Thursday, January 25, 2024

Un fantasma en Cascorro (por Mariem C. Gómez Chacour y Marum Gómez Chacour)


Recorro de nuevo las calles de mi pueblo. Al margen de la inclemencia de los tiempos hay una evocación de alegría íntima, personal, como luz de adolescencia... Calles perdidas en la llanura de siempre donde tal vez por menosprecio, por perniciosas ambiciones y otros males, no hay eco de modernidad, lujo ni opulencia. Esos vienen a ratos con verbos y adjetivos pasajeros que no riman en la sabana.

¡Cómo andan los buenos recuerdos por esas calles!

Atesoro memorias de abrigo y cariño que ahora evoco como homenaje a tantas personas cercanas en el tiempo. Rostros, sonrisas y palabras de cariño... ¡mi pueblo! Cuantas veces siento las vivencias de aquellas tardes... Un silencio diferente acompañado de voces antiguas y, más allá de los potreros en penumbra, el cielo de nubes incendiadas a la despedida del sol... el primer lucero de la tarde, el lejano ladrido de un perro... interrogantes... soledades de caminos... Aquellas casitas en el monte de la infancia con los trillos del ir y siempre volver a las pequeñas luces de velas y quinqués, el regocijo irrepetible con aromas de paz. ¡La libre alegría de la humilde casa de los abuelos!

Degustar los menús de la abuela acompaña mis recuerdos más exquisitos: invariable sopa de fideos con sustancia de res o pollo, calabaza y papas acompañada del aborigen casabe por las tardes. Por los medio días ... en ocasiones la ropa vieja, tostones y arroz blanco. Otras... arroz con pollo lleno de pasas y aceitunas además de plátanos maduros fritos ... ¡las empanadillas! ¡El arroz con leche!¡Las galletas de sal grandes, les decían “de marineros”! ¡La harina de maíz con leche y sal!... Así la hizo abuela aquel día para complacerme. No la pude saborear por culpa de un visitante parlanchín con el cuento de un fantasma que salió en época lejana atemorizando a los pobladores. Fue la primera vez que escuché de aquel personaje... cuando estrenaba la vida.

Siempre razono sobre el miedo y los disgustos por cosas no amables de la existencia y creo que es el diablo para ahuyentar la paz. “Dicen que era una cosa de dos metros encapuchada de negro y con un sable con el que amenazaba...” Se sucedieron preguntas y respuestas que guardé en el subconsciente y esa noche no me dejaban dormir. Abuela, ¡esté con Dios!, tuvo que dar masaje en mis pies para combatir el ahogo mientras hacía el cuento de nunca acabar: y pasa pato... y pasa pato... y paasss...

Al otro día la conversación, escondida por los rincones oscuros de la mente, volvió a surgir. “¡No salgan de noche que anda la cosa esa asustando!” contaba mi abuela que decían en su casa. Ese fantasma del principio de los tiempos fue el desayuno y el almuerzo de aquel día. Comentaban que la rural lo anduvo cazando para darle su merecido por asustar a la gente de bien... que el sable era de la guardia rural... que si era un hombre debía ser bien alto... ¡que era un espía!... fue en la época de la segunda guerra mundial ¿Qué haría un espía alemán asustando a un pueblo de la sabana? Una vecina con malicia: “a mí no me lo crean que hace muchos años de eso, pero escuché en la tienda de los chinos que era fulano que andaba con fulana y.… mi abuela le cortó el chisme con un ¡ya! rotundo. Tantas y tantas fueron las conjeturas y los pasas patos de abuela que, con el tiempo, la escuela de monjas y otros afanes y temores, el fantasma de negro quedó en aquellos trillos de olvido.

Al paso de los años, en otras vacaciones que visité el pueblo, quise averiguar sobre la historia de Cascorro... La verdad de la verdad fue que conocí a un muchacho colombiano que andaba en esos trajines de revoluciones y cambios sociales... Un día me pidió la dirección porque se marchaba de La Habana y no sabía cuándo volvería. Siempre aquel momento perturba mi tranquilidad... me espetó de mal talante que era una mala palabra y no entendió razones. Le repetí una y mil veces ¡que yo no le había dado nombre al pueblo ni lo podía quitar! Jamás volví a saber de él y me alegro por ello... pero desde aquel tiempo consulto diccionarios.

Fue por aquel entonces que mi padre me aconsejó ir al Departamento de Orden Público donde Víctor Somonte hacía guardias, que sólo él podía orientar sobre la historia del pueblo, agregó. Y cierto que lo hizo. De Víctor guardo el mejor de los recuerdos porque además imprimió ese cariño y esa admiración por el lugar donde nacimos, por su trato tan atento y cordial, su afable humanidad. Jamás le molestaron las preguntas, por el contrario, le gustaba el tema. Y así volvió el fantasma de negro. “Le decían la araña”, comenzó... “yo lo seguí aquella noche” ... “en el momento no supe quién era, luego sí”. “El corrió a tu tío Chichi”, comentó risueño.

Entonces, con una paciencia infinita explicó la diferencia física del poblado al paso de los años. “Cascorro no era un pueblo tan grande, contando la Carretera Central, cinco cuadras paralelas de norte a sur comenzaban en la casa de la guardia rural donde está hoy el mercadito y terminaban en el bar de Socarrás. Y otras siete transversales, cortas, de este a oeste... excepto la Carretera eran todas de tierra. No sé si recuerdas que por donde están los edificios era un terreno para jugar pelota bordeado de un muro de cemento con escalones en cada esquina ... lo hizo el alcalde Pedroso allá por los años veinte del siglo pasado, alrededor del terreno sembraron almendros... recuerda también que donde está el hogar de ancianos era la quinta de los Portillas y frente estaba la casa del Dr. Mario Díaz con otra, que precisamente era de los Pedroso ... las únicas existentes por ahí, ni estaba el barrio de San Manuel como hoy día... todo era monte”. “Por uno de los almendros del parque de pelota apareció el fantasma por primera vez... las chismosas del pueblo decían que era noche de luna”.

Contó que en las tardes y noches se jugaban cartas en el local de la sociedad “La Alianza” donde era, más que conserje; historiador, guardián y alma ... Allí los vecinos tomaban sus traguitos y finalizada la jornada, ya casi a la hora que Baudelaire dice que pasa el ángel de la media noche, él recogía los ingresos monetarios para guardarlos fuera del lugar como era su costumbre. Lo propio hizo en aquella ocasión y salió a la calle, su casa no estaba lejos.

En aquella época el alumbrado era muy pobre, consistía en horcones de jiquí con una especie de platos de estaño donde se enroscaba una bombilla de 40 watts... y no en todas las esquinas. Me parece estar viendo al viejo Pascual, aquel moreno menudo de bigote canoso que pasaba cada tarde y mañana con el palo que encendía o apagaba las bombillas. Arrastraba los pies y tenía una sonrisa para cada persona.

La noche en cuestión Víctor, al salir de La Sociedad vio al fantasma y lo siguió de lejos. En vez de doblar a su casa se escondió en la esquina de los Portilla. Y cuando observó el rumbo del encapuchado lo persiguió a cierta distancia. A mi pregunta de si tuvo miedo se encogió de hombros e hizo un gesto como de esbozo de risa y continuó... “Cuando llegamos cerca del río se perdió por unos matorrales y me detuve esperando... luego de un momento sentí el paraguayo en el hombro y al dar la vuelta lo vi ... sólo su capucha porque estaba muy oscuro... intenté hablarle, no respondió y comenzó a dar señales con el paraguayo, la gente habla de sable... era un paraguayo. El caso es que no habló, sino que hacía señales para que caminara en dirección a mi casa y en la esquina se perdió de nuevo... recuerdo que usaba guantes negros también... era el hombre más alto del pueblo...” Y Víctor fue el vecino que más cerca lo encaró.

Víctor Somonte se refirió a que los vecinos eran familias conocidas por ser los de siempre, por las ocupaciones de cada quien, como los carpinteros, los albañiles, el herrero, etc. Y los emigrantes que se establecieron con sus familias. Que a pesar de ciertas rencillas sobre todo comerciales existía el respeto, garantía de la convivencia apacible. Que los que sobresalían por defectos como ladrones o borrachos y prostitutas, a las cortas o largas debían marcharse del pueblo... De él y mis abuelos cubanos aprendí que “el qué dirán” si era (y es) resguardo para la decencia social.

Al fantasma lo reconoció por la estatura y se lo confirmó el hecho de que el personaje desapareció, cuando aquel vecino sospechoso se fue del pueblo... que era mucha la coincidencia. Y Somonte agregó “no robó ni hizo mal, sólo amenazaba de sorpresa a los que salían de noche y los corría hasta su casa y sólo a hombres, no supe de mujeres... hay personas que ocultan inseguridades u otros complejos con una máscara para satisfacer su ego” “Nunca se supo o descubrió la identidad, aunque se mencionaron unos cuantos y también los supuestos porqués, aún hoy existe la incógnita ... a ti si te diré el nombre porque te vas a estudiar y a lo mejor ni regresas, pero promete que no lo repetirás para que continúe el misterio por todo el tiempo de nuestro Cascorro”.

¡Discúlpenme! Aunque tengo aquel apellido en las puntas de los dedos, no puedo romper la promesa que guardo a una de las personas más buenas que he conocido... y pienso que no importa n mucho la identidad del encapuchado... Sólo eso, que en mi pueblo también hubo un fantasma en las noches de invierno... y un buen día se perdió en la niebla de la sabana.

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