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La poesía, consideraban nuestros ancestros (esos que, en aquellos primigenios tiempos de la especie humana, lanzaron los primeros sonidos para intentar explicar a sus congéneres la hermosa e inexplicable epopeya que era vivir entonces), resultaba el modo más exacto, preciso, perfecto para desnudarse en cuerpo y espíritu. Y así se mantuvo en las eras siguientes del hombre sobre la tierra: desde los ecos repetidos de los cantos de trabajo en las comunidades primitivas, los cánticos coreados de los guerreros en las distintas épicas vividas (o sufridas) por la humanidad, los himnos entonados en letanías místicas en las diferentes religiones, los réquiems para celebrar a los que se despiden del mundo en cualquiera de las culturas, las baladas de los juglares / bardos / rapsodas / bufones / copleros / histriones para recrear y regar de pueblo en pueblo las historias más apasionantes de cada región y las verdades más escandalosas o escondidas… hasta el simple balbucear gastado, sensiblero y seguramente cursi de alguien que lanza a los cuatro vientos el secreto de una pasión. Desnudarse y desanudarse en cuerpo y espíritu. Liberarse y volar, en simples y llanas palabras.
La poesía, también y mayormente, ha sido violada, mancillada, prostituida, por perpetradores que se han creído ser poetas, sin entender que es un don que no todos poseen. Convertida en mercancía ha sufrido los apañamientos más viles para hacerla vendible. Manipulada en su esencia discursiva y coaptada en su naturaleza múltiple, plural y polisémica ha sido convertida en propaganda y discurso para apoyar a políticos e ideologías que, también por naturaleza, detestan la poesía. Y luego de épocas doradas en que se la consideró la más importante de las creaciones de la inteligencia humana cayó en la desgracia de ser considerada un producto de minorías holgazanas y enloquecidas para minorías todavía más locas (por leer cosas tan enrevesadas y, encima, gastar dinero en una mercancía sin “ninguna utilidad”). Después, alcanzado este tiempo en que a cualquier cosa se le llama literatura y en que cualquiera puede decirse editor y publicar sus propios libros, la vemos transformarse en un aluvión aplastante y demoledor de horrenda, burda y pésima producción “poética” que desconoce los siglos de experiencia humana en ese tan sutil, espiritual y difícil magisterio de orfebre que es la verdadera poesía.
Cuba, mucho se ha dicho, es una isla de poetas. El aliento poético vibra, incluso, en la conformación del espíritu de nuestra nación, y son muchos los nombres de figuras fundacionales de “lo cubano”, incluido el ámbito de lo político y el pensamiento social, cuya producción poética configuró y alimentó el pilar cultural de esa isla: desde el cantar por siglos perdido (hoy rescatado) de los areítos taínos en los que se habla del paraíso que Cristóbal Colón descubriría mucho después, pasando por esa multiplicidad de búsquedas ontológicas del ser que fue la poesía de los siglos tras la conquista (léase Plácido, Milanés, Zenea, Casal, Heredia, Martí, y otros); continuando por esa gravitación y reformulación de lo cubano protagonizada por Boti, Poveda, Ballagas, los poetas de Orígenes encabezados por Lezama, Baquero, Eliseo Diego; consolidándose en esa rebeldía intimista e incómoda políticamente de Dulce María Loynaz, en la promiscuidad ecléctica y apasionante con la que José Kozer rearma las raíces de su isla o en el infierno crepitante de esa isla condenada a “la maldita circunstancia del agua por todas partes” que tanto dolía al gran Virgilio Piñera, hasta llegar a ese país que, en palabras de Manuel Vázquez Portal, se ve forzado a confesar que: “Soy un triste país / desdibujado / después de tanto calco minucioso”.
Isla de poetas, sin embargo y por desgracia, que lleva décadas calcándose a sí misma, encauzando en modelos idénticos, generalmente domesticados e inocuos, una producción que podría convertir a Cuba en una de las capitales mundiales de la poesía. Suerte que, al mismo tiempo, haya voces distintivas, con un poderoso estilo personal y un caudal aportador tan impresionante (pienso, por solo citar los que me marcaron personalmente, en Reina María Rodríguez, Ángel Escobar, Soleida Ríos, Raúl Hernández Novás, Roberto Manzano, Rafael Almanza, Frank Abel Dopico, Odette Alonso Yodú, Sifredo Ariel, León Estrada, Ramón Fernández Larrea, Alberto Rodríguez Tosca, Emilio García Montiel, Damaris Calderón, Alberto Sicilia, Carlos Esquivel) que los convierte en indiscutibles íconos poéticos en la historia de las letras cubanas.
Manuel Vázquez Portal, a quien no menciono antes con todo propósito, es uno de esos poetas distintos. Esta antología lo demuestra. Lo que lo diferencia de otros poetas de su generación y de las otras generaciones que han coincidido con él en su andar por la cultura cubana de las últimas décadas es que Vázquez Portal jamás ha alardeado de su condición y maestría poética. Sin proponérselo, quizás sin notarlo todavía, su propia vida es una consecuente reafirmación poética: ese desnudarse y desanudarse en alma y espíritu que vaga en la naturaleza de los genuinos poetas. Va por la vida escribiendo poesía con el ángel guía inseparable de los antiguos aedas: recopilando esa experiencia íntima e irrepetible que es su propia existencia, cuestionándose todo lo vital, personal e histórico, todo aquello que sea cuestionable:
Porque todo ha ocurrido: catástrofes y guerras
y todo se ha cantado en himnos y plegarias,
detesto los discursos, pero tengo derecho
al cristal con que veo, y no hablaré mucho
ni muy alto. Afirmaré tan solo que me hicieron
un mundo al pie de las tribunas y se han quedado
huecas las palabras. Los héroes de mi infancia
no eran tan legendarios ni el monstruo era tan fiero.
Émulo de esos aedas antiguos, la presencia de lo hermoso humano no le es ajeno:
Fuera de ti no encuentro más que sombras, si fuera
ando de ti, por tierras movedizas es que ando,
compañera de triunfos, de angustias compañera.
También, como otros poetas antiguos y modernos, se cuestiona, se interroga, se canta a sí mismo:
Me gusto porque soy un feliz prohibido.
No citarán mis versos
mientras dure la lluvia.
La poética de Vázquez Portal es prioritariamente intimista y sentimental; agresivamente cuestionadora y reflexiva y filosófica; apasionadamente callejera y espiritual y pendenciera. Apuesta profunda por la libertad en todas sus variantes, en todos sus alcances, en todos sus relumbres. Persecución obsesiva de los límites de esa libertad, convencido de que en ella estará su propia salvación, la iluminación de una honda espiritualidad que esconde tras lo campechano y burlón y hasta tosco de su andar por la cultura, la literatura, el periodismo, la vida:
Aquí, de barba blanca y de mirada ausente,
pasos trastabillantes, memoria de agujeros,
Una memoria de agujeros que, no obstante, no deja escapar su propio drama existencial ni aunque este insista en pasar a hurtadillas; el drama del cubano, del intelectual, del ciudadano común, abocado a luchar contra circunstancias adversas, impuestas por los poderes políticos que ha padecido (el de su infancia en una Cuba desigual, oscura y luminosa a la vez, aunque aún democrática; y, durante más de cuarenta años de su vida hasta su salida al exilio en 2004, el de esa otra Cuba timoneada hacia la miseria y la falta de libertades por la enfebrecida locura totalitaria de un maníaco): no morder la zanahoria que le tendían, no dejarse amordazar, padecer prisión por tamaña rebeldía, apostar por el exilio sin olvidar su tierra:
Quizás mañana vuelva por mis fueros
a esa isla que sueño y que me habita.
De noche su fantasma me visita
y escucho hasta el olor de sus potreros.
La poesía es, además, revelación. Ya se dijo antes: el verdadero poeta se desnuda y se desanuda en alma y en espíritu. De esa desnudez y esa soltadura de amarras brota, como los manantiales más puros, la esencia humana real del hombre carnal e imperfecto que suele cabalgar en comunión estrecha con el poeta. Lo admiraba ya por las múltiples pruebas que me ha dado de su calidad humana como amigo, maestro, cómplice de sueños y luchas; lo admiraba por su sinceridad aplastante, por su honestidad sin límites, por su humildad y valentía, por su entereza como cubano, por su sabiduría intelectual, por su fidelidad y su respeto reverencial al amor y la amistad. Confieso, ahora, aquí, que otra vez la poesía ha cumplido en un lector (este Amir Valle que escribe estas palabras) una de sus más antiguas, elogiadas y excelsas funciones: iluminar. Me ha permitido conocer más a fondo, a través de esta excelente antología poética, a ese ser humano excepcional, a ese inmenso poeta que es Manuel Vázquez Portal.
AMIR VALLE
Berlín, Alemania, abril de 2022
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Lomaciega
Para Roberto Manzano, Alex Pausides, Efraín Morciego, Raúl e Ibrahín Doblado, Emilio Surí, por las raíces, las tojosas; por Albis Torres.
Lazarillo de ti
te exhibo por el mundo.
Nación de sartanejos,
cabalgata febril de los abuelos
-fuego al volver las grupas-;
retrato de mi infancia,
sementera feliz de mis esencias,
cierto sabor de dicha en la memoria,
olores de abandono y de partida,
salmodia de la lluvia en los breñales,
vuelvo a ti cada vez que una pena
socava la estructura que eleva mis anhelos.
II
Jardín sin hipogrifos, pérgolas ni columpio,
cortina de bejucos que dan paso
al inmenso salón de los potreros:
mugidos y relinchos,
avispas condotieras lanceándome la oreja,
donde una fruta dulce bailaba en el rocío;
si el crepúsculo era, era un lago cetrino
y sus olas de yerba me inventaban el mar.
En el arroyo manso
esquifes diminutos caídos de los árboles
llevaban a la orilla
la triste hormiga náufraga,
y si busco en su espejo
no encuentro las congojas:
no habían, todavía, nacido las nostalgias,
ni se habían inaugurado los abismos.
III
Lagartos: mis dragones,
sólo llamas sus solemnes pañuelos,
sólo bravos rugidos su gentil quisquiqueo;
cocuyos: mis linternas,
guirnalda en los umbríos fantasmas del matojo;
mis duendes: unos güijes que nunca pude ver,
y la ceiba ceñuda,
mansión de los orishas,
esparciendo semillas en motas de peluche.
IV
Lomaciega,
mi madre cantando
-tonada quejumbrosa sin guitarra-
mientras vencía
la mugre
de rústicas camisas:
Vengo desde aquel breñal
donde anida la gallina.
Traigo olor de mandarina
y dulzores del panal.
Rumorea el platanal
en mi pecho. La sabana
es mi patria. La campana
morada de los bejucos
me fue enseñando los trucos
de engalanar mi ventana.
Pureza inmemorial de los sonidos.
solo un grillo a la sombra graneando su sonata,
melodía ululante del viento en los aleros,
redoblante de alas entrando al palomar,
un niño caminando
mientras bate una espiga
y en su mente
es la espada que le ayuda en sus miedos.
Alta tarde de azules deslumbrantes,
corceles de vapor trotando por su techo,
papalote perdido que se mudó a una guásima,
Novia –sin que ella lo supiera-
de suaves trenzas rubias
que me obligaba a escapar de sus pellizcos,
pompas iridiscentes,
-cascada de cristal-
filigrana de sol que cae de la batea:
- ¡muchacho, que eres lelo, deja las musarañas¡-
Y me mira muy cálido,
hondo hasta la caricia;
jugamos a que soy un viejo marinero
varado entre la espuma
de su terca labor:
trimbra otra vez
su voz entre las ramas:
Soy mango que en la vereda
enamora al caminante.
Pero en un gajo distante
mi corazón está en veda.
Me gusta escuchar la queda
canción que entre el espartillo
trina un pájaro sencillo
esperando la llegada
del hombre que en la alborada
me dio un beso junto al trillo.
Mi padre es un sombrero que cae sobre el taburete,
el humo del tabaco desdibujando el rostro,
la fuerza montaraz que me levanta
a la altura de un beso;
yo, pequeño Sancho Panza deslumbrado,
domando un suave trote en sus rodillas,
y su pecho,
la cuna donde mejor reposo.
Escucho entre murmullos que soy un hombrecito
y me acurruco fuerte,
implorando a sus brazos no me dejen crecer
V
Pero he crecido tanto,
Lomaciega,
mi reino, mi serrallo,
que no sé si es crecer
o irme pudriendo;
vuelves entre las brumas de un hosco laberinto,
han erigido sus tapias las tinieblas,
sus mapas cicatrices
sus grises melancólicos el tiempo.
Me pierdo
y me rebusco.
Tropiezo,
doy de bruces,
resbalo hasta el averno,
y cuando estoy muriendo
te reencuentro
y me aferro a tus tallos principales,
tus íntimos rizomas,
y salta una rabiche
y me saluda,
"Buenos días, tojosa;
buenos días, bejuco de boniato",
y pone una guayaba
su aroma en mis dolencias
y viene aquella novia
que con sus trenzas rubias
-benignas sierpes de bordar el amor-
teje una cuerda fiel
y me la lanza
y entonces soy Perseo venciendo al minotauro.
VI
Lomaciega,
relincho desbocado,
coces sobre mi pecho, resonando.
República al galope sin permiso,
sartanejos mambises
donde aprendí la ley del desafío.
Te domé y me domaste
de ti aprendí el abrazo y la estocada.
Soy
rústico y frutal como el naranjo
que me dio de beber en la canícula,
soy
el críptico caguayo que camuflan los troncos
hendidos por las hachas brutales del recuerdo,
soy
transparente vitral de la llovizna.
Tengo de manantiales
y de ortiga
y todavía me asombro
si el sol tiñe en rosados los nimbos de la tarde.
VII
Luego me presentaron el tedio y las lociones,
servilleta al regazo,
tenedores al uso,
aunque en mi cuello el nudo
de verduga corbata
siempre fuera torcido.
Perdí la emanación de los azahares,
el acre olor del potro,
el torpe camisón de los tamales,
gocé plácidamente de la holganza,
limón de contrabando me dieron a beber.
Descubrí los aviones,
Pegasos para mí,
que siempre cabalgué
sin arnés mi tordillo.
Palpé personalmente los glaciares carámbanos
de una nieve feroz que me prestaron
para que conociera la espiral de la historia,
los sucesos heroicos del Palacio de Invierno,
cuando yo deseaba
realmente
caminar con Liudmila por Yasnaia Poliana.
¡Ah, señoras hastiadas –cascajos de la incuria-
salones estucados, mofletudos jerarcas
que aún en sus ricos paños enseñaban los glúteos.
Que ganas de gritar:
- ¡El rey está desnudo!
Así de niño y de guajiro era.
Encajé malamente en el friso de bronce
que se estaba esculpiendo.
Adquirí el sentimiento,
morboso,
de haber nacido tarde,
cuando los padres ínclitos, los muchachos de mármol,
ya habían fabricado
a su modo las Eras.
Volátil
se escapó mi condición
de honrado traficante
de lunas sin nevadas.
Fui cantor de encomiendas,
consignas por encargo;
redactor de filípicas doradas
que escondieron la giba del conde corcovado.
Impávido quedé frente al espejo
que mostró sin piedad mi nueva geografía.
Era un extraño tipo sin los aires montuosos,
papagayo en el aro.
Clamé por Paracelso
lo invoqué con vapores de azufre,
con la retorta lista,
con alquimias oscuras
y rogué para mí cierta palingenesia,
que restaurara al niño devorado,
al poeta feliz de las tojosas,
y me juré volver
VIII
A ti llego, Lomaciega.
He vuelto como el mendigo
para pedirte mi abrigo
de fértil niñez labriega.
He vuelto como el que llega
a la casa paternal
donde me espera el fanal
de mis noches campesinas
para curar las mezquinas
ansias del mundo banal.
Vengo solo, vengo herido,
cabe el mundo en tus naranjas.
Tu flamboyán y tus zanjas,
tu tojosa en tibio nido
son joyas que he prometido
recuperar si volvía.
Aquí estoy, y todavía
me siento como desnudo
porque pudo el tiempo, pudo
dejarme el alma vacía
Si me conozco y te canto,
si soporto el golpe rudo
es porque somos un nudo
hilvanado con tu encanto.
Si en mis caídas levanto
la cerviz con gallardía
es porque corre, bravía,
tu savia por mis contornos
y si ando escaso de adornos,
es así como debía.
Soy tu arroyo, soy tu abeja
libando el caracolillo.
Soy chuchazo en el fondillo
sin proferir una queja.
Soy mi casa, roja teja,
hecha de tu propio barro,
leche de vaca en un jarro,
cerdo asado con carbones,
bota de recios cordones
para tu niño bizarro.
IX
Te yergues, Lomaciega,
eres mástil potente contra los huracanes,
la jarcia resistente que me anuda a la vida,
el arca que soñé
para salvar mis hijos,
mi esposa,
mis palomas.
Visceral y telúrica,
magnética y vibrante,
como cascos cerriles
del potro en que te heredo,
me habitas y recorres.
Soy tu rama
y tu flor,
tu espina
y tus guijarros,
te defiendo a morir
y resucito en ti.
Vienes hecha en mi sangre,
mis pulmones,
somos como siameses
destinados a andar esta danza abrazados.
Manuel Vázquez Portal
Morón, 1973
Formaba parte de mi libro inédito “Canto de Memoria”,
Mención Concurso Julián del Casal UNEAC, 1974.
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