Thursday, March 2, 2023

La conciencia pública (un texto de Gaspar Betancourt Cisneros, El Lugareño)



La charité la moins digne de ce nom 
est celle qui ne donne que de l'or. 
Degerando




Un pensamiento grave, profundo, doloroso, me preocupa constantemente. Por más que procuro alejarle, desasirme de él, vuelve sobre mí, y se clava en mi mente, como las garras del tigre en las entrañas del corderillo. ¿Por qué hay pobreza en Cuba? De aquí un remordimiento. ¿Y por qué un remordimiento? ¿He robado algo á los pobres? ¿He oprimido á algún pobre? ¿Qué culpa tengo yo de no ser pobre para que la presencia del pobre me atosigue el alma y despedace el corazón? ¡Ah! yo no sé; pero ese fatal pensamiento viene siempre acompañado de la tortura de los remordimientos. ¡Perdón, Dios mío! Y vosotros, ricos de mi patria, escuchad atentos como sucede esto. 

Allí le teneis, arrastrándose por las aceras de la opulenta Habana, al pobre lisiado. ¿Por qué, sin más esfuerzo que mirarme á la cara, parece que me hace violencia, y docil mi mano á su voluntad pone entre las suyas una moneda de plata? ¿Regalé ó pagué? ¿Obedecí á un sentimiento generoso, ó á la fuerza del derecho del pobre reclamado por mi propia conciencia? Nada me dijo el pobre, y sin embargo, yo oí una voz imperiosa que me decía: ese hombre es tu hermano: él no tiene donde reclinar su cabeza, mientras que tu descansas en mullido almohadón; él está todavía en ayunas, mientras que de tu mesa caen pechugas de aves para regalar á un galguito mimado; él nunca ha experimentado los placeres ni consuelos que pudieran proporcionarle las ciencias y las artes, mientras que tú, en reuniones de artistas y literatos, gozais todos de sus encantos y embelesos, sin ocuparos jamás de averiguar por qué hay pobreza en Cuba, ni de que modo se dis tribuirán las riquezas y los conocimientos humanos de manera que alcanzasen á satisfacer las necesidades, y asegurar el bienestar del mayor número posible. ¿Qué voz es, pues, la que constantemente resuena en mis oidos? La conciencia. ¿Y qué más hace la conciencia? Lleva la mano á la faltriquera, saca una moneda de plata y la pone entre las del mendigo. ¿Regalé ó pagué? ¿Quién debe á quién? 

La sociedad, como persona moral, tiene también su conciencia: hay una conciencia social, una conciencia pública, más severa y estrecha en sus deberes, que la conciencia individual, más responsable por cuanto sus poderes son muchos mayores y más suficientes. Ilustrad esa conciencia pública, y también ella sufrirá la tortura del remordimiento, buscará el consuelo en el duro - pero más moral y más santo, - principio de la expiación, y obtendrá el perdón de Dios, y las cordiales bendiciones del pobre. 

Elevad los ojos al cielo. Dudais que el sol alumbra para todos? Bajadlos hacia la tierra. Dudáis que es la madre común en cuyo seno se ofrece igual descanso al pobre que al rico? Fijadlos en el espacio. Dudáis que en él podríamos caber cómodamente los habitantes de Cuba? ¿Qué os falta, hombres de Cuba? ó mejor dicho, ¿qué nos ha prodigado la generosa mano de la Providencia? La tierra os brinda en sus montes, en sus sabanas, en sus montañas, tesoros que nunca podreis agotar; y los montes, y las sabanas, y las montañas de Cuba, están desiertas y vírgenes aún; en ellas no resuena sino el eco del ave nocturna, ó el melancólico ahullido del indómito jíbaro

¿Por qué tanta tierra sin propietarios, ó por qué el monopolio de la tierra en manos que no la cultiven? La tierra de Cuba está desierta, inculta, abandonada á la espontaneidad de la naturaleza. Ni los cantares nacionales, ni la risa inocente, ni la candorosa alegría, ni las danzas festivas, ni la abundancia, ni aun la salud y lozanía de los pueblos pastores, se columbran en los campos de Cuba. ¿Estarán en las capitales? Allí los extremos se ofrecen en contraste: la opulencia en muy pocos; la indiferencia en muchos: orgullo, soberbia, y vanidad en la familia, más allá de la esfera del hombre; abyección, abatimiento y bajeza en las masas, más acá de la esfera del bruto. No son éstas la Habana, Puerto Príncipe y Cuba? A nadie hago cargos; pero mientras las grandes mayorías no tengan propiedad, y el territorio de Cuba esté sin repartir, sin poblar, sin florecer; mientras las grandes mayorías no estén educadas para las ciencias, las artes, la virtud y el trabajo; mientras necesitemos del extranjero la máquina que sirve á nuestra agricultura, comercio é industria, y el maquinista que la comprende, la dirige ó la repara, la sociedad cubana no está ilustrada, ni conoce sus deberes, y carga sobre la conciencia pública una deuda de que nadie podrá redimirla, y que tanto más demore el pago, cuanto con más usura le será cobrada; porque bien puede ser que vivamos en una sociedad donde una inmensa mayoría se componga de hombres pobres é ignorantes; pero no está en humano poder evitar las consecuencias de la pobreza y de la ignorancia, ni redimirnos de los remordimientos de la conciencia pública. 

Ya oigo á alguno que murmura, y se ríe, y me llama declamador insulso y fastidioso, ó Lugareño fanático. La corona de los mártires de la verdad siempre fué tejida de las flores del ridículo, de la calumnia y de la persecución; mas no por esto es menos brillante y apetecible. ¡Y qué! No es la conciencia pública la que grita y clama por el dulce consuelo de la expiación? 

¿Qué significa, sino, ese bazar ó feria? ¿Quién agolpa en él las primeras filas, las clases adineradas, aristocráticas, poderosas? ¿Qué venís á buscar aquí? Vosotros mismos lo ignorais... ¡Ya se vé! ... estais tan distantes de figurároslo ni de creerlo ... Son tan diversas y tan varias las miras particulares que aquí os conducen ... Aquella respetable matrona trae su mira particular, que sólo ella lo sabe. Aquellas señoritas elegantes han estudiado una semana entera el papel que cada cual se propone representar en el Bazar habanero. El señor Conde, el señor Marqués, el señor Creso, el positivista comerciante, el condecorado militar, el sentimental y almibarado poeta, el gran literato, cada cual trae su fin particular á esta feria, muy estudiadito, muy intencional; ésta, por lucir su hermosura, aquélla por ostentar sus galas, cual por echarla de rico y patriota, cual por recojer hechos y anécdotas para lisonjear por la prensa periódica la susceptibilidad del pueblo cubano, cacareando una civilización de trasparencia, azás distante de la civilización filosófica y cristiana. ¿No es esta la verdad?

¿Pero no hay en ello algo más que el fin particular de cada uno? ¡Insensatos! Os digo que ignoráis lo que por vosotros mismos está pasando... no comprendéis el gran misterio, ni la obra de que sois dóciles y flexibles instrumentos. La conciencia pública empieza á sufrir la tortura del remordimiento; quiere pagar la deuda al pobre, al huérfano de Cuba, vuestro hermano, y cada uno de vosotros viene á contribuir al escote con la parte que le cabe, esto es todo, he aquí toda la función del Bazar. Teneis en abandono, ó no servís como debiérais la honrosa tutela que os ha encomenda do la Providencia, como sociedad cristiana y rica, la tutela del pobre, del huerfanito, de la niñez, y venís á expiar el pecado, preparando los cimientos de una regeneración moral con sacrificios, que aunque cortos, serán aceptados por la patria, porque ellos traerán otros, y otros más, que al fin alcanzarán para difundir la educación primaria entre todas las clases, con cuyo auxilio se facilitarán á los pobres los medios de subsistencia; no será tanta la pobreza en Cuba, y se asegurará un porvenir y un bienestar más públicos, más positivos, más equitativamente repartidos entre el mayor número posible de cubanos... ¿Lo entendéis ahora? Convendréis en que no soy un Lugareño fanático? 

¿Y tú, sexo amado y embelesador, á quien dotó la Providencia de tan exquisita sensibilidad; tú que lloras cuando nace un hombre, que lloras cuando le crías, que lloras cuando le pierdes, por que siempre es un pedazo de tu corazón, sonríete hoy en el Bazar, contemplando el porvenir y las esperanzas que la civilización debe hacerte columbrar. 

La conciencia pública, torturada por el remordimiento, se acoje y busca su consuelo en la expiación del crímen, del crímen cometido contra tu dignidad de mujer, contra la más hermosa obra de la creación. No serás más la sierva, sino la señora del cubano ilustrado. No serás más el vil juguete de sus más torpes pasiones, sino la joya más preciosa, de más alto precio para su razón cultivada. La ignorancia te hará siempre esclava: la educación te devolverá tus derechos; la ignorancia te hundirá en las cloacas del vicio; la educación te elevará á los altares de la virtud; la ignorancia te retendrá en la miseria; la educación te abrirá las puertas de la fortuna; la ignorancia, en fin, es la que te hará más débil que te formó la naturaleza; la educación nivelará tu poder y tus fuerzas con la del hombre. Mujer, edúcate; aprende á conocer primero tu propia dignidad y tus deberes, que el triunfo de tus derechos es tan glorioso como seguro. 

¡Y qué! Toda la bulla del bazar se reducirá á reunir unos cuantos millares de pesos, que apenas alcanzarán para educar unas cuantas niñas pobres? ¿Tan mezquinas y raquíticas son las miras de la capital de Cuba, tan reducidos los poderes y recursos de sus primeras clases, de estas clases educadas, que por lo mismo deben apreciar en lo que valen los frutos de la educación de la clase menesterosa? No lo creo yo así. 

De ir tengo al Bazar, y decirles á las filantrópicas jóvenes de la Habana: "Yo he visto en otras capitales á las señoritas de la clase más elevada y rica, asociarse en ciertos lugares para dar lecciones de religión, lengua patria, caligrafía, aritmética, &, á las niñas pobres de su parroquia, y esas señoritas no se sonrojaban de hacerlo. Yo he visto á las matronas de otros pueblos, concurrir á las Penitenciarias, sufrir el aliento pestífero de mujeres públicas y criminales, sobrellevar con humildad evangélica hasta sus insultos, á trueque de conseguir una conversión, á trueque de reformar y dar consuelo á otra mujeres más desgraciadas que ellas, y esas matronas no se han sonrojado. Desengañaos: la caridad menos digna de un cristiano es la que se reduce á dar un poco de dinero; no insultéis la pobreza con vuestro oro; consolad al pobre con vuestras palabras, con vuestros servicios personales, con vuestra protección de poderosos. Si queréis que el pobre os sirva, dad primero el ejemplo con servicios que lejos de humillaros, os engrandecen. Cumplid con la tutela que se os ha encargado. ¿La queréis más noble, más honorífica, más satisfactoria? ¡Ah! educad una sóla niña, dadle rango social, ponedla en estado, y decid después, si entre los honores y placeres que han inundado vuestro corazón, hubo alguno más puro ni que á aquél se compare. 

Si cada una de vosotras, las que la Providencia ha colmado de bienes de fortuna, educase una niña, labrase la suerte de una pobre niña de la Habana, lo cual se lograría con la milésima parte de lo que el Diablo se lleva en lujo y despilfarro para devolverlo en remordimientos y castigos, la ciudad de la Habana encerraría el mayor número de mujeres apreciables, que serían el orgullo de los hombres, y las que escogería para presentar de modelos al bello sexo de Puerto Príncipe. 

Habana, diciembre 15 de 1843






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Texto tomado de la Memoria Oficial de la Cuarta Conferencia de Beneficencia y Corrección de la Isla de Cuba. Camagüey, 22 al 24 de abril de 1905.


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Se respetó el texto como fue publicado.

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