Sunday, April 11, 2021

A propósito del II Domingo de Pascua (por el sacerdote camagüeyano Alberto Reyes)


La lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles refleja parte de la realidad de las primeras comunidades. La parte hermosa, porque si seguimos leyendo el libro de los Hechos y las cartas de Pablo, nos encontramos con mucha miseria humana: engaños, discusiones, envidias, injusticias, escándalos…, en fin, la vida.

Toda comunidad humana, desde la familia hasta la sociedad en su expresión más abierta, es un conjunto de luces y sombras, de trigo y de cizaña. La experiencia cristiana no nos hace inmunes a las inclinaciones y sentimientos que conforman lo que definimos como “miseria humana”, pero entrar en una relación con la persona de Cristo sí nos da aquello que tenía claro la comunidad cristiana primitiva: una voluntad de unidad en el bien.

No hay, ni ha habido, ni habrá comunidades perfectas. Todos nosotros podemos hacer la lista de los defectos de nuestras familias y de los disgustos que nos han dado, pero no por eso hemos roto con nuestras familias y nos hemos quitamos los apellidos. Todos nosotros tenemos a nuestras espaldas una historia de diálogos, negociaciones, perdones y nuevas oportunidades, hacia y desde nuestras familias, porque también nosotros hemos necesitado ser comprendidos y perdonados.

Esto mismo sucede con la comunidad eclesial. Lo que construye una comunidad eclesial no es la ausencia de problemas sino la voluntad de hacer todo lo posible por limar las diferencias de modo tal que se salve lo esencial, y lo esencial es el bien, la armonía, la comprensión, la solidaridad, la cercanía en el dolor, la vida en común…

El Evangelio nos dice que Tomás se mostró incrédulo ante el testimonio de los demás discípulos, su grupo, sus amigos, pero no nos dice que fuera rechazado ni juzgado por ello. De hecho, una semana después lo encontramos tranquilamente junto al resto del grupo, y nada nos hace suponer que su incredulidad provocó males mayores. 

¿Qué pistas nos pueden ayudar a centrarnos en la voluntad de unidad en el bien?

Lo primero, aprender a no problematizar los problemas, que es lo mismo de “no hacer una tormenta en un vaso de agua”. Los problemas, las dificultades, las diferencias, los errores…, se hablan, se dialogan, desde la escucha y la serenidad. Problematizar los problemas es darles una carga emocional innecesaria.

Otro elemento que nos puede ayudar es que, cuando experimentemos en nosotros una reacción desproporcionada, hay que pensar inmediatamente en el principio del 90 sobre 10, es decir, que en toda reacción desproporcionada, el 10% es debido a lo que sucedió, y el 90% se debe a algo que yo llevo por dentro, algo que no he resuelto, que me molesta, me duele, me pesa, y que no he aprendido a sacar o no he tenido la oportunidad de hacerlo, y ahora, ese 10% de lo que ha sucedido es la justificación perfecta para sacar fuera mi malestar. Por eso, ante una reacción desproporcionada la pregunta no es: “¿y a ti qué te pasa?”, sino “¿qué me pasa?” Si ante la incredulidad de Tomás, Pedro hubiera descargado en él su frustración por haber negado al Señor, la guerra hubiese estado servida.

No olvidemos que la mayoría de las veces, no discutimos por lo que decimos que estamos discutiendo, y no nos molestamos por lo que decimos que estamos molestos. 

No dejemos de tener en cuenta que lo más importante en toda relación es la relación misma. Podemos dar cuatro gritos e imponernos, con lo cual, habremos ganado una batalla pero habremos perdido la guerra, porque el otro guardará silencio y se someterá, pero nos cerrará el alma, y la relación se habrá dañado y podría poco a poco perderse.

En toda comunidad humana: familia, escuela, trabajo, vecinos, iglesia…, es inevitable que haya diferencias, problemas, disgustos…, y es insano pretender construir paraísos de armonía en la tierra. Lo mejor es vivir ofreciendo lo mejor de nosotros mismos y buscando siempre el bien mayor para todos, y cuando lleguen los problemas, las incomprensiones y los disgustos, saber que eso también es parte de la vida y que lo que toca ahora no es rasgase las vestiduras, ni gritar, ni juzgar, sino serenarse y negociar, desde la voluntad de construir la unidad en torno al bien mayor para todos.


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Texto tomado del Facebook personal del P. Alberto Reyes.

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