Sunday, April 18, 2021

A propósito del Tercer Domingo de Pascua (por el sacerdote camagüeyano Alberto Reyes)



Un cristiano es, por definición, un testigo. Un testigo es aquel que da fe de algo, que asegura que ese algo “es verdad”. Un cristiano es alguien que ha conocido la persona de Jesucristo y ha tenido una experiencia tal que lo convence de que Jesús de Nazaret es Dios hecho hombre, que murió y resucitó, que acompaña nuestro caminar en este mundo y que es El Camino, La Verdad y La Vida.

Ese es el discurso cristiano, pero el problema está en que podemos tener un doble discurso: el discurso teórico, nítido, impecablemente claro, y el discurso práctico, aquel que se despliega en el actuar cotidiano y que podría no coincidir con el discurso teórico.

Con mayor o menor razón, solemos achacar a los políticos dobles discursos: lo que nos prometen, y lo que luego hacen realmente. Y lo interesante es que, aunque estos dobles discursos nos molestan, hemos aprendido a verlos como algo “normal”, e incluso cuando votamos a los políticos ya damos por sentado que estamos ante un doble discurso y que mucho de lo que nos dicen no es verdad.

Pero esto puede pasarnos con nuestra vida cristiana, al nivel de la pura cotidianidad. Conocemos lo que constituye la identidad cristiana y lo que no; es más, lo predicamos y aconsejamos, pero luego entramos en una laxitud existencial donde da la impresión que el criterio práctico es algo así como un “no hay que exagerar”. De hecho, hay veces en que, cuando decidimos tomarnos la práctica cristiana más en serio o nos encontramos con personas que quieren hacerlo, no falta alguno que diga: “no seas fanático”.

Es cierto que la vida cristiana es un proceso, y como tal va asumiéndose poco a poco. Los saltos vitales son siempre sospechosos. Por otra parte, la vida no es una línea recta sino una línea de muchas curvas y que no excluye los retrocesos. Pero se supone que a pesar de las curvas y los retrocesos, la persona convencida de la verdad cristiana camina hacia un estilo de vida cada vez más coherente con los valores del Evangelio.

Y aquí es donde cada uno de nosotros tiene que aprender a preguntarse hasta qué punto vive dobles discursos, y cuán lejos está lo que decimos de lo que elegimos.

En el Evangelio de hoy llama la atención que, cuando Cristo quiere demostrar que no es un fantasma sino él mismo, en persona, no dice: “Mírenme a la cara”, sino “miren mis manos y mis pies”. A las personas se les suele reconocer por su rostro, no por sus manos y sus pies, pero en el caso del Señor, sus manos y sus pies son la confirmación de que en él no ha habido un doble discurso, que vino a entregar su vida por amor a nosotros y por eso terminó clavado en una cruz. Cristo tiene un único discurso: el del amor, el servicio y la entrega, y la prueba son sus manos y sus pies.

Un cristiano es, por definición, un testigo, pero un testigo vital, no simplemente vocal y, muchos menos, teórico. La religión cristiana es una propuesta, no una imposición, y si hemos elegido esa propuesta, lo más coherente es alejarnos de los dobles discursos, y eso se realiza día a día, empezando por la vida en familia, porque no olvidemos que el mundo empieza en casa.

Que ojalá cada vez más se haga realidad en nosotros aquello que aconsejaba san Francisco a sus monjes: “Predica el Evangelio en todo momento, y cuando sea necesario, utiliza las palabras”.



Texto tomado del Facebook del autor. 

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