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Vicente, en las Mil y Una Noches
por Reinaldo García Ramos
Palabras para presentar a Vicente Echerri y su libro de relatos Doble Nueve
Es muy grato estar aquí hoy con ustedes para acoger el libro
Doble Nueve, de mi amigo Vicente Echerri. Agradezco al autor y a Salvat que me hayan invitado; para mí es un honor y una especial alegría. Y digo especial no sólo por la calidad del libro presentado y el placer literario que los lectores tendrán al recorrer sus páginas, sino (y sobre todo) porque así les puedo hablar de ciertos aspectos muy interesantes de la personalidad de este autor, que he observado a lo largo de los años.
Y permítanme ser muy claro y directo, para no ocupar mucho tiempo: Vicente es, sin la menor duda, la prueba más fehaciente de que Sherezada existió, de que no fue un invento de los geniales narradores de
Las Mil y Una Noches. Es más, y esto lo hará sonreír recordando a una célebre polaca que él conoció en Nueva York, es dable afirmar que nuestro querido trinitario es la reencarnación de Sherezada. Cualquiera de las personas presentes que lo conozcan bien y que hayan disfrutado de una conversación reposada con él, lo podrá atestiguar: si a este cubano le dan la menor ocasión de hacer un cuento, no sólo no lo podrán matar, sino que ni siquiera lo pueden empezar a juzgar. Al igual que la prodigiosa narradora del clásico de la literatura árabe, Echerri tiene una habilidad excepcional para hacer cuentos, para entrelazarlos y condimentarlos infinitamente. Esa habilidad se apoya en dos componentes esenciales: la prodigiosa memoria para los menores recovecos de una acción y el sentido del orden y la ironía, que pone esa memoria al servicio de la exposición ingeniosa, acentuando la intriga y el deleite en el ritmo con que se conocen los hechos narrados.
Los que hemos disfrutado de una sobremesa con él, escuchándole historias y leyendas de su Trinidad entrañable, sabemos muy bien que esas dotes constituyen un componente esencial de la personalidad de Vicente. Y son dotes innatas, y él las ha cultivado con ágil imaginación, pero en mi opinión son también una herencia de aquella cautiva ficticia que salvó la vida engatusando al sultán con sus relatos. Esos dones de narrador oral, de rapsoda que lucha por su supervivencia, tienen muchos aspectos. Obviamente, el más decisivo es la habilidad para capturar la atención del que escucha, o del que lee, y para suministrarle lentamente los detalles del hilo narrativo, en dosis controladas que sólo contribuyen a aumentar la intriga y los deseos de conocer el desenlace.
Pero otros aspectos se entrelazan con atributos peculiares de la personalidad de Vicente que también sus amigos conocemos bien; entre ellos, la pasión por un lenguaje acertado y por las descripciones minuciosas. Además, en su reencarnación de la princesa árabe Echerri no olvidó el entorno de la narradora: un salón placentero de suaves almohadones y libaciones deliciosas, un universo sin tiempo, sin prisas. Sherezada no entiende de horarios ni de plazos fijos. Los relatos de Vicente participan plenamente de ese espacio intemporal, clásico, en que lo más importante no es el final, sino las etapas por las que uno cruza para llegar a ese final, la degustación de ese transcurso.
Fotos enviadas desde Camagüey para el blog Gaspar, El Lugareño 
Imagen tomada del Adelante
Imagen tomada del Adelante
