Wednesday, September 22, 2021

De San Miguel de Nuevitas al Bagá en una cabalgata inolvidable (por Carlos A. Peón-Casas)



De San Miguel de Nuevitas al Bagá en una cabalgata inolvidable. Una cita imprescindible de los Viajes Pintorescos(1) del padre Perpiñá.


por Carlos A. Peón-Casas.




El paisaje que recrea esta crónica nos conduce hasta el año 1866, y a la espléndida relación que sobre la porción principeña, develara el sacerdote escolapio, residente por entonces en el colegio de su orden en Puerto Príncipe, durante un extenso periplo que lo llevó a sitios distintos de la geografía del Camagüey, parte de uno más extenso por la geografía cubana.

De aquella celebrada expedición a lomo de briosos corceles, entresacamos ahora algunos de sus apuntes relativos a los territorios entonces prósperos de la zona suroeste de la espaciosa bahía de Nuevitas incluyendo a dos poblados de celebrada actividad económica San Miguel de Nuevitas y el Bagá.

Del primero tenemos todavía noción, acodado como está en el recorrido de la actual carretera a la Playa de Santa Lucía, y conectado muy apropiadamente con la actual ciudad nuevitera, del segundo, por entonces un imprescindible embarcadero en el extremo opuesto del canal de entrada a la bahía de Nuevitas, no queda ya memoria.
Demos algún conocimiento á nuestros lectores sobre un pueblo naciente y de gran porvenir. — San Miguel, situado á dos leguas al Sudoeste de La gran bahía de Nuevitas, es la población principal que tiene el cantón de Montalván y cabeza del partido de Mayanabo. Contaba, á nuestro paso, 1400 habitantes, y tenia varias calles espaciosas, rectas y situadas sobre piso llano y uniforme. Las principales de esas calles son: la de la Marina y La de la Iglesia, hoy Chiclana, con su ancho de 30 varas La primera y 32 la segunda.

La Iglesia es un modesto edificio, que con La advocación de San Miguel, es parroquia de ingreso con el personal y haberes que le corresponden por su clase.
Hablando de sus tiendas, podemos hacer mención de la famosa tienda mixta de nuestro malogrado amigo, D. Pablo Lucio Villegas, situada en la calle de Chiclana. Era la mejor y la más grande del pueblo. Su casa era fonda, mesón, venta, figón y bodegón: contenía grandes acopios de víveres, de tabaco, cera, petróleo, aceites, linos, lanas, indianas, sederías y toda clase de herramientas. Casi todos los de la cabalgata nos alojamos y dormimos en aquella nueva Arca, y fuimos atendidos á las mil maravillas.

La ocupación de los habitantes de aquel pueblo es el tráfico con la Bahía, la agricultura, la industria de curtidos, la fabricación de sombreros de yarey, y, sobre todo, el comercio con el Bagá, á donde se llevan para la exportación abundancia de maderas preciosas, tabaco, cueros, guanos de varias clases, y, sobre todo, grandes acopios de azúcar y de mieles, que constituyen la principal riqueza de aquel hermoso país.
De allí, hasta el punto del embarcadero de Bagá, el autor deja constancia de un recorrido que no supera las dos leguas, animado y singular por la entonces región abundosa ya de prósperos cañaverales, que se adosaban a sus respectivos ingenios. 
Desde San Miguel al Bagá, apenas encontramos otros campos que extensos cañaverales en todas direcciones. A nuestra izquierda descubrimos los preciosos ingenios de La Caridad, El Recreo y San Antonio; mientras que á nuestra derecha se presentaban vistosos el de Las Casimbas, Las Flores y el famoso de La Atalaya.
Una simpática anécdota de aquel variopinto grupo de cabalgantes en pos de su meta, nos deja un sabor de aventura singular para aquella partida presidida por un sacerdote de tan respetables merecimientos:
El ferrocarril que atraviesa aquellos campos de verdor y nuestro camino seguían casi juntos y paralelos en dirección al marítimo Pueblo.
Iba la gran cabalgata su paso, cuando nos consiguió el ruidoso tren. Sucedió entonces lo más raro del mundo. Como si todos los jinetes instantáneamente se vieran atacados de un excitante fluido e1éctrico, y los caballos se hubieran convertido en otras tantas máquinas de vapor; nos pusimos á correr con toda velocidad, estallando la más descomunal de las competencias con el precipitado tren. Nuestros bridones, poseídos de vigor y de coraje, levantaron luego con estrépito expansivas nubes de humo y de polvo lanzados á la carrera, hacían temblar la tierra con el sacudimiento de sus cascos, tan veloces como balas de cañón que se disparan y rebotan en la inmensa llanura. Llevábamos alguna ventaja al ruidoso ferrocarril, cuando el maquinista, picado de su honor, soltó todas sus riendas á la indómita fiera. Aquella potente máquina, que arrastraba tras si innumerable gente y un mundo de carros y de cosas, se hizo imponente. Rodeada de chispas, y vomitando densas bocanadas de humo y de fuego, parecía entonces un horrible monstruo que con su rabia iba á devorar el mismo espacio. Estrepitosos aplausos, vivas y hurras se oyeron en el tren, celebrando con entusiasmo nuestra porfiada lucha. Fué aquello un conjunto pasmoso. La tierra vino á temblar de espanto con el desbordamiento de nuestros caballos, el estrépito de la maquinaria, el crujido de largos coches y la vocería de tanto pasajero.

Sólo terminó aquella descomunal batalla, cuando, perdiendo su paralelismo los dos caminos, hundióse aquel potente monstruo entre los bosques; á la par que los jinetes recobraron su tranquilidad perdida, llegados en medio de aquellos vastos cañaverales.
El feliz arribo al destino pactado, sucedía ya mediado el día, luego de la marcha ecuestre de aquella animada tropa:
Contaríamos las diez de la mañana cuando hicimos nuestra ruidosa entrada en el marítimo pueblo del Bagá.
La triple cabalgata ha llamado ya la atención de los habitantes: varios curiosos salen á indagar el motivo de la llegada de tantos jinetes y de tantos caballos. Nadie se explica el por qué de tanta caballería.
Los pormenores y el ambiente de aquel pequeño, pero a no dudarlo, muy próspero asentamiento, tan bien dotada par las lides comerciales con el cercano puerto nuevitero, y no más distante por vía marítima que un par de leguas, no son reveladas ahora en la oportuna descripción del P. Perpiñá:
Ya que nos hallamos en el Bagá, digamos algo sobre él. Situado al Sudoeste de la inmensa bahía de Nuevitas, y en dirección opuesta al prolongado y estrecho canal que le sirve de boca; tiene un fondeadero para goletas y fragatas menores. Distará poco menos de dos leguas de la cabecera, que es San Fernando de Nuevitas, y se presenta visible por mar á esta ciudad.

Contaba dicha población algunos 200 habitantes poco antes del levantamiento. Sus almacenes, depósitos de particulares, consistían en grandes barracones de mampostería y de entablado.
Fuera el Bagá hermosa y crecida población, á no ser tan húmedo y mal sano, y no circularan los millones de gegenes, jigüeyes, corasíes y demás clases de mosquitos que, procediendo de Los próximos pantanos de aguas salobres, martirizan á los pobres habitantes.
Para huir de tan temida plaga, la comitiva tomó rumbo a un lugar intermedio, el ingenio La Atalaya, un sitio con nombre bien puesto, por el alto mirador que dominaba sobre la alegre región del Bayatabo, y con una vista resplandeciente de la bahía, y las inmediaciones al puerto y la ciudad de Nuevitas, donde la comitiva habría de recalar finalmente en aquella excursión.


Las descripciones del P. Perpiñá desde aquel relevante mirador, nos sirven de oportuno cierre, para esta mirada recordativa de su celebrado viaje por los inolvidables parajes del Camagüey antes del estallido de la Guerra Grande.
El ingenio, La Atalaya, llevaba esta denominación por su atalaya ó torre elevada, desde cuyas almenas se divisaba en todas direcciones el más sorprendente de los panoramas. Cual centinela avanzado, se destacaba soberbia al frente del caserío que miraba al Norte. Era aquella atalaya la mirada más hermosa que sobre sus costas poseía la inmensa bahía de Nuevitas.

Era una mañana tranquila y despejada el día en que á ella subí. ¡Qué perspectiva tan hermosa presentaba el vasto partido del Bayatabo! El ardiente Febo, saliendo de los pliegues de una nube de oro, derramó repentinamente su luz sobre las selvas, sobre el Océano y la ciudad de San Fernando. En dirección al Norte, veíamos perfectamente la inmensa bahía, en cuyo centro se destacan los Ballenatos, el país de las aves marinas; tres islotes formados de informes peñascos, que levantándose altivos sobre la gran masa de las aguas, parecen las tres potestades de la inmensa playa con alguna declinación al Este, vimos el prolongado canal, con su torreón de San Hilario, y más a1lí, el gran faro Colón sobre la punta de Maternillos. A la izquierda de aquel castillo y del famoso faro divisábamos en toda su extensión la desierta Península del Sabinal; mientras que el Atlántico se perdía allá en lontananza envuelto con su largo manto de plateados destellos.

La ciudad de San Fernando de Nuevitas se presentaba vistosa al Noroeste, sobre una extensa loma que domina el mar. El sol doraba con los primeros rayos sus pintorescos edificios sembrados sobre aquella eminencia. Todo se hallaba sumergido en un vasto océano de mágica luz; y los blancos muros del templo sagrado, que por suposición elevada domina la Ciudad, brillaban en aquel horizonte de Occidente como una inmensa roca de púrpura y de fuego.

En la parte occidental divisábamos la loma de San Luís y las extensas fincas de Sabanalamar, Nuevas— Grandes y Sta. Lucia, propiedades de distinguidos camagüeyanos; así como al Mediodía y á Poniente veíamos varios ingenios, muchos potreros, vegas de tabaco y preciosas estancias regadas por el río Arenillas que, serpenteando á lo largo de aquellas risueñas campiñas, viene á confundir sus aguas cristalinas con la clara corriente del Saramaguacán.



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1. El Camagüey, viajes pintorescos por el interior de Cuba y por sus costas, con descripciones del país, obra literaria, a la par que moral y religiosa... por el P. Antonio Perpiña. Barcelona 1889

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