Quince años atrás, el conocido polígrafo español César Vidal obtenía el IV Premio de Novela Ciudad de Torrevieja 2005, por Los hijos de la luz, una rigurosa narración sobre la Revolución Francesa, sus inicios y repercusión en el comunismo contemporáneo, la guillotina, la Iglesia católica, los masones, la magia negra y la blanca, la grafología, el homosexualismo y otros temas que enriquecen el texto, al corroborar su enciclopédica cultura, cuya popularidad es ratificada en Miami por su solicitada participación en programas televisivos de alto rating, como «El Espejo», a cargo del colegamigo Juan Manuel Cao.
El galardón le fue otorgado por un jurado integrado, entre otros, por el poeta y narrador español José Manuel Caballero Bonald (presidente) y la narradora y poeta cubana Zoé Valdés, quienes acertaron al otorgar el máximo lauro al también autor de títulos de historia, como Las Brigadas internacionales y La guerra de Franco.
Mas, otras distinciones han merecidos sus textos: Premio de novela histórica “Ciudad de Cartagena” por La mandrágora de las doce lunas: Premio “Las Luces” por su biografía Lincoln, Premio “Jaén” por El último tren a Zurich; Premio “Algaba” por Pablo, el judío de Tarso; Premio “Finis Terrae” por el ensayo El caso Lutero; Premio “Espiritualidad” por El testamento del pescador (el libro de temática espiritual más vendido en España en 2004 a excepción de La Biblia) y Premio de novela “Alfonso X El Sabio” por El fuego del cielo.
Según apunta el editor en la nota de contracubierta: «Sin renunciar al rigor histórico, Los hijos de la luz es un thriller, a caballo entre la aventura y el mundo real, pero sobre todo es un canto a dos de los bienes más preciados que tiene el ser humano: la amistad y la palabra». Pero pienso que es más, mucho más la expectante narración que nos obsequia el autor, cuya filia de historicidad le dona altos valores de realismo sin olvidar la ficción. Leamos.
Dividida en 3 partes: ‘Los hijos de la luz’, ‘Conspiración’ y ‘Némesis’ y un Epílogo, e intercalada entre los capítulos, la sección/leitmotiv: “Del cuaderno de estudios científicos del profesor Lebendig”) la novela —dedicada «A aquellos que combaten, incansables, honrados y valientes, las obras ocultas entre tinieblas»— se inicia en París, el 21 de enero de 1793, y enseguida la textura que dominará el sustratum discursivo a lo largo de las 331 páginas de la narración que —adoptada y adaptada tal un thriller— arraigará en el lector ineludibles jornadas, engalanadas por Vidal y su estilo semibarroco, apropiado para reflejar el lenguaje de la época.
Definida como ficción histórica, en virtud del rigor demostrado en su amplia y auténtica obra, el prolijo autor se apoya en la veracidad de los hechos que resaltan las aventuras del sabio grafólogo Lebending, el inspector de policía Wilhelm Koch y Espartaco/Adam Weishauput, por solo mencionar tres decisivos personajes que conforman la complicada trama de esta novela poseedora de no pocos méritos. Situada en el contexto de la Revolución Francesa y en medio de un complot masónico-illuminati (iluminados) por adueñarse del mundo, son estos los componentes atinados del libro, inusual en el contexto de la narrativa hispanoamericana.
No huelga decir que, apoyado en su infatigable rigor histórico, añadiría en su vasto quehacer un atendible volumen sobre la masonería, en el que nos ofrece la primera historia completa de los masones, desde su fundación en la antigüedad hasta la actualidad, corroborando que los masones no son algo del pasado, sino que viven entre nosotros. Por ello, en su libro homónimo Los masones, César Vidal nos ofrece la historia completa de la cofradía, mostrando su secretismo y su capacidad de reunir personas agrupadas en logias, bajo el precepto de fraternidad.
Guiado por el «efecto casi mágico de la memoria», Vidal convence por la rápida ubicación donde ubica al lector: en el año crucial de 1793, justamente insinuado en la siguiente línea que me evoca al García Márquez de Cien años de soledad: «De aquella mañana recordaría muchas cosas, pero sobre todo, quedaría inscrita en sus recuerdos la colocación asimétrica del patíbulo.»
La novela viaja por espacios cercanos y, a un tiempo, lejanos junto al lector, quien es guiado por el hábil narrador quien, de tal suerte, lo conduce por algunos países y capitales europeas a través de capítulos y años, como Francia y París de 1793, 1794, Baviera de 1775 y 1787, entre otras.
En consecuencia, desfilan ante sus ojos grandes figuras de la época: filósofos (Platón), reyes (Luis XVI, Ana y Federico El Grande), personajes históricos (Octavio, Catón, Espartaco, César, Cicerón, Cromwell, Marat, Danton, Robespierre), artísticas (Mozart), literarias (Virgilio, Horacio, Fray Diego de Céspedes, el Marqués de Sade, Voltaire, Rousseau, D’Alambert).
Destaco la relevancia de cómo el narrador se esmera en su cuidada prosa que, en no pocos momentos, enriquece con conjeturas, verdades y sentencias. Leamos, a guisa de muestras, las que siguen:
«El cadalso había sido erigido a pocos pasos de aquella lastimosa huella de un pasado que, por tan cercano, casi parecía presente…» (p. 14).
«Con el instinto que solo proporciona la experiencia» (p. 26).
«[…] la manera en que escribimos deja al descubierto lo que somos» (p. 80).
«La tristeza, la ira, la duda también quedan proyectadas en la escritura como la sombra de la taza en la pared» (p. 81).
«El pensamiento —la vida misma— constituye una ligazón continuada de ideas y situaciones» (p. 271).
La erioneia [en griego; en español: ironía: disimulo, ignorancia fingida, conformadora de la sique de lúcidos cerebros— es asumida por Vidal también en sus agudas intervenciones en el programa de Cao, y muestra en la novela sus cálidos tintes, aliados a un suave humor que, por unirse a ese leve tono cáustico, aporta indudable ganancia al texto. En varios instantes el autor hace gala de este atributo, asumido en la literatura, de Maquiavelo a hoy, pasando por los comediógrafos antiguos griegos, latinos, la picaresca española, inglesa y francesa…, por solo mencionar algunos descollantes ejemplos. Entre esos momentos, no puedo dejar de citar el siguiente:
«Karl se dijo que era un bonito universo de libertad y sabiduría el que estaban construyendo los jacobinos. Nadie se atrevía a fiarse de nadie y todos desconfiaban de todos. Eso sí, la palabra ciudadano y ciudadana no se les caía de la boca.» (p. 63).
Asimismo, un tinte poético enriquece su narración, tal se aprecia en el siguiente ejemplo:
«[…] la luz del amanecer había comenzado a teñir los muebles del cuarto con un barniz de un tono metálico» (p. 89).
De cualquier modo, la significación mayor de Los hijos de la luz radica en la semejanza que halla y demuestra Vidal entre la Revolución Francesa y los movimientos comunistas posteriores a la ¿Revolución? de Octubre, como asimismo los actuales casos del fracasado Socialismo del Siglo XXI, sin olvidar los peores momentos del infausto ya desaparecido campo socialista.
No son pocas las similitudes o alegorías que en su texto hallamos de la sangrienta Revolución gala y el socialismo de hoy. Sugiero la lectura de los siguientes fragmentos que recuerdan los panfletos escuchados en la radio, vistos en la TV y leídos en la prensa del ya lejano año de 1959, como igualmente en los inicios de los ‘60s en la Cuba de los Castro:
-«Los príncipes y las naciones desaparecerán de la faz de la tierra. La raza humana se convertirá entonces en una familia, y el mundo será la morada de los Hombres racionales» (p.32).
-«Si se desea dominar una sociedad, hay que aniquilar antes a los que la gobiernan». (p. 33).
-«Ya no había Monarquía, ni siquiera limitada por eso que los filósofos llamaban Constitución. […] la acción de la guillotina no se iba a detener en Luis XVI. Luego le tocaría el turno a los familiares del rey decapitado. Sería fácil justificar unas cuantas docenas de ejecuciones más alegando que así se desarraigaba la perniciosa planta de la monarquía, que la libertad del pueblo lo exigía, que la luz de la razón y que bla, bla y bla. Sí, conocía de sobra toda esa palabrería revolucionaria.» (p. 59 y 60).
-«Le constataba que estaban deteniendo a la gente tan solo por quejarse de que no había pan. No tenía el menor deseo de que aquella mujeruca, enemistada con el agua y el jabón, lo denunciara por decir que tenía hambre, en otras palabras, por propaganda contrarrevolucionaria.» (p. 62.
-«(…) era un bonito universo de libertad y sabiduría el que estaban construyendo los jacobinos. Nadie se atrevía a fiarse de nadie y todos desconfiaban de todos». (p. 63).
-«Los revolucionarios habían prometido abundancia para todos —bueno, más bien, despojar a los que tenían para dárselo a los que no poseían nada—, pero en la práctica, nunca se había pasado hambre en Francia. ¿Adónde habían ido a parar las montañas de mantequilla, los ríos de leche, los castillos de uvas y frutas que se podían encontrar en la capital tan solo unos meses atrás? Quizá el gobierno revolucionario lo había repartido todo, pero de ser así, tendría que haberlo hecho en algún lugar muy distante. En la capital incluso encontrar pan empezaba a considerarse un verdadero milagro». (p. 94).
Sobre la represión que los cubanos del exilio y la Isla conocemos tanto por haberla sufrido, he aquí otro botón de muestra en torno a las similitudes entre ambas ¿Revoluciones? en el capítulo cinco de la tercera parte: «Némesis»:
(…) en Francia llevan abriendo y cerrando las puertas de las cárceles desde hace años. Primero, las abrieron para soltar a delincuentes y maleantes a los que los dirigentes de la Revolución decidieron considerar aliados en su lucha por la liberación del pueblo. Las dejaron vacías, literalmente vacías, claro que no por mucho tiempo. En un santiamén, las abarrotaron con sacerdotes, nobles, comerciantes o simples trabajadores a los que la guillotina no entusiasmaba o a los que había denunciado un vecino. Según ellos, todos ésos no eran el pueblo. No, eran enemigos del pueblo. Y a esa locura se sumaba la de los partidos…
Mas, no conforme, añade:
Los girondinos pasaron de carceleros a encarcelados poco antes de que Robespierre instaurara el Terror y comenzara a guillotinar a sus propios compañeros de la Montaña. Mientras gobernaba se llegó a plantear la deportación a las islas de todos los sospechosos. No de los que se opusieran a la Revolución, no. ¡De los sospechosos de poder hacerlo! Ni los tiranos griegos, ni los déspotas de los asirios o de los persas llegaron a tanto. Por supuesto, no lo hizo Luis XVI. En una semana, los defensores de la libertad ejecutaron a más personas que el pobre Capeto a lo largo de todos los años de su reinado. (p. 321-2).
En fin, estimo que con lo hasta aquí dicho, evidencio mi preferencia por esta valiosa novela del admirado colega hispano, con lo que, por sus merecimientos, concluyo con el que es quizás el más común de los lugares comunes al afirmar: «Lector, como yo, dadle al César lo que es del César... Vidal».
--------------------------
Waldo González López (Las Tunas, Cuba, 1946) Poeta, ensayista crítico teatral y literario, periodista cultural. Graduado en la Escuela Nacional de Teatro (ENAT) y Licenciado en Literatura Hispanoamericana (Universidad de La Habana). Autor de 20 poemarios, 6 libros de ensayo y crítica literaria, varias antologías de poesía y teatro. Desde su arribo a Miami (2011), ha sido ponente y jurado en eventos teatrales y literarios internacionales. Merecedor de 3er. Premio de Poesía en el X Concurso “Lincoln-Martí” 2012. Colaborador de las webs: teatroenmiami.com (Miami) y Encuentro de la Cultura Cubana (España), Boletín de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (New York), y los blogs OtroLunes (Alemania), Palabra Abierta (California), Gaspar. El Lugareño, y el diario digital El Correo de Cuba (ambos en Miami)