Friday, February 19, 2021

(Febrero 17, 1986) Discurso inaugural del ENEC, por Mons. Adolfo Rodríguez




Introducción

Cuando en 1979 Mons. Azcárate, con ocasión de una convivencia de sacerdotales en El Cobre, en que trataron precisamente el tema de la esperanza, propuso el proyecto de una reflexión nacional, que él mismo denominó entonces “de quijotada”, nadie pudo imaginarse en aquel momento que aquella “quijotada” iba a convertirse un día en realidad; y que aquella titubeante idea iba a ser la chispa primera de una gran hoguera espiritual que envolvería a toda nuestra iglesia cubana, y de la que hoy nosotros, aquí reunidos, somos como una prueba. Verdaderamente, lo que alguna vez ha sido pensado, es ya desde este momento una realidad.

Ya desde aquel momento fue una realidad este ENEC que se celebra hoy aquí, providencialmente dentro de este Año Internacional de la Paz; a los XX años del Concilio Vaticano II; en el 50 aniversario de la coronación canónica de la Virgen de la Caridad; en momentos en que una cruz que nos entregó el Papa y que es réplica de la primera cruz que en 1514 se plantó en tierra americana, recorre nuestra isla y hace alto aquí para presidir esta asamblea; y en el 133 aniversario de la muerte del P. Varela, el cubano de quien se dijo que mientras se piense en Cuba, se pensará en el primero que nos enseñó a pensar.

Aquí se encuentran hermanos de Pinar del Río y de La Habana, de Matanzas y de Cienfuegos-Santa Clara, de Camagüey, Holguín y Santiago, en un extraño encuentro que no reúne pinareños con holguineros, santiagueros con villaclareños, laicos con sacerdotes, sino católicos cubanos a secas, sin divisiones artificiales, que vienen trayendo algo de sus vidas para buscar juntos cómo puede la Iglesia construir en Cuba la comunión con Dios y con el pueblo cubano del que formamos parte.

Detrás de cada sacerdote presente están todos los sacerdotes de Cuba ausentes; detrás de cada religiosa presente están todas las religiosas de Cuba ausentes; detrás de cada laico, hombre o mujer, joven, adulto, obrero, campesino, profesional, estudiante… están todos los laicos cubanos católicos. A ellos los representamos; a ellos nos debemos; sin ellos nuestra presencia aquí no tiene sentido. Menos aún lo tendría al margen de ellos o contra ellos: contra sus anhelos, sus expectativas, sus opiniones, sus esperanzas que no podemos defraudar.

Largo y no fácil ha sido el camino de estos cinco años de reflexión eclesial para una Iglesia con muchos problemas, de solo 200 sacerdotes, con medios escasos, recursos pobres, elementos sencillos; pero que, a pesar de sus limitaciones, ha logrado realizar este acontecimiento histórico, una Iglesia que no puede decirle al Señor, y menos en este día: “Señor, tú a nosotros no nos has dado nada”, porque este encuentro nos prueba que nos ha dado el milagro mayor, el más misterioso y difícil, el llamado “milagro de las manos vacías”, que son las manos capaces de dar aun lo que no tienen. La primera sorprendida por este encuentro y por este documento de trabajo, ha sido la misma Iglesia.

Los dos ejes orgánicos del ENEC

El ENEC nació con dos ilusiones fundamentales en su corazón: la ilusión de ser imagen fiel de nuestro maestro, Jesucristo, de quien la Iglesia es inseparable porque de Él recibe su esencia y su existencia y con ellas su misión; de quien es sacramento universal de salvación porque ella ocupa el lugar de Él sin desplazarlo; y nace también con la ilusión de servir mejor a nuestro pueblo cubano: a su felicidad, a su unidad nacional, a su progreso, a su carácter y su historia, sus sacrificios y esperanzas, sus peligros y problemas. Este pueblo a quien, como cristianos, tenemos algo que aportar que entronca con las raíces mismas de nuestra nacionalidad cristiana, mestiza, isleña y cubana.

Estas dos actitudes de fidelidad a Cristo y a Cuba, quieren ser los ejes orgánicos de nuestro ENEC, y en esta inauguración los obispos de Cuba, en cuyo nombre hablo, y cuyos sentimientos expreso, quieren exhortar con sincero afecto a todos a actuar siempre en sintonía con esta institución que está en el origen mismo del ENEC.

El ENEC como celebración

Durante estos cinco años hemos oído repetir a sacerdotes, religiosas y laicos, y con mucha insistencia, que el ENEC no debe ser una reunión más sino una celebración de la Iglesia cubana. Estamos ya en esa celebración, en esa fiesta que es de todos los cubanos, porque la historia demuestra que cuando la Iglesia está contenta, los pueblos están contentos también.

Una celebración que proclama su fe en Cristo, en quien creemos más que en todo; incluso más que en este mismo ENEC. En Él, en sus palabras y hechos, queremos buscar juntos nuestras actitudes de Iglesia para hoy y para aquí. El ENEC no puede tener otra intención que la de seguir la misma ruta de Cristo, que es el mismo siempre, pero tiene mil modos diferentes de llamar a su Iglesia para que cumpla su misión en este mundo, conociendo todas las posibilidades, aún las más dolorosas, hasta que llegue a su plenitud.

Una celebración que proclama nuestra fe en el evangelio como la gran noticia para cualquier hombre por muy vulnerable que sea, porque este evangelio nos da la prueba del amor del Padre, tal como lo describe la parábola del padre misericordioso.

Una celebración que proclama lo que Pablo VI llamaba: “la fe en el hombre y en la fuerza innata del bien”, que es más fuerte que el mal, como el amor es más fuerte que el odio; como la vida es más fuerte que la muerte.

Una celebración que proclama, sin bajar de pena la cabeza, el respeto a nuestra identidad cristiana, como hizo el hombre del tesoro del evangelio que, para no perderlo, está dispuesto a perderlo todo.

Una celebración en fin, que proclama nuestra fe en la Iglesia, pero no en la Iglesia abstracta, teórica, ideal, planetaria, de meras palabras teológicas, sino en la Iglesia concreta, práctica, real, que se llama la Iglesia de Dios en Cuba, hermosa o arrugada, contenta o apenada; santa y a la vez pecadora, perfecta y a la vez perfectible; por tanto, una Iglesia continuamente juzgada por el Evangelio y llamada a la conversión y a la santidad de vida a cuyos méritos nosotros apelamos día a día cuando le decimos al Señor: “no mires nuestros pecados sino la fe de tu Iglesia”.

Las claves del ENEC

Una Iglesia que quiere ser misionera porque si no lo fuera sería como una secta que va derecho al fariseísmo y dejaría de ser la Iglesia. Que quiere ser signo de comunión porque si no lo fuera sería como un arca de Noé, con una parejita de cada especie, y dejaría de ser la Iglesia. Una Iglesia que quiere ser encarnada porque si no lo fuera, entonces sí sería “el opio del pueblo” y dejaría de ser la Iglesia.

Y si como lo han intuido todas las asambleas diocesanas, nuestra Iglesia en Cuba quiere ser misionera y signo de comunión, entonces tiene que ser necesariamente la Iglesia de la apretura, del diálogo, de la participación, de la mano extendida y de las puertas abiertas, del perdón, de la diaconía; la Iglesia que “lava los pies” como el maestro (Jn 13, 5), que camina dos millas con el que le pide caminar una; que da el manto también al que le pide la túnica y que pone “la mejilla izquierda al que le pega en la derecha” (Mt 5, 39), es decir, la Iglesia que sale en esta vida con algo siempre inesperado: la serenidad, la comprensión, el amor.

Cuando leemos el “Documento de Trabajo” nos parece que no se trata de buscar en este ENEC criterios ni principios nuevos; nos bastan los de siempre, que son los del evangelio y que son los mismos que vienen de las asambleas diocesanas. 

Se trata, más bien, de buscar cómo aplicarlos pastoralmente a la realidad concreta nuestra. Se trata de que toda la enorme experiencia de fraternidad, servicio, unidad, solidaridad, alegría, esperanza contra toda desesperanza… que llevamos 27 años viviendo intraeclesialmente, la abramos a todos los demás y la brindemos para que los hombres se sirvan de esta experiencia en la medida que su libertad personal lo reclame.

Cuando leemos las “líneas de fuerza” de nuestras asambleas diocesanas, comprobamos que nuestros católicos no han hecho otra cosa que cambiar acentos, enfatizar aspectos, renovar perspectivas, leer signos nuevos dentro de una fundamental continuidad con el pasado y con el evangelio para cumplir mejor nuestra misión en esta tierra cubana que es la tierra buena del evangelio donde basta tirar la semilla para verla crecer y florecer.

Nuestros cristianos optaron desde el primer momento por el diálogo, cuando el diálogo no era todavía más que una nostalgia. Optaron por la apertura cuando las puertas parecían estar cerradas y las cortinas bajadas; optaron por la evangelización cuando no íbamos en nuestra pastoral más allá del llamado “testimonio silencioso”; optaron por la encarnación cuando se decía que la religión no puede formar ciudadanos buenos porque su carácter sobrenatural los hace sospechosos en asuntos de carácter natural.

Por tanto, ningún acontecimiento anterior al ENEC tuvo que cambiar precipitadamente el giro de las opciones originales de los católicos cubanos, como ningún acontecimiento posterior al ENEC, sea adverso o favorable, debiera cambiar estas voluntad unánime e intuición evangélica de los católicos cubanos que dijeron: 

sí a la apertura, que se abra espacios nuevos al evangelio; sí al diálogo, que sea sincero y realista, hacia fuera y hacia adentro; sí a la encarnación que sea no como dogma abstracto; sí a la evangelización… como también dijeron sí al respeto irrestricto a la propia identidad cristiana. Si nada hubiera sucedido en el camino, aquel ENEC hubiera sucedido exactamente igual a este. Cualquier signo posterior o anterior no haría más que reformular lo ya formulado, reexplicitar lo ya explicitado.

Algunos presupuestos

Antes de empezar nuestra asamblea, los obispos consideramos conveniente recordar o clarificar tres puntos, que son propiamente nuestros, porque vienen del mismo sentir de las asambleas diocesanas:

1.- El ENEC no va detrás de un documento deslumbrante, aunque habrá un documento que pertenecerá al tesoro de la Iglesia cubana y en el que la Iglesia cubana quiere inscribir su acción pastoral. El ENEC tampoco va detrás de una fiesta, aunque es una celebración festiva de la Iglesia.

El ENEC nació como un espíritu nuevo en nuestra Iglesia y este espíritu es más importante que los papeles y que la fiesta. El ENEC cumplirá realmente su objetivo cuando este espíritu penetre en el corazón de la Iglesia, en su vida, instituciones y personas. El ENEC es el pulmón de la Iglesia cubana, su conciencia reflexiva, su respuesta bajo la inspiración docente del Espíritu Santo a las necesidades nuevas; y este espíritu es el que evitará la parálisis, la anarquía y la falsificación en nuestra acción pastoral, que es el objetivo priorizado de esta reflexión.

De más está decir que el ENEC tampoco debe pasar a la historia como un juicio, que pertenece solo a Dios. No es seguro que un hombre o una institución o un sistema puedan cambiar desde fuera el rumbo de otro mediante la fuerza o mediante la condena. Todavía pesan en la memoria el recuerdo costoso de épocas en que pretendimos combatir el error mediante la Inquisición, y tampoco dio resultado. Finalmente, mediante la apologética, y tampoco dio resultado. En nombre de la verdad o de la eficacia no se puede abdicar del amor y “el amor aventaja siempre al juicio” (Sant 2, 13).

2.- El ENEC significa solo una etapa intermedia, orientada hacia otras etapas intermedias, hasta la meta que nos trasciende y que trasciende a la Iglesia misma. No es un final sino un nuevo comienzo. Quiere ser profético, sugerente, programático: mirando a largo plazo. Por tanto, la intuición profunda del ENEC hay que realizarla en la paciencia de la Iglesia, que espera siempre, aun en la noche.

Dios no lo da todo en esta vida. Y el ENEC tampoco. Nada en esta vida es hasta hoy y desde hoy: la vida se teje de pasos y el ENEC también. No puede el ENEC tratarlo ni agotarlo ni resolverlo todo. Lo único que el ENEC puede es cumplir lo que enseñó el Señor: “Caminar hoy el camino de hoy y mañana el de mañana, sin pretender ver el camino entero”.

La pregunta está latente: ¿qué pasará históricamente en la Iglesia cubana después del ENEC? Tal vez mañana nos pueda parecer que no ha pasado nada; que el sol sigue saliendo por donde ha salido siempre; que todo sigue igual: como en la bendición del ministro; como en la consagración de la eucaristía, que parece que no ha pasado nada, pero sí ha pasado.

Se puede fallar en esta vida por ir despacio, pero también por ir de prisa. Este es el primer ENEC. ¿Por qué tiene que ser el último? Los católicos cubanos tienen fama de ser muy generosos, siempre será más fácil pedirle paciencia a los generosos que pedirle generosidad a los impacientes.

3.- Si alguien tuviera aquí alguna preocupación por el clima que reinará en esta asamblea, es porque ha olvidado muchas cosas. 

Ha olvidado el clima que reinó en las asambleas parroquiales, vicariales, zonales y diocesanas durante cinco años. 

Ha olvidado que somos cubanos, hijos de este pueblo educado en tradiciones muy liberales y muy tolerantes, capaz siempre de oír, de atender, de respetar.

Habrá olvidado la calidad humana y espiritual de nuestros sacerdotes, religiosas y laicos cubanos, de quienes la Iglesia se siente muy orgullosa, capaces de elaborar un documento de trabajo como éste, que es el más eclesial y a la vez el menos clerical de nuestra historia cubana.

Son muchos los motivos para asegurar de antemano que aquí nadie viene a oírse a sí mismo, a pescar para sí, a tocar trompetas precipitadas en esta hora que no es de clarinadas sino de coherencia, de realismo y de servicio.

Muchos son los ojos del mundo entero puestos hoy en la Iglesia cubana que parece convertida en este momento como en un eje universal. Y es que Cuba, su Iglesia, su estado, sus hombres, tenemos una oportunidad y responsabilidad compartida de ayudar a una evolución general del mundo.

Tenemos confianza en Dios, pero tenemos también confianza en ustedes. 

Durante estos 27 años la Iglesia cubana ha puesto en las manos de los laicos las cosas más queridas y más santas; las cosas a las que la Iglesia le da la máxima importancia; les puso en las manos la eucaristía para que la llevaran a los enfermos; la Sagrada Escritura para que la leyeran en la asamblea; las celebraciones de la Palabra para que las presidieran; la economía de las parroquias para que las administraran. Con la misma confianza, la Iglesia cubana les pone ahora en las manos su futuro, segura de la responsabilidad y seriedad, de la serenidad y coherencia, de la obediencia y objetividad de ustedes.

La buena voluntad de la Iglesia se prueba en admitir la diversidad de la unidad y la igualdad en la diversidad, bajo esta regla universal de oro de la Iglesia: “In certis unitas, in dubis libertas, in omnibus charitas”. (‘En las cosas ciertas: unidad; en las cosas dudosas: libertad; en todas las cosas: caridad’.)

La reflexión del corazón

Hermanos: necesitamos reflexionar en este ENEC con la cabeza pero sin ahogar las razones del corazón. Primero, porque el Señor nos enseñó a ver con el corazón lo esencial, lo profundo, y se queja cuando el hombre piensa solo con la cabeza: “no hay quien piense con el corazón”, dice Isaías; pero, además porque el lenguaje del corazón es más fácil de entender a todo hombre, en particular al cubano, que es cordial, afectivo, sentimental, poco vengativo, poco rencoroso, que no guarda mucho tiempo las cosas, como reflejaron las encuestas preparatorias del ENEC.

Nadie encontrará en el documento de trabajo el espíritu de revancha, el resentimiento y la recriminación, las ganas de insistir en las heridas o el vocabulario férreo del hijo mayor de la parábola. Tampoco encontrará la estrategia fría, ni el doblez de intenciones, ni el cálculo egoísta, ni los compromisos falsos, ni las formas prepotentes. Tampoco el angelismo cándido, el triunfalismo vacío, el acomodamiento insincero o el optimismo simplista del que se pone algodones en los oídos para encubrir nuestros propios errores y para desconocer los errores de los demás.

El documento de trabajo no quiere alentar más el miedo que paraliza, la desconfianza que lastra, la cobardía que disfraza o el complejo que inhibe. No cae en el error de reduccionismos en materia de fe, poniéndola al lado o frente o en competencia con otras ideologías como si la fe fuera una experiencia reductible a cualquier otra experiencia humana.

No aspira nuestro ENEC a una reconquista de poderes, a un rescate de posiciones, favores o privilegios para la Iglesia. La Iglesia no quiere otra cosa que el espacio necesario para cumplir su misión, para dar también su juicio ético, moral, no político, aún sobre problemas no estrictamente religiosos, pero sí humanos, lo cual no constituye un privilegio sino un derecho y un servicio: el derecho que tieneel hombre a recibir la Palabra de Dios y a iluminar toda su vida con la luz de esta Palabra. La Iglesia quiere anunciar, en franca amistad, su fe a todos los hombres, aún a aquellos que la consideren enemiga, porque ella no quiere sentirse enemiga de nadie. La Iglesia, en fin, espera que la fe deje de ser aquí un problema, una debilidad o un diversionismo ideológico; y que el futuro no se parezca al pasado.

Y para llegar a esto, la Iglesia no tiene otro modo y otro lenguaje que el modo y el lenguaje del corazón.

La esperanza de la Iglesia 

El espíritu nos va a conducir por sus caminos que no son nuestros caminos, a esa imitación cada vez más fiel de Jesucristo y a esa comunión cada vez más estrecha con nuestro pueblo cubano, con quien compartimos un mestizaje de fe, cultura y raza, y compartimos la dicha de haber nacido aquí.

Los cubanos, por nuestro carácter, somos capaces de construir cualquier cosa en común; y vamos a construir este camino del Espíritu felicitándonos por tantas cosas que salen bien en nuestra patria y preguntándonos qué podemos humildemente hacer para que las que salen mal, salgan bien.

Abierta a la imprevisibilidad del Espíritu, la Iglesia cubana quiere ser la Iglesia de la esperanza: que recuerda el pasado, vive el presente y espera el futuro.

Tenemos una esperanza y queremos dar palabras de esperanza a los que las pidan, a los que las necesiten, a los que han fijado sus miras solo en lo terreno como límite a sus aspiraciones humanas y sienten como que les falta algo. No tenemos ni la primera ni la última palabra de todo, pero creemos que existe una primera y una última palabra de todo y esperamos en Aquel que la tiene, el Señor. En Él miramos con serena confianza el futuro siempre incierto, porque sabemos que mañana, antes de que salga el sol, habrá salido sobre Cuba y sobre el mundo entero, la providencia de Dios.





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