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Friday, March 6, 2020

"A manera de obertura". Texto introductorio del libro "Una noche en el ballet. Guía para espectadores de buena voluntad" (de Roberto Méndez)


Se escucha el último acorde y la función concluye. Los bailarines avanzan hasta el proscenio para agradecer los aplausos – nutridos o escasos- del público. Gradualmente la sala se vacía. Algunos de los espectadores no retornan satisfechos a sus casas. Fueron al teatro por un compromiso familiar u oficial, o por simple curiosidad, pero no disfrutaron de la presentación. El ballet les pareció demasiado complicado. Ni siquiera podrían describir lo que sucedió en escena. Alguno insistirá en la experiencia para buscar más luz, la mayoría preferirá ocupar su tiempo en otras cosas.

¿Podrá afirmarse todavía que el ballet es un arte para las élites si el género se ha extendido en los últimos cien años desde New York a Hong Kong, desde La Habana a Johannesburgo? Quizá lo que sucede es que las personas necesitan un mínimo de preparación para convertirse en auténticos espectadores. Para ellas se escribe este libro.

Nuestro texto no se dirige a los especialistas en el género sino, precisamente, a los que buscan una clave para poder apreciarlo. Por esa razón no pretende ser una historia de la danza, ni una enciclopedia, ni un diccionario de repertorio, es, sencillamente, una guía para el que sienta alguna curiosidad por ese mundo, o necesite prepararse para una cercana visita al teatro. Con este fin se le reune un conjunto de informaciones que de otro modo estaría obligado a buscar en bibliotecas especializadas o dispersas en el mar de Internet.

Ofrecemos al lector: una historia brevísima del ballet y sus rasgos principales en cada período artístico, acompañada por una cronología mínima; los componentes de una obra danzaria; algunos consejos para apreciar una función; la información básica sobre obras fundamentales del repertorio internacional y un glosario elemental que le ayude a comprender los programas de mano o las informaciones que puede hallar en la prensa.

Todo esto no puede sustituir las mejores lecciones: las de la escena. Solo la asistencia frecuente a presentaciones danzarias permitirá una apreciación cabal de este arte y la formación de un gusto personal. Si después de revisar este libro alguien busca la oportunidad para retornar al teatro y hasta decide indagar en textos especializados, entonces nuestra labor habrá alcanzado su razón de ser.
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El libro se estará presentando 
el próximo mes de abril en la
Feria del Libro de Buenos Aires


Tuesday, February 25, 2020

El Padre Félix Varela: Constitución y Ciudadanía (por Roberto Méndez Martínez)

Nota: Agradezco a Roberto Méndez Martínez, que comparta con los lectores del blog el texto de su conferencia: El Padre Félix Varela: Constitución y Ciudadanía, que ofreció el pasado 23 de noviembre de 2018, en la Biblioteca del  Centro Cultural Padre Félix Varela, de la Arquidiócesis de La Habana. 



Plaza Padre Félix Varela
Catedral de San Agustín, Fl
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La palabra Constitución ha sido una de las más repetidas por los cubanos en los últimos meses. La reforma constitucional que en este momento se está elaborando ha motivado comentarios de personas de muy diversas posiciones políticas, dentro y fuera de la Isla. Si afirmáramos que no es la primera vez que en la historia cubana una Carta Magna se convierte en un suceso de primera importancia, seguramente muchos se retrotraerían a abril de 1869 cuando se forjó la Constitución de Guáimaro(1), o a los movidos debates durante la elaboración de la primera Ley de leyes republicana en 1901 y, todavía más, a las novedades que trajo a la vida pública insular la de 1940, aunque su plena aplicación fuera una asignatura pendiente en nuestra vida pública. Sin embargo, el constitucionalismo en Cuba es muy anterior a la Asamblea de Guáimaro , por eso, entre varios ejemplos posibles, nos detendremos en la Constitución española de 1812 y en una figura insigne, el Padre Félix Varela, quien primero la estudió, comentó y enseñó durante el Trienio Liberal y luego, como diputado a Cortes, participó en los debates para su reajuste y aplicación en el territorio español. Esas experiencias marcarían decisivamente el resto de su existencia y no hay riesgo en afirmar que del Varela liberal y constitucionalista nacería el independentista más radical.

La Constitución de 1812 había surgido en un momento crítico para España, el de la invasión napoleónica. Fernando VII estuvo preso en Francia hasta la derrota francesa y en la Península gobernó en su nombre un Consejo de Regencia. Con la anuencia de este, en Cádiz, las Cortes promulgaron el 19 de marzo de tal año, en la festividad de San José, una constitución, que por eso tomaría el nombre popular de “La Pepa”.

El documento constaba de diez títulos y 384 artículos y era de una orientación política liberal moderada. En ella se declaraba que la soberanía residía esencialmente en la Nación y se encargaba de separar los poderes legislativo, ejecutivo y judicial, a la manera de Montesquieu. El poder de legislar residía en las Cortes con la aprobación del Rey, el ejecutivo en el monarca con sus ministros y el judicial en los tribunales civiles establecidos. Se estableció un sistema unicameral, por temor a que si existían una cámara alta y una baja como en Inglaterra, el Rey y la nobleza impusieran una asamblea de notables que con sus posiciones conservadoras coartara las facultades de la otra. En modo alguno era una constitución jacobina, de hecho, ni siquiera era laica, pues no separaba Iglesia de Estado, más aún mantuvo a España como un estado confesional, con la religión católica como oficial y tampoco pretendió abolir el régimen monárquico, sino que estableció una “monarquía moderada hereditaria”.

Si bien los constituyentes tuvieron como modelo las cartas magnas de Francia en 1791 y la de Estados Unidos, asumieron también gran número de elementos de la tradición jurídica española. No establecieron un listado de derechos del hombre, pero a lo largo de su texto aparecen algunos como el derecho a la libertad y el derecho a la propiedad.

Su vigencia fue muy breve, cuando Fernando VII logró retornar tras la derrota de los invasores franceses, en la primavera de 1814, se negó a jurar la Constitución y la hizo derogar, con el apoyo de la nobleza, buena parte del clero y hasta de las masas populares, que veían en los constitucionalistas a una élite intelectual peligrosa e impía y reclamaban a voces el restablecimiento de la Inquisición.

“La Pepa” volvería a la luz tras seis años de despiadado absolutismo, gracias al movimiento desencadenado por el general Rafael Riego, quien el 1 de enero de 1820 se sublevó en Cabezas de San Juan, Sevilla, apoyado por el Regimiento de Asturias, negados a embarcar a América para combatir los alzamientos independentistas. En los días que siguieron se sumaron a la rebelión otros cuerpos militares, unidos bajo el reclamo de restablecer la Constitución. Fernando VII temió terminar como su pariente Luis XVI y, con más miedo que convencimiento, juró el 9 de marzo fidelidad a la Carta Magna ante las Cortes establecidas en Madrid y se estableció el gabinete de ministros que con él gobernaría. Este nuevo orden se sostendría apenas hasta fines de 1823 y se conocería como Trienio Liberal.

La noticia de estos sucesos solo se conoció en La Habana el 15 de abril de 1820 y funcionó como una reacción química en cadena. Al día siguiente se sublevó el Batallón de los Catalanes, sus miembros irrumpieron con violencia en el palacio del gobernador Cajigal, lo amenazaron con un puñal y lo obligaron a declararse fiel a la Constitución en la Plaza de Armas. El asunto se legalizó el 17 cuando el anciano jefe juró en la Catedral, ante un crucifijo y con la presencia del obispo Juan José Díaz de Espada, ser fiel al documento que parecía poner fin al absolutismo monárquico. Se dice que durante la ceremonia ambos temblaban.

Tales temores parecían más que justificados. En el terreno militar se produjeron confrontaciones, dentro y fuera de La Habana, entre los leales a Fernando y los seguidores de Riego. Si cabe, esto todavía fue más insidioso en el plano civil, los grandes hacendados criollos, entre ellos su vocero ideológico Francisco de Arango y Parreño, eran partidarios del absolutismo, pues tenían fuertes acuerdos con el Trono, beneficiosos para su economía, sin embargo, muchos comerciantes peninsulares, aliados con sus colegas de España, buscaban romper el monopolio de los sacarócratas y beneficiarse personalmente con ciertos privilegios de la nueva situación, eran llamados “el partido de los uñas sucias” y tomaron como cabeza de ellos a un sacerdote español, escandaloso y grosero, Tomás Gutiérrez de Piñeres, quien dirigió verdaderas algaradas callejeras y riñas tumultuarias, y fue abierto enemigo de Arango y de Varela.

De acuerdo con el artículo 368 de la Carta, era preciso establecer Cátedras de Constitución “en todas las universidades y establecimientos literarios, donde se enseñen las ciencias eclesiásticas y políticas”(2) y así lo dispuso un Real Decreto del 24 de abril de 1820. El 11 de septiembre siguiente la Sociedad Patriótica tomó cartas en el asunto, el Intendente de Hacienda Alejandro Ramírez, temeroso de que la iniciativa fuese arrebatada por la Universidad, sabedor de que los dominicos que la regían eran contrarios al régimen constitucional, encargó del asunto al obispo Espada, a quien se pidió que redactara el reglamento de la Cátedra y la estableciera en el Seminario. La Sociedad correría con los gastos.

El 18 de octubre ya se había aprobado el Reglamento en una junta de la Sociedad y se convocó a oposiciones para nombrar el catedrático. Es el momento en el que el Obispo indica al joven sacerdote Varela que aspire a tal cargo. Con su autoridad venció las reticencias de este, que no se sentía preparado en asuntos jurídicos y lo obligó a presentarse a los ejercicios, junto a otros candidatos quienes, en la víspera de ellos, se retrajeron para que el Maestro accediera sin dificultades al puesto. Tomo posesión de él el 7 de enero y las clases se iniciaron el 18 de ese mes, en el Aula Magna del Seminario que era por entonces una pieza larga y estrecha con ventanas al puerto, ubicada donde está hoy la entrada principal del edificio. Se pudo admitir una matrícula de 193 personas, de los que, por cierto, apenas 41 habían sido antes alumnos de Varela en Filosofía. Como asegura José Ignacio Rodríguez en su biografía del Maestro:
Además de los alumnos, era tan grande el concurso de pueblo que concurría a estas lecciones de política, como se las solía denominar, que aunque el local escogido para darlas era el aula magna del Colegio, los asientos todos de las bancas estaban ocupados, y “un público numeroso se agrupaba á la puerta y á las ventanas, manteniéndose allí de pie por una hora, para tener el gusto de escucharle."(3)
Asombra cómo el novel catedrático pudo preparar en tan corto tiempo tal curso. Es evidente que no solo se estudió el texto constitucional, sino que revisó el Diario de Sesiones de las Cortes entre 1812 y 1814 para conocer los criterios particulares de los legisladores y los debates generados en diversos aspectos fundamentales. Además, su experiencia como profesor de Filosofía le había permitido acumular amplias lecturas que iban desde el Leviatán de Hobbes a los Tratados sobre el gobierno civil de Locke, el Espíritu de las leyes de Montesquieu, clásicos ya en materia de política, pero también queda claro que estaba asombrosamente actualizado, como para citar a su contemporáneo Benjamin Constant, autor de obras que por entonces eran novedades en el mundo como los Principios de política aplicables a todos los gobiernos representativos, publicados en 1815, y el Curso de política constitucional que había visto la luz entre 1818 y 1820, lo cual era absolutamente asombroso para alguien que no había salido de una colonia española.

En el discurso o prima lectio con el que inauguró el curso destacó las razones para la existencia de la Cátedra:
Yo llamaría a esta cátedra, la cátedra de la libertad, de los derechos del hombre, de las garantías nacionales, de la regeneración de la ilustre España, la fuente de las virtudes cívicas, la base del gran edificio de nuestra felicidad, la que por primera vez ha conciliado entre nosotros las leyes con la Filosofía, que es decir, las ha hecho leyes; la que contiene al fanático y déspota, estableciendo y conservando la Religión Santa y el sabio Gobierno; la que se opone a los atentados de las naciones extranjeras, presentando al pueblo español no como una tribu de salvajes con visos de civilización, sino como es en sí, generoso, magnánimo, justo e ilustrado.(4)
Nótese, en primer término, que no hace alusión al nacimiento de la cátedra por Real Orden, ni siquiera a la coyuntural circunstancia de Cuba, sino a algo más general, el hecho de la existencia de una Constitución como fuente de virtudes cívicas, que ha opuesto al despotismo un gobierno que no atenta contra la religión ni imita el ejemplo de la Francia revolucionaria durante el Terror instaurado por la Convención jacobina, regicida y anticristiana. Obsérvese que el político Varela sigue siendo el profesor de Filosofía que se preocupa por formar valores en sus alumnos. Las lecciones que va a impartir, más que de comentario literal de la Carta son en realidad clases de cívica, las primeras que se ofrezcan de forma sistemática en Cuba colonial y no responden a un espíritu partidista: Varela no se ha unido a los constitucionalistas escandalosos de Piñeres, ni al bando absolutista de los hacendados. Es un liberal moderado, un reformista avanzado, alguien que conjuga religión y civilidad para evitar las violencias de los extremistas de uno y otro bando.

Conocemos de primera mano el programa del curso porque él lo detalla en otro pasaje de su peroración:
Expondremos con exactitud lo que se entiende por Constitución política, y su diferencia del Código civil y de la Política general, sus fundamentos, lo que propiamente le pertenece, y lo que es extraño a su naturaleza, el origen y constitutivo de la soberanía, sus diversas formas en el pacto social, la división y el equilibrio de los poderes, la naturaleza del gobierno representativo, y los diversos sistemas de elecciones, la iniciativa y sanción de las leyes, la diferencia entre el veto absoluto y temporal, y los efectos de ambos, la verdadera naturaleza de la libertad nacional e individual, y cuáles son los límites de cada una de ellas, la distinción entre derechos y garantías, así como entre derechos políticos y civiles, la armonía entre la fuerza física protectora de la ley, y la fuerza moral.(5)
Seguidamente advirtió a su alumnado de la inexistencia de un libro de texto, algo explicable si se tiene cuente el brevísimo tiempo que tuvo para preparar su curso. Pero hasta de esa carencia hace una virtud, en vez de impartir una materia convencional que los discípulos aprendan mecánicamente para examinar, va a sustituir la memoria por el debate: “en lo sucesivo no será la memoria, que es la más débil de las operaciones del alma, sino los sentidos con repetidas impresiones, el órgano de nuestra inteligencia.”(6) Lo que se proponía el educador no era que los matriculados pudieran repetir un prontuario de categorías políticas y principios jurídicos, sino que mediante el intercambio modelaran su conciencia como ciudadanos.


Si bien Varela no pudo escribir de forma detallada las lecciones de su curso como había hecho con las de Filosofía, dio a la luz en ese mismo año 1821 un folleto titulado Observaciones sobre la constitución política de la monarquía española(7), compuesto por una breve Introducción y diez observaciones que nos ilustran sobre los contenidos e ideas que trasmitía a sus alumnos. La novedad de estas opiniones en el foro cubano, su audacia y alcance, merecen que nos detengamos en algunas de ellas.

En la Observación primera se dedica al tema de la Soberanía. Apoya el artículo 3 de la Constitución que deposita ésta en la Nación y, a propósito, desde el primer párrafo cuestiona la autoridad de los reyes, que obtienen su poder por la fuerza o por “renuncia voluntaria de los individuos de una parte de su libertad”(9), es decir, se refiere al “contrato social”, tal y como lo habían defendido los contractualistas europeos, pero asocia esto no con un supuesto estado de salvajismo inicial, a la manera de Rousseau, sino con el Génesis, la autoridad de los patriarcas y el surgimiento de las tribus.

Define con mucha claridad que:
Nada más razonable y justo; pues si el pueblo es quien ha de renunciar una parte de su libertad voluntariamente, y no por violencias tiránicas, contrarias a toda justicia y razón, a él toca exclusivamente el derecho de establecer sus leyes fundamentales, que incluyen estos derechos renunciados, esta parte de libertad que pierde cada individuo en favor de la sociedad, y en él reside esencialmente la soberanía, que no es otra cosa sino el primer poder y el origen de los demás.(9)
Varela refuta la doctrina del derecho divino de los reyes apoyado en la Sagrada Escritura, incluso en el pasaje más citado a favor de éste que es Carta a los Romanos (13,1-2)(10). Sigue un camino semejante al del teólogo y jurista español Francisco Suárez (1548-1617) en su Tratado de las leyes (1612) que se atiene al principio contractualista y considera que el carácter del Estado es humano y no divino. Difiere radicalmente del obispo francés Jacques Bossuet (1652-1704) quien en su “Discurso sobre la Historia Universal” (1681) interpreta de manera tendenciosa La ciudad de Dios de San Agustín para afirmar que la historia está dirigida por la Providencia quien coloca a los reyes en sus tronos desde los que deben hacerse aconsejar por los obispos. De modo que Varela, sin decirlo, rechaza el primer título de las monarquías absolutas: “Por la gracia de Dios”.

Quizá sin tenerlo muy claro se ha unido al ala más liberal de los constituyentes de 1812: el canónigo Diego Muñoz Torrero, Agustín Argüelles, el Conde de Toreno, Antonio Alcalá Galiano y el poeta Manuel José Quintana, cuando afirma:
Demos, pues, al César lo que es del César, que se reduce a una potestad temporal conferida por los pueblos, y que ningún individuo debe desobedecer. Demos a Dios lo que es de Dios, observando su santa ley y los deberes esenciales de justicia en cualquiera forma de sociedad; pero jamás se diga que un Dios justo y piadoso ha querido privar a los hombres de los derechos, que él mismo les dio por naturaleza, y que erigiendo un tirano, los ha hecho esclavos. El lenguaje de la adulación será muy distinto; pero éste es el de la verdadera religión.(11)
En la “Observación segunda” se ocupa de la Libertad y la Igualdad. Valora positivamente los límites que pone la Constitución a la autoridad real (Título IV, Capítulo I, Artículo 172) y se apoya en sus lecturas de Constant y Montesquieu para definir la libertad:
El célebre Benjamín Constant nos presenta una definición exacta de ella, diciendo que consiste en practicar lo que la sociedad no tiene derecho de impedir. Montesquieu la había definido: el derecho de hacer lo que las leyes permiten; pero como observa el citado Constant, en esta definición se expresa lo que no puede hacer el ciudadano, pero no lo que no pueden mandar las leyes; y si éstas, por el influjo de los gobernantes, llegan a multiplicarse y atacar los derechos de los ciudadanos, queda destruida la libertad nacional e individual de un modo el más sensible; pues se obliga al pueblo, como soberano, a que ejerza su tiranía sobre el mismo.(12)
De esto mismo deriva la diferencia entre el ejercicio de la soberanía por el Gobierno y su posesión con exclusividad:
El gobierno ejerce funciones de soberanía; no las posee, ni puede decirse dueño de ellas. El hombre libre que vive en una sociedad justa, no obedece sino a la ley; mandarle invocando otro nombre, es valerse de uno de los muchos prestigios de la tiranía, que sólo producen su efecto en almas débiles. El hombre no manda a otro hombre; la ley los manda a todos.(13)
Así mismo, el pedagogo va al núcleo mismo de la Igualdad al definirla como “el derecho [de cada uno] de que se aprecien sus perfecciones y méritos del mismo modo que otros iguales que se hallen en cualquier individuo”(14). Todo esto nos prepara para las líneas finales del epígrafe, que con su sintética brillantez son de elocuencia tal que deberían estar grabadas en todos aquellos sitios donde se legisla:
Una sociedad en que los derechos individuales son respetados, es una sociedad de hombres libres, y ésta, ¿de quién podrá ser esclava, teniendo en sí una fuerza moral irresistible, por la unidad de opinión, y una fuerza física, no menos formidable, por el denuedo con que cada uno de sus miembros le presta a la defensa de la patria? ¿Podrá temerse que sufran las cadenas de la tiranía? La independencia y libertad nacional son hijas de la libertad individual, y consisten en que una nación no se reconozca súbdita de otra alguna, que pueda darse a sí misma sus leyes, sin dar influencia a un poder extranjero, y que en todos sus actos sólo consulte a su voluntad, arreglándola únicamente a los principios de justicia, para no infringir derechos ajenos.(15)
En la tercera de las Observaciones define una constitución política como “un conjunto de normas sabias que presenten de un modo constante los deberes sociales, recordando siempre el pacto solemne que ha hecho la sociedad con su gobierno”(16)  y a la vista de otras que conoce, destaca lo adecuado de la Constitución que les ocupa para las características de España pues “presenta la verdadera forma o carácter público de la nación española y que detalla, breve y claramente, las libertades nacionales imprescriptibles, los deberes del rey para con el pueblo y los de este para aquél.”(17)  Para él, esta puede alejar los dos grandes peligros sociales, la tiranía y la anarquía.

No es posible seguir al detalle cada una de las sustanciosas consideraciones que contiene el folleto, habría que organizar para ello otro curso de Constitución. El maestro es partidario de la división de los poderes: legislativo, ejecutivo y judicial y de la función intermediaria del Rey entre ellos; por estas mismas razones apoya la monarquía constitucional aunque no sigue al Conde de Toreno en la noción de limitar al máximo las atribuciones del monarca porque le parece que pueden convertirse las Cortes en un “congreso exaltado”(18)  quizá pensando en los extremos poderes que llegó a atribuirse la Convención francesa entre 1792 y 1795, lo que incluyó la abolición de la monarquía y el proceso seguido al rey. Así mismo difiere de algunos radicales en que acepta la posibilidad del veto real a las leyes. No olvidemos que el pensador escribe desde Cuba, no conoce aún la condición moral de Fernando VII, ni podía adivinar cómo concluiría el Trienio liberal, con graves consecuencias para él mismo.

También está de acuerdo con las buenas razones para fijar un parlamento unicameral y las principales condiciones y facultades de los diputados, así como su inviolabilidad, salvo cuando atente contra la Constitución, lo que incluye el tema religioso:
Cuando la Constitución dice que la religión católica es la única verdadera, no la declara tal, sino que la supone ya declarada y admitida en todo el reino, y que es la voluntad nacional que se conserve perpetuamente, pues la declaración de puntos dogmáticos no pertenece sino a la Iglesia. Luego, cuando un diputado estableciere una discusión semejante, habría traspasado los límites que prefija la misma naturaleza de las Cortes, y está ya clara la perversidad de su intención.(19)
Esta parece una advertencia a las actitudes que pueden tener en las Cortes los liberales más exaltados, generalmente aquellos que militan en la masonería y son partidarios de medidas radicales como las tomadas en Francia revolucionaria.

Hay un detalle muy interesante en la Observación séptima. Los constituyentes procuraron vitalizar el funcionamiento de los tribunales españoles, proverbial por su lentitud. Para ello, algunos llegaron a afirmar que dos sentencias sobre un caso ya debían constituir ejecutoria, entre ellos, el sacerdote, poeta y legislador Juan Nicasio Gallego, quien elaboró unas tablas de probabilidades para intentar demostrar en las Cortes que a lo largo de cuatro instancias no hay mayores posibilidades de verdad que en dos. Lo interesante es que Varela no lo refuta desde el campo del Derecho sino desde la Lógica y las Matemáticas, a partir de la “teoría de las probabilidades” de Pierre Simon Laplace (1749-1827) que él había estudiado con sus alumnos en la sexta de sus Lecciones de Filosofía (1818-1820). Debemos aclarar que Laplace publicó en 1812 su Teoría analítica de las probabilidades y en 1814 el Ensayo filosófico sobre la probabilidad. Varela conocía ya la fórmula llamada “regla de sucesión de Laplace” para determinar las probabilidades de ocurrencia de un evento, lo que Gallego evidentemente ignoraba. También es curioso que lo citara porque el científico no incluía a Dios dentro de su Sistema del Mundo, ni siquiera como hipótesis, y hacía pública ostentación de su agnosticismo. Pero, en cualquier caso, es admirable lo actualizado de la erudición del presbítero cubano.

Apenas tres meses pudo el eminente maestro mantener su cátedra, porque el obispo Espada lo invitó y prácticamente lo obligó a que presentara su candidatura como Diputado a Cortes. Fue electo para ello el 13 de marzo y partió para la Península el 28 de abril. Nunca retornaría a Cuba. En las lecciones de Constitución lo sustituyó Nicolás Escovedo y Rivero (1795-1840), antiguo estudiante del Seminario y profesor de la Universidad, intelectual brillante a pesar de su grave debilidad visual, quien se mantuvo en la Cátedra hasta que el restablecimiento del absolutismo, a fines de 1823, obligó a clausurarla.

A pesar de su corta existencia, la Cátedra de Constitución constituyó una auténtica fuente de educación cívica para aquellos privilegiados que pudieron acudir a ella. Los que llegaron a sus bancos como súbditos, salieron de allí con la formación de ciudadanos. Tales enseñanzas calaron en algunos intelectuales como Luz y Caballero, Saco, Domingo del Monte y motivaron publicaciones como El Americano Libre (1822-23) y su continuador El Revisor político literario (1823). El largo decenio absolutista que seguiría satisfizo los intereses de los hacendados que pactaron con el monarca traidor muy a gusto, pero no extinguió la existencia de un ala reformista liberal y, por otro lado, un sentimiento separatista que se manifestaría en diversas conspiraciones o en el pensamiento de emigrados como el poeta José María Heredia. El esfuerzo no había sido inútil.

Varela se mantuvo muy activo durante su estancia española, aunque las elecciones para diputados de Cuba en 1821 fueron anuladas y, nuevamente electo en 1822, por ausencia de las credenciales no fue admitido en las Cortes junto con sus compañeros Tomás Gener y Leonardo Santos Suárez hasta el 2 de octubre, de modo que fueron legisladores por apenas un año. En ese período presentó al Director de Estudios, el poeta Manuel José Quintana, una memoria redactada a pedido del Obispo Espada, para que se convirtiera en universidad el Seminario de San Carlos.

En el parlamento, tuvo especial cuidado en no aliarse con los clérigos fanáticos, ni con los militaristas, ni con los liberales extremistas. Con energía y prudencia intervino cuando lo consideró necesario en las sesiones. Defendió los derechos del clero diocesano para que no fuera instrumentalizado por el Gobierno ni en su selección para cargos ni en la asignación o privación de recursos; abogó por los desterrados de la Península y por la rehabilitación de los presidiarios a través del trabajo; reclamó que los inmuebles y bienes de los conventos clausurados en Cuba se destinaran a la educación; estuvo alerta para evitar las excesivas facultades que algunos querían conceder al ejército.

Quizá lo más triste para él fue contemplar cómo, aún entre los legisladores más liberales, los asuntos de Cuba debían dejarse como estaban, o eran de ínfima importancia. El proyecto de autonomía en el que trabajó en comisión con otros diputados cubanos, un filipino y varios españoles, fue mandado a imprimir por la Cortes, pero nunca encontró espacio para su discusión; su propuesta para el reconocimiento de la independencia de aquellas naciones de América que ya de facto eran libres, tropezó con los prejuicios de la mayoría y aún el liberal Argüelles lo refutó con argumentos torpes como la falta de preparación de los americanos para la libertad. Nunca pudo presentar su proyecto de abolición de la esclavitud. Para colmo tuvo que asistir a largas sesiones en las que debió decepcionarse de nombres que la habían parecido venerables en la distancia y por aquel panorama caótico donde estaban representados todos los defectos humanos: la hipocresía, la venalidad, la violencia, el egoísmo e incluso las indignidades de varios miembros del clero. A pesar de ciertas elegantes piezas oratorias, aquel parlamento era un campo de batalla, dividido en bandos, mientras el Rey conspiraba con las potencias de la Santa Alianza y especialmente con su pariente Luis XVIII.

La estancia del Padre Varela en la Península no fue muy productiva desde el punto de vista pragmático, pero podemos manifestar que, entre 1821 y 1823, el educador fue educado con la observación de las circunstancias políticas de la Metrópoli y la apreciación de la conducta humana en ella. El que llegó a Cádiz el 7 de junio de 1821 no fue el mismo que huyó de esa ciudad alrededor del 3 de octubre de 1823 a Marruecos y Gibraltar, y de allí a Estados Unidos. Había arribado como un reformista liberal, aspirante a conseguir la autonomía de Cuba y partía, decepcionado absolutamente de la monarquía española y hasta de un amplio sector de los liberales, que no querían saber de libertades para las colonias. El terreno estaba abonado para el independentismo. A su llegada a Estados Unidos, proscrito, embargados sus bienes y condenado a muerte, como el resto de los diputados – unos 90- que habían votado el 11 de julio anterior por la inhabilitación del Monarca(20), podía suscribir la afirmación herediana: “Que no en vano entre Cuba y España/ Tiende inmenso sus olas el mar”

De La Habana había salido con honores y aplausos, al menos de la élite selecta que lo apoyaba. De Cádiz salió a escondidas, tras contemplar la desbandada de los diputados, el avance de las tropas de los Cien Mil Hijos de San Luis comandados por el Duque de Angulema(21) y al monarca traidor vitoreado por las turbas que reclamaban la monarquía absoluta y hasta el inmediato restablecimiento de la Inquisición.

El fin del año 1823 debió ser para Varela, ya en tierra fría y extranjera, algo así como la noche de Cristo en el huerto de Getsemaní. Estaba lejos de su obispo que parecía haberlo abandonado, pues, obligado por las circunstancias, celebró un Te Deum en la catedral habanera por el restablecimiento del absolutismo y escribió una carta pastoral alabando la invasión francesa a la Península. Sus discípulos se habían desbandado y los oligarcas criollos estaban de plácemes con Arango y Parreño. Al parecer todo estaba consumado.


Mas, en 1824, Varela se ha rehecho. Comienza a editar El Habanero, primero en Filadelfia y luego en New York, ya no es un legislador, es un político que ataca las máscaras de la doble moral; la hipocresía de los que prefieren las cajas de azúcar y los sacos de café a la libertad; se opone con energía a los proyectos de anexión de Cuba a nación alguna. Y cuando comprende que en la Isla no hay condiciones para la separación inmediata de España, escribe sus Cartas a Elpidio entre 1835 y 1838, para educar a la juventud en la virtud y en el amor a la patria. El hombre de leyes se ha probado en el dolor, ha conocido el mal de cerca y ahora parece resucitar, de nuevo como educador y en la labor pastoral de su sacerdocio. Ya no es diputado, sino padre y como tal instruye a los hijos para ser libres y piadosos. En los casi treinta años que residió en los Estados Unidos demostró que era a la vez patriota y santo.

En el verano de 1892, José Martí peregrinó a San Agustín de la Florida y después publicaría una corta crónica en Patria el 6 de agosto donde hay una caracterización sabia y fuerte del presbítero:
Allí están, en la capilla a medio caerse, los restos de aquel patriota entero, que cuando vio incompatible el gobierno de España con el carácter y las necesidades criollas, dijo sin miedo lo que vio y vino a morir cerca de Cuba, tan cerca de Cuba como pudo, sin alocarse o apresurarse, ni confundir el justo respeto a un pueblo de instituciones libres con la necesidad injustificable de agregarse al pueblo extraño y distinto que no posee sino lo mismo que con nuestro esfuerzo y nuestra calidad probada podemos llegar a poseer: los restos del Padre Varela.(22)
Unas líneas más adelante, después de fundar allí, en San Agustín, el club revolucionario “Padre Varela”, dice: “aquí estamos de guardia, velando los huesos del santo cubano, y no le hemos de deshonrar el nombre”(23).

Hoy esos huesos venerables reposan en el Aula Magna de la Universidad, ante ellos oró el 23 de enero de 1998 San Juan Pablo II. Nos toca a nosotros velar con sus obras ante los ojos y el corazón, para que esta Constitución que hoy se elabora, lleve la impronta del “santo cubano”, para el bien de los cristianos y de todo el pueblo de Cuba.(24)


Juan Pablo II, Encuentro con el Mundo de la Cultura
Aula Magna de la Universidad de La Habana
23 de enero de 1998
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  1. Podrían citarse el proyecto de constitución autonómica de José Agustín Caballero (1811) y el de constitución separatista de Joaquín Infante en ese mismo año. Cf. Beatriz Bernal Gómez: “Propuestas y proyectos constitucionales en la Cuba del siglo XIX”. En memoria de Francisco Tomás y Valiente", ed. Universidad de Salamanca, Salamanca, 2004, pp. 861-872.
  2. Constitución de Cádiz de 1812, Título IX, Capítulo único, artículo 368.
  3. José Ignacio Rodríguez: Vida del presbítero don Félix Varela. Nueva York, Imprenta de “O Novo Mundo”, 1878, pp.165-166.
  4. FV: Discurso pronunciado por el presbítero Don Félix Varela, en la apertura de la clase de Constitución de que es catedrático”. Félix Varela y Morales: Obras. La Habana, Biblioteca de Clásicos Cubanos, Editorial Cultura Popular y Ediciones Imagen Contemporánea, 2001, Tomo 2, p.4. Todas las citas de Varela se hacen por esta edición salvo que se indique lo contrario.
  5. Ibid, pp.5-6.
  6. Ibid, p.6.
  7. FV: Observaciones sobre la constitución política de la monarquía española. La Habana, Imprenta de D.Pedro Nolasco Palmer e hijo, 1821.
  8. FV: Observaciones. Obras, Tomo 2, p.11.
  9. Ibid, p.12.
  10. “Sométanse todos a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad que no provenga de Dios, y las que existen, por Dios han sido constituidas. De modo que, quien se opone a la autoridad, se rebela contra el orden divino, y los rebeldes se atraerán sobre sí mismos la condenación” (Rm 13, 1-2)
  11. FV: Observaciones. Obras, Tomo 2, pp.15-16.
  12. Ibid, p.16.
  13. Ibid, p.17.
  14. Ibidem.
  15. Ibid, p.18.
  16. Ibid, p.19.
  17. Ibidem.
  18. Ibid, p.25.
  19. Ibid, p.42.
  20. El 11 de julio de 1823, a propuesta de Alcalá Galiano, los diputados a Cortes votaron por la inhabilitación de Fernando VII, alegando su “demencia temporal”, al negarse este a trasladarse con el Legislativo de Sevilla a Cádiz. Se temía que, como ocurrió, se refugiara con las tropas invasoras francesas y desde allí enfrentara al parlamento y restableciera el absolutismo. Tanto el Monarca como el jefe de los invasores vieron en tal inhabilitación una actitud semejante a la de la Convención gala cuando despojó en noviembre de 1792 a Luis XVI de su inmunidad, lo que precedió a su proceso y condena a muerte. Tales referencias explican el ensañamiento de Fernando con los que apoyaron su supuesta locura.
  21. Luis Antonio de Borbón era hijo de Carlos de Borbón, Conde de Artois y sobrino de Luis XVI quien le obsequió al nacer el título de Duque de Angulema. Casó con María Teresa, la hija del monarca guillotinado, tras haber sido liberada esta de la prisión del Temple y enviada al exilio. Todo esto explica la enemistad absoluta del noble con cualquier vestigio de liberalismo. Representaba el rencor de la reacción contra los revolucionarios. Tras la muerte de su padre que reinó como Carlos X se suponía que accedería al trono de Francia con el nombre de Luis XIX, pero las circunstancias políticas de Francia lo impidieron.
  22. José Martí: “Ante la tumba del padre Varela”. Obras completas, La Habana, Centro de Estudios Martianos, Colección digital, 2007, tomo 2, p. 96.
  23. Ibid, p. 97.
  24. En la elaboración de este texto debí emplear una gran variedad de materiales, pero quiero destacar especialmente mi deuda con dos textos, la biografía Pasión por Cuba y por la Iglesia de Monseñor Carlos Manuel de Céspedes y el estudio Por la vida y el honor. El presbítero Félix Varela en las Cortes de España. 1822-1823 del Padre Manuel Maza Miquel SJ.

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Ver textos anteriores de Roberto Méndez Martínez, en el blog 

Thursday, December 19, 2019

Dos visiones de la Cultura: La Polémica Mañach-Lezama (por Roberto Méndez)


Dos visiones de la Cultura: La Polémica Mañach-Lezama


por Roberto Méndez Martínez



En 1949 dos figuras claves de la cultura cubana polemizaron sobre poesía desde las páginas de la revista Bohemia: Jorge Mañach Robato y José Lezama Lima; el primero era ya una personalidad reconocida en los medios académicos, políticos y periodísticos de la nación, que no se había limitado a ser el agudo ensayista de La crisis de la alta cultura en Cuba e Indagación del choteo sino que había llevado su actividad pública hasta desempeñar el cargo de Secretario de Educación en el gobierno de Carlos Mendieta; el segundo había editado las revistas Verbum, Espuela de plata, Nadie parecía y estaba empeñado por entonces en la gran aventura editorial de Orígenes, pero su renovador poema Muerte de Narciso, sus Aventuras sigilosas, los ensayos que entrarían luego en Analecta del reloj y Tratados en la Habana, sólo eran conocidos por un mínimo grupo de enterados, era a la vez un miembro más de la burocracia judicial habanera y un artífice oculto que renovaba la cultura nacional a partir de reinventarla. Ambos se conocían y se trataban con cortés ironía, sin embargo, cuando salió de las prensas de Orígenes la summa poética La Fijeza -hermoso ejemplar con viñetas de René Portocarrero - no pudo evitar Lezama el enviar un ejemplar con la dedicatoria : "Para el Dr. Jorge Mañach, a quien Orígenes quisiera ver más cerca de su trabajo poético - con la admiración de J. Lezama Lima. Agosto y 1949”. Algo semejante hizo por esos días Cintio Vitier con su cuaderno de versos El hogar y el olvido.

La respuesta del antiguo promotor del Grupo Minorista fue la publicación al mes siguiente de “El arcano de cierta poesía nueva. Carta abierta a José Lezama Lima” (1), texto que aparece signado por una punzante ironía desde sus primeras líneas. Si bien el escritor reconoce el “heroísmo y prestigio sumos” con que Lezama conduce las ediciones de Orígenes, no puede evitar el acercarse a su libro de versos con un tono crítico que parece parodiar el singular estilo de su autor:
Primorosos volúmenes ambos, sobre todo el de usted, con esa cubierta citrón (le gustaría a usted que no diga el color en castellano, para que el adjetivo, para que el adjetivo no se domestique demasiado) que lleva el nombre de usted en modestas letras blancas, como una cicatriz antigua o un vago rubro estelar: con una viñeta en sepia de Portocarrero, donde se conjugan una lámpara, una oreja y algo que parece un caracol de tripa mágica; dominando ese tranquilo misterio de la portada, el título austero de sus versos, La Fijeza, como una negra pupila escrutadora.(2)
El voluntario epistológrafo no oculta sus deseos de polemizar sin ambages, asegura que “en las cuestiones de arte nos está haciendo falta desde hace tiempo un poco más de oreo y franqueza” e inmediatamente señala que ha encontrado una especie de reproche en la dedicatoria recibida al señalarse en ella su lejanía de la obra poética de Orígenes, lo que percibe también en otros escritores del grupo que reiteradamente le “han hecho patente la misma actitud a la vez de estimación y reserva” ; decide fundamentar su actitud con un distingo, desea que no se vea en ello “desestimación o altivez crítica” sino “falta de...adhesión o si se quiere, de comunidad en el modo de querer y preferir la obra poética”.

Para argumentar esta distancia crítica Mañach decide hacer “un poco de historia”, recuerda su afiliación a la generación literaria de 1925, decidida a barrer con los residuos del Modernismo, señala el papel del Grupo Minorista, primero y luego de la Revista de Avance que él dirigiera junto a Ichaso, Lizaso y Marinello, para la campaña del “vanguardismo”:
De lo que se trataba era de barrer con toda aquella literatura trasudada y de estimular una producción fresca, viva, audazmente creadora, capaz de ponerse al paso con las mejores letras jóvenes de entonces. Fue una revolución - el preludio, en el orden de la sensibilidad y estética de la revolución política y social que quiso venir después. (3)
Nótese cómo el fundador del ABC, el delegado a la Constituyente de 1940, se resiste a permanecer en el puro plano estético, la revolución de la sensibilidad le parece sobre todo una anticipación de la que debía operarse en el panorama nacional y cuyos síntomas externos eran la rebeldía de los artistas contra la chatura burguesa que preludiaba - o iba a confundirse- con la lucha de amplios sectores sociales contra la dictadura machadista ; lo esencial era dar a Cuba un lugar dentro del concierto de las naciones cuando estaba relegada todavía como “comarca segundona en el mapa literario latinoamericano”. No niega el escritor que hubo “exageraciones e injusticias”, que se exaltó muchas veces lo que Mariátegui llamara “el disparate lírico” - por ejemplo la edición provocadora de la “Oda al bidet” de Giménez Caballero-, se obsesionaron con lo que designa como “microbiología freudiana” y se tomaron tan en serio el “creacionismo” de Huidobro como la “poesía pura” que venía de la mano de Brull. Sin embargo, se atreve a confesar que no se sentía totalmente de acuerdo con el vanguardismo, al menos en su vertiente más extremista :
En el fondo, conservaba mi fe candorosa en la poesía como idioma comunicativo y no sólo expresivo, y aunque consideraba que la mediocridad y la rutina tenían ya muy abusados todos los viejos cánones, repugnábame un poco, para mis adentros, la anarquía que cultivábamos, y apetecía - por estos resabios clásicos que sin duda tengo- algún orden de la expresión capaz de asegurarle a ésta a la vez profundidad y claridad.

Más que una batalla estética, para mí fue todo aquello una batalla cultural, una rebelión contra la falta de curiosidad y de agilidad, contra el provincianismo, contra el desmedro imaginativo y la apatía hacia el espíritu de nuestro tiempo. (4)
Estos párrafos dejan traslucir sobre todo los ideales del sociólogo, del político, de encauzar una batalla estética en bien de una política general que traiga una reacción saludable a la nación y la engrandezca. Sin manifestarlo se está adhiriendo a ideales que vienen de la Ilustración y que hallan en Martí su punto más alto: aquellos que reclaman una utilidad de las letras, un compromiso de éstas con el destino nacional. Sin embargo, su cultura, nutrida de fuentes clásicas, su disciplina profesoral, influyen en la confesión de que siempre esperó que una vez despejado el campo “volvieran nuestras letras más finas (...) a juntar en sobria disciplina la pureza, la novedad, la hondura y la claridad”. Nótese que estas cualidades son precisamente aquellas que los retóricos desde Horacio y Quintiliano reclamaban para el discurso literario.

No en vano cita una frase atribuida a Enrique José Varona sobre el vanguardismo:”Andan por las nubes: ¡ ya caerán !”, es la que sirve de puente para lo que viene después: sin decirlo de manera explícita, deja ver que son ahora los escritores de Orígenes los que andan lejos del suelo. Los considera descendientes de aquella generación de 1925 y no puede evitar el reprocharles “su falta de reconocimiento filial respecto de nosotros” y más aún el que envuelvan a sus antecesores “en el mismo altivo menosprecio que entonces nosotros dedicábamos a la academia”, con lo que extrañamente contradice las líneas iniciales del artículo en que destaca las muestras de admiración que sigue recibiendo de esos autores, pero es que aún para un temperamento moderado como el suyo, las furias de las luchas generacionales nunca se apagan del todo. Si reclama de esta nueva hornada que reconozca “la deuda que tienen contraída con sus progenitores” de Avance por ser los primeros en haber traído la “nueva sensibilidad”, reconoce que él y sus contemporáneos han envejecido: “apagamos los fuegos revolucionarios, escribimos como dicen que Dios manda” y más aún: ganan premios, entran en academias - él en particular había sido electo en 1940 miembro de la Academia de Historia- y sarcásticamente señala que eso es tan inevitable como echar abdomen después de los cuarenta años, pero que no se puede renegar del padre “aunque no tenga la esbeltez de antaño”.

A partir de allí, el autor entra por caminos más delicados y personales, dice que no es ese “pequeño resentimiento”- el de la falta de reconocimiento de la paternidad generacional- el que lo distancia de la obra que hacen sino la “incapacidad de fruición” que siente ante sus escritos que atribuye “a una excesiva extralimitación de ustedes”. Si bien asegura que ha leído asiduamente Orígenes y las revistas que le precedieron, así como la reciente antología preparada por Cintio Vitier- en clara alusión a Diez poetas cubanos- “le mentiría, amigo Lezama, si le dijese que fueron ésas muy gratas lecturas, o que saqué mucho en limpio de ellas” aunque encontrara algún poema “de rara sugestión y fuerza lírica” de Gastón Baquero, Angel Gaztelu, Cintio Vitier “o de usted mismo, a quien todos tienen por maestro”- frase que tiene cierto trasfondo nada inocente- ; los ha admirado pero no los ha comprendido y esa ausencia de comprensión se le convierte en una clave fundamental :”esa experiencia es, amigo Lezama, la que en general me queda de toda esta poesía de ustedes. La admiro a trechos ; pero no la entiendo” (5).

Ya a estas alturas, Mañach se siente obligado a invocar la existencia de otras personas cultas que tienen su misma “limitación”, el no comprender lo que escriben los origenistas y lo atribuye a un problema intrínseco a sus poéticas : “También es posible que ustedes se hayan forjado un concepto de la poesía demasiado visceral, por decir así, demasiado como cosa de la mera entraña personal, ajena a la sensibilidad de los demás.” (6)

A partir de aquí, el poeta profesor se siente obligado a explicar su propia concepción de la poesía, que para él oscila entre dos polos : el de la expresión y el de la comunicación, sin el segundo, la experiencia del autor no puede hacese clara al lector. Reconoce en el Romanticismo la exacerbación del individualismo que ha hecho que el poeta contemporáneo se vaya quedando “casi enteramente solo con su misterio” con lo que la poesía sufre el riesgo de convertirse “a lo sumo en un idioma de pequeñas fratrias poéticas” y “marginado por su propia soberbia expresiva, el creador poético se queda cada vez más incomunicado con el mundo que su voz debía iluminar y ennoblecer” (7). Como corolario de esta actitud, que cree identificar en Lezama y sus seguidores, advierte la posibilidad de que se pierdan para la cultura cubana talentos “con semejantes ensimismamientos”. Sin embargo ya a esas alturas su voluntad de diálogo parece ceder ante la criolla necesidad de “choteo”, que él no sólo había estudiado sino que padecía como cualquier hijo de vecino insular:
no sabe cuanto le agradecería que nos ilustrase a todos un poco en un lenguaje que podamos entender - y digo esto, con perdón, porque demasiado a menudo ocurre que al tratar de explicarnos estas cosas resulta que la explicación necesita a su vez ser explicada. (8)
La despedida sigue en el mismo tono y sólo alguien muy poco avisado podría ignorar el alfilerazo evidente en la frase “le admira más por lo que le adivina que por lo que le entiende”. El terreno de la lid ha sido planteado.

El asunto debió parecer muy exótico a la mayoría de los lectores de Bohemia, el número en el que apareciera “El arcano...” era una especie de muestrario de la realidad cubana, en sus páginas se mezclaban : el descubrimiento de una conspiración de pandilleros en la Universidad, el atentado a Masferrer al salir del Capitolio, las críticas al gobierno de Prío hechas por Suárez Ribas, aspirante a la Presidencia, sin olvidar la preocupación por la salud del boxeador Kid Gavilán quien acababa de sufrir un asalto callejero en New York. Para un cubano común de entonces - y de hoy - la “claridad” de Mañach era tan ajena como la “oscuridad” de Lezama.

La reacción del poeta no se hizo esperar, en la Bohemia del 2 de octubre del propio año apareció “Respuestas y nuevas interrogaciones. Carta abierta a Jorge Mañach”. Desde las primeras líneas se hace evidente que el autor de Enemigo rumor quiere superar a su adversario en ironía y en argumentos aplastantes, su técnica es la de replicar, como en la oratoria forense, punto por punto, a cada argumento del contrario. Después de señalar que Mañach en su epístola les ha entregado “sin paliativos sus negaciones, lejanía e indiferencias” (9) comienza por rechazar la interpretación que aquel hiciera de la viñeta de Portocarrero que aparece en la portada de La fijeza:
allí donde usted creyó ver una lámpara, sin que sea acaso necesaria la rectificación, se trata de un tornillo sin fin...Referencia tal vez a cierta plaza de la cultura cubana, donde pocos deseaban situarse y donde yo precisamente he insistido en levantar mi tienda con tan reiterada constancia que ha motivado siempre el total entrecruzamiento de flechas. (10)
En realidad también Lezama manipula el dibujo, pues lo ambiguo en él - cuando consultamos la ya rara edición- no es el vaso o lámpara de la izquierda, ni la gran oreja del extremo derecho, sino la figura central en la que Mañach creyó ver un caracol pero que en su centro tiene una especie de tirabuzón o espiral que la fantasía del poeta ha convertido en “tornillo sin fin” de modo que este símbolo, asociado a lo que profundiza y cala, al proceso continuo de ahondar en la oscuridad queda contrapuesto a la simple lámpara. Con ello quiere dejar constancia de su controvertido rol en la cultura cubana : su interés no está en ser claro, sino en ahondar en misterios, bucear en profundidades que otros hasta ahora no han revelado.

Frente a la obsesiva repetición de Mañach de su “no comprendo”, el poeta opone la defensa de lo oscuro como misterioso y estimulante para la cultura:
El incentivo de lo que no entendemos, de lo difícil o de lo que no se rinde a los primeros rondadores, es la historia de la ocupación de lo inefable por el logos o el germen poético. ¿Qué es lo que entendemos ? ¿Los monólogos misteriosos del campesino o el relato de sus sueños a la sombra del árbol del río ? ¿Y qué es lo que no entendemos ? ¿El artificio verbal, esa segunda naturaleza asimilable ya por la secularidad, y en el cual el hombre ha realizado una de sus más asombrosas experiencias : otorgar un sentido verbal, destruirlo y verlo como de nuevo se constituye en cuerpo, liberado del aliento de la palabra o del ademán de la compañía ? En realidad, entender o no entender carecen de vigencia en la valoración de la expresión artística. (11)
Lanzado ya en el terreno de la más cruda polémica es capaz de decir al conocido ensayista que su carta está recorrida por el pro domo suo, es decir por la parcialidad interesada : “muestra usted el orgullo de su ciudad intelectual y enarca la Revista de Avance”. Lezama la emprende entonces con esta publicación, procura recapitular las páginas que leyó en su juventud y se refiere a la mezcla de estilos y tendencias que allí aparecían, está convencido de que se carecía de “una línea sensible o de una proyección”, puede reconocer que: "Sus cualidades eran (...) de polémica crítica, mas no de creación y comunicación de un júbilo en sus cuadros de escritores”. Bajo estas líneas yace una sutil contraposición con Orígenes: la generación de 1925 queda así estrictamente asociada con la voluntad de cambio, con el choque de ideas incendiarias, mas la unidad, la coralidad, la plenitud, corresponden en realidad a quienes se nuclean en torno a la publicación lezamiana; por esta razón, puede percibirse que el autor de La fijeza considera a la revista de los años juveniles de Mañach como un capítulo cerrado para la cultura nacional: "Creemos que aquella Revista de Avance cumplió y se cumplió”. Ahora es el momento de otra de esas “gestas casi hercúleas en nuestra circunstancia cultural” y aprovecha para situar una especie de manifiesto:
Orígenes era la culminación de unos esfuerzos anteriores, en cuadernos y pequeñas revistas, que al fin logran alcanzar cierto ecumenismo huyendo siempre del énfasis- producto de que se había constituido-, huyendo también de la excesiva omnicomprensión, una pequeña república de las letras. Saint John Perse, Santayana, Eliot, autorizaban en sus páginas la inserción de sus manuscritos al igual que lo autorizaban para muy pocas revistas del resto del mundo culto. ¿Filiación y secuencia de la Revista de Avance ? Había radicales discrepancias. A Orígenes sólo parecía interesarle las raíces protozoarias de la creación, la propia norma que lleva implícita la riqueza del hacer y participar.(...) Decir lo dicho solamente por sus propias huellas, que fuese su progresión lo que quedase de su flecha. (12)
Por esta razón, sitúa la posición de ambos ante sus respectivas publicaciones como esencialmente diferentes, no sólo en el plano estético sino en el pragmático : uno añora lo que hizo en el pasado, el otro da vida a algo realmente actuante:
Dispénseme, pero su fervor por la Revista de Avance es de añoranza y retrospección, mientras que el mío por Orígenes es el que nos devora en una obra que aún respira y se adelanta, que aún demanda como la exigencia voraz de una entrega esencial, que volquemos nuestras más rasgadas intuiciones en la polémica del arte contemporáneo. (13)
La consecuencia que deriva Lezama de todo esto es de mayor alcance que el artístico, es ética, los animadores de aquella generación pasada no tenían ya para ellos “la fascinación de una entrega decisiva a una obra y que sobrenadaban en las vastas demostraciones del periodismo o en la ganga mundana de la política positiva” y peor aún “habían adquirido la sede, a trueque de la fede”, es decir se habían acomodado en posiciones públicas, perdido ya el fervor primero en las cualidades fecundadoras de la cultura. Esta acusación es grave y no totalmente justificada, es cierto que muchos de los hombres de nuestra “vanguardia” militaban en los más heteróclitos partidos y no siempre habían salido inmaculados de su relación con “la cosa pública”, pero en el caso de Mañach nada hacía pensar que el Secretario de Educación de Mendieta, fundador del Departamento de Cultura que tan provechoso resultó para apoyar muchas iniciativas artísticas, especialmente en el terreno de la plástica, el periodista defensor de una reforma en la vida nacional ajena a interferencias foráneas, mereciera tal reproche. Mas el poeta, absoluto y dominador como todos los fundadores y cabezas de grupo, está más dispuesto a defender su pensamiento que a reconocer la deuda de éste con el pasado ; sintiéndose agredido, usa todas las armas del idioma y no teme ser injusto.

Si Diez poetas cubanos había motivado el “no comprender” de Mañach, ahora Lezama le opone el reconocimiento que el volumen ha tenido por parte de Octavio Paz “considerado como el mejor poeta de su generación en su país”, el espaldarazo de éste queda opuesto a ciertas “rudas negaciones e incompresiones vacilantes”. Por último, no pretende futuro creador de Paradiso negar el que Avance trajera el “arte nuevo”, pero la misión actual es otra y aprovecha para colocar una síntesis del programa de Orígenes:
Pero de esa soledad y de esa lucha con la espantosa realidad de las circunstancias, surgió en la sangre de todos nosotros, la idea obsesionante de que podíamos al avanzar en el misterio de nuestras expresiones poéticas trazar, dentro de las desventuras rodeantes, un nuevo y viejo diálogo entre el hombre que penetra y la tierra que se le hace transparente. (14)
El texto de Lezama resultaba demasiado provocador como para que Mañach permaneciera mudo, sobre todo cuando la polémica había calado en ciertos medios literarios y periodísticos, un síntoma de ello era el artículo publicado por Luis Ortega el 2 de octubre en Prensa Libre, donde aseguraba que el balance de ese duelo entre dos generaciones marcaba “la defunción intelectual de los hombres del 25”. El 16 de octubre, Bohemia recoge la réplica de Mañach, titulada “Reacciones de un diálogo literario. Algo más sobre poesía vieja y nueva.”

Comienza el escritor con su habitual ironía por afirmar: "disto mucho de pensar que la respuesta del poeta fuese convincente en la misma medida en que me resultó interesante”(15). De inmediato, comienza su réplica por el aspecto más sensible: el ético. No cree que las labores que en el terreno de la política, la animación cultural, el periodismo, sean la negación de una pureza intelectual, pues eso mismo hicieron en su tiempo Bello, Sarmiento, Alberdi, Hostos, Martí, Varona. Frente a los “poetas, o ensayistas químicamente puros” él opone la condición del intelectual inmerso en los deberes públicos:
Esa es la gran tradición del intelectual americano : responder al menester público, no sustraerse a él; vivir en la historia, no al margen de ella. En los países ya muy granados y maduros, es perfectamente justificable que el escritor se consagre enteramente a sus tareas creadoras como tal, porque la conciencia moral e histórica de que está asistido, y aún la estética, encuentra en torno suyo un ámbito de suficiente respeto y servicio a los valores espirituales, y gente lo bastante numerosa, en la política o en el periodismo, para sustentar esos valores. Pero los pueblos todavía en formación reclaman y esperan demasiado de sus hombres de espíritu para que estos le vuelvan soberbia o tímidamente las espaldas. (16)
Nada delicado en su respuesta, alude a posiciones como la de Lezama como “purezas altivas” y “ascetismos cómodos” y contrapone a ellas su propia vocación de servicio :”yo creo que el primer deber de un hombre de espíritu es luchar porque el espíritu efectivamente reine en el ámbito donde el destino le situó”.

A partir de allí, en la segunda parte del trabajo, procura reflexionar sobre el papel social de la poesía,con la defensa de la tesis de que ésta no es sólo expresión, sino también - y sobre todo- comunicación. Él, que se proclama lector de Rilke, Valery, Eliot, Neruda, no rechaza la novedad, sino que exige a ésta una eficacia comunicativa, si bien la emoción poética puede mostrar ciertas cumbres: La calidad más alta de materia poética es aquella que, al ser ponderada, le revela al poeta motivos profundos y universales, raíces que la vinculan al misterio del hombre y del mundo - al sentido o “sinsentido” de la vida, del dolor, del amor, de la Naturaleza, de la muerte.(...) El misterio - eso es, en definitiva, el tema mayor de la poesía, como lo es de la filosofía. (17)

Para él la poesía verdaderamente grande es la que se aventura en esa zona misteriosa y casi inefable, donde la expresión poética ha alcanzado alturas incalculables, mas no basta con sumergirse “en un fárrago de palabras y de imágenes”, es necesario comunicar ese misterio.

Considerando que el asunto no ha sido totalmente agotado, a pesar de que Lezama no volverá a responder - al menos de manera clara y pública- vuelve Mañach por sus fueros con un “Final sobre la comunicación poética” que vio la luz en Bohemia el 23 de octubre de ese año. Este último artículo está marcado por su preocupación por el papel que la poesía puede desempeñar dentro de la sociedad cubana. Justifica así su insistencia en el tema:
Huelga decir que la cosa tiene cierta importancia cubana. No trascendemos mucho al exterior, o a la Historia, por nuestros episodios políticos, sino por la cultura.(...) Que se cultive en Cuba poesía buena es cosa tan importante, por lo menos, como el que la Nación esté bien gobernada y, desde luego, mucho más importante que la fortuna, próspera o adversa, de tal o cual bandería o renglón administrativo. (18)
Se cuestiona entonces cuál será la expresión poética que dará a Cuba “más gusto, más edificación espiritual y más prestigiosa resonancia”, duda que sea la cultivada por “Lezama Lima y sus cofrades” pues a pesar de ser “la generación más dotada para la poesía que Cuba ha dado”, sin embargo sus obras en muchas zonas se contentan con “la pura expresión sin generosidad comunicativa alguna”. Une entonces poética, ontología y ética en la interrogación: ¿qué sentido tiene la imagen, recurso primordial del poeta, sino ése de unir lo disperso, de enlazar lo distinto, de asimilar lo incoherente, como para reivindicarnos la conciencia de la integridad del Ser, tan comprometida por las apariencias y los episodios del mundo ? (19)

Es su preocupación el que la poesía moderna que aspira a suprimir “ toda superficie, toda periferia” y quiere llevar la imagen hacia sus últimas posibilidades, se deje llevar por una especie de autoritarismo de los “genios” que sacrifique la comunicación con el lector y se quede en la pura autocomplacencia estética, con el riesgo de provocar “una desmoralización absoluta del gusto como factor de ennoblecimiento espiritual”. (20)

Asume Mañach el que a partir de estos criterios pueda ser calificado de “atrasado”, mas siente que su conciencia está tranquila pues : "Ganada o perdida, habrá sido ésta una batalla más por la diafanidad y fecundidad de nuestra cultura.” (21)

¿Qué consecuencias tuvo esta polémica en la cultura cubana ? Quienes intervinieron en ella se mantuvieron en sus posiciones irreconciliables. Rafael Rojas ha señalado la diferencia básica de las estrategias de ambos: Así en los años 40 y 50, Mañach concibió una estrategia pública inversa a la de Orígenes. Para Lezama la crisis era política y la cultura funcionaba como un dispositivo secreto contra la escasa imaginación del Estado. Para Mañach la crisis era cultural y el espacio público ofrecía una zona neutra donde regenerar la ciudadanía y vigorizar la nación. (22)

En la vida pública siguieron pesando más la corrupción gubernamnetal, el “bonche” universitario y otras calamidades, sin embargo, en el plano subterráneo, invisible, estos conceptos contrapuestos nutrían un pensamiento cubano que décadas después sigue confrontando las relaciones cultura- espacio público con posiciones que, más allá de ciertos matices, estaban ya contenidas en los puntos de vista de Mañach y de Lezama.

Un poema de Cintio Vitier viene a cerrar el abismo entre Mañach y Orígenes :

Ciegos sus ojos para el rapto,

usted no vio lo que veíamos.

Bien, pero en sombras yo sabía,

mirándolo con hurañez,

lo que ahora llega iluminado:

Tener defectos es fatal

y nadie escapa a sus virtudes. (23)

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  1. Cf. Bohemia, 25 de septiembre de 1949, p.78 y 90.
  2. Ibid, p.78
  3. Ibid
  4. Ibid.
  5. Ibid, p.90.
  6. Ibid.
  7. Ibid
  8. Ibid.
  9. Cf. Bohemia, 2 de octubre de 1949, p.77.
  10. Ibid
  11. Ibid
  12. Ibid.
  13. Ibid
  14. Ibid
  15. Jorge Mañach :”Reacciones de un diálogo...”, Bohemia, 16 de octubre de 1949, p.63.
  16. Ibid
  17. Ibid, p.107.
  18. Jorge Mañach :”Final sobre la comunicación poética”, Bohemia, 23 octubre, 1949, p.56.
  19. Ibid
  20. Ibid, p.113.
  21. Ibid
  22. Rafael Rojas :”Mañach o el desmontaje intelectual de una república”. En : Gaceta de Cuba, no.4, 1994, p.9.
  23. Cintio Vitier :”Jorge Mañach”. En : Gaceta de Cuba, no.4, 1994, p.10.

Wednesday, May 15, 2019

Gastón Baquero, Escuchar al Inocente (por Roberto Méndez Martínez)

 


Sintiendo mi fantasma venidero
bajo el disfraz corpóreo en que resido,
nunca acierto a saber si vivo o muero
y si sombra soy o cuerpo he sido.


Mitad cuerpo, mitad sombra es todavía para nosotros Gastón Baquero (Banes, 1914 – Madrid, 1997). Durante años los autores de mi generación no pudimos leer de él otra cosa que esa decena de textos - fundamentales sí, pero desgajados del quehacer mayor que los produjo- incluidos por Cintio Vitier en la antología Diez poetas cubanos. Era, desde luego, el autor de “Palabras escritas en la arena por un inocente”, de “Testamento del pez”, de “Saúl sobre su espada”, más se llegó a decir de él que era un autor de ocasión, caballero que abandonó la liza poética para dedicarse a una hedoné particular – su bien financiada labor en el Diario de la Marina. Lo demás parecía perdido, o era el placer de unos pocos decir que así era. Temíamos el tener que dar la razón a la frase tremenda que nos dejó en su ensayo “Los enemigos del Poeta” : “La poesía perece a cada instante”. La suya parecía haber naufragado entre viajes, ausencias, silencios voluntarios e impuestos.

Años después, en 2001, con La patria sonora de los frutos, una antología de sus poemas mayores, preparada por Efraín Rodríguez y que dio a la luz la editorial Letras Cubanas, buena parte de esa creación nos fue restituida y demostró formar un corpus resistente, desafiante, dentro de la cultura cubana. Sin embargo ¿cuántos autores de las nuevas promociones se detienen ante el quehacer de un poeta cuya difusión continúa resultando parca?

En 1942 el escritor había definido el apresamiento del ser de la poesía como “punto menos que un alto imposible, un absurdo glorioso”, años después, en su ensayo “La poesía como reconstrucción de los dioses y del mundo” aseveró con más precisión: “la poesía es la prolongación en el hombre de la imagen y semejanza de Dios, en cuanto a creador”. El “imposible” de sus inicios, la identidad con lo divino de la madurez, coinciden en la búsqueda de la belleza a gran altura en la que el hilo conductor es la fábula.

Para Baquero la invención es esencial, en su obra, la fábula, como en el mundo preteológico de ciertas culturas, es la vía para lograr una visión totalizadora de la realidad, en la que conviven la búsqueda ontológica y el ansia de belleza, la unidad de ambas le otorga hondura:
La poesía es una penetración. Tienes que entrar rectificando mucho lo personal privado. Si esa manera, que es un poema ahora distinto, puede ser bella, mejor. Se supone que en la poesía interviene, aparte del elemento filosófico, ontológico de la averiguación, la búsqueda de la belleza. No sólo basta que sea ontológicamente valiosa, sino que además ha de ser bella. Y ese es el problema de la poesía, uno de los problemas ante los cuales yo me he enfrentado y me sigo enfrentando.
Eliseo Diego se ha referido alguna vez a la duplicidad que él descubría entre “el buen Gastón” y “el bachiller Baquero”, es decir, la coexistencia en el autor de una vertiente íntima, sentimental, confesional, junto a otra más ambiciosa y dominada por el embrujo de lo verbal, aunque esta observación, parcialmente válida para la obra del escritor hasta 1959, comienza a ser cada vez más inexacta en la medida en la que el poeta madura y va conciliando ambos modos en una personalísima manera de hacer.

El autor del “Soneto a las palomas de mi madre” está todavía muy cercano a la poesía de la generación anterior, la deuda con Florit es tan evidente como la perfecta asimilación de los autores del Siglo de Oro español:
A vosotras, palomas, hoy recuerdo
decorando el alero de mi casa.
Componéis el paisaje en que me pierdo
para habitar el tiempo que no pasa.
El soneto dedicado al “Nacimiento de Cristo” está sellado ya por esa mirada angustiosa sobre la realidad, en vez de contemplar como otros poetas el esplendor navideño, sólo ve el anuncio de la Pasión en el niño:
Siendo recién venido eternidades
a sus ojos acuden en tristeza.
Ya nunca sonreirá. Hondas verdades
ciñéndole en tinieblas la cabeza,
van a ocultar su luz, sus potestades,
mientras en sombras la paloma reza.
Décadas después, confesará en una entrevista: “Mi tema verdadero es, según creo, la desaparición de las cosas, la destrucción de lo bello, sobre todo”. Esta destrucción se anuncia ya en “El Caballero, el Diablo y la Muerte”, basado en el grabado homónimo de Durero, donde la Muerte es a la vez el destino fatídico y la piedad y “memoria del Señor”:
Cuando es llamada
por aquel que no puede con su alma,
se oculta entre la malla de los días;
luego se cubre el pecho
con su coraza negra,
y armada de su lanza,
su caballo y su escudo,
se arroja inesperada
entre la hueste erguida.
Tala sin ruido
lo pesado y lo leve.
Gastón recorre su existencia en el ámbito de la duda, como cristiano espera la Resurrección, mas la fragilidad de la vida le espanta. Observa cada día esa destrucción de lo que le rodea y como tantos antes de él –Pascal, Kierkegaard, Unamuno- siente la soledad como una agonía, una resistencia al fluir. El pasaje bíblico de Saúl llorando a sus hijos muertos en batalla, le hace componer de los poemas más desolados de la literatura cubana, Saúl sobre su espada:
Busca las cenizas de su cuerpo
Sombra ya, muerto ya, vencido.
Perdido en la llanura oscura de la muerte
Solo solemne muerto
Padre más solitario que todos los muertos.
Tal vez el texto mayor de Baquero sigue siendo “Palabras escritas en la arena por un inocente”, parábola de la condición del poeta: un ser infantil, marginado, no escuchado, que inocentemente redacta su discurso, mientras a su lado transcurre la gran Historia que no va a tenerle en cuenta. En su sueño los tiempos se funden, a su alrededor se mezclan Juliano el apóstata, la emperatriz Faustina, el Patriarca Atanasio, pero no entiende sus conversaciones, sus empeños, sus herejías. El poeta sólo sabe que las palabras que se le ocurren, incomprensibles para los humanos “en Dios tienen sentido” y esa justificación lo redime porque, según él:
Porque está en las manos de Dios y no conoce sino el pecado.
Y porque sabe que Dios vendrá a recogerle un día detrás
del laberinto.
Buscando al más pequeño de sus hijos perdido olvidado
en el parque.
Y porque sabe que Dios es también el horror y el vacío del mundo.
Y la plenitud cristalina del mundo.
Y porque Dios está erguido en el cuerpo luminoso de la verdad
como en el cuerpo sombrío de la mentira.
Parece exagerada la afirmación de Cintio Vitier en Lo cubano en la poesía de que este poema “contiene la metafísica de la irresponsabilidad en su sentido más radical”, sobre todo si ésta se interpreta como la sujección de la Isla a la imagen falsamente paradisíaca que le regalara Occidente. El sueño del poeta no está marcado por un fatalismo geográfico sino por la otredad de su condición, es un ser diverso de aquellos que representan el poder temporal o espiritual, e inclusive distinto de los que detentan una sabiduría “canónica”. Su justificación no está en la falta de responsabilidad pura sino en el sentido de su discurso, que se eleva sobre lo accidental, para ir hacia la sustancia imperecedera, lo que lo acerca a la gran tradición mística hispánica.

El poeta en su vejez rechazó en su Autoantología comentada (Signos, Madrid, 1992) este texto y muchos otros de juventud, por la carga sentimental o dramática que creía los lastraba. Frente a estas escrituras, contrapone la fabulación supuestamente pura, el delirio verbal de poemas cuyo propio título anuncia ya su condición de juego con la realidad y la cultura, marcos suntuosos que rodean las glorias y miserias humanas, recuérdese “Confesión de un fiscal de Bizancio” o “Luigia Polzelli mira de soslayo a su amante y sonríe”, producciones típicas del “bachiller Baquero”. Pero detrás de estas ricas tapicerías está la honda reflexión sobre el misterio de la existencia humana. El poeta no puede vivir siempre en el reino de la ironía y el elegante escepticismo, por entre las grietas de su máscara brota la efusión sentimental; así, la figura del anciano pordiosero junto a las cúpulas de San Carlos le lleva a meditar sobre la caridad y la angustiosa limitación de las relaciones humanas en “El mendigo en la noche vienesa”:
y allí aquel mendigo, fiero testigo en pie, con la mano tendida hacia la nada,
acompañado solamente
por las abrumadoras sombras de su soledad y de la soledad que ve en los otros.
Y nadie, nadie puede ayudarle, ni hacerle la caridad que mudamente pide,
ni hoy ni mañana ni nunca,
porque al hombre le es fácil compartir sus monedas
pero a ninguno le es dado pelear contra la soledad de un semejante.
A todo ello habría que añadir otras muchas cualidades, como la mirada de ternura con que reinventa pasajes ocultos de la cultura cubana en “Joseíto Juai toca su violín en el Versalles de Matanzas” o esa elegancia con la que retoma un tema tan cantado y al parecer agotado por los poetas de la generación anterior – Florit, Brull, Ballagas- la perfección escultórica de la rosa, símbolo de la pureza poética, en su “Discurso de la rosa en Villalba”.

Hay poetas que legan a sus culturas un sabor, la marca discreta discreta de un estilo, sólo unos pocos logran el empeño mayor: la fijación de todo un orbe en sus páginas. Gastón es de estos últimos, ya lo había descubierto María Zambrano cuando preparaba su ensayo “La Cuba secreta”:
Bastarían la poesía de Lezama y la de Gastón Baquero para que se probara esto: que la suntuosa riqueza de la vida, los delirios de la substancia están primero que el vacío: que en el principio no fue la nada. Y antes que la angustia, la inocencia, cuyas palabras escritas y borradas en la arena permanecen sin letra, libres para quien sepa algo del Misterio.

Thursday, April 18, 2019

El Santo Sepulcro de Camagüey (por Roberto Méndez)

(Versión abreviada -por el autor- para el blog Gaspar, El Lugareño, del texto incluido en su libro Leyendas y tradiciones del Camagüey, Editorial Ácana, 2003)




Hacia la tercera década del siglo XVIII, vivía en Puerto Príncipe un hombre ejemplar: Don Manuel Agüero y Ortega, que había desempeñado ya, por entonces, los cargos de Alcalde Ordinario, Capitán de Milicias y Sargento Mayor de la Plaza. Residía en una casona solariega, ubicada en la calle Mayor, muy próxima a la Plaza de la Merced, junto a su esposa Doña Catalina Bringas y de Varona, miembro también de una antigua familia del Camagüey, con la que había contraído matrimonio en la Parroquial Mayor el 8 de junio de 1723. Si de Don Manuel se decía que era “muy limosnero y socorría a toda clase de pobres”, de ella podía afirmarse otro tanto.

Fruto de esa unión les había nacido numerosa prole. Su primogénito, José Manuel Agüero Bringas, en el que habían puesto toda su alegría, había visto la luz en 1737. Sin embargo, como en las antiguas tragedias, aquella próspera dinastía estaba amenazada por el desastre. Doña Catalina falleció en 1746. Poco tiempo después, cuando sus hijos aún no habían llegado a la adultez, Don Manuel decidió ingresar en la carrera eclesiástica, aunque continuara residiendo en su hogar y encargado de la educación de los niños.

Debe haber recibido las Sagrados Ordenes alrededor de 1749, pues cuando el Obispo Morell de Santa Cruz visitó Puerto Príncipe en 1756, lo incluyó en la relación de sacerdotes de esta parte del país con la nota “su edad 42 años y 7 de sacerdote”. Poco después de esta visita pastoral sobrevendrían los hechos que la leyenda ha perpetuado.

Afirma la leyenda que el joven José Manuel creció junto al hijo de una viuda a quien su padre favorecía. De éste, al que la tradición da el apellido Moya, nada ha podido averiguarse. José Manuel y su hermano adoptivo estudiaban juntos en la Habana, cuando vino una mujer a deshacer su confraternidad. El amor de ambos por ella, trajo enseguida celos mutuos y Moya, menos favorecido por el apellido y la fortuna, y perdedor en aquel lance sentimental, se llenó de resentimiento hacia el rico heredero, al que todo parecía privilegiar y en un suceso que no ha sido aclarado – para unos un duelo, para otros una celada nocturna – dio muerte a José Manuel.

Según la tradición conservada en el seno de la familia Agüero, el joven no murió de inmediato, y en su agonía vino a tomarle declaración un juez, quien insistía en saber el nombre del criminal, pero el moribundo repetía una y otra vez: “El que me ha herido está perdonado, completamente perdonado por mí, para que Dios a su vez también me perdone y tenga misericordia de mí”. En esta actitud persistió hasta expirar.

El asesino sintióse enseguida presa de grandes remordimientos y huyó a Puerto Príncipe, donde contó a su madre lo sucedido. Decidió ella ir de inmediato, en medio de la noche, a ver al sacerdote y benefactor, quien aún residía en la casona de la calle Mayor y llena de horror, le contó lo sucedido, mientras el hijo esperaba en el zaguán. Nadie sabe lo que pasó por la mente del tonsurado cuando supo aquellos hechos, pero de inmediato entregó a la viuda una talega de dinero y un caballo con la orden de que Moya debía desaparecer de inmediato donde jamás fuera encontrado por sus otros hijos. Dicho y hecho, el joven se marchó a México y nunca se volvió a saber de él. Según la tradición familiar, no abandonó el presbítero a la madre del ingrato Moya, sino que le duplicó la pensión que mensualmente acostumbraba a entregarle, porque, como argumentaba: “porque desde hoy eres para mí mas digna y más acreedora a toda mi consideración y protección”.

Hizo la pena que Don Manuel quisiera alejarse aún más del mundo y entró poco después como fraile en el vecino convento de La Merced, con el nombre de Manuel de la Virgen, por lo que a sus descendientes se les dio el mote popular de “Nietos de la Virgen”.

El nuevo fraile mercedario destinó a su Orden la parte de la herencia del hijo asesinado. Según la tradición llevó de su casa al convento en grandes talegos repletos de pesos de plata mexicana que fueron destinados en casi su totalidad al embellecimiento de aquella sagrada Casa.

Era tradición en Puerto Príncipe, al modo de Andalucía, sacar procesiones de Semana Santa. El Viernes Santo, un cortejo llevaba desde La Merced hasta la Parroquial Mayor la imagen de Cristo muerto – según unos simplemente sobre la cruz, para otros, como sucedía en otras partes, en un rústico arcón o ataúd de madera descubierto – acompañado por la Virgen Dolorosa, luego, el Domingo de Resurrección, salía de la Parroquial otro cortejo con el Cristo resucitado, que iba a encontrarse en la Plaza de Armas con la Virgen de la Alegría. Fray Manuel iba a contribuir a dar esplendor a estas celebraciones.

Un orfebre mexicano Don Juan Benítez fue el encargado de realizar en el convento, a partir de este patrimonio, un conjunto de obras de arte. La más notable de ellas fue el Santo Sepulcro: una gran arca de plata, ricamente cincelada, destinada a guardar en su interior la imagen de un Cristo yacente y que es desde entonces uno de los exponentes de orfebrería de mayor tamaño y elaboración de la Isla. La pieza tiene en su exterior una inscripción que dice:
SIENDO COMENDADOR EL R. R. PREdo. F. JUAN IGNACIO COLON A DEVOCION DEL P.F. MANUEL DE LA VIRGEN Y AGÜERO. SU ARTIFICE Dn JUAN BENITES ALFONZO. AÑO 1762.
Además, debió el artista forjar unas andas del mismo metal para la Virgen de los Dolores, así como el altar mayor del templo, con su manifestador y sagrario y varias lámparas monumentales cuyas cadenas también eran de plata. Se afirma que las piezas fueron fundidas en el patio del convento, convertido en gigantesco crisol y taller. Dicen algunos ancianos camagüeyanos, aún a inicios del siglo XX, después de los días de lluvia, se veían aflorar de la tierra esquirlas de plata que eran elocuentes testigos de aquellas obras. Don Manuel Agüero falleció en aquel Convento varias décadas después, el 22 de mayo de 1794. Además de los bienes citados, legó una casa en la vecina calle de San Ramón esquina a Astillero donde se guardaba el Sepulcro una parte del año.

Se dice que al principio eran esclavos quienes lo cargaban en las procesiones. Luego se organizó una cofradía de negros libertos con este fin, la pertenencia a ella se trasmitía de padres a hijos. Su distintivo era la almohadilla que se ponían en el hombro para apoyar la pieza y que al morir, era colocada ritualmente bajo la cabeza del difunto, para acompañarlo en su último viaje.

El Sepulcro había sido dotado de unas campanillas de plata, para que al ser llevado con un característico paso, lento y ondulante, acompañado por una banda de música con una marcha compuesta al efecto produjera un delicado sonido. Para la mente popular, estas campanillas, tenían un poder especial y podían hasta sanar enfermedades si tocaban al paciente, por lo que muchos se adueñaban de aquellas que a veces se desprendían de la pieza durante la ceremonia e inclusive hubo quien procuró arrancarlas para guardarlas como reliquias, por lo que en fechas diversas, varias familias camagüeyanas hubieron de donar plata para forjar otras nuevas.

En 1906 un voraz incendio se desató durante la noche en la Iglesia de la Merced, el altar mayor y las lámparas fueron dañados irreparablemente. Mas el Sepulcro y las andas de la Virgen se habían salvado. Cuando el templo fue redecorado, se construyó un retablo, cerca del presbiterio, costeado por la familia Rodríguez Fernández para acoger al Santo Sepulcro que desde entonces se custodia en esta misma iglesia.


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Las procesiones, interrumpidas desde 1961, fueron en fecha reciente restablecidas: a partir de 1998 la del Santo Entierro y desde el 2002 la del Domingo de Resurrección




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Aspecto actual
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