Tuesday, November 25, 2014

El arte de roncar (por José M. Fernández Pequeño)

Nota del blog: Agradezco al escritor y amigo  José M. Fernández Pequeño (www.palabrasdelquenoesta.blogspot.com), que comparta el texto "El Arte de Roncar", de su reciente libro El Arma Secreta (Editora Nacional, Ministerio de Cultura, 2014), Premio Nacional de Cuentos “José Ramón López” en la República Dominicana, con los lectores del blog Gaspar, El Lugareño.  Este relato fue seleccionado entre los finalistas de la última convocatoria del Premio Juan Rulfo de Cuentos en el año 2012, que convocaba Radio Francia Internacional.

La semana pasada tuvimos el privilegio de publicar "Pongamos por caso", texto incluido en El Arma Secreta.

Recomiendo la lectura de la reseña hecha por el escritor Félix Luis Viera en Cubaencuentro.com: “El arma secreta”, de José M. Fernández Pequeño y de Fernández Pequeño responde una entrevista impertinente en el website Cruzar las Alambradas del escritor Luis Felipe Rojas.

La presentación en Miami será el viernes 5 de diciembre de 2014, a las 7:00 pm, en el Centro Cultural Español de Miami (1490 Biscayne Boulevard, Miami, Florida, 33132).

El libro se puede adquirir en Amazon http://www.amazon.com/gp/product/9945492446


El arte de roncar
por José M. Fernández Pequeño


Nadie recuerda el momento en que Clara se mudó para el apartamento de su hermano Eutimio, en el cuarto piso del único edificio que no tiene parqueo cerrado en todo el barrio. No hubo quien se percatara de su llegada, ni los pushers que vagabundean por la calle saludando a los vecinos, confiados y amigables hasta que aparece alguna cara nueva. Yo mismo vine a verla por primera vez un domingo como a las cinco de la tarde. Me estaba preparando para salir de día libre y subí al cuartico de los tarecos, a buscar una de las revistas viejas de Cuba que me presta el dueño del colmado, cuando la vi parada en el pasillo de lavado del cuarto piso, en el edificio amarillo que usted puede ver ahí al lado. Miraba embelesada en dirección a Metaldom, y ni se dio por enterada de que yo la observaba desde el techo del colmado. Ahora corren muchos chismes, pero la verdad es que ni siquiera se sabe por qué vino desde Hato Mayor… Hace un par de días me atreví a preguntarle al propio Eutimio, aprovechando que entró al colmado a comprar minutos para su celular. Él puso los cien pesos sobre el mostrador y dijo: «Ay, no joda más con eso, hombre».

Tampoco hay que sorprenderse mucho de esa invisibilidad, digo yo. Clara es –se supone que todavía es– una mujercita de edad dudosa aunque ya no joven, decididamente flaca, alta y pálida. Eso, zombi más que gente. Luego de un tiempo viviendo ahí, el carajo que hacía el delivery del colmado y los tecatos que juegan dominó en la galería del establecimiento apenas si sabían su nombre y que al parecer había encontrado trabajo en una farmacia no muy lejos del barrio. Se le veía salir cerca de las siete de la mañana, mordiendo un saludo inaudible entre los motores de los carros que sus dueños calentaban en los parqueos, y regresar igual de callada en la tardecita. Que yo recuerde, nunca entró en el colmado. Y yo no tendré la memoria de la detective pelirroja que trabaja en la serie Unforgettable, pero tan mala tampoco es. Al poco tiempo de estar aquí, la regularidad de sus costumbres y el silencio habían hecho a Clara todavía más invisible, como esos corotos que uno ni mira de tanto saber donde están.

Le he preguntado a la gente del barrio. Nada en la actitud de Clara permitía sospechar que alguna vez se vería asociada con algo tan difícil de explicar como el ruido que una madrugada, poco después de las dos, sorprendió al señor Rosendo en el tercer piso de ese mismo edificio amarillo, todavía con los pies metidos en agua tibia buscando mitigar los rigores de sus andanzas como cobrador de cuentas pendientes. La doctora Carmen, que vivía en la segunda planta del residencial recién construido frente al colmado, sí identificó enseguida que aquello era un ronquido, solo que diferente al común de los ronquidos que había escuchado antes. Don Antonio se vio arrebatado de un sueño donde tocaba el chelo en plena calle El Conde, frente a la sonrisa extasiada de Mahatma Gandhi, para escuchar aquel sonido nada desagradable, que parecía desparramarse por todo su penthouse, en el último piso de la torre que hace esquina con la avenida del Malecón. «Y esa mierda, ¿qué es?», preguntó el Coronel sobresaltado, aunque no tanto como el carajo que hacía el delivery en el colmado, acostumbrado a entregarle el dinero y recibir la mercancía cada madrugada del martes sin que el Coronel le dirigiera la palabra. «¿Qué cosa?», preguntó el muchacho, creyendo que el hombre calvo había encontrado algo mal al contar el dinero. «¿Estás sordo o serás pariguayo? Ese ruido, ¿no oyes?» Y en serio que el muchacho, aterrorizado como estaba, no oía otra cosa que la respiración del Coronel, así que dijo lo primero que le pasó por la cabeza: «Seguro es el mar en el Malecón. A esta hora los ruidos se oyen lejísimo».

Eso fue lo que ellos me contaron. Sobre lo que hizo después el Coronel nada puedo decir porque no hubo tiempo ni coraje para preguntarle. Pero el señor Rosendo, la doctora Carmen y don Antonio vinieron a dormirse pasadas las cuatro, cuando cesó el sonido, o al menos eso les pareció, que ya se sabe lo difíciles que son esos pleitos entre sueño y desvelo. Al día siguiente, ninguno de los tres creyó necesario hacer el mínimo intento por explicarse de dónde les venía aquella disposición especial para el trabajo. Cada quien cumplió una jornada excepcional y se encamó temprano, acunado por un sopor próximo a la felicidad, esa vaina de la que todo el mundo habla y nadie puede decir si existe. Incluso el señor Rosendo admite que esa noche, por primera vez en mucho tiempo, logró dormir en paz con la circulación de sus piernas y los puyazos en las plantas de los pies.

Hasta las dos de la madrugada. Esta vez el señor Rosendo despertó seguro de que era un ronquido, sí señor, lo que se dice un ronquido bien curioso. La doctora Carmen reconoció con extrañeza que por primera vez en su vida oír roncar no le alteraba los nervios sino todo lo contrario. Y don Antonio estuvo suficientemente despierto como para determinar que el encanto del sonido provenía de la naturalidad inaudita con que mezclaba las más encontradas combinaciones armónicas. Cuando se asomaron a la calle, vieron que otros apartamentos estaban encendidos y los borrachos de la hora habían abandonado la galería del colmado en sombras para cruzar hacia la acera de enfrente y juntarse con los vigilantes que cuidan los edificios, todos poseídos por una misma atenta inmovilidad. Yo los vi. Estaba en el cuartico del fondo, como siempre después de cerrar, y sentí un silencio raro afuera. Dejé la historia del detective que quiso cometer un crimen perfecto esperándome en la revista vieja de Cuba que me presta el dueño del colmado para subirme al techo. Los que estaban en la calle y en los balcones de los edificios miraban hacia la hasta ese momento anodina ventana de Clara, en el cuarto piso del único edificio que no tiene parqueo cerrado de todo el barrio.

¿Cómo podían estar seguros de que el ronquido venía de esa ventana? Nadie sabe explicarlo. Ni el señor Rosendo, tan exacto con sus pedidos y sus propinas; ni la doctora Carmen, siempre tan ella misma como son todos los abogados. Ni don Antonio, que es músico y por eso debe tener un oído perfecto. Pero tampoco ninguno dudó en ese momento. Y mire que lo he preguntado, casi me parecía a los agentes de la serie La ley y el orden averiguando por aquí y por allá. Tan concentrados estaban todos esa noche que prácticamente nadie prestó atención a la palabrota que ladró el Coronel ni al portazo que dio al entrar en el biplanta que la Fuerza Aérea le construyó un poco más allá del edificio amarillo, siguiendo esta misma acera. En medio de la madrugada y protagonizando un equilibrio increíble, los desvelados se dejaban ganar por aquel ronquido que, de verdad-verdad, todavía hoy no cabe en ningún comentario. Yo me fui a dormir como a la media hora porque tenía que abrir el colmado temprano al otro día, pero me dijeron que aquello duró hasta pasadas las cuatro, hora en que el ronquido comenzó a decrecer y finalmente cesó. Cesó el ronquido, no el equilibrio.

Hasta ahí, todo más o menos normal. ¿Para qué iba alguien a inquietarse por un ronquido? En los días siguientes, cada quien salió a gastar su vida como si lo que estaba ocurriendo en el barrio por las madrugadas fuera uno de esos secretos muy íntimos que nadie se atreve a tratar en público. No hubo preguntas ni confidencias, a nadie se le ocurrió hablar sobre el asunto. Y menos con Clara, que siguió bajando y subiendo las escaleras del edificio amarillo con su silencio, sus pocas carnes y las faldas anchas cayéndole más arriba de los tobillos. La vida del barrio se dividió en dos mitades difíciles de congeniar. Una cosa era el quehacer ruidoso y suelto antes de que la madrugada cantara las dos, y otra muy distinta el recogimiento cada vez más concurrido cuando el sonido venía a embobecer hasta el hipo de los borrachos y el ladrido de los perros. Si lo sabré yo que dedico como mínimo un par de horas después de cerrar a leer historias de policías y delincuentes.

El señor Rosendo no se asomó al balcón en esas madrugadas; aprendió que si aflojaba las clavijas de su carácter, podía flotar dentro del sonido, en una conversación sin interlocutor ni palabras precisas que de paso favorecía la pésima circulación de sus piernas. La doctora Carmen optó por ponerse a trabajar en su estudio de dos a cuatro y media; simplemente se concentraba en los expedientes que desde la tardecita había ordenado sobre la mesa y dejaba que las ideas fluyeran puntiagudas y enérgicas, vitalizadas por el sonido. Don Antonio salía al balcón del penthouse con una silla plástica en la mano, adoptaba la posición adecuada para el chelo, cerraba los ojos, y se afanaba en seguir con su instrumento imaginario los caprichos del ronquido que le llegaba poderoso, moldeando en compases impredecibles una realidad fabricada con sensaciones, de modo que el arco inexistente podía pasar sin aviso del olor del deseo al sabor misterioso de la aceituna. A mí no me crean, él habla así y esas fueron sus palabras.

Aunque es el que vive más lejos, en la esquina con la avenida del Malecón, don Antonio fue el primero de los tres en asombrarse por la manera en que cada madrugada iba llegando más gente a la calle. Empezaron a venir del barrio que está al otro lado de la avenida Independencia, generalmente en grupos de tres o cuatro, algunos todavía con botellas de ron en las manos, y se ubicaban por los alrededores del colmado, ya oscuro a esa hora. Venían del centro de la ciudad, parqueaban sus autos en las calles paralelas y se recostaban de los muros, en los edificios de enfrente, como si buscaran dejar en claro su condición de visitantes, cuando en realidad lo que querían era una posición ventajosa frente al edificio amarillo, el único que no tiene parqueo cerrado en todo el barrio. Venía gente de muchos lugares, puede que no siempre la misma pero cada vez en mayor cantidad, y de las dos a las cuatro pasadas, permanecían fundidos en una atención más inverosímil mientras mayores eran las diferencias entre quienes acudían a escuchar el ronquido.

El espacio razonablemente próximo al edificio amarillo terminó por hacerse escaso un sábado. Enterado de cómo había venido creciendo la concurrencia cada noche, el dueño del colmado ordenó mantenerlo abierto mientras hubiera clientes rondando, una idea que no me pareció buena para nada, pero ya se sabe que el burro se amarra donde diga el dueño. Y en efecto, alrededor de las once comenzó a llegar gente extraña, gente que nunca habíamos visto de día por el barrio, y a situarse en los puntos desde donde mejor contacto visual podían hacer con la ventana de Clara, como si tuvieran la necesidad de captar algo también con los ojos. Hasta la una, más o menos, cualquiera que no estuviese al tanto de las cosas hubiera pensado que eran grupos de amigos bebiendo en un sábado social cualquiera. A partir de esa hora, el panorama dio un cambio completo, y no solo porque la llegada de personas amenazó con convertirse en invasión, sino sobre todo porque el humor de los reunidos se apagó. Los que jugaban en la galería detuvieron el dominó. Los chistes y las risotadas cesaron. Quienes entraban al colmado pedían su cerveza susurrando, como si levantar la voz hubiera podido considerarse un sacrilegio. Hasta los pushers, que habían hecho lo suyo moviendo la mercancía entre los grupos, fueron olvidados. Finalmente, cuando el reloj iba alcanzando las dos menos diez, un moreno asomó sus trenzas por la puerta y nos pidió que bajáramos el audio del televisor donde yo estaba viendo un maratón de la serie Cuerpo de evidencia. No fue una orden. Su voz sonó más bien a ruego, y ya se sabe que el cliente tiene siempre la razón.

A partir de las dos no se vendió ni una menta, nadie pidió ir al baño, no sonó el teléfono del colmado, no se escuchó una sola voz… Hasta los vehículos que pasan desmandados por la avenida del Malecón parecieron ponerse de acuerdo para apaciguar el ruido de sus motores. Confieso que me entró un miedo raro y me pregunté si no sería mejor cerrar, pero no me atreví. La puerta metálica al bajar habría sonado como un insulto en medio del silencio.

Salí a la galería del colmado. A la vista de la muchedumbre que ocupaba la calle y los balcones de los edificios, escuchando en colectivo como si hubieran hecho un pacto para no razonar, algo me dijo que aquella situación de ningún modo iba a durar mucho. No quiero dármelas de psíquico, como el tipo de la serie El mentalista, pero en ese momento supe que algo malo iba a pasar, lo juro. Cuando la gente empezó a retirarse en grupos, cabizbajos y hasta malhumorados, cerré el establecimiento. Eran las cuatro pasadas. Por decir cualquier cosa, para aguar mi propio susto, me pregunté en voz alta: «¿Y qué viene ahora?» El carajo que hacía el delivery en el colmado dejó de halar la puerta metálica hacia abajo. «¿Cómo?», se extrañó. Lo miré. Él me miraba. Habíamos bajado la puerta hasta la mitad: «Digo, con el ronquido y todo esto», le contesté. Él siguió viéndome con ojos extraviados, como si hubiera consumido la mercancía en lugar de venderla entre los grupos de personas, y me respondió con una pregunta: «¿Qué ronquido?»

Fue al día siguiente que los del DNI se llevaron a Clara. Eran las doce en punto del mediodía y el barrio aún dormía su domingo, friéndose bajo un solazo terrible. A pesar del aparataje que hicieron las cuatro camionetas de doble cabina y el automóvil, de los frenazos y las voces que daban los guardias mientras allanaban el único edificio que no tiene parqueo cerrado en el barrio, a los balcones solo se asomaron dos o tres muchachas de servicio. Acá abajo, prácticamente los únicos espectadores fuimos nosotros y un limpiabotas haitiano que esperaba el despertar del barrio sentado sobre su cajón en el galería del colmado. Cuando el despliegue policial se alejó con su alarde de sirenas y motores, el Coronel sacó brillo con ambas manos a la bola de billar que era su cabeza y gritó desde la acera frente al biplanta, su casa: «¡Ahora sí que se van a joder, babosos!»

El barrio vino a reaccionar ante la noticia en la media tarde, un poco después de las cuatro. Nadie lo decía claro, quizás no había nada que decir, pero era fácil notar que algo pasaba. Los tecatos no se ponían de acuerdo en el dominó, discutían y se acusaban por cualquier pendejada, hasta que tiraron las fichas encima de la mesa y se largaron con su escándalo a otra parte. Los pocos hombres del barrio que se asomaban a la puerta del colmado parecían faltos de decisión, y ni siquiera uno intentó hacerme cambiar los capítulos de Detectives médicos que estaban dando para poner la pelota en el televisor. El teléfono no paraba de sonar y el carajo que hacía el delivery en el colmado no daba abasto, pero eran unos pedidos de mierda, que si tres cigarrillos Marlboro, que si una caja de fósforos, que si dos agüitas Dasany… Había un calor pesado y mientras me bañaba para irme a Baní, como hago siempre en mi día libre, pensé que todos temían la llegada de la noche.

Esa noche el señor Rosendo tomó una dosis doble de Diosmina y se metió temprano en la cama, dispuesto a enfrentar los pésimos augurios del calor que sentía subir por su pierna izquierda. En efecto, se removió durante horas, molesto por el zumbido del ventilador, las alarmas de los autos que a veces se disparaban afuera, la consistencia de las sábanas, demasiado ásperas, y sobre todo tratando de no cambiar la posición, de evitar el calambre que taladraba su cintura y bajaba por ambas piernas a puyarle las plantas de los pies. No supo cuándo se durmió, pero sí recordaba después que había sido un escabroso perder la conciencia hasta caer en la paz de un sueño donde mucha gente a su alrededor bailaba al ritmo de sus ronquidos. Cómo reía Yocarla, su difunta esposa, y reía el propio señor Rosendo, que roncaba y al mismo tiempo se divertía viendo divertirse a los demás con sus ronquidos. Una alegría mucho más auténtica sin dudas que la euforia excesiva de la doctora Carmen al declarar la noche libre y sentarse frente a la mesa llena de papeles, en su estudio, con el litro de Johnny Walker etiqueta negra en la mano. Allí sentada, viendo vaciarse la botella como si fuera un objeto ajeno a ella, sin ánimos para poner música en la laptop, sintió cuando su marido entró al apartamento y siguió hacia la habitación de ambos. No sin un poco de remordimiento, se alegró de que su hermana se hubiera llevado a los muchachos de vacaciones para California. Justo a la una y media fue para el cuarto, tratando de pasar lo más lejos posible del balcón, y se acostó completamente desnuda, abrazada a la espalda del marido. Nunca logró concentrarse en lo que hacían, y fueron al menos tres las veces en que ella detuvo el toqueteo para preguntarle: «¿Oíste ese sonido?, ¿qué será?», antes de que el hombre perdiera la erección y el interés.

Tampoco don Antonio pudo concentrarse esa noche. Daba vueltas por el penthouse, prendía el equipo de música, lo apagaba, sacaba del librero la biografía de no recuerdo cuál músico escrita por un tal Solomon, no entendía las líneas que tenía delante de los ojos, y ya cerca de las once tuvo la idea de llamar a sus compañeros músicos de la Orquesta Sinfónica. Fue un desastre. Los pocos que contestaron al teléfono le hablaban en un tono hosco o demasiado conciliador, así que él cerraba la comunicación con un «Vete al carajo, mameluco», o algo peor. Faltando un cuarto para las dos de la madrugada, no pudo más. Agarró la silla plástica y fue a sentarse en el balcón. En posición de tocar el chelo, buscó con el arco imaginario el sonido tal y como había resonado tantas madrugadas antes, como seguía vibrando en su cabeza, y caramba, de pronto comenzó a escucharlo, sintió venir el ronquido al encuentro de las notas inusitadas que él pisaba en el invisible diapasón de su sensibilidad. Durante dos horas la comunión fue perfecta, única, y al final don Antonio avanzó hacia la cama prácticamente en trance. Justo a las cuatro y cinco de la madrugada se echó a dormir hasta la tarde del día siguiente. Eso fue lo que él me dijo, casi-casi con esas mismas palabras.

En definitiva, ¿se escuchó o no se escuchó el ronquido la madrugada en que Clara estuvo presa? Las respuestas son imprecisas. De mi parte, nada puedo decir, a menos que fuera como la doña de la serie Médium, que se sueña las cosas. Esa noche estaba de descanso, con mi gente en Baní. Según el carajo que hacía el delivery en el colmado, serían las tres de la tarde del lunes cuando Eutimio regresó con Clara. Se entiende. No es posible mantener presa a una persona por el delito imputado de roncar. Los del DNI todavía interrogaron a varios vecinos, que tampoco requirieron de mucho esfuerzo para hacerse los tontos. Conmigo hablaron, me preguntaron una balsa de vainas pero, ¿qué hubiera podido decir yo, incluso bajo tortura? Era un sonido y ya, algo que no se puede tocar, sin aplicación definida, lejano a cualquier voluntad de conseguir o de proponer cualquier cosa. ¡Un ronquido y punto! 

A partir de ese día y durante los tres siguientes, el barrio fue patrullado por agentes vestidos de civil, más visibles todavía por su pretensión de incógnito. Hubo que detener el movimiento de la mercancía y desaparecer a los pushers. Sobre las diez de la noche, los policías ocupaban el barrio, así que decidimos cerrar el colmado a las nueve, hasta ver que cambiara la situación. Los vecinos no solo se recluyeron en sus apartamentos, sino que incluso dejaron de encender luz en los balcones. De ese modo, los que llegaban luego de la medianoche encontraban un desierto de sombras sospechosas y se devolvían por ahí mismo. Nadie se asomó, ni un solo perro ladró en la calle cuando el ronquido sonó esas madrugadas, a las dos en punto, y para que vean lo que son las vainas, a la mayoría de los vecinos encerrados en sus casas les pareció más intenso, como más desafiante.

Me hubiera gustado ver la reacción de los policías encubiertos mientras el ronquido viajaba por el barrio hasta más allá de las cuatro, pero los puntos de observación tras las ventanas del colmado no daban una buena visibilidad hacia la calle oscura y tampoco tuve coraje para subirme al techo. Acostado en el cuartico del fondo, trataba de meterme en la historia del tipo que vio cometer un crimen mientras estaba colgado en el foso de un ascensor, reparándolo, todo para no escuchar el ronquido solitario. Pero nada, cuando amaneció el cuarto día, envié al carajo que hacía el delivery en el colmado para decirle al Coronel que no había forma de mover la mercancía mientras los agentes anduvieran por el barrio.

Fácil, los policías ya no vinieron esa noche y la gente regresó, muy poquita el viernes, fluyendo cada vez más a partir del sábado en que aparecieron las primeras velas encendidas. Humeaban en un rincón del único parqueo abierto que hay en el barrio y nunca se supo quién las puso. Pero con las velas empezaron a correr las historias. El señor Rosendo, que pasó el domingo en la mañana por el colmado buscando con qué espantar los mosquitos, escuchó tan atento como yo la historia de la muchacha que hace el servicio en el apartamento del senador Rusinel. Según esa caraja, la hija más pequeña del senador se había puesto malísima del asma por la madrugada, y cuando ya estaban llamando a Movimed porque no sabían qué más hacerle, ella solita comenzó a respirar bien, se rio y dijo: «Mami, mami, ese ronquidito huele a chocolate, ¿no es verdad?»

Tampoco la doctora Carmen pudo menos que sonreír mientras el limpiabotas que subía todos los domingos a su apartamento mostraba la forma en que iban desapareciendo las manchas blancas de su espalda y su cuello desde que venía a dormir con los albañiles haitianos, en el edificio que estaban construyendo en la esquina con la calle Paya. Pero al final su azoro no fue tanto como el de don Antonio que, de esmoquin y cuello impecables, a punto de salir al escenario del Teatro Nacional, escuchó a la primera violinista checa referir el caso de la señora cuyo cáncer de páncreas, terminal y desahuciado por los médicos, había desaparecido luego de ser llevaba una madrugada al barrio donde la checa chismosa ni se imaginaba que él vivía.

En los días siguientes, a la par que las historias, fueron aumentando las velas. No bien cesaba el ronquido, siempre un poco después de las cuatro, muchos de los que habían estado escuchando en absoluta veneración invadían el parqueo con las velas en las manos, murmurando quién sabe qué peticiones. Pronto los residentes en el edificio amarillo, Eutimio entre ellos, se vieron obligados a dejar sus vehículos en la calle, ante el cada vez menor espacio en el parqueo y el temor de un incendio. Y detrás de las velas no demoraron en llegar las ofrendas: imágenes de Belié Belcán partidas en cuatro pedazos, azucenas para Obatalá, atados de yerbas humeadas con tabaco y remojadas en ron para el gusto de Dambalá, paños con serpientes pintadas en honor a Santa Marta… Lo cierto es que a esas alturas la fisonomía de quienes venían cada noche –y cada vez en mayor cantidad– había cambiado mucho. Ahora, además de los parranderos con sus botellas casi vacías en la mano, mayoreaba gente más apagada, más triste: tullidos, renqueantes, empujados en sillas de ruedas, conducidos del brazo por otra persona, o sombras en las que no era difícil reconocer algunos de los cueros que se la ganan haciendo gozar a los tígueres en los cabarés del kilómetro doce. Y detrás de los enfermos, las ofrendas y los tristes irrumpieron las brigadas cristianas.

No sé qué cristianos eran ni de qué iglesia, todas esas religiones se parecen. Fue como a la semana de que se hubieran ido los militares, la madrugada de un viernes después de las tres. Llegaron en guaguas, armados con palos, y se bajaron antes de doblar en la avenida del Malecón, de modo que agarraron a todo el mundo asando batatas cuando invadieron la calle repartiendo golpes y cantando a coro que en su casa reinaba el Señor. Bajamos las puertas metálicas a toda carrera, mientras algunos de los congregados en las proximidades del edificio amarillo huían muertos de miedo y los que no podían moverse suficientemente rápido y tampoco habían logrado entrar al colmado –los tullidos, los viejos o los muy drogados– intentaban protegerse metiéndose en las áreas reservadas para la basura de los edificios. Nada, que la calle sucumbía bajo el empuje de las brigadas cristianas, y justo en ese momento, como salidos de los intestinos de la tierra, aparecieron los albañiles haitianos que construían el edificio en la esquina con la calle Paya y a pedradas limpias deshicieron la cohesión de los cantos contra los herejes diabólicos.

Así, entre las piedras disparadas por los haitianos y los adoradores del ronquido, muchos de los cuales habían regresado en busca de revancha; los objetos de todo tipo que devolvían las desmembradas brigadas cristianas; los gritos de quienes en los apartamentos clamaban por la integridad de sus vehículos en los parqueos; los pedazos de hielo y las botellas que algunos vecinos tiraban hacia la calle desde los balcones; y los cuatro balazos que soltó el Coronel al aire, llegó la policía y cargó con los que no corrieron a tiempo, de modo que los rivales se vieron obligados a compartir el incómodo espacio de los camiones policiales. A resultas de la batalla, hubo más de veinte heridos, la construcción del edificio en la esquina con la calle Paya fue paralizada por el Ayuntamiento, los militares ocuparon otra vez el barrio desde las diez de la noche hasta las seis de la mañana y, con tanto acontecimiento, nadie tuvo tiempo para preguntarse dónde estaba Clara, o por qué ni los tecatos que juegan dominó en el galería del colmado la habían visto bajar otra vez las escaleras de su edificio desde aquel lunes en que Eutimio la trajo del DNI.

Los dos días siguientes fueron tensos. Los pushers llamaron uno a uno para decir que no contáramos con ellos, que la zona se había puesto demasiado caliente, y no me quedó de otra que hablar con el dueño del colmado para pedirle que hiciera alguna gestión con los suministradores de la mercancía porque, según lo que aparentaba, la influencia del Coronel no estaba funcionando. El señor Rosendo, viendo la calle vacía y los balcones cerrados a través de sus persianas entrejuntas, pensó con disgusto que el barrio se estaba volviendo un cementerio. La doctora Carmen, sin poder concentrarse en su trabajo pero tampoco dormir, demoró dos horas y catorce minutos exactos en convencer a su marido de que lo mejor era contratar una inmobiliaria y poner el apartamento en venta. Don Antonio, temeroso de salir al balcón y entregarse a su pantomima musical, creyó sentir que el ronquido se iba haciendo más crudo, aunque también más fiel a su principio de no aceptar patrón definido, de construir una estructura sonora que de alguna manera incluía todas las estructuras conocidas o imaginadas. Como desquite, el domingo en la mañana agarró el chelo de verdad y se dedicó durante tres horas seguidas al intento de capturar aquella libertad sonora en una composición excepcional, explosiva, como jamás habían soñado siquiera las vanguardias más delirantes; en una partitura que –y él lo decía con esas palabras tan seguras– sería el colmo de la originalidad desatada.

Pero ni modo, el sonido que en el instrumento imaginario pasaba con tanta audacia de una combinación armónica a otra completamente imposible, a la luz del día, sobre la tensión real de las cuerdas y la aridez del papel pautado, sonaba inauténtica, carente de una lógica fuera de toda lógica que no era posible atrapar. Agitado y furioso, don Antonio arrojó el arco contra la pared, justo en el momento que la muchacha de servicio salía de la cocina para decirle que se iba porque los chillidos del instrumento la estaban volviendo loca. Meticuloso hasta la manía, don Antonio razonó sin darse tregua sobre aquel fracaso, buscó en el recuerdo del sonido algo que le permitiera entender aquella libertad indomable, y si bien no arribó a una conclusión, sí pudo intuir que la rispidez creciente del ronquido podía ser un anuncio nefasto, la premonición de que algo en su interior estaba a punto de quebrar. Así me lo confesó después, y yo pensé que en el mundo hay cosas bien difíciles de entender porque aquella misma tarde de domingo, mientras me bañaba para salir hacia Baní, supe que algo grande iba a suceder. No puedo explicar esa sensación, pero fue tan fuerte que hasta me dije: «Mi pana, vas a tener que dejar de ver tantos episodios de Mentes criminales».

De todas formas, nada le dije a don Antonio sobre nuestras intuiciones coincidentes. Mejor dejarlo creer que fue el menos sorprendido cuando el Coronel salió a la calle esa madrugada, dicen que faltando unos minutos para las tres, con la calva brillando a la luz de la luna y una treintaiocho en la mano derecha. «Esta vaina se acaba ahora mismo», dicen que gritó mientras atravesaba el único parqueo abierto en todo barrio. Cuando los policías reaccionaron y fueron tras él, escaleras arriba, ya el hombre pateaba la puerta de Eutimio, que no tardó en abrir. «¡¿Dónde está, dónde está esa mujer del demonio?!», dicen que vociferaba el Coronel recorriendo el apartamento habitación por habitación, sordo a los gritos de los sorprendidos durmientes, a las palabras con que Eutimio intentaba explicarle que Clara ya no vivía allí, que él mismo la había llevado de regreso para Hato Mayor haría como dos semanas.

A partir de ese momento, todo es muy confuso. Como Eutimio se niega a hablar sobre el asunto, no es posible precisar si el Coronel se convenció de que buscaba en vano o si los policías lo hicieron a bajar. El caso es que, según dicen los que estaban asomados a los balcones, la situación parecía bajo control cuando los agentes y el Coronel se detuvieron a conversar en el único parqueo abierto de todo el barrio. Se veían tan de acuerdo, dicen que tan tranquilos, que nadie pudo anticipar el movimiento del Coronel hacia la derecha, la forma en que se desprendió del grupo y avanzó disparando contra la ventana por donde se asomaba el carajo que hacía el delivery en el colmado. Cuando los policías hicieron gesto de ir tras él, dio la vuelta y les apuntó con el arma. «Esto no se soporta más, coño», dicen que dijo antes de encoger el brazo y dispararse un tiro en la bola de billar que era su cabeza.

Ahora corren muchas historias acerca de si fue eso u otra cosa lo que dijo el Coronel antes de dispararse. Hay hasta quien asegura que se lamentó de que la cabeza asomada a la ventana del colmado no hubiera sido la mía. No sé, no estaba esa noche porque era mi día de descanso y tampoco soy como esos policías de la serie CSI, que mirando un fósforo apagado te dicen la marca de calzoncillo que usa el asesino. Pero, a fin de cuentas, tampoco vale la pena preocuparse demasiado por el Coronel. Se necesita estar muy perturbado para ponerse a perseguir un ronquido y terminar queriendo matar al único que nunca logró escucharlo en todo el barrio.


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“El arma secreta”, José M. Fernández Pequeño.
Editora Nacional, Ministerio de Cultura, 2014.
Imagen de portada: “Hojas y ojos” (1994), de Mario Grullón, Colección Eduardo León Jimenes de Artes Visuales, Centro León
ISBN: 978-9945-492-44-6






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José M. Fernández Pequeño: Escritor de origen cubano y nacionalizado dominicano. Ha publicado catorce libros en géneros como la crítica literaria, la narrativa, el ensayo y la literatura infantil. Se graduó de Licenciatura en Letras por la Universidad de Oriente, en Santiago de Cuba, y realizó luego estudios como asistente de dirección cinematográfica. Tiene una maestría en Ciencias de la Educación, mención investigación, por la Universidad de Camagüey, en Cuba, y la Universidad APEC, en República Dominicana. Ha desarrollado una larga carrera como profesor universitario, editor y gestor cultural.

Sus últimos libros son: Un tigre perfumado sobre mi huella (Editorial Cañabrava, 1999; Editorial Plaza Mayor, 2004), En el espíritu de las islas: los tiempos posibles de Max Henríquez Ureña (Editorial Santillana, Taurus, 2003), Cuentos para Angélica (Editorial Libresa, 2003; Editorial Oriente, 2005), La mirada en el camino (Universidad INTEC, 2006); Tres, eran tres (Grupo Editorial Norma, 2007); Distantes y distintos; comunicación profesor-estudiante en la universidad dominicana (ensayo, FUNGLODE, 2008, escrito junto a Jorge Ulloa Hung); Las voces y los ecos; incomunicación y brecha generacional en la universidad dominicana (Universidad Iberoamericana, 2012, escrito junto a Jorge Ulloa Hung), El arma secreta (cuentos, Editora Nacional de la República Dominicana, 2014). Su último libro de cuentos, “Memorias del equilibrio”, está aún inédito.

Entre los últimos premios que ha recibido están: Premio Memoria, de la UNESCO, en ensayo (1997); Premio Internacional Casa de Teatro, en cuento (República Dominicana, 2001); finalista en el Concurso Internacional de Literatura Infantil y Juvenil Libresa (Ecuador, 2003); Premio Nacional de Ensayo Pedro Francisco Bonó (República Dominicana, 2008); finalista en el Premio Iberoamericano de Cuentos Juan Rulfo (Francia, 2012); Premio Nacional de Cuento 2013 en la República Dominicana. Edita el blog Palabras del que no está (www.palabrasdelquenoesta.blogspot.com).

Saturday, November 22, 2014

Oikos

 
 
Sección Oikos, con fotos de Juan Carlos Agüero.
Dedicada a mostrar la wildlife del Sur de la Florida,
es el espacio green (cada semana) del blog Gaspar, El Lugareño.

Friday, November 21, 2014

(Miami) Muestra de Cine Independiente Cubano en Vedado Social Club


Debate sobre cine cubano en un ambiente de música, danza y otras artes.
Curadora: Lilian Lombera

Filmes:
Confórmate con ser libre (anim)/ Huesitos (anim)/ Abecé (doc)/ La trucha (ficc)/ Una niña, una escuela (doc)/ Velas (doc)/ París, puertas abiertas (ficc)/ Easy Sailing (doc)/ Yunaisy (ficc)/ La madre (anim)/ Off line(doc)

Realizadores:
Rivero Barreiro, Gabriela Leal Carrazana, Diana Montero, Luis Ernesto Doñas, Alejandro Ramírez, Alejandro Alonso, Martha María Borrás, Hanny Marín y Nayibi Saab, Juan Pablo Daranas, Ivette Ávila, Yaima Pardo.


Lilian Lombera (1981) Lic. Historia del Arte. Fue profesora de Música Cubana en la Universidad de La Habana, Manager de músicos y más recientemente Productora de Proyectos culturales. Integrante de 3Tres Musas Producciones, red de mujeres productoras independientes en América.

Entrada: gratis
Colaboradores: Muestra Joven, Cooperativa Producciones, EICTV, FAMCA, Producciones Canek,
Cucurucho Producciones, Escuba Amarga, Televisión Serrana, Producciones
Nosotros, La concretera Producciones.

Domingo 23 de noviembre de 2014
Horario: 5:00 p.m – 10. 00 p.m. 

Vedado Social Club
5580 NE 4th Ct, Miami, Florida 33137

Cubanos premiados en los Latin Grammy 2014



(Diario de Cuba) Descemer Bueno y Gente de Zona junto al español Enrique Iglesias ganaron tres Grammy Latinos el jueves por la noche gracias al superéxito "Bailando".

El tema, que pertenece al disco Sex and Love (Universal Music/Republic Records), de Iglesias, recibió el gramófono dorado como Mejor Canción del Año, Mejor Interpretación Urbana y Mejor Canción Urbana.


Otros premiados en la ceremonia, realizada en Las Vegas, fueron Arturo O'Farrill & The Chico O'Farrill Afro-Cuban Jazz Orchestra, quienes se llevaron el galardón al Mejor Álbum Instrumental por Final Night At Birdland (Zoho).



Paquito d'Rivera se llevó el premio al Mejor Álbum de Jazz Latino junto al Trío Corriente por Song For Maura (Paquito Records/Sunnyside). El galardón fue compartido con Chick Corea, quien lo recibió por The Vigil (Concord Jazz/Stretch Records). (sigue)

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Ver todos los premios en http://www.latingrammy.com/es

5 facts about illegal immigration in the U.S.



(Pew Research Center/by Jens Manuel Krogstad and Jeffrey S. Passel) The number of unauthorized immigrants in the U.S. has stabilized in recent years after decades of rapid growth. But there have been shifts in the states where unauthorized immigrants live and the countries where they were born.

Millions could receive relief from deportation and work visas from an executive order that President Obama is expected to announce soon. The action would be the most significant protection from deportation offered to unauthorized immigrants since 1986, when Congress passed a law that allowed 2.7 million unauthorized immigrants to obtain a green card.

Here are five facts about the unauthorized immigrant population in the U.S.

1. There were 11.2 million unauthorized immigrants in the U.S. in 2012, a total unchanged from 2009, and currently making up 3.5% of the nation’s population. (Preliminary estimates show the population was 11.3 million in 2013.) The number of unauthorized immigrants peaked in 2007 at 12.2 million, when this group was 4% of the U.S. population.

2. Mexicans make up about half of all unauthorized immigrants (52%), though their numbers have been declining in recent years. There were 5.9 million Mexican unauthorized immigrants living in the U.S. in 2012, down from 6.4 million in 2009, according to Pew Research Center estimates. Over the same time period, the number of unauthorized immigrants from Asia, the Caribbean, Central America and a grouping of countries in the Middle East, Africa and some other areas grew slightly (unauthorized immigrant populations from South America and Europe/Canada did not change significantly).

3. Six states alone account for 60% of unauthorized immigrants—California, Texas, Florida, New York, New Jersey and Illinois. But the distribution of the population is changing. From 2009 to 2012, several East Coast states were among those with population increases, whereas several Western states were among those with population decreases. There were seven states overall in which the unauthorized immigrant population increased: Florida, Idaho, Maryland, Nebraska, New Jersey, Pennsylvania and Virginia. Meanwhile, there were 14 states in which the population decreased over the same time period: Alabama, Arizona, California, Colorado, Georgia, Illinois, Indiana, Kansas, Kentucky, Massachusetts, Nevada, New Mexico, New York and Oregon. Despite a decline, Nevada has the nation’s largest share (8%) of unauthorized immigrants in its state population.

4. Unauthorized immigrants make up 5.1% of the U.S. labor force. In the U.S. labor force, there were 8.1 million unauthorized immigrants either working or looking for work in 2012. Among the states, Nevada (10%), California (9%), Texas (9%) and New Jersey (8%) had the highest shares of unauthorized immigrants in their labor forces.

5. About 7% of K-12 students had at least one unauthorized immigrant parent in 2012. Among these students, about eight-in-ten (79%) were born in the U.S. In Nevada, almost one-in-five students (18%) have at least one unauthorized immigrant parent, the largest share in the nation. Other top states on this measure are California (13%), Texas (13%) and Arizona (11%). (See full text a Pew Research Center)

Thursday, November 20, 2014

President Obama’s remarks on immigration


November 20 at 8:33 PM

A transcript of President Obama’s remarks on immigration..
(The Washington Post)

OBAMA: My fellow Americans, tonight I’d like to talk with you about immigration. For more than 200 years, our tradition of welcoming immigrants from around the world has given us a tremendous advantage over other nations.

OBAMA: It’s kept us youthful, dynamic, and entrepreneurial. It has shaped our character as a people with limitless possibilities. People not trapped by our past, but able to remake ourselves as we choose.

But today, our immigration system is broken, and everybody knows it. Families who enter our country the right way and play by the rules watch others flout the rules. Business owners who offer their wages good wages benefits see the competition exploit undocumented immigrants by paying them far less. All of us take offense to anyone who reaps the rewards of living in America without taking on the responsibilities of living in America. And undocumented immigrants who desperately want to embrace those responsibilities see little option but to remain in the shadows, or risk their families being torn apart.

It’s been this way for decades. And for decades we haven’t done much about it. When I took office, I committed to fixing this broken immigration system. And I began by doing what I could to secure our borders.

Today we have more agents and technology deployed to secure our southern border than at any time in our history. And over the past six years illegal border crossings have been cut by more than half.

Although this summer there was a brief spike in unaccompanied children being apprehended at our border, the number of such children is actually lower than it’s been in nearly two years.

Overall the number of people trying to cross our border illegally is at its lowest level since the 1970s. Those are the facts.

Meanwhile, I worked with Congress on a comprehensive fix. And last year 68 Democrats, Republicans, and independents came together to pass a bipartisan bill in the Senate. It wasn’t perfect. It was a compromise. But it reflected common sense. It would have doubled the number of Border Patrol agents, while giving undocumented immigrants a pathway to citizenship, if they paid a fine, started paying their taxes and went to the back of the line. And independent experts said that it would help grow our economy and shrink our deficits.

Had the House of Representatives allowed that kind of bill a simple yes or no vote, it would have passed with support from both parties. And today it would be the law. But for a year and a half now Republican leaders in the House have refused to allow that simple vote. Now I continue to believe that the best way to solve this problem is by working together to pass that kind of common sense law. But until that happens, there are actions I have the legal authority to take as president, the same kinds of actions taken by Democratic and Republican presidents before me, that will help make our immigration system more fair and more just.

Tonight I’m announcing those actions.

OBAMA: First, we’ll build on our progress at the border with additional resources for our law enforcement personnel so that they can stem the flow of illegal crossings and speed the return of those who do cross over.

Second, I’ll make it easier and faster for high-skilled immigrants, graduates and entrepreneurs to stay and contribute to our economy, as so many business leaders proposed.

Third, we’ll take steps to deal responsibly with the millions of undocumented immigrants who already had live in our country.

I want to say more about this third issue, because it generates the most passion and controversy. Even as we are a nation of immigrants, we’re also a nation of laws. Undocumented workers broke our immigration laws, and I believe that they must be held accountable, especially those who may be dangerous.

That’s why over the past six years deportations of criminals are up 80 percent, and that’s why we’re going to keep focusing enforcement resources on actual threats to our security. Felons, not families. Criminals, not children. Gang members, not a mom who’s working hard to provide for her kids. We’ll prioritize, just like law e enforcement does every day.

But even as we focus on deporting criminals, the fact is millions of immigrants in every state, of every race and nationality still live here illegally.

And let’s be honest, tracking down, rounding up and deporting millions of people isn’t realistic. Anyone who suggests otherwise isn’t being straight with you. It’s also not who we are as Americans.

After all, most of these immigrants have been here a long time. They work hard often in tough, low paying jobs. They support their families. They worship at our churches. Many of the kids are American born or spent spent most of their lives here. And their hopes, dreams, and patriotism are just like ours.

As my predecessor, President Bush, once put it, they are a part of American life.

Now here is the thing. We expect people who live in this country to play by the rules. We expect those who cut the line will not be unfairly rewarded. So we’re going to offer the following deal: If you’ve with been in America more than five years. If you have children who are American citizens or illegal residents. If you register, pass a criminal background check and you’re willing to pay your fair share of taxes, you’ll be able to apply to stay in this country temporarily without fear of deportation. You can come out of the shadows and get right with the law. That’s what this deal is.

Now let’s be clear about what it isn’t. This deal does not apply to anyone who has come to this country recently. It does not apply to anyone who might come to America illegally in the future. It does not grant citizenship or the right to stay here permanently, or offer the same benefits that citizens receive. Only Congress can do that. All we’re saying is we’re not going to deport you.

I know some of the critics of the action call it amnesty. Well, it’s the not. Amnesty is the immigration system we have today. Millions of people who live here without paying their taxes or playing by the rules, while politicians use the issue to scare people and whip up votes at election time. That’s the real amnesty, leaving this broken system the way it is. Mass amnesty would be unfair. Mass deportation would be both impossible and contrary it to our character.

What I’m describing is accountability. A common sense middle- ground approach. If you meet the criteria, you can come out of the shadows and get right with the law. If you’re a criminal, you’ll be deported. If you plan to enter the U.S. illegally, your chances of getting caught and sent back just went up.

The actions I’m taken are not only lawful, they’re the kinds of actions taken by every single Republican president and every single Democratic president for the past half century.

And to those members of Congress who question my authority to make our immigration system work better or question the wisdom of me acting where Congress has failed, I have one answer: Pass a bill. I want to work with both parties to pass a more permanent legislative solution. And the day I sign that bill into law, the actions I take will no longer be necessary.

OBAMA: Meanwhile, don’t let a disagreement over a single issue be a deal breaker on every issue. That’s not how our Democracy works, and Congress shouldn’t shut down our government again just because we disagree on this.

Americans are tired of gridlock. What our country needs right now is a common purpose, a higher purpose. Most Americans support the types of reforms I’ve talked about tonight, but I understand with the disagreements held by many of you at home.

Millions of us, myself included, go back generations in this country, with ancestors who put in the painstaking work to become citizens. So we don’t like the notion anyone might get a free pass to American citizenship.

I know some worry immigration will change the very fabric of who we are, or take our jobs, or stick it to middle-class families at a time they already feel they’ve gotten a raw deal for over a decade. I hear those concerns, but that’s not what these steps would do.

Our history and the facts show that immigrants are a net plus for our economy and our society. And I believe it’s important that all of us have this debate without impugning each other’s character.

Because for all the back and forth in Washington, we have to remember that this debate is about something bigger. It’s about who we are a country and who we want to be for future generations.

Are we a nation that tolerates the hypocrisy of a system where workers who pick our fruit and make our beds never have a chance to get right with the law? Or are we a nation that gives them a chance to make amends, take responsibility, and give their kids a better future?

Are we a nation that accepts the cruelty of ripping children from their parents’ arms, or are we a nation that values families and works together to keep them together? Are we a nation that educates the world’s best and brightest in our universities only to send them home to create businesses in countries that compete against us, or are we a nation that encourages them to stay and create jobs here, create businesses here, create industries right here in America? That’s what this debate is all about.

We need more than politics as usual when it comes to immigration. We need reasoned, thoughtful, compassionate debate that focuses on our hopes, not our fears. I know the politics of this issue are tough, but let me tell you why I have come to feel so strongly about it. Over the past years I’ve seen the determination of immigrant fathers who worked two or three jobs without taking a dime from the government, and at risk any moment of losing it all just to build a better life for their kids. I’ve seen the heartbreak and anxiety of children whose mothers might be taken away from them just because they didn’t have the right papers. I’ve seen the courage of students who except for the circumstances of their birth are as American as Malia or Sasha, students who bravely come out as undocumented in hopes they could make a difference in the country they love.

These people, our neighbors, our classmates, our friends, they did not come here in search of a free ride or an easy life. They came to work, and study and serve in our military. And, above all, contribute to American success.

Now tomorrow I’ll travel to Las Vegas and meet with some of these students, including a young woman named Astrid Silva. Astrid was brought to America when she was 4 years old. Her only possessions were a cross, her doll, and the frilly dress she had on. When she started school, she didn’t speak any English. She caught up to other kids by reading newspapers and watching PBS. And then she became a good student. Her father worked in landscaping. Her mom cleaned other people’s homes. They wouldn’t let Astrid apply to a technology magnet school, not because they didn’t love her, but because they were afraid the paperwork would out her as an undocumented immigrant. So she applied behind their back and got in.

Still, she mostly lived in the shadows until her grandmother, who visited every year from Mexico, passed away, and she couldn’t travel to the funeral without risk of being found out and deported. It was around that time she decided to begin advocating for herself and others like her. And today Astrid Silva a college student working on her third degree.

Are we a nation that kicks out a striving, hopeful immigrant like Astrid?

OBAMA: Or are we a nation that finds a way to welcome her in? Scripture tells us, we shall not oppress a stranger, for we know the heart of a stranger. We were strangers once, too.

My fellow Americans, we are and always will be a nation of immigrants. We were strangers once, too. And whether our forbearers were strangers who crossed the Atlantic, or the Pacific or the Rio Grande, we are here only because this country welcomed them in and taught them that to be an American is about something more than what we look like or what our last names are, or how we worship. What makes us Americans is our shared commitment to an ideal, that all of us are created equal, and all of us have the chance to make of our lives what we will. That’s the country our parents and grandparents and generations before them built for us. That’s the tradition we must uphold. That’s the legacy we must leave for those who are yet to come.

Thank you. God bless you. And God bless this country we love. 

(Miami) "Viernes de Tertulia" con William Navarrete



Viernes de Tertulia, evento artístico y literario, anuncia su jornada del mes de noviembre del 2014 con el escritor William Navarrete.

El programa Viernes de Tertulia, conducido por el escritor y periodista Luis de la Paz, es una producción del Creation Art Center, organización que preside Pedro Pablo Peña, director general del Miami Hispanic Cultural Arts Center, y cuenta con el patrocinio de Artes Miami, promotora cultural que preside la filántropa Aida Levitán.

Viernes de Tertulia tendrá su próxima actividad el viernes 21 de noviembre del 2014, a las 8:30 de la noche, en el 111 SW 5ta. Avenida, con la participación de William Navarrete. Más información en el (305) 549-7711.

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William Navarrete nació en Banes, Cuba, en 1968. Historiador del arte, escritor, periodista. Es autor de unos 16 libros en los géneros de ensayo, poesía, cuento y novela. Colabora con numerosos periódicos y revistas y de manera permanente con El Nuevo Herald de Miami. Desde 1994 reside en París, FRancia, donde obtuvo en 1994 la ciudadanía de ese país. Es traductor independiente para la UNESCO y la Comisión de Derechos Humanos de Ginebra.

En los últimos años ha participado en numerosas Ferias, Festivales y Salones del Libro en Europa y Estados Unidos (Madrid, Valencia, Verona, Miami, París, Deauville, Niza, Fráncfort, Saint-Louis, Enghien-les-Bains, Cosne sur Loire, Provins, Narbonne, HAY Festival Xalapa, etc.) y organizado más de 100 eventos de tema hispanoamericano en la Maison de l'Amérique Latine de París. También ha sido curador de exposiciones de arte latinoamericano en diferentes galerías y espacios culturales en Francia.

Obtuvo el Primer Premio de Poesía "Eugenio Florit" que otorga el Centro de Cultura Panamericano de Nueva York por su poemario Edad de miedo al frío y la Medalla "Vermeil" de la Sociedad de Artes, Ciencias y Letras de París (2010) por su aporte cultural en Francia.

Fundó en 1999 la Asociación por el Centenario de la República Cubana en París y publicó un boletín cultural durante tres años (100 Años) y coordinó el libro del Centenario en donde participaron 28 especialistas de temas cubanos (Ed. Universal, Miami, 2002). Fundó en 2003 la Asociación por la Tercera República Cubana y lanzó desde París junto a otras organizaciones las campañas de apadrinamientos de periodistas independientes encarcelados durante la Primavera Negra.

Su novela La gema de Cubagua (Ed. Legua, Valencia-Madrid, 2011), fue publicada en francés bajo el título de La danse des millions (Ed. Stock, 2012, colección La Cosmopolite). Su última novela es Fugas (Ed. Tusquets, 2014) se ha presentado en Lima, México, Bogotá y Miami.

(acuse de recibo) Enlac​e directo para contribuir HOY al Museo Cubano

 
Amigos:
 
Aquí está el enlace -el link- directo para entrar en la página del Museo Cubano durante GIVE MIAMI DAY, que es HOY, 20 de noviembre de la medianoche hasta la medianoche mañana. 24 HORAS PARA CONTRIBUIR CON LA LABOR DEL MUSEO CUBANO...

A nombre de la Junta de Directores, mil gracias. Ileana Fuentes


click en el enlace para donar hoy: https://givemiamiday.org/#npo/cuban-museum-inc
 
1500 South Dixie Highway Second Floor
CORAL GABLES, FL 33146
(305) 667-9007
http://www.cubanmuseum.org

To preserve Cuban cultural heritage and be the hub of Cuban emigre arts and humanities of the post-1959 era, so that future generations of diverse ethnic and national origins that live and/or visit South Florida can learn about the history of the Cuban diaspora both in the U.S. and around the world.

View Full Profile
http://miamifoundation.org/page.aspx?pid=520&orgId=a1210392-dd09-40db-a4fb-66ec3dd822cb


Disidentes cubanos y el Embargo de los Estados Unidos (por Jennifer Hernandez)

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Berta Soler. Líder de las Damas de Blanco (1):

“La posición de las Damas de Blanco es que debe recrudecerse. No oxígeno al Gobierno cubano, no acercamiento, porque no hay nada que vaya a beneficiar al pueblo de Cuba. Cuando existían el campo socialista y la Unión Soviética, en vez de evolucionar involucionamos. El Gobierno cubano lo que quiere es ganar tiempo para mantenerse en el poder”.

Jorge Luís García Pérez “Antúnez”, Líder del Frente Nacional de Resistencia Cívica y Desobediencia Civil Orlando Zapata Tamayo (2):

“Condenamos las acciones tomadas por la Cámara de Comercio de los Estados Unidos, al igual que toda iniciativa, que motivada por intereses económicos, intervenga los esfuerzos de los cubanos para alcanzar la libertad. No necesitamos inversiones en esta dictadura que oprime a los cubanos, lo que necesitamos es que el mundo, y los exiliados, apoyen a la resistencia civil”.

Antonio Rodiles, “Estado de SATS” director (3):

"Resulta vergonzosa esta embestida anti embargo asociada al silencio o apoyo de actores políticos dentro y fuera de la Isla. Las libertades fundamentales jamás han llegado por complacencia con los verdugos. Quienes sienten hoy miedo ante el tiempo que se les acaba deben escuchar palabras directas, el respeto a las libertades y derechos de sus ciudadanos es la premisa".

Rosa María Payá, (4):

“El levantamiento del embargo estadounidense no es la solución, porque no es la causa de nuestra falta de derechos políticos y económicos. Estoy a favor de una comunicación coherente, pero el compromiso y el diálogo no debería ser una recompensa para una élite militar que desde La Habana impone su agenda monológica sobre mi pueblo, mientras promueve la intolerancia y hostilidad con una impunidad absoluta”.

José Daniel Ferrer, Secretario Ejecutivo de la Unión Patriótica de Cuba (5):

"Todo acercamiento, toda cuestión entre cualquier país del mundo libre y Cuba, debe tener muy presente la situación de los derechos humanos. El régimen de los hermanos Castro es un flagrante y contumaz violador de los derechos humanos. En el punto en el que estamos, no sería ético, ni tampoco político, porque el régimen está condenado a desaparecer. No está bien que personas o instituciones, buscando beneficios económicos, quieran acercamientos".

Dr. Oscar Elias Biscet, Presidente de la Fundación Lawton y el Proyecto Emilia (6):

"Es una lástima que un periódico tan famoso como The New York Times se preste a hacer el juego al régimen de los Castro y estimule a sus nacionales y a otros ciudadanos del mundo a un acercamiento con una tiranía despiadada".

Guillermo Fariñas, (7):

“Sería un error el levantamiento unilateral de las restricciones de viajes de los norteamericanos a Cuba porque eso significaría una fuente de ingresos insospechada para un gobierno que está desesperado por obtener divisas para seguir controlando políticamente el país, ya que su salvavidas, que es Venezuela, se está desinflando”.

Manuel Cuesta Morúa, Secretario General del Partido Arco Progresista de Cuba (8):

"El embargo es un instrumento político que persigue objetivos políticos a partir de una perspectiva, de un diseño. Cuando ese instrumento político se desfasa de las esencias coyunturales del escenario que trata, queda fuera de lugar, y eso le ha pasado un poco al embargo, que el Gobierno cubano ha logrado manipularlo".

Yoani Sánchez, (9):

“El gobierno ha amplificado la real importancia del embargo. Yo voy a las tiendas de mi país y la mayoría de los productos dice ‘Hechos en Estados Unidos’. Por tanto no creo realmente el impacto económico no sea tal. Y se convierte en un argumento para explicar el descalabro económico y explicar las faltas de libertades”.

René Gómez Manzano,(10):

 “Retirar el embargo sería un error si Cuba no garantiza el respeto integral de los derechos humanos. Cualquier negociación que no tenga esto como fundamento, es perjudicial para Cuba y también para EEUU. Si EEUU concede créditos a Cuba van a ser los contribuyentes norteamericanos los que paguen el sostenimiento del castrismo”.

Laritza Diversent, (11):

“Quitando el embargo queda todo claro, porque no va a disminuir la represión policial, y no es cierto que la represión sea sólo contra los disidentes. Es contra todo el pueblo”.

Juan Carlos González, 12):

“Si se levanta el embargo de la manera que aboga el New York Times, Cuban tendrá 50 años más de miseria, 50 años más de criminalidad estatal, y 50 años más de tortura”.



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Notas

1) “Disidentes cubanos expresan consternación por carta de personalidades”. InterAmerican Security Watch. InterAmericansecuritywatch.com. May 20, 2014.
2) “Over 550 Cuban Democracy Activists Reject Efforts to Ease Sanctions.” Capitol Hill Cubans. Capitolhillcubans.com. June 6, 2014.
3) Ibid.
4) Payá, Rosa Maria. “El problema en Cuba es la falta de libertad, no el embargo”. Panam Post. Panampost.com. October 31, 2014.
5) Ibid.
6) Cepero, Alfredo. “La oposición cubana y el levantamiento del embargo”. Cuba Democracia y Vida. Cubademocraciayvida.org. October 29, 2014.
7) Gamez Torres, Nora. “Fariñas teme por su vida y denuncia que “intentaron comprarle” en Estados Unidos”. El Nuevo Herald. October, 30, 2014.
8) “Cuesta Morúa: El embargo es un instrumento desfasado que el Gobierno 'ha logrado manipular'”. Diario de Cuba. Diariodecuba.com. July 12, 2013.
9) “Yoani Sánchez habla sobre el embargo a Cuba.” Telemundo. Telemundo.com. March 15, 2013.
10) “Diario de las Américas: René Gómez Manzano: “Retirar el embargo sería un error”. Cubanet. Cubanet.org. June 16, 2014.
11) Santana, Ernesto. “Viendo a Cuba a través de sus leyes”. Cubanet. Cubanet.org. March 22, 2012.
12) Gonzalez, Mike. “This Blind Dissident Tells the New York Times What They Have Wrong on Cuba.” The Daily Signal. Dailysignal.com. November 4, 2014.

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*Jennifer Hernandez is a Research Assistant at the Institute for Cuban & Cuban-American Studies, University of Miami.

Ariadna Gutiérrez, Miss Colombia 2014

 
 
 
 
 


(EU) Por primera vez en los 80 años de historia del Concurso Nacional de Belleza, el departamento de Sucre logró llevarse la corona. Se trata de Ariadna Gutiérrez Arévalo quien desde su llegada a Cartagena para participar en el certamen se mostró como favorita.

La actual Señorita Colombia tiene 20 años de edad, sus medidas son: 85-63-90. Es modelo y mide 1.78 metros de estatura y durante el certamen uno de sus puntos más altos fue el manejo de la pasarela y las cámaras. (sigue)

Tuesday, November 18, 2014

Francisco: "La vaca colabora" y el "chancho se compromete"

 
 
ROMA, 18 Nov. 14 / 05:18 pm (ACI).- El Papa Francisco arrancó risas a un grupo de jóvenes reunidos en el Vaticano al recurrir a una metáfora del humorista argentino Luis Landriscina sobre el “sándwich de jamón y queso” para animar a los jóvenes cristianos a comprometerse en recuperar la dignidad de las personas.
 
Hablando en español, el Papa Francisco se dirigió al simposio de jóvenes contra la prostitución y la trata de personas, celebrado en la Casia Pio IV del Vaticano del 15 y 16 de noviembre.

En su alocución que ha sido difundida en YouTube, el Papa Francisco recordó las palabras de Landriscina, “quien hacía ver la diferencia que hay entre colaborar y comprometerse. Todos tienen que colaborar, pero los cristianos tenemos que comprometernos. Landriscina decía: ‘La vaca cuando nos da la leche colabora para nuestra alimentación. Se da la leche y se hace el queso, y entonces hacemos un sándwich. Pero un sándwich de queso es un poco soso, entonces hay que ponerle jamón. Vamos a ver al chancho, y el chancho para hacer jamón no colabora, da la vida, se compromete’”. (sigue)

Pongamos por caso (por José M. Fernández Pequeño)

Nota del blog: Agradezco al escritor y amigo  José M. Fernández Pequeño (www.palabrasdelquenoesta.blogspot.com), que comparta este texto de su reciente libro "El Arma Secreta" (Editora Nacional, Ministerio de Cultura, 2014), Premio Nacional de Cuentos “José Ramón López” en la República Dominicana, con los lectores del blog Gaspar, El Lugareño.

Recomiendo la lectura de la reseña hecha por el escritor Félix Luis Viera en Cubaencuentro.com: “El arma secreta”, de José M. Fernández Pequeño y de Fernández Pequeño responde una entrevista impertinente en el website Cruzar las Alambradas del escritor Luis Felipe Rojas

La presentación en Miami será el viernes 5 de diciembre de 2014, a las 7:00 pm, en el Centro Cultural Español de Miami (1490 Biscayne Boulevard, Miami, Florida, 33132).

El libro se puede adquirir en Amazon (http://www.amazon.com/gp/product/9945492446)




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Veredicto del Jurado del Premio Nacional de Cuentos
 “José Ramón López” correspondiente al año 2012:

V e r e d i c t o

Los abajo firmantes, integrantes del Jurado del Concurso Nacional de Cuentos José Ramón López, correspondiente al año 2012, patrocinado por El Ministerio de Cultura de la República Dominicana


OTORGAMOS

A unanimidad el premio a la obra El arma secreta, escrita por José M. Fernández Pequeño, atendiendo a la asombrosa profundidad narrativa que el autor desarrolla en los nueve relatos del libro, en la cual reivindica el arte y la maestría de narrar, a partir —más allá de la memoria— de una profunda observación de los desconciertos que la postmodernidad introduce en los países del tercer mundo, contaminándolos y vinculándolos —tras la destrucción de sueños y promesas— a la realidad de los fracasos. Así, Fernández Pequeño une y desune la noción de memoria, historia y desconcierto en los relatos que configuran su libro, en una muestra de excelencia narrativa.

En Santo Domingo, Distrito Nacional, a los veinticuatro días (24) del mes de junio, del año dos mil trece (2013).

Ángela Hernández; Armando Almánzar Rodríguez; Efraim Castillo
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Pongamos por caso

 por  José M. Fernández Pequeño



Pasos en el apartamento de arriba, eso era el ruido, y no golpes en una puerta como creí cuando desperté. Iban y venían haciéndose más débiles o más fuertes según salieran o regresaran a la habitación principal, y así estuvieron un rato las pisadas, retumbando por el techo. ¿Qué mujer usa esos jodidos tacones a las cuatro de la madrugada?, me pregunté en el momento que los pasos se detuvieron encima de mí y quedó un silencio molesto, una soledad que me dejó a la espera de algún sonido, cualquier cosa que alterara el murmullo del aire acondicionado y acabara con aquella expectativa insomne. Por fin las pisadas reiniciaron su golpeo, ahora fofo, y no duraron mucho ni volvieron a salir de la habitación. Se sintió el quejido que produce una cama al ser arrastrada ligeramente para rectificar su posición y luego el silencio.

Durante los siete u ocho años que llevo durmiendo ocasionalmente en el apartamento de la Ponce nunca había ocurrido algo así. De más está decirte que no volví a pegar un ojo el resto de la madrugada. Y mira que traté, sí que traté. Daba vueltas en la cama queriendo recordar a la muchacha del octavo piso como debí verla en las ocasiones que me crucé con ella entrando o saliendo del edificio. Solo me venía a la cabeza una mujer delgada, más alta que baja, y distante; no, distante no, mejor pendiente de sí misma. Una mujer vestida con ropa de colores claros. Como no iba a encontrar una cara para aquel cuerpo borroso, salté de la cama y me puse a clasificar por su tamaño y posibilidades de abordaje las empresas públicas que saldrán a cotizar el seguro después de diciembre. Bien sabes el dinero que costó llegar hasta esa información…

Cuando bajé, pasadas las siete y media de la mañana, en la oficinita de la administración nada más se veía a Güiri, el haitianito que limpia las áreas comunes y duerme por las noches en el vestíbulo del edificio. No importa cuál sea la circunstancia en que lo encuentres o si ya te ha saludado cien veces ese día, Güiri siempre está eufórico, feliz de verte. Es un estado de ánimo que no puede evitar, anda tú a ver si el mejor sitio que ha encontrado para vivir en este país. Me recibió con su habitual grito de alegría:

–¡Tranquilo patró!

Nunca he llegado a entender si en esos casos Güiri quiere asegurarme que él está tranquilo o me está pidiendo que lo esté yo. En fin, le pregunté por Onésimo, el administrador.

–Ah, no sabe patró, desde ayer no sabe.

No había que dudarlo, cualquier información que dejara con el haitianito sonriente se perdería en el mar de la euforia. No obstante, pequé:

–Dile cuando llegue que necesito hablarle, que me llame a la oficina o al celular –y le dejé mi tarjeta, que él no intentó leer.

El administrador no me llamó ni yo me acordé más del asunto. En ese momento, con el día comenzando, te confieso que estaba molesto y curioso al mismo tiempo. Pongamos que cincuenta y cincuenta. Había ido a dormir en el apartamento de la Ponce buscando la paz que la migraña de Tatiana no me iba a permitir en la casa, y terminé encontrándome con una loca que hundía la madrugada a taconazos. Era el colmo, y lo era todavía más que yo no recordara el rostro de una mujer joven, puede que hasta bonita, con la que me había cruzado varias veces... Mal augurio para un día en el que íbamos a necesitar mucha concentración si queríamos discutirle la Corporación Eléctrica a los de Seguros Nacionales.

Y, para que veas cómo son las cosas, ese fue uno de los mejores días que hemos tenido por acá últimamente. Me lo has oído decir mil veces, nadie puede vender un seguro si no convence de su propia seguridad al cliente. ¿Sabes cómo se me ocurrió la contraoferta que mandamos cerca del mediodía? Estaba leyendo el reporte de nuestra informante en la Corporación, cuando una de las muchachas de limpieza, no sé cuál, dijo en el pasillo:

–Uh, las de Domino´s son más ricas. Las de Pizza Hut casimente ni saben a tomate.

Ahí me dije, pues vamos a poner más tomate en nuestra pizza, a puyar donde sabemos que los de la Corporación no están contentos con el paquete de Seguros Nacionales. Y di órdenes para que nuestra oferta incluyera atención personalizada las veinticuatro horas y cobertura odontológica sin subir la prima. Tú te espantaste, ¿verdad o mentira? Pero estábamos hablando de una empresa que factura cinco millones al mes. ¡Cinco millones! ¿Y qué pasó? Antes de que terminara la tarde nuestra informante llamó para decir que el director de la Corporación Eléctrica había indicado estudiar nuestra oferta como prioridad uno. Lástima que después no mantuviéramos esa agresividad…

Esa tarde fuimos a Olé Restaurant, ¿te acuerdas? Me sentía más contento que el carajo, pero entre los brindis de la cena y el relajo con el karaoke me tomé cinco o seis copas de Proseco y empecé a sentirme un poco mal. Llegué al apartamento de la Ponce faltando ocho minutos para las diez, mareado y con una chicharra sonándome en los oídos. Tanto, que me tiré en la cama sin pasar por la ducha y creo que estaba dormido antes de caer encima de las sábanas, te lo juro.

Desperté alrededor de las tres con un dolorcito no muy fuerte pero insistente en la boca del estómago. Estuve como diez minutos tratando de jugarle cabeza al insomnio, a ver si me la perdonaba esa noche. Vírate para acá, vírate para allá, trata de no pensar en nada, que ninguna cosa te preocupe a esa hora… tápate la cabeza con la almohada para no oír el murmullo del aire acondicionado… Había decidido ya ir a la cocina y tomarme una pastilla Tums, cuando sentí que los pasos venían retumbando como cañonazos por el techo. ¿Pero será que esa mujercita no duerme una noche completa, Dios mío?, me quejé. ¿Y de dónde sacará esos tacones?

Todos los apartamentos en el edificio de la Ponce tienen la misma distribución. Esa noche, completamente despierto y atento, me fue fácil seguir el desplazamiento de la mujer, incluso pude pronosticar varias veces un rumbo antes de que lo tomara. Su trayecto hasta el baño fue seguido de un silencio, y después los breves golpes de quien retrocede dos o tres pasos para verificar algo en el espejo del botiquín; pongamos por caso, si el maquillaje quedó bien retirado. De regreso a la habitación, hizo una parada en el mismo centro, probablemente para disfrutar en el espejo de pared la operación de quitarse la ropa, el asombro de ver resurgir el cuerpo propio en medio de la madrugada, la coquetería de girar para calibrarse por todas partes. Luego era inevitable que avanzara hacia la cama y, sentada, gastara otro silencio en zafar el sostén, desabrochar los zapatos y dejarlos caer con dos golpes vanos sobre el piso. Ahí supe que caminaría en pantis y chancletas hacia el clóset antes de que ocurriera, y mi premio no se hizo esperar. Los pasos frotados, casi podría decir que pícaros, iban dejando evidencia suficiente para sospechar que la muchacha era consciente de mi atención, que de alguna extraña manera el regodeo de aquellas pisadas al regresar hasta la cama tenía un destinatario: mi insomnio. Entonces llegó el silencio. ¿Qué pasa si subo y le toco a la puerta?, me pregunté… No me mires así, claro que no subí; después de todo este tiempo trabajando juntos, deberías conocerme mejor. Aquello estaba yendo demasiado lejos, me dije, hablaría sin falta con el administrador en cuanto amaneciera.

Encontré a Onésimo en el parqueo interior del edificio, maldiciendo una filtración cuyo arreglo, según él, ya había pagado por lo menos tres veces. Onésimo es un moreno claro y no muy viejo, cuarenta y uno o cuarenta y dos años como mucho, que me miró con cara de solo esto me faltaba cuando le pregunté cuál sería la mejor hora para hablar con la vecina del octavo piso.

–Uuh, hace más de un año que a la señorita no se le ve por parte –me respondió como quien aclara algo que todos deberían saber–. Su abogado vino hará unos meses y me dijo que quieren vender el piso, pero sin poner carteles ni contratar inmobiliaria. Se lo he mostrado a un par de personas, pero imagínese...

En aquel momento no había nada que mi cabeza soñolienta quisiera imaginar. Preferí dejar el asunto ahí. Le dije que tampoco corría tanta prisa, que luego podía hablar con el abogado, y dándole la espalda me dirigí hacia el vehículo. Ya tenía la puerta abierta cuando el hombre casi gritó:

–Siempre a su servicio, mi don. Y mire qué casualidad, el abogado de la señorita tiene una Ford Explorer pimpún a la suya, nada más que gris.

Apenas llegué a la oficina, y luego de comprobar que no había noticias frescas de la Corporación Eléctrica, hice dos cosas. Primero envié al mensajero hasta el Tribunal de Tierras con la misión de averiguar a nombre de quién estaba registrado el octavo piso en el edificio de la Ponce. Luego llamé a mi hermano:

Good morning. I’m William Corría, may I help you? –respondió con la suficiencia del que tiene todas las soluciones a mano.

Como sabes muy bien, mi hermano William vive en Nueva York. ¿Te acuerdas cuando le organizamos aquel almuerzo en casa para fin del año pasado? Claro, por supuesto... Bueno, el asunto es que ese día de la llamada, después de los saludos y las noticias sobre parientes de acá y de allá, le pregunté si en esa visita había sentido pasos de madrugada en el apartamento de la Ponce.

–¿Pisadas dices? Oye pichón, vete a ver lo que estás tomando. Recuerda que el alcohol siempre te dio durísimo.

El mensajero demoró como hora y media en regresar con la información. El apartamento del octavo estaba registrado a nombre de Laritza Cite Busquet, ciudadana mexicana que, si el documento de identidad fotocopiado no mentía, en este momento debería de tener treinta y tres años cumplidos. Repuse los doscientos pesos que el mensajero gastó en ablandar al encargado del Tribunal de Tierras y, ni corto ni perezoso, sometí el nombre recién adquirido a ese imperio del chisme que es Internet. En este planeta de mierda nadie se salva de un clic a tiempo, júralo. Entre otras relativas a la Cité des Arts y las ofertas para buscar cualquier cosa, incluyendo la fuente de la eterna juventud, Google me regaló tres entradas sobre el nombre de mi interés.

En la más antigua, una muchacha caminaba sola por una orilla que se supone fuera del lago Chapala, si nos atenemos al comentario que acompañaba el brevísimo video colgado en YouTube. El viento movía su bata blanca pero en la grabación no había sonido ni textos que explicaran más, solo la mujer que me tropecé varias veces en la entrada del edificio, ahora caminando junto al agua. Frente a ese andar melancólico, delicado, de veras costaba trabajo creer que aquellos piececitos descalzos fueran capaces de producir los estruendosos pasos que habían puesto patas arriba mis dos últimas madrugadas.

En la segunda entrada la persona de ese nombre ofrecía en venta de ocasión por motivos de viaje urgente un BMW prácticamente nuevo, sin otro dato que un teléfono en Monterrey, el nombre de una tal Odette como contacto, y la absoluta seguridad de que los interesados no se arrepentirían por haber llamado.

En la entrada más reciente, colgada hacía ocho meses, Laritza Cite Busquet ni caminaba ni ofrecía. Estaba muerta, y no precisamente por propia voluntad, enfermedad repentina o accidente. Le habían dado seis balazos en un barrio de Tegucigalpa, todos en la espalda y la cabeza. ¿Qué te parece?

En una nota breve y con pocos detalles, El Mensajero de Honduras informaba que el cuerpo de la mujer apareció tirado a la entrada de un callejón. Los asesinos no se habían molestado en quitarle el dinero ni los documentos de identificación, pero sí se tomaron su tiempo para ponerle encima un papel escrito a mano dejándole recuerdos de Guadalajara y Cabarete. Luego de esto, la periodista se gastaba un párrafo casi tan extenso como el resto de la nota reclamando a las autoridades hasta cuándo iban a permitir que la población viviera en la más absoluta indefensión frente al crimen organizado. Nada más.

Leía la nota por tercera vez, a punto de cruzarme al Departamento de Reclamaciones y decirles un par de vainas para que dejaran la chercha con un jodido satélite americano que al parecer se había descontrolado, cuando entraste a la oficina para decirme que la gente de la Corporación Eléctrica se reuniría a las dos de la tarde con los de Seguros Nacionales. La vida está llena de sorpresas y nadie lo sabe mejor que quienes nos dedicamos al negocio de atajar riesgos.

El resto de ese día es una historia que crees conocer bien. Que tu informante en una corporación del Gobierno también lo sea de la competencia, solo significa que no le ofreciste el dinero suficiente porque, a fin de cuentas, si es desleal con su empresa dándote información restringida, a quién le va a extrañar que sea desleal también contigo. Esas son cosas que pasan todos los días y no hay por qué tirarse a morir, aunque en este caso significaba la casi segura pérdida de una cuenta que factura cinco millones de pesos mensuales. Y hablando de morir, a las cuatro de la tarde, cuando ya era firme que Seguros Nacionales había ampliado la cobertura para enfermedades catastróficas y estaba a punto de cerrar un preacuerdo con la Corporación de Electricidad, envié un correo electrónico a la periodista que firmaba la nota en El Mensajero de Honduras.

No me mires así... Le dije que escribía a nombre de los vecinos de Laritza en Santiago, que estábamos espantados con la noticia de su muerte, que nos gustaría tener detalles más precisos porque ella era muy querida aquí, y toda esa cotorra del vecino solidario... Está bien, está bien, pongamos que no fue el impulso más cuerdo de mi vida, pero digamos también que a esas alturas del día las cosas se habían vuelto bien extrañas. Y no porque tener casi perdido el contrato con la Corporación Eléctrica fuera tan terrible, cosas peores nos han pasado en este negocio y lo sabes. Me refiero a que se percibía algo raro en el ambiente, lo mismo en la oficina que en la calle… un grosor o un brillo distintos, no sé… va y eran cosas mías.

Pero juzga por ti misma. Camino a la casa, me bajé a comprar la loto en el mini-mercado de la Avenida Metropolitana. Al frente, en la cancha del círculo social, seis muchachones jugaban baloncesto con una pelota deformada por dos protuberancias, de modo que parecía un balón de fútbol americano, y al driblarlo no era posible predecir hacia dónde saldría el bote. Ninguno de los carajos intentaba tirar al aro con aquel adefesio, todo lo que hacían era descuajarse de la risa viendo las posiciones ridículas que ponían cuando intentaban controlar el drible. Bueno, gente sin cosa mejor que hacer la encuentra uno en todas partes, pero cuando vine a caer en cuenta, yo mismo llevaba como diez minutos viendo las tonterías de esos buenos para nada.

En la casa, las niñas daban carreras con unas toallas amarradas al cuello y apenas logré que se detuvieran a saludarme. Por la nana supe que aquellas no eran toallas sino las capas que les ayudarían a levantar el vuelo y detener el malvado satélite americano antes de que destruyera la Tierra. Mi madre no estaba encerrada en su cuarto con la telenovela y escogió precisamente ese anochecer para seguirme por todas partes, preguntándome si me acordaba de no sé quién, el hijo de qué sé yo, aquel que fue pareja de mi prima Carla en su fiesta de quince, todo lo cual había ocurrido en uno de los años setenta que ella no lograba precisar, mientras yo tomaba las precauciones de rigor para quitarme el jabón de la cabeza sin que me entrara agua en los oídos. Ya sabes que soy un imán para las infecciones en los oídos.

Por último, ay dios de los excesos, Tatiana no olía a mentol, y al parecer a salvo de una migraña fulminante, dio en sentarse a la mesa, justo frente a mí, y torturar la cena interrogándome sobre lo que había hecho yo en las dos últimas noches. Te lo digo, algo raro andaba en el ambiente porque en los últimos tiempos la migraña había sido para mi mujer un escondite tan bueno como la euforia lo era para Güiri, el haitianito de la Ponce que ya te mencioné. Cuando saqué el carro del parqueo, Tatiana no hablaba por teléfono con alguna de sus amigas y por tanto le sobró tiempo para satisfacer una repentina necesidad de despedirme:

–Guarda un poco de calor para los tuyos –eso dijo.

En fin, parecía que todos se habían puesto de acuerdo para manifestarse de una forma inusual, y sé que lo entiendes porque eres mujer y porque conoces a mi madre y a Tatiana. ¿Te acuerdas de la vez que las acompañaste al zoológico? Camila llegó a la casa excitadísima, diciendo que se le habían caído los lentes en el tanque de las tortugas y te habías atrevido a meter la mano para sacarlos. Todavía habla de eso a veces, ya sabes cómo son las niñas de impresionables con el asunto de los héroes y las competencias.

Bueno, pues esa noche llegué al apartamento de la Ponce cerca de las once y me puse a consolidar los reportes del trimestre. A mucha gente le gusta trabajar oyendo música. Yo prefiero el audio de las noticias en el televisor. La BBC especulaba sobre los planes que daría a conocer la Comunidad Económica Europea para amansar la crisis en Grecia, mientras Televisión Española pasaba un reportaje acerca de los indignados que acampaban en Barcelona. Todo eso sonaba muy lejos. A fin de cuentas, yo estaba indignado por haber perdido la cuenta de la Compañía Eléctrica y nadie me iba a compadecer, ni siquiera si me quitaba la ropa en plena calle Las Carreras.

Me decidí por CNN, que al menos daba informes periódicos sobre el satélite americano salido de control y en caída libre hacia la tierra. Eso sonaba a ciencia ficción hecha realidad, y como iban de extrañas las cosas, no era de dudar que en cualquier momento apareciera una de mis niñas en la pantalla explicando al mundo los complicados cálculos que le habían permitido determinar el lugar exacto de este acongojado planeta donde caería el aparato loco.

Al momento de entrar tu correo de esa noche, la situación del supervisor asignado a Puerto Plata se iba haciendo preocupante, con un descenso significativo en los clientes captados respecto al trimestre anterior, algo menos esperado que tu noticia sobre la pérdida definitiva de la Corporación Eléctrica. No había terminado de apretar la tecla de delete para esfumar tu nefasto correo, cuando llegó la respuesta de la periodista hondureña.

Haga uno lo que haga, siempre hay un testigo, y el asesinato de mi vecina no era la excepción. Una escritora cubana que estaba de visita en un barrio de cuyo nombre nadie podría acordarse vio parte de lo ocurrido. Eso decía la periodista, y agregaba que la escritora dormía esa madrugada, cuando creyó sentir unos pasos que corrían, y como el callejón situado detrás de la casa era de tierra, las pisadas le sonaron tétricas, o al menos eso dijo la cubana, que se asomó y no vio que nadie corriera, sino a tres hombres bajando de un vehículo todoterreno. Los tipos miraban hacia el fondo del callejón, hablaban entre ellos, y por fin abrieron las puertas del vehículo, pusieron música en el estéreo y arrancaron a beber directamente de una botella.

Como los fulanos seguían ahí muy despreocupados, bebiendo y chillando canciones de Camilo Sesto, la escritora pensó que era un grupo de parranderos y se durmió en algún momento. Hasta que los disparos la despertaron otra vez. Fueron unos estampidos broncos, que la música del estéreo no logró acallar por completo, según dijo la cubana, quien volvió a asomarse muerta de miedo y vio a la mujer tirada bocabajo sobre la tierra, mientras los hombres montaban en el vehículo y se iban. Resulta que el callejón no tenía más salida que esa, así dijo la periodista, de modo que los tipos habían decidido esperar a la mujer divirtiéndose hasta que ella decidiera salir. Debe haber sido una pesadilla para mi exvecina, escondida y viendo pasar el tiempo, sabiendo que la llegada del amanecer sería también la de su muerte, y esto último lo digo yo.

Cuánta verdad y cuánta mentira hay en todo eso, nadie podrá saberlo. No olvides que la cubana es escritora y esa gente tiene el hábito de confundir las cosas. Fíjate que no dio permiso para que publicaran su declaración, ni siquiera con la promesa de mantener su nombre en el anonimato. La mujer estaba aterrorizada por lo que pudiera pensar el gobierno de su país cuando regresara, o por lo menos eso le dijo a la periodista, que se quedó con el moño hecho porque El Heraldo de Honduras le prohibió publicar una palabra más sobre el tema cuando supo que veinte días antes, más o menos, la policía dominicana había decomisado un alijo de cocaína en la playa de Cabarete, tras lo cual fueron asesinadas cuatro personas aquí, en este mismo Santiago de los Caballeros que a diario recorremos tú y yo tan tranquilos. Dos de los muertos eran mexicanos y todos tenían encima un cartel parecido al que le dejaron a mi vecina en aquel barrio de Tegucigalpa. Eso dijo la periodista y lo verifiqué yo hace unos días llamando a un amigo en el periódico La Información.

A ver, teníamos una trama criminal, un jodido fiasco en el negocio y un satélite americano probablemente a punto de caernos encima. Lindo panorama, ¿verdad? Pues esa noche volvieron los pasos en el octavo piso. Llegaron a las tres y quince, medido por mi reloj, con la puntualidad de quien cumple un compromiso. Los sentí venir desde la sala y entrar al comedor, donde me encontraba. Los acompañé rumbo a la habitación principal y allí esperé todo el tiempo que se detuvieron en el lado izquierdo, probablemente mientras su dueña iba depositando sobre algún mueble la cartera, el reloj, los anillos, los collares, los aretes, y quizás algún otro artefacto de la femenina vanidad. Luego volvieron al comedor e hicieron silencio por un tiempo aún más prolongado. ¿Estaría la mujer sentada frente al televisor? ¿Vería en ese momento la cara de alivio con que el especialista de la NASA informaba en la pantalla que el satélite fuera de control caería en el mar, a no sé cuántos kilómetros de Cabo Verde, en un punto donde solo podía asustar a los peces?

Bajé al parqueo, saqué la pistola y la linterna de la guantera del vehículo y desperté a Güiri, que pegó un brinco en el sofá del vestíbulo y miró hacia el arma en mi mano con un brote de terror:

–¡Tranquilo, patró… todo bié, todo bié! –imploró.

Le ordené que buscara las llaves del octavo piso y subiera conmigo. En el ascensor no hizo preguntas ni comentarios. Iba encogido, mirando el piso, probablemente intentando evaluar las nefastas consecuencias que todo aquello traería para su precaria situación de extranjero pobre e indeseado, además de ilegal. Cuando abrió la puerta del apartamento, la oscuridad y el encierro más completos nos echaron encima un aliento tibio como la tristeza, una soledad casi desfachatada. Dentro no había lo que se dice absolutamente nada, si descontamos un par de hojas de periódico tiradas en la sala. Cualquiera diría que por aquellos pisos cubiertos de polvo hacía meses que nadie andaba, y la blancura de los tomacorrientes en las paredes y de las bases para las lámparas en el techo resultaba un insulto grosero e inexplicable en medio de tanta quietud.

Ya de salida, el detective que todos tenemos dentro sufrió un rapto de suspicacia y recogí las hojas tiradas en el piso de la sala. Pongamos por caso que hubieran sido restos de El Mensajero de Honduras, o de algún periódico mexicano que hablaba sobre los carteles de la droga… a esa hora cualquier cosa hubiera servido para hacerme sentir menos ridículo. Pero no, eran simples pedazos de un Listín Diario viejo que ni siquiera traía la noticia del alijo de drogas confiscado en Cabarete. Por suerte a Güiri no era necesario darle explicaciones, con cien pesos resultaba suficiente para que fuera a tirarse en el sofá del vestíbulo, celebrando el final feliz de la sorpresiva expedición.

Eres mi asistente desde hace casi cuatro años y sabes que no soy hombre de andar creyendo en muertos que salen. Siempre me han gustado las cuentas claras: dos mujeres son cuatro tetas, y el resto son cosas de poetas. Recogí los reportes de negocio que había estado consolidando en el apartamento y bajé al parqueo del edificio. Seguía habiendo algo hinchado en la madrugada y los semáforos insistían en su innecesaria gesticulación de luces, que me salté sin aminorar la marcha del vehículo. Entré en mi casa con sigilo más propio de ladrón que de dueño. Ya en el cuarto, me desnudé poniendo cuidado en el empeño, cosa de no retar la sensibilidad extrema de Tatiana y su migraña hacia los más tenues sonidos, brillos y olores.

Terminaba de meterme bajo las sábanas, maldiciendo en silencio el afán de Tatiana por apagar el aire acondicionado durante la madrugada, cuando sentí una mano que buscaba en mi entrepierna. Cualquiera hubiera dicho que aquella mano había estado al acecho, esperándome, si tomamos en cuenta la forma lenta y segura con que fue sobando, engañoso preludio de la violencia que apartó las sábanas de un golpe y dejó sentado sobre mí el cuerpo de la mujer desnuda, como poseída, que respiraba hondo, y hondo comenzó a explorar su sexo usando mi sexo como instrumento.

Nunca perdí la lucidez esa noche. Con la conciencia de quien disfruta un episodio que le está ocurriendo a otro, o a uno mismo pero en otro momento, me sentí penetrar en la mujer, que se curvó hacia atrás buscando aire y comenzó a golpear con sus nalgas sobre el nacimiento de mis piernas, primero despacio y profundo, tap-tap-tap, luego cada vez más rápido e intenso, tap-tap-tap, cada vez más adentro, tap-tap-tap, cada vez más caliente… Repleto de una increíble claridad, vi crecer a la mujer en trance, con el rostro levantado hacia el techo como si nuestros sexos incrustados le propiciaran una comunicación inexplicable, inaudita, un entregarse suicida que nos habría lanzado de un empujón a la nada de no haber sido por el grito en que reventamos. 

Quedamos unos minutos tirados como quiera sobre la cama, sofocados. Al regreso del baño, Tatiana encendió el aire acondicionado y se tendió junto a mí. Pegando sus labios a mi oído derecho, dijo en un susurro: «No hay dudas, papito, tú eres mi macho». Luego dio la vuelta y se durmió. Yo demoré horas en coger el sueño, creo que me dormí quince minutos antes de que la alarma del Blackberry reclamara mi regreso al mundo de los despiertos.

Cuando salí para la empresa, Tatiana dormía desnuda y bocabajo, inmune a la frialdad que tan catastrófica ha resultado en los últimos tiempos para su migraña, mientras ofrecía a la vida un culo levantadito y orondo. Me detuve un momento, apreciándola desde atrás, tratando de seguir la quebrada de sus nalgas, que iba a perderse abajo, rumbo a un destino que desde esa perspectiva se presentía oscuro y misterioso. Era el mismo culo que estoy viendo desde hace quince años, de caderas un poco estrechas y nalgas proyectadas, que el tiempo comienza a puntear de celulitis por los lados. Pero a la vez había en su posición algo distinto, una actitud de reto que obligaba a reparar en el brillo de la piel, el delicado erizamiento de sus poros, los huequitos que flanquean la planicie de su baja espalda. No sé por qué te describo un paisaje que conoces bien, quizás solo para decir que esa mañana aquel culo me confrontaba con una arrogancia nueva, capaz de desafiar hasta a la mismísima muerte.

De las pisadas en el techo no sé, digamos que me confundí y escuché lo que no era. De hecho, no he vuelto por el apartamento de la Ponce. Han sido demasiadas las ocupaciones en casa, algo de lo que estarás enterada porque en los últimos días no me has visto darle a la oficina el calor de antes, o quizás por alguna otra fuente, ya sabemos que siempre hay un testigo para todo, hasta para lo más secreto. Y mira, aunque no me gustan las cosas que se explican mal, a lo mejor cuando haya tiempo me da por seguir investigando sobre mi exvecina. Pero como ella está muerta y nada puede hacerse al respecto, primero necesito ocuparme de mi mujer, que sí está viva, y en las muchas conversaciones de estos días me ha permitido descubrir por fin su misterio, uno tan íntimo que ahora mismo tengo la impresión de haber vivido quince años con una mujer a la que no conocía de verdad.

Bueno, ese es un tema complicado… Por ahora, te informo que a partir de este momento dejas de trabajar en la empresa y que espero no intentes acercarte a Tatiana otra vez. Ella está muy ocupada con otras experiencias; pongamos por caso, irse a dormir conmigo esta noche en el apartamento de la Ponce.

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“El arma secreta”, José M. Fernández Pequeño.
Editora Nacional, Ministerio de Cultura, 2014.
Imagen de portada: “Hojas y ojos” (1994), de Mario Grullón, Colección Eduardo León Jimenes de Artes Visuales, Centro León
ISBN: 978-9945-492-44-6






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José M. Fernández Pequeño: Escritor de origen cubano y nacionalizado dominicano. Ha publicado catorce libros en géneros como la crítica literaria, la narrativa, el ensayo y la literatura infantil. Se graduó de Licenciatura en Letras por la Universidad de Oriente, en Santiago de Cuba, y realizó luego estudios como asistente de dirección cinematográfica. Tiene una maestría en Ciencias de la Educación, mención investigación, por la Universidad de Camagüey, en Cuba, y la Universidad APEC, en República Dominicana. Ha desarrollado una larga carrera como profesor universitario, editor y gestor cultural.

Sus últimos libros son: Un tigre perfumado sobre mi huella (Editorial Cañabrava, 1999; Editorial Plaza Mayor, 2004), En el espíritu de las islas: los tiempos posibles de Max Henríquez Ureña (Editorial Santillana, Taurus, 2003), Cuentos para Angélica (Editorial Libresa, 2003; Editorial Oriente, 2005), La mirada en el camino (Universidad INTEC, 2006); Tres, eran tres (Grupo Editorial Norma, 2007); Distantes y distintos; comunicación profesor-estudiante en la universidad dominicana (ensayo, FUNGLODE, 2008, escrito junto a Jorge Ulloa Hung); Las voces y los ecos; incomunicación y brecha generacional en la universidad dominicana (Universidad Iberoamericana, 2012, escrito junto a Jorge Ulloa Hung), El arma secreta (cuentos, Editora Nacional de la República Dominicana, 2014). Su último libro de cuentos, “Memorias del equilibrio”, está aún inédito.
Entre los últimos premios que ha recibido están: Premio Memoria, de la UNESCO, en ensayo (1997); Premio Internacional Casa de Teatro, en cuento (República Dominicana, 2001); finalista en el Concurso Internacional de Literatura Infantil y Juvenil Libresa (Ecuador, 2003); Premio Nacional de Ensayo Pedro Francisco Bonó (República Dominicana, 2008); finalista en el Premio Iberoamericano de Cuentos Juan Rulfo (Francia, 2012); Premio Nacional de Cuento 2013 en la República Dominicana. Edita el blog Palabras del que no está (www.palabrasdelquenoesta.blogspot.com).
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Gaspar, El Lugareño Headline Animator

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