Wednesday, December 23, 2020

Mensaje radial de Navidad y Año Nuevo de Mons. Wilfredo Pino, Arzobispo de Camagüey. (Diciembre 2020)

"Belén Diocesano" 
Iglesia de La Soledad. Camagüey 2020
Foto/Fidelito Cabrera
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Queridos hijos e hijas: 

Este tradicional canto que escuchábamos se llama "Noche de Paz" y es el villancico o canto de Navidad más conocido en el mundo. Fue compuesto por el austriaco Franz Gruber en 1818 (hace exactamente 202 años) y se ha traducido a 330 lenguas. Y como esta noche es Nochebuena y mañana Navidad, su Arzobispo quiere comenzar sus palabras deseándoles a todos: ¡Feliz Navidad y próspero Año Nuevo!

La Navidad, como lamentablemente no saben todos los cubanos, es la fiesta que recuerda el nacimiento de Jesucristo, hace más de dos mil años. Jesucristo nació tan igual a nosotros, tan idéntico, que parecía uno más de la familia. Niño como todos los niños. Pobre y necesitado como muchos en este mundo. Nació, bajo la serena mirada de la Virgen María y su esposo José, en un pequeño e insignificante pueblo que, todavía hoy, se llama Belén (Lc. 2, 6). No escogió ciudades como Roma, Atenas, Babilonia o Alejandría, que eran grandes pueblos de aquellos tiempos... No había televisión ni periodistas que cubrieran el acontecimiento. Los primeros en enterarse de su nacimiento, los primeros en estar con él, fueron los humildes, la gente sencilla, unos pastores que cuidaban sus ovejas en medio de la noche y oyeron aquel mensaje de gozo: "Les anuncio una gran alegría: hoy les ha nacido el Salvador que es Cristo, el Señor" (Lc. 2, 11). Por eso a esta noche del 24 de diciembre el mundo entero le llama la NOCHEBUENA porque en ella nació Jesucristo, la luz que llegaba para iluminar a todos.

Después de los pastores tendrían su oportunidad los "sabios de este mundo" representados en aquellos que la tradición popular llamó Melchor, Gaspar y Baltasar, o los Tres Reyes Magos, que vinieron de lejos, "del Oriente" (Mt. 2, 1), con los regalos del oro, el incienso, la mirra... y sus rodillas. Ellos, arrodillados, reconocieron que nadie hay más grande que Dios.

Pero lo cierto es que la gran mayoría de la humanidad no se enteró de la buena noticia del Dios hecho hombre. Ya siglos antes, los primeros hombres buscaron a Dios a tientas y consideraron dioses o manifestaciones divinas a los fenómenos de la naturaleza que ellos no sabían explicar como el sol, la luna, los rayos, la lluvia, los terremotos, los eclipses, etc. Hubo ¡y hay todavía! regiones de la tierra donde se les rindió o rinde culto, como si fueran dioses, a vacas, serpientes, toros, carneros, cocodrilos, halcones, leones y hasta gatos.

También hoy día hay personas que no conocen al Dios verdadero, al Dios de Jesucristo, y lo buscan sinceramente. Ciertamente, el ateísmo no resulta simpático entre nosotros, los cubanos, capaces incluso de afirmar que “hay que creer en algo”. A ese “algo” muchos le llaman el Poder Superior, el Gran Arquitecto, el Justo Juez, el Ser Supremo, el Creador, el Altísimo, el Gran Poder, Olofi, etc. Fue con las enseñanzas de Jesucristo que aprendimos que no se trataba de “algo” sino de “alguien” al que él nos enseñó a llamar Padre nuestro. Y muchos nos asombramos al conocer qué cerca estaba Dios de nosotros. Por eso alguien una vez confesó: “Durante 30 años anduve buscando a Dios. Cuando por fin abrí los ojos y lo encontré, me di cuenta que era él el que me buscaba”. Ése podría ser tu caso.

Cada Navidad es fiesta para Dios y para los hombres. Con San Agustín debemos repetir: “Nos has creado para ti, Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. Meditemos lo que nos dice San Juan en su Evangelio: “Tanto amó Dios al mundo que nos dio a su Hijo único, Jesucristo, para que no se pierda ninguno de nosotros” (Jn. 3,16) ¡Reconozcamos humildemente que muchas veces hemos dado la espalda al Dios verdadero, al Dios de Jesucristo, y convertimos en dioses a hombres de carne y hueso como nosotros, o endiosamos ya no a la luna ni a los eclipses sino al dinero, el poder, la fama, el sexo, la opinión de los demás, la comida, la bebida, los bienes materiales, etc!

Para recordar el Nacimiento de Jesucristo se construyó en Belén la Iglesia de la Natividad, cuya puerta principal, curiosamente, sólo tiene poco más de un metro de altura, por lo que todos los que quieran entrar tendrán que agacharse. Todos… menos los niños, que pueden pasar por la puerta sin problemas. Y aquí ya tenemos una lección que aprender: para acercarse a Dios es necesario “hacernos niños”, bajar la cabeza, reconocer nuestra pequeñez, rebajarnos, ser humildes o, como dice un refrán africano, “bajarnos del elefante” en que nos hemos subido y aceptar que los hombres podemos tres o cuatro cosas pero que sólo Dios lo puede todo… que todos somos una y mil veces pecadores mientras que Dios es el único tres veces santo… que Dios, y no ningún hombre, es el que es eterno, quien todo lo sabe, el que todo lo ve, el que es perfecto… Sólo los niños, y los que son como los niños, pueden acercarse serenamente al pesebre de Belén y entender a Dios.

La Navidad fue, es y debe seguir siendo la fiesta de la familia. Volvamos a escuchar al Papa San Juan Pablo II diciéndonos cuando nos visitó: “¡Cuba, cuida a tus familias para que conserves sano tu corazón!” ¡Que Dios bendiga toda iniciativa que ustedes tengan para reunir en estos días a sus familiares bajo un mismo techo, o alrededor de una misma mesa, o juntos en una iglesia! ¡Que todos sepamos valorar nuestros apellidos, que nos recuerdan a qué familia pertenecemos y a qué familiares debemos proteger! ¡Que de manera especial tengamos un gesto para con las personas conocidas que, aunque no tengan nuestros apellidos, viven solas y no tienen a nadie con quien compartir! ¡Que recemos juntos en el hogar porque “la familia que reza unida, permanece unida”!

No debemos olvidar que, en esta ocasión, la Navidad será difícil para muchos. Estamos terminando un año que, para muchas familias, ha sido muy duro por la epidemia de la COVID, las intensas lluvias en algunas provincias, la lucha por conseguir la comida, la preocupación por las nuevas medidas económicas, etc. Afortunadamente, Dios nos puso por delante la gran oportunidad de practicar la caridad para con los necesitados. Ha sido impresionante la solidaridad y ayuda del personal de salud, de las comunidades, de los vecinos de la cuadra.

Queridos todos: Un nuevo año está ya en el horizonte y quisiera compartirles ahora mis humildes deseos para el 2021:

• He rezado para que nuestra Iglesia, en la persona de cualquiera de nosotros, llegue siempre a tiempo para ayudar al matrimonio que está por romperse, para evitar que alguien se suicide, para ayudar al alcohólico abandonado, a cualquiera que esté preso, a la pequeña criatura a punto de ser abortada, a familiares disgustados entre sí…

• He orado para que la Iglesia de Cuba sepa cuidar y mantener el regalo de la unidad con el que Dios la ha bendecido durante todos estos últimos años. Que obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas y laicos vivamos la unidad en la diversidad.

• Recé y rezo para que las cosas mejoren en Cuba. Recé y rezo para que el Señor nos ilumine a los cubanos que siempre hemos tenido la fama de ser ingeniosos a la hora de buscar soluciones a los problemas. Que nadie tenga que buscar un machete o un palo de marabú para defender su verdad. Que nadie tema al diálogo entre cubanos aunque pensemos diferente, porque, como decimos con toda verdad, “la gente, hablando, se entiende”.

• He pedido que el Espíritu Santo ilumine a nuestros gobernantes, a los que dirigen la economía. Que, como dijimos los obispos en nuestro último Mensaje de Navidad: “cesen todos los bloqueos, externos e internos, para dar paso a la iniciativa creadora, a la liberación de las fuerzas productivas y a leyes que favorezcan la iniciativa de cada cubano”.

• Rezo para que haya más y mejores fuentes de trabajo y al obrero le alcance su salario para mantener dignamente a su familia. Que ningún trabajador en Cuba pregunte más a un compañero de trabajo “¿cuál es la búsqueda aquí?”. Que todo obrero sepa que, trabajando y esforzándose, el bienestar de su familia estará realmente asegurado en el presente y en el futuro.

• Pedí igualmente para que en este año sepamos ser agradecidos con tantos amigos y familiares del extranjero que se preocupan por ayudarnos. Pero les comparto que también recé para que los cubanos no nos acostumbremos a vivir de donaciones y gestos solidarios o del dinero que mande la familia del extranjero… y nos habituemos al dinero fácil, sin sudar la camisa. Que los cubanos no lo esperemos todo “de afuera” y que también nos acordemos de muchísimos de entre nosotros que no tienen a nadie en el extranjero que les mande algo.

• Y como el refrán dice “año nuevo, vida nueva”, le pedí a Dios que en este próximo año todos seamos un poquito mejores. ¡Tantas personas a nuestro alrededor están necesitadas de que se les escuche, se les oriente, se les dé amor, se les ayude! ¡Que, por citar un solo ejemplo, ningún cubano tenga que enseñar dinero a los choferes que circulan por nuestras carreteras para que le hagan el favor de recogerlo! Con optimismo, todos debemos realizar lo que enseña un proverbio italiano que nos invita a hacer el bien: “Si cada pequeño hombre, en su pequeño mundo, hace una pequeña cosa, el mundo cambia”.

Permítanme, finalmente, un consejo ante la epidemia que sufrimos: ¡Sepan cuidarse y sepan cuidar a los demás!

No quiero terminar sin invitarlos a visitar el bello Nacimiento de Jesucristo 2020 de la iglesia de La Soledad, abierto de 8 de la mañana a 10 de la noche, hasta el 6 de enero inclusive.

Les doy ahora la bendición por la Navidad que quisiera fuera, de manera especial, sobre las familias en dificultad, los enfermos, los presos, los minusválidos, los que viven solos, los que están lejos de su familia y de su tierra cubana, los que se sienten tristes, los matrimonios sin hijos o con hijos difíciles, y para los que se han alejado de Dios.

¡Que la bendición de Dios Todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre todos y los acompañe hoy y siempre! Amén.

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