Saturday, April 27, 2019

Recuerdos de Jaronú (por Víctor Mozo)

Nota del blog: Sección semanal a cargo de Víctor Mozo. Cada sábado comparte un texto, de lo que será un libro sobre sus vivencias durante los primeros años de la llamada "revolución cubana" y su cautiverio en los campos de trabajo forzado, conocidos como UMAP.

Los textos anteriores se pueden leer en este enlace.


El campamento de Jaronú me dejaría también el triste recuerdo de aquellas hordas de mosquitos que nos atacaban desde el atardecer sin darnos la menor tregua. Si en el campamento de Méjico nos quejábamos de otros insectos y roedores, los preferíamos a los mosquitos.

Cada tarde al ponerse el sol quemábamos cuanto nos caía a la mano para liberarnos lo más posible de las picadas de aquellos zancudos. Levantarnos de madrugada era un martirio y habíamos cogido la costumbre de enroscarnos los mosquiteros en la cabeza para taparnos la cabeza y la cara como si fuéramos beduinos en medio del desierto. Cortar caña envueltos en el mosquitero no nos ayudaba.

Para colmo de la maldad siempre sospechamos a algunos sargentos y políticos que nos escondían los mosquiteros. Por suerte siempre los encontrábamos en algún rincón de la barraca. A mí me sucedió en una ocasión y gracias al cuartelero que había visto de soslayo el mal intencionado movimiento me dijo el lugar donde el sargento Nodarse me había escondido el mosquitero. Esa gentuza llevaba la maldad y la mala idea impregnada en la cabeza y no soportaba que pudiéramos sacar sonrisas de aquella tragedia que nos había tocado vivir.

No faltó tampoco en aquel campamento de Jaronú el confinado que se mutilara. Un holguinero simpático que fue pareja conmigo en el corte se dio un machetazo en el pie izquierdo. Nunca supe si lo había hecho a propósito o no, pero el machetazo fue tan grande que le cortó los ligamentos. Tuvo que haberse dado con ganas y con un machete bien afilado para que le atravesara la bota que no sirvió para más nada. El resto ya era costumbre salvo que esta vez, de cierta manera, había sido testigo y tuve que hacerle frente al Tte. Cause quien se empecinó en decirme que yo era cómplice de una agresión voluntaria. No paraba de decirme que lo había hecho a propósito y que yo lo sabía de antemano, lo cual no era cierto. Tuvo que venir otro confinado, guajiro cortador de caña, para convencerlo de que aquello había sido accidental dándole un sinnúmero de explicaciones a la vez que simulaba cómo podía haberse producido el accidente. Gracias a este último me salvé de un gran problema porque ya el Tte. Cause me había amenazado de juicio ante un tribunal militar por encubrimiento de un delito. Entre él y el jefe de compañía, el Tte. Silva Segura, ya habían llevado ante el tribunal a más de un confinado. Con aquellos dos como jefes, había que hilar muy fino. Ambos eran unos resentidos.

Si había alguien que le huía al Tte. Cause como a la peste era Denis, aquel holguinero quien con dos más había llamado la atención en el campamento de Méjico cuando se habían fugado. Siempre le tenía el ojo echado posiblemente por aquel antecedente de la fuga, pero Denis, así como otro que lo había acompañado en la fuga se tenían tranquilitos y sin chistar. Del susto que habían pasado cuando los capturaron no querían ni hablar. Solo comentaban que los haitianos del batey los habían chivateado y que habían pasado tremenda hambre escondidos en los cañaverales. Denis y su amigo eran muchachos humildes, sin mucho estudio, pero con gran corazón dispuestos siempre a ayudar a cualquiera.

No olvido tampoco que en ese campamento se encontraba la flor y nata de cierta delincuencia camagüeyana y las órdenes recibidas por el Tte. Cause eran posiblemente las de tener mano dura. Si por un lado los presos de la Cabaña que nos habían acompañado en Méjico habían regresado a sus celdas, otros delincuentes, y no los menos, los habían sustituido y entre ellos el famoso “Perico” ya mencionado, fusilado más tarde por pederasta. Había de todo como en botica, como solían decir los viejos en una época ya pasada.

Pronto este campamento pasaría a ser historia, se avecinaba otro traslado y de nuevo vendrían otras despedidas. Quedarían los malos recuerdos de aquel campamento al pie de ese gran coloso azucarero, quedarían también los buenos como aquellos pases cortos hasta Esmeralda y Florida y la acogida de mucha gente buena que con el tiempo había aprendido a no mirarnos con desconfianza y malos ojos.

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