naturaleza, llegó a tomar su caso como ejemplificador, aunque lo que dice acerca del cultivo del café resulta poco significativo al lado de lo que verdaderamente ocurrió con la plantación, casi generalizada, de la caña de azúcar:
A los plantadores españoles de Cuba, que pegaron fuego a los bosques de las laderas de sus comarcas y a quienes sus cenizas sirvieron de magnífico abono para una generación de cafetos altamente rentables, les tenía sin cuidado el que, andando el tiempo, los aguaceros tropicales arrastrasen la capa vegetal de la tierra, ahora falta de protección, dejando la roca pelada.
Aquel proceso de deterioro ecológico, que había comenzado a finales del siglo XVIII y que se mantuvo a en el siglo XIX, continuó a lo largo del siglo XX. La revolución triunfante en 1959, en sus inicios quiso poner freno al problema, pero los errores de su propia dinámica económica y social no sólo impidieron una solución a la catástrofe, sino que la agudizaron. En su libro Biofilia, el entomólogo Edward O. Wilson narra la experiencia de un viaje suyo a Cuba, en 1953, durante el cual visitó uno de los bosques remanentes de la antigua vegetación de la Isla, llamado Bosque Blanco. El científico se refiere a lo imprescindible de aquel lugar para el estudio de la población vegetal y animal de la isla, y asegura que después de su viaje había ocurrido lo siguiente:

en un insignificante lapso evolutivo, en el interior del círculo de vida de Fidel Castro (...) se ha desvanecido gran parte de las tierras boscosas y, por lo tanto, una importante fracción de la historia de Cuba. En 1953, durante el juicio a [de] Batista, Fidel Castro declaró que la historia lo absolvería. Yo dudo que eso suceda. El Bosque Blanco ha sido talado 'por el bien del pueblo' (lo cual significa el bienestar durante unas pocas generaciones). Me pregunto cómo valorará algún día el pueblo cubano sitios como ése, que son parte de su herencia nacional. Sí, algún día, cuando los héroes y las revoluciones políticas sean únicamente vagos recuerdos.

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Este Amor (un poema de Thelma Delgado)


Imponente, libre, valiente y sutil
Que un día sin permiso cruzó mi umbral
Y vino a mi vida y me hizo temblar
Que vino a mi vida y me hizo vivir.

Paciente, consciente, genuino y gentil
Grandioso, fogoso, travieso, sensual
Divino, gigante, feliz y genial
Así es el amor que yo siento por ti.

Amor que se empeña en hacerme vibrar
Que grita, que calla que sueña y que es
Travieso, inquieto, sonriente y vivaz

Dios quiera y la vida me deje vencer
Mis miedos, temores y pueda mirar
Crecer este amor, junto a ti envejecer.




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Ver
Página de Thelma Delgado en el website del Cultural Council of Palm Beach County

El Arte (desde la perspectiva de Ernesto Sábato. Entrevista 1988)


Thursday, January 23, 2020

"Testamento Espiritual del Card. Jaime Ortega" (Publicado en Palabra Nueva)


Transcripción íntegra del manuscrito del Cardenal Jaime Ortega Alamino.




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Leer en Palabra Nueva "Contextualización previa del texto", por Dr.  Dr. Nelson O. Crespo Roque, custodio del manuscrito original.

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Del espíritu, del centro del alma, son realidades líricas y místicas (muy cerca unas de las otras) brotan de allí (del espíritu, del centro del alma), en la región preconceptual o supraconceptual del espíritu.

Descubrimiento de Jesús en su pasión y al mismo tiempo descubrimiento de mí mismo en lectura rápida (de un golpe) de mi vida quedaba rescatada de la nada del absurdo, de la inconformidad, del miedo, todo de un golpe, sin palabras, produciendo Luz que lo iluminaba todo de golpe, y alegría de tener una explicación sin palabras y de haberme descubierto a mí mismo.

En Jesucristo me contemplé a mí mismo y nada de aquello es explicable ni variable, aunque lo haya intentado muchas veces. Fue la Palabra eterna que me “habló” sin palabras y me dejó sin palabras para comunicarlo a otros. Había encontrado a Jesús-Dios y me había encontrado a mí mismo. De ahí comienza la historia de mi vida. Estaba muy cerca de los 15 años de edad. Bautizado a los 5 años no frecuentaba la Iglesia. Con siete u ocho años de edad acudí varias veces a una catequesis en una parroquia salesiana, la encontré aburrida, el lenguaje “infantil” que usaba el sacerdote en un día de Reyes en que había fiesta y distribuía regalos me pareció falso. Me fui. Nunca más volví.

A los 12 o 13 años fui al Santo Entierro el Viernes Santo. Solo miraba. Me había enseñado las oraciones una tía-abuela y las preguntas-respuestas de memoria del Catecismo de “Pío X”. Me lo sabía todo con el automatismo de la memoria, como las tablas de multiplicar, pero no rezaba nunca, el cuadro del Sagrado Corazón de la sala de mi casa era un adorno más, típico de todas las casas de Cuba. Yo sentía la religión como algo muy distante de mí. Todo el mundo decía que creía en Dios y yo también. Pero Dios, la fe, la religión, estaban fuera del horizonte de mi vida.

A los trece-catorce años, sin embargo, experimenté que me abría al mundo y que todo me era inexplicable, el vivir, el morir, el escoger una carrera, las fiestas, todo me resultaba ajeno, extraño; después del encuentro con Cristo comprendí el sentido de aquella crisis existencial. Es algo desafiante para un ser inteligente vivir sin Dios.

Mis amigos del Preuniversitario, con quienes jugaba al volleyball, eran católicos. Me invitaban a ir a actividades de tipo cultural-religioso en el local social de la Juventud de Acción Católica, por ejemplo, a un Cine-Club, a una conferencia. Jamás asistí, nunca había entrado en aquella Casa que veía todos los días frente al Instituto al entrar y salir de la escuela.

Después de aquel “encuentro” redescubrí también de un golpe a mis amigos “como católicos” y, sin ninguna invitación especial para ninguna actividad cultural, me presenté allí una noche, sintiéndome extrañamente parte de aquel grupo. Me preguntaron si había hecho la Primera Comunión y les dije que no, que solo estaba bautizado. Me dijeron: “tienes que prepararte”, me explicaron que llevaría un tiempo, que tenía que saber lo que era la Confesión, etc. Me mostré disponible.

Algunos días después, al salir del Instituto, dos o tres de mis “nuevos amigos católicos” me dijeron: “¿No tienes impuesto el escapulario de la Virgen del Carmen?” Les dije que no ¿y qué cosa era eso? Ellos se abrieron la camisa y me mostraron el escapulario. Se lo había visto a algunas personas, y me dijeron “¿quieres imponértelo ahora? Así tendrás la protección de la Virgen”. (La Iglesia del Carmen está a una manzana del Instituto). Fuimos, era la primera vez que entraba en esa iglesia frente a la cual pasaba cuatro o cinco veces al día. Pero ahora había allí una Iglesia que era también “nueva” para mí. Algún 16 de julio me había parado en la esquina a ver la procesión de la Virgen y veía a mis amigos con el brazalete de la Juventud de Acción Católica en el brazo izquierdo. Hoy ellos me acompañaban y este era mi pensamiento, mientras esperábamos que el Padre bajara: “Menos mal que la Iglesia da algo sin que haya que prepararse, que aprender doctrina y sin confesarse”.

Me arrodillé en la Sacristía, el Padre bendijo el escapulario y me lo puso. Mis amigos me presentaron a él. Y fue el escapulario de la Virgen del Carmen lo primero que recibí de la Iglesia después del Bautismo. En esa iglesia hice mi Primera Comunión tres meses después. Fue un carmelita mi primer confesor, el Padre Ignacio de la Virgen del Carmen. A esa Iglesia no dejé de ir un domingo a Misa después de mi comunión.

A esa iglesia, unos meses después, empecé a ir a Misa diaria y cada tarde a una visita al Santísimo Sacramento. En esa Iglesia celebré mi Primera Misa. Allí supe de San Elías, de San Simón Stock, de Santa Teresa de Jesús, de San Juan de la Cruz, de Santa Teresita del Niño Jesús, del Niño Jesús de Praga, de la fama de santidad de Sor Isabel de la Trinidad, cuya doctrina espiritual (presentada admirablemente por el Padre Phillipon), me acompañaron desde mi primer año del Seminario, “Laudem Gloriae”.

Fue allí, en el claustro austero del Carmen de Matanzas, adonde me mandó a subir aquella tarde mi director espiritual, el Padre Cristóbal de la Virgen del Carmen, y donde sostuve el diálogo con aquel hombre de Dios, que me decidió a ser sacerdote.

“Padre, yo me siento llamado a la vida religiosa y quisiera ser Hermano de La Salle”. Los hermanos trabajaban con los jóvenes. No tenían escuela en Matanzas, pero venían como animadores de Juventudes Católicas a Matanzas. Varios miembros del grupo al que pertenecía habían entrado en años anteriores en la Congregación.

Con el mentón apoyado en su bastón, el Padre Cristóbal me dijo:

– ¿Quién le dijo a usted que tiene vocación de hermano? No, usted no es para ser hermano. ¿Usted sabe la alegría que le daría al obispo si usted va y le dice que quiere ser sacerdote?

– Padre, pero a mí me gusta enseñar, ser maestro.

– Eso es lo que hace falta: sacerdotes que sean maestros, que enseñen al pueblo y no hagan piezas oratorias.

– Padre, pero el trabajo con la juventud me gusta…

– Eso es lo que hace falta: sacerdotes que trabajen con la Juventud y la atraigan a la Fe.

– Padre, pero la soledad… (Tenía el testimonio de sacerdotes viviendo en una barbadilla encima de la Sacristía, pues visitaba pueblos distintos como miembro de Acción Católica).

– Solo está, quien quiere estar solo, sentenció el Padre.

Lapidarias, cortas, vibrantes de realismo, con eclesialidad transparente, fueron sus respuestas. Y me dijo que lo pensara. Le prometí que lo haría. Un mes, o menos, después pasé a verlo para decirle que iba hacia el Obispado a hablar con mi Obispo.

El Carmelo Teresiano, después de la luz cegadora del primer encuentro, ha sido mi lazarillo. Y ahora aquí, en la huerta de San Juan de la Cruz, junto a la Fortaleza del Alcázar, el muro gris y la naturaleza hermosa de abril, donde el Esposo al pasar dejó su sello, pienso que seguirá siendo mi Lazarillo, porque es de noche, y debo prepararme (esta vez pronto y necesariamente) para abrir los ojos a la llama eterna. Entonces ya no ciego, así como la primera vez, como a Pablo, sino que se hará día sin ocaso.

A San Juan de la Cruz encomiendo este último tramo de mi vida. Tengo tanto que dejar, Dios me ha dado tanto, quizás por mi fragilidad el Señor ha tenido una Providencia de gracias continuas a través de mi vida. Mi madre me decía, “tú tienes suerte, todo te sale bien”. Aún en cosas menores, en pequeños proyectos o en obras grandes siempre la mano de Dios está ahí. He aprendido a verla. A veces los que me rodean se admiran de cómo “salen las cosas”. Y me da miedo pensar en el dolor, en el sufrir.

Por otra parte, si pudiera pensar objetivamente sobre mí mismo, como mirando mi interior desde fuera, he sufrido mucho, sufrimientos íntimos, existenciales. Un hombre mayor, cuya carta conservo, siendo yo joven Arzobispo, le escribió a la Superiora religiosa de las Hermanas del Amor de Dios que me acompañaron como Arzobispo de La Habana. Yo puedo haber tenido entonces alrededor de 50 años, él quizás 80, y hacía como un estudio entusiasta sobre mi persona, de mi ministerio, de mi predicación, del amor que, según él, los fieles sentían por mí y de la admiración de ellos hacia mi persona.

Y hace esta reflexión: “es un hombre que tendría que sentirse feliz, pero no lo es, cuando bendice al salir de la Misa tiene siempre una sonrisa triste que me indica -decía él- que no es plenamente feliz”. La Hermana me trajo la carta. Yo hice un comentario banal, pero estaba impactado, pues su frase textual era: “hay algo internamente en él que no lo hace feliz”. Me recordó a una prima mía, sobrina de mi madre, de mi misma edad, que siendo ambos adolescentes, al llegar yo me dijo: “¿qué pasó que no viniste el día de mi cumpleaños? Yo dije -agregó ella- falta aquí la sonrisita tristona de Jaime”.

Sí, la fe me levantó por encima de esos sufrimientos interiores y el Señor ha querido compensar con detalles continuos y delicados lo que pudiera ser doloroso, de tal modo que me ha hecho sentir que nada he sufrido a la luz de su pasión, que nada he compartido de ella. Cuando me hablan de los meses que pasé en trabajos forzados, de las penurias de alimentación, transporte y vestido, de los años difíciles de trabajo pastoral en parroquias del campo, nada de eso me parece extraordinario y me da temor que no esté ni remotamente unido a la pasión del Señor. Así está mi alma que pongo bajo la guía de San Juan de la Cruz.

Siempre me ha estremecido leer sus súplicas al Señor para que le dé sufrimientos, incluso sufrimientos espirituales como desprecios, calumnias, ofensas, etc.

Y recuerdo casi cotidianamente a un obispo auxiliar piadoso y bueno, de alma grande. Lo ordené sacerdote y lo ordené obispo. Fue auxiliar de mi diócesis. Me decía siempre, al llegar el tiempo de Cuaresma: “Yo nunca rezo ese himno de Vísperas que dice al Señor: ‘Yo no busco coronas de gloria… Si me das corona, dámela de espinas’”.

Y añadía: “lo más que yo llego a decirle al Señor es: ¡Que yo pueda aceptar los sufrimientos que vengan!”.

Murió con 54 años, fue una operación de cáncer de colon que hubo que realizar con presteza, pues no se había manifestado. Llegué del extranjero y fui a su lecho de muerte en el hospital. Fui una de las últimas personas que lo vio y habló con él. Solo fueron unas palabras. Le dije: “ofrécelo todo por la Iglesia”. Con una sonrisa plena y haciendo un gesto con la mano no comprometida por el suero, me dijo clara y lentamente: “lo he ofrecido todo”.

Creo que él fue un alma escogida y hasta eso aspiraba y pudo llegar.

Pido a San Juan de la Cruz que al menos yo pueda llegar hasta eso, para que “mi sonrisa triste” llegue a ser radiante en la contemplación eterna del Esposo.

Y, sin embargo, estoy lleno de proyectos, siempre he sido así y pensaba que mi retiro sería como el del Papa Benedicto y eso me entristecía, yo “todavía”, pensaba a mis adentros, no he llegado a esa capacidad de orar por la Iglesia y dejar otro todo proyecto, pienso en otros santos, San Juan Bosco, o en sacerdotes que entre nosotros (uno tiene 96 años) siguen activos. Todo esto lo he estado viviendo con inquietud.

Pienso que el camino final hacia la Luz es distinto para todos. Recuerdo la Novena Sinfonía de Beethoven, ya sin oído, al final de su vida la compuso. Me preocupa interferir, ser sombra de mi sucesor. Me dicen que no, antiguos colaboradores, que lo estoy haciendo bien. Pero las referencias del Cuerpo Diplomático y aún del gobierno son a mi persona. El Santo Padre me dijo: “Jaime, haz todo lo que puedas, pero descansa también”. Atiendo una parroquia popular, pequeña, pobre, lo hago con mucho gusto.

Se está creando una Fundación que lleva mi nombre “Cardenal Jaime Ortega”, pues por razones legales y prácticas convenía que fuera así y soy el Primer presidente de esa Fundación. Pero todo lo que se emprende a mi edad tiene el sello de la precariedad. ¿Cuánto puedo durar, cómo se mantendrá mi salud? El temor de “perder la mente” me acucia más que el de la muerte.

Busco ese camino de necesaria preparación y ofrenda para ir al Señor y, sin embargo, implicado en varios proyectos, pienso al mismo tiempo que este ha sido el estilo de mi vida donde Dios ha mostrado su Providencia bienhechora continuamente ¿querrá que lo siga en este nuevo ritmo que impone mi condición actual? Pero este andar tiene que disminuir forzosamente. ¿Me faltará aceptación? ¿Sabré descubrir los signos del Señor? ¿Tendré la entereza de aceptar, no el retiro de la Arquidiócesis, que gracias a Dios pude aceptar, sino la modificación de mi camino existencial para proyectarme más serenamente hacia mi fin último, o mantener la tónica del quehacer, como hacen tantos ancianos, no teniendo en cuenta la precariedad y estando como disponibles al momento de Dios?

Quisiera estos días de oración me dieran luz en este Camino.

En manos de la Virgen Madre de Dios, y con la intercesión y acompañamiento de San Juan de la Cruz, pongo todas mis búsquedas, porque al mismo tiempo tengo conciencia desde el momento de mi retiro, hace un año, que estas “actividades” pueden ser como un llenarme con el “divertimento” para ir pasando así hasta morir, y no deseo que sea así. He de reorientarlo todo para ir hacia la Luz. Ese era el fin de estos días (retiro) y creo me está ayudando a hacerlo. Desde el primer momento comprendí que “es cuestión de amor” y sentí algo como desolación al atardecer del primer día por “no saber amar”, por no haber aceptado siempre el papel central del amor en la vida espiritual, quizás por falta de “entrenamiento” en las relaciones interpersonales como niño y como adolescente, también por el guía espiritual de la Acción Católica, en lo que es querer a los demás.

Siempre fui “demasiado” querido y no era portado a querer a los demás, y cuando lo he hecho ha sido con amor posesivo. Esto me dañó y puede ser la causa (así lo creo) de mi sonrisa triste.

Esta es la historia (la historia del alma). Lo otro, sacerdote párroco, empezando como vicario cooperador a los 27 años, 8 meses en un campo de trabajo, tiempos breves en parroquias diversas en el campo durante 5 años, 9 años párroco de la Catedral de mi Diócesis, obispo a los 42 años en Pinar del Río, Arzobispo de la Habana a los 45 años, Cardenal de la Iglesia a los 58 años, retirado a los 80.

Esa es la historia llena de elogios de algunos y de críticas amargas de otros. En esa historia Cristo Jesús se me fue mostrando particularmente bueno y misericordioso. Me ha ayudado a llevar la Cruz de críticas, ataques amargos e incomprensiones de mis hermanos cubanos que viven en el exterior. De los fieles en Cuba he sentido cercanía, afecto, admiración, gratitud. Esto compensa los sufrimientos anteriormente dichos, pero aun así son muy tristes y duros de soportar, pues pienso en la Iglesia que se ve impugnada, aún en el Santo Padre. Cada visita de un Papa a Cuba, ha sido ocasión para atacarlo. Estos sufrimientos y los consuelos en el desarrollo de mi ministerio no constituyen el eje de mi reflexión. Son solo recuerdos malos y buenos.

La historia de lo hondo del alma, donde se encuentra Dios, es la que me ha conducido hasta aquí. Los recuerdos de mi vida pastoral buenos y malos, más bien han sido estorbos. Al pasar por el corredor (el claustro) vi la revista ORAR con Santa Isabel de la Trinidad y la frase de Jesús a Zaqueo: “Baja, que hoy voy a hospedarme en tu casa” me indicó el camino de la mano de mi querida Sor Isabel: ¿hasta dónde debo bajar? Hasta lo hondo del corazón, a lo profundo de mi interioridad: allí “encontré” a Dios, porque allí está.

Y es allí donde quisiera instalarme, inamovible, buscando el modo de pasar ciertos compromisos “post-retiro” episcopal a otros y llevando mi ministerio, atendiendo una pequeña parroquia “desde ese centro de amor vivo”, con proyectos sencillos de evangelización y sembrando amor, de modo que eso enriquezca (como noto lo está haciendo ya) mi corazón sacerdotal, porque los pobres, los enfermos, nos evangelizan, nos hablan “de ese amor” del cual es cuestión en el camino hacia la Luz. Este reencontrar mi sacerdocio en su sencillez y grandeza original sí contribuye a que baje a lo profundo de mí mismo.

Porque ahí está el don del carácter sacerdotal que es ya inseparable en mí yo interior. Ahora no soy el muchacho de 15 años que se vio en Cristo, ahora tengo que verme en Cristo sacerdote eterno. La mesa de mi casa interior adonde debo bajar es la mesa eucarística. En ella tengo que alimentarme para enfrentar y vencer elogios futuros inmediatos y críticas subsiguientes.

“Porque tú preparas una mesa ante mí enfrente de mis enemigos”. Y son enemigos por igual del alma los elogios y las críticas. Que estas sombras no empañen la luz de estos días. San Juan de la Cruz, ruega por mí. No dejes me enrede en mis defectos, pecados, o molestias sicológicas.

Hoy es el domingo de la Misericordia, y el mismo Jesús que me salió al paso doliente, digno, revelándome al hombre que Dios quiere de cada hombre y levantándome de mi postración me llenó de alegría, viene hoy después de tantos años de camino y transfigurado, resucitado, me dice: “Mira, mis llagas te han sanado una y otra vez, he estado junto a ti durante estos largos años. Yo soy la razón de tu perseverancia, yo nunca abandono la obra de mis manos. No es que tú seas amable, soy yo el que ama siempre y comprende y sostiene con el triunfo pascual de la Misericordia, soy yo quien te hace amable”.

Gracias Jesús mío, mi roca, mi alcázar, mi liberador, el refugio donde me pongo a salvo. “Recuerda el retiro anterior: tú no eres el centro, es Jesús, no mires hacia ti, sino hacia Él. Mira que puedes bajar a lo profundo de ti solo para buscarlo a Él que está allí”. Gracias, San Juan de la Cruz, por esta precisión pacificadora. Lo abismal no es nuestra miseria, lo abismal es Dios que nos hace criatura nueva.

“PAZ a vosotros” es tu Palabra hoy, segundo domingo de Pascua. Dame tu Paz, Señor.


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Ver en el blog  El Card. Jaime Ortega ha fallecido
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