Monday, September 23, 2019

"Adiós Camagüey de Ayer" (por Carlos A. Peón-Casas)


Adiós Camagüey de Ayer(1)
Memorias citadinas en la voz de Medardo Lafuente (1883-1939), poeta singular.



por Carlos A. Peón-Casas



Medardo Lafuente Rubio no nació en esta porción citadina de entre ríos. Pero a pesar de su origen santanderino, en aquella España decimonónica, amó a esta su heredad camagueyanensis, con todas las fuerzas de su ser.


Aquí hechó raíces muy profundas, y dio lo mejor de sí, como ser humano de virtudes magníficas, y como hombre de luces. Fue esposo y padre amantísimo, educador dedicado, periodista y fundador de periódicos, hombre de civismo a toda prueba que enalteció a su tiempo con más de un acto de dignísimo coraje, y le fue dado, igualmente, como un regalo singular, el don de la poesía que cultivó con pasión y deleite singulares.

El título que nos precede corresponde a uno de los varios textos poéticos(2)  que Medardo Lafuente hubiera de regalar a su tierra de promisión. Se trata a no dudarlo de un bello recordatorio poético de aquel Camagüey al que hubo de confiar su vida, aquella ciudad mediterránea de mágicas ensoñaciones, de reminiscentes apegos, aquel Camagüey al que el poeta arribara en sus años de juventud pletórica, cargado de sueños y esperanzas, y al que no cejó de amar, en los siempre latentes entresijos de su alma… Así principia a testimoniarlo el poeta pronunciando con aquel verso tan recordado:
Adiós, Camagüey de ayer,
Tierra de dulce leyenda,
Tierra en que puse la ofrenda
De la flor de mi querer;
Tierra de gentes amigas
De costumbres patriarcales
De edificios señoriales
Y de églogas y cantigas.
Sin dudas, el Camagüey que el poeta guarda con vivo afecto en su corazón parece desdibujarse, fuerzas mayores, como de una tromba de modernidad implacable y mal entendida, pugnan por borrarlo de un plumazo de la memoria afectiva de tantos seres que como el inspirado bardo, clama consternado en sus versos por su inevitable disolución:
Adiós los grandes aleros,
Adiós ventana severa
De balaustre de madera
Que inspirara a los troveros.
Ventanas de ayer, ventanas
Testigos de los amores
Que en otros tiempos mejores
Tuvieron las hoy ancianas
Ciudad que en el alma llevo
Puerto Príncipe de antaño
Que hoy retrocedes hogaño
Ante un Camagüey más nuevo.
Los versos que siguen, tienen el ardor y la fuerza que solo un ser sensible, dechado de las virtudes más resonantes, las de la pertenencia más acendrada a aquella parcela que se ama a perpetuidad, que el poeta no quiere soslayar, y por las que quiere luchar, aunque con pesar, las ve pasar como imágenes que se desvanecen de camino al inmisericorde olvido. Así resuenan estos versos:
Sepulta pronto en olvido
Los típicos tinajones,
Los guardapolvos llorosos
Y el callejón retorcido,
Modernízate en buena hora,
Caigan las cosas pasadas,
¡Sobre sus ruinas sagradas
Hay un poeta que llora!
Que mientras corre el progreso
El céfiro a cada palma
Arranca un pedazo de alma
Que es para el ayer un beso.
La ciudad, piensa el trovador, ya no es la misma. Se deshace a cada golpe de la picota del progreso, pero igual se disuelve con cada fragmento de su ser que se desgaja, como en una patina intangible, todo aquella memoria ancestral de siglos, todo la proverbialidad de aquel espacio habitado con fruición por generaciones de camagüeyanos dolidos por tanta dañosa perdida.

El poeta, con lúcida melancolía no puede menos que lamentarlo, más aún gemir desconsolado por tanto desarraigo en otra andanada de sus versos inspirados cuando exclama:
Camagüey, se van tus rejas,
Se van tus costumbres santas,
Ya se fueron tus volantas
Camagüey, ¡como te alejas!
Y al igual que los vetustos muros de la casa señoriales, que desploma la indiferencia de aquella modernidad a ultranza, muchas otras cosas ya no son igualmente las mismas, empezando por el carácter y la prestancia de los antiguos principeños, y que el poeta no puedo menos que echar de menos:
Ya los tuyos son más fríos
Y en tus modernas mansiones
No caben los tinajones
Y emigran a los bohíos.
Sus versos conclusivos apuntan igual a ese sentimiento inevitable que sugiere el desapego más cruel, no hay para el poeta ya ningún resguardo para la memoria que solo se puede evocar, con nostálgico tono, pero que de la que al final hay una bellísima resonancia de lo que dura y es acaso consolador signo, ante tanto desbrozo inmerecido, esbozada con galanura, y acaso como consuelo muy singular: la belleza infaltable de mujeres del Camagüey.
Ya de las cosas aquellas
Que cuentan viejos ufanos
Solo en los tiempos que andamos
Quedan tus mujeres bellas.


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  1. Adiós, Camagüey de ayer. En Jornadas Líricas. Poesías. Medardo Lafuente. San Rafael, California, 2016. Preparada por Alma Flor Ada Lafuente) (Tomada de la primera edición que se publicó en Camagüey en 1940, impresa en la Imprenta Ramentol)
  2. Veanse igualmente sus poemas Camagüey y Al Camagüey



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"Adiós, Camagüey de ayer"


Adiós, Camagüey de ayer,
tierra de dulce leyenda,
tierra en que puse la ofrenda
de la flor de mi querer.
Tierra de gentes amigas,
de costumbres patriarcales,
de edificios señoriales
y de églogas y cantigas.

Adiós los grandes aleros,
adiós ventana severa
de balaustres de madera
que inspirara a los troveros.
Ventanas de ayer, ventanas
testigos de los amores
que en otros tiempos mejores
tuvieron las hoy ancianas.

Ciudad que en el alma llevo,
Puerto Príncipe de antaño,
que retrocede hogaño
ante un Camagüey mas nuevo.
Sepulta pronto en olvido
los típicos tinajones,
los guardapolvos llorones
y el callejón retorcido.

Modernízate en buena hora,
caigan las cosas pasadas.
¡Sobre tus ruinas sagradas
hay un poeta que llora!
Que mientras corre el progreso,
el céfiro a cada palma
arranca un pedazo de alma
que es para el ayer un beso.

Camagüey, se van tus rejas,
se van tus costumbres santas,
ya se fueron tus volantas,
Camagüey, ¡cómo te alejas!
Ya los tuyos son más fríos.
y en tus modernas mansiones
no caben los tinajones
y emigran a los bohíos.

Y de las cosas aquellas
que cuentan viejos ufanos,
solo en los tiempos que andamos
¡quedan tus mujeres bellas!


Medardo Lafuente

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