En las redes pululan ciertas publicaciones que en mi opinión van cargados de tonos y matices de nostalgia mal entendida, respecto a las generaciones de quienes vivieron tales experiencia en el pasado cubensis.
La mía fue la que concurrió sin faltar una vez, desde séptimo hasta 12mo grado, a aquellas movilizaciones de 45 días ininterrumpidos, casi siempre en época invernal, partiendo a la mitad las lógicas celebraciones festivas de Diciembre, léase la entonces no oficial Navidad, y las de despedida del año viejo y recibimiento del nuevo.
Aquella movilización de carácter obligatorio y que solo eximía de partir al campo a quienes padecían de alguna afección contraria al evento, y que exhibieran con mucha suerte algún certificado médico que los hiciera inhábiles.
El no asistir venía cargado de un conocido “sanbenito” que rezaba que el estudiante se atendría a las consecuencias cuando al final de la secundaria o el famoso pre (bachillerato a la cubana), su evaluación política-ideológica insatisfactoria, le impediría acceder a las mejores y más solicitadas carreras universitarias que exigían tales referentes.
Todavía en aquel tiempo el famoso pre se hacía en calidad externa, y los que funcionaban como escuelas en el campo, eran opcionales.
Pero una generación que siguió un poco después, a la mía solo tuvo la beca como único medio de llegar a la universidad.
Y esa odisea se conoció y se asoció en mi paterno lar camagüeyano con el del poblado de Sola y sus alrededores, donde se construyeron aquellos engendros educacionales: las Solas desde a la una hasta la 18, desperdigadas en aquella geografía de entonces medianamente productivos naranjales y zonas de cultivo de cítricos y la sabrosa papa.
Hoy día solo quedan ruinas de lo que fue, y las naranjas y otras frutas y las papas solo existen en el imaginario popular, y ya ni siquiera a la hora del popular NTV de la televisión cubana.
En mi opinión nada más socorrido en este minuto que llamarles a las cosas como son con el conocido adagio: "al pan, pan y al vino, vino.”
Sin dudas aquellas experiencias fueron no más que consecuencias advertidas, de una ingeniería social que mostró muy pronto su ineficacia.
Y no puedo menos que leer con preocupación el desparpajo mayor de asociar el fallido intento a las ideas del Apóstol Marti.
Creo que como se dice igualmente en buen cubano: “se revolvería en su tumba de sólo pensarlo.”
Nada habría sido más contrario en su ideal de una juventud ejemplar, que el temible desastre de colectivización de las ideas y de palmario adoctrinamiento y liquidación de las mejores costumbres que habitó detrás de la idea de combinar el estudio y el trabajo de manera tan equívoca.
Y como dice el otro adagio bíblico: “Por sus frutos los conocerán” Lo que está a la vista es obviamente el desastre final, no de lo que con otro refrán calificó de salida: “lo que fue y no es: como si no hubiera sido.”





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