Wednesday, May 29, 2019

Un soneto dedicado a Gaspar Betancourt Cisneros, El Lugareño (por Carlos A. Peón-Casas)


Mirando en un ya amarillento periódico local: Acción Cívica Camagüeyana, órgano local que fuera de la organización homónima que nucleó a lo mejor y más comprometido de las clases vivas camgüeyanas; precisamente en una de sus últimas ediciones que vio la luz en sus talleres de la calle Lope Recio No 8, allá por 1960; descubrimos con agrado, esta bella composición poética dedicada a aquel prohombre nuestro: Gaspar Betancourt Cisneros, salida al vuelo de la más noble inspiración, de un rimador y profuso hombre de letras, malogrado en la flor de la edad, y ciertamente desconocido o casi nada divulgado, a pesar de la enormidad de su obra activa y pasiva en verso y en prosa: Gustavo Sánchez Galarraga.

El texto, escrito en versos alejandrinos, de arte mayor, asume en sus catorce versos y sus inevitables catorce líneas, del que Lope de Vega insiste: sumad si son catorce y está hecho; la preclara y siempre trascendente historia de aquel ilustre varón que siempre supo velar por “la suerte de su amada patria”, y de su tierra chica, con igual y entrañable prodigalidad.

El recuerdo poético sobre su figura, empieza destacando las enormes cualidades de  quien fuera El Lugareño, como hombre de letras y pensamiento, lo mismo que con suficientes arrestos libertarios. Dice el primer cuarteto:
Cuando serenamente se apagó su mirada
Nos legó al confundirse con la serena bruma,
Una espada que tuvo el fulgor de una pluma
Y una pluma que tuvo el temple de una espada
En el segundo cuarteto el poeta, resalta con vehemencia, los anhelos que lo hicieron en algún minuto buscar “del Libertador Bolívar su ayuda valiosa para libertar a Cuba”, unido a otros nombre preclaros de los que se hace escasa memoria como “Fructuosos del Castillo, José Aniceto Iznaga, Arango, Miralla(…)” Y así lo testimonia el poeta uniendo dos bellas imágenes la del cóndor potente de los Andes, y la del fogoso corcel de las sabanas principeñas:
Fue la Patria su Norte, y en su sangriento altar,
Ofició tercamente, sin rendirse su anhelo
Al cóndor de los Andes no le fatiga el vuelo
Ni al caballo de raza le cansa el galopar.
El cierre magistral de este soneto, en sus dos tercetos conclusivos, alude en telúricas oleadas, a las nociones más preclaras de esa historia del Camagüey, que El Lugareño ayudó a gestar, y que todavía, le debe al patricio, el mármol eterno que perpetue entre nosotros su memoria
Camagüey: Tierra heroica, crisol donde fundido
Como de bronce de siglo, toda virtud ha sido
Matrona venerable de entrañas de león.
Para que Cuba entera te adore arrodillada
Alza su egregia imagen en mármol modelada
Y por primera piedra ponle tu corazón.

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