Friday, May 29, 2020

En Palacio y en el Morro (un poema y un comentario sobre el 20 de mayo de 1902, por Aurelia Castillo de González)


Estaba el pueblo espectante.
–¡Menos treinta!—... —¡Veintidos!—... 
—¡Qué lentitud!—. —¡Menos dos!—...
 —¡Las doce! ¡Llegó el instante!—
¡Qué majestuosa y gigante
Cuando, al descender despacio.
Abandonaba el espacio
La bandera americana!
¡Qué bella y qué soberana
En el Morro y en Palacio!

Aprieta los corazones
Un tormento de alegría.
¡Mueren siglos de agonía!
¡Hoy encarnan ilusiones!
Truenan fieros los cañones.
Anhelante hacia el mar corro,
Y veo, cuando lo recorro.
Que un ser de cien manos tira
De grueso cable y..... delira...
¡La Bandera está en el Morro!

¡Ya no hay hombres ni mujeres!
Sus lazos soltó el amor.
Y se estrechan con ardor
Y confundidos los seres.
No hay distintos pareceres.

El vítor llena el espacio.
Llora el ojo más rehacio....
Pero, llegado un momento,
Se suspende el sentimiento.
¡La Bandera está en Palacio!

Una página de historia
Queda escrita en este instante.
Fué su buril el diamante
Y la decoró la Gloria.
Dice el Pueblo: «En mi memoria
El pasado cierro y borro.
Al futuro ardiente corro
Con alma altiva y entera,
¡Que está mi santa Bandera
En Palacio y en el Morro!


Cuando se izó la bandera cubana, ocurrió una escena que sólo tuvieron la dicha de presenciar los que se hallaban en la explanada de la torre del Morro. Yo la oí referir á un testigo presencial, el Sr. Arturo Primelles, cuando del lugar venía, emocionado aún. Oficialmente empezó á izar la bandera el Gobernador Civil, General Emilio Núñez, acompañado de otros empleados; pero el pueblo que allí se hallaba se abalanzó á la cuerda, subiendo unos en hombros de otros, atropellándose, poniendo algunos nada más que un dedo en la sagrada cuerda, porque á más no alcanzaba, y momento hubo en que cien manos estaban en ella. Por las curtidas mejillas de los veteranos que presenciaban el solemne acto corrían gruesas lágrimas. Mientras tanto, ocurrían otras escenas no menos conmovedoras en el Malecón, desbordante de gente. Una pobre madre que había perdido tres hijos en la guerra, victoreaba sin cesar á Cuba libre, á la República, al Ejército Libertador, á todo lo que significa el ideal de aquellos hijos, y abrazaba en su delirio á hombres y mujeres hasta que cayó víctima de una crisis nerviosa. Por otra parte, un joven que vió venir á su novia del brazo de su padre, corrió á ella abrazándola estrechísimamente, y después no sabía qué hacerse, temiendo las consecuencias de aquel acto impremeditado, si el padre no quería usar de grande indulgencia patriótica.


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Nota: Textos de Aurelia Castillo de González, incluidos en el libro Trozos Guerreros y Apoteosis, escrito en el año 1902, y publicado en 1903, por Imprenta Mercantil, La Habana.


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Ver en el blog 
Los emigrados de Tampa y Cayo Hueso (un poema de Aurelia Castillo de González)

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