Saturday, January 26, 2019

Dos textos de Manuel Matos Moquete (Premio Nacional de Literatura 2019, República Dominicana)

Nota del blog: El pasado viernes, 25 de enero, se conoció que el Ministerio de Cultura y la Fundación Corripio otorgaron el Premio Nacional de Literatura 2019, de República Dominicana, al intelectual Manuel Matos Moquete.

Reciba mis felicitaciones y agradecimientos, por compartir con los lectores dos de sus textos.


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Las Cachúas de Cabral


En los repliegues de la fantasía de los mitos del Sur, Las Cachúas de Cabral danzan cual cabritos endemoniados en la tenebrosa saga de Buquí y Malí, sobrecogidos de espantos por los cuentos de brujas y desaparecidos. Los niños como yo, guardan entre sus idolatrías esas imágenes carnavalescas, acobardados por el horror de las creencias.

Son criaturas temporeras que desaparecen todo el año y reaparecen en Cuaresma. En el lejano Sur yacen sepultadas, cual figuras griegas, en tumbas colosales. Durante la noche se despiertan y emergen a la superficie para ensayar el carnaval de la muerte y la resurrección de Cristo.

Pero durante el día, Las Cachúas son sombras inmateriales que se esparcen por el suelo, penetran las nervaduras de las plantas y se llenan de resuello animal. Transformadas en seres humanos, se encuentran bajo los tejados, se pasean en las callejuelas llevando ropa de faena y embriagadora respiración de efluvios sagrados.

Son los días del Carnaval. Las Cachúas han retornado al presente, a la vida. Vestidas de coloridos lienzos espejeantes y de transparentes disfraces, son diablos adorables, pero terribles, que transportan alegría y alboroto a los villorrios tristes de vidas apagadas.

Las Cachúas viajan desde Cabral a los confines del Sur profundo, llegando al amanecer, arremolinando el ambiente; y desapareciendo a la puesta del sol, pues la oscuridad las espera en sus tumbas, donde, luego de nutrirse con gusanos y escarabajos, reinician el ensayo del carnaval de la muerte.

En los pueblos han quedado las violentas sensaciones de regocijo, que duran hasta la vuelta de los enmascarados, al día siguiente, o en la prima Cuaresma. Pero el juego carnavalesco vive y perdura en cada uno de los espectadores, coloreando el horizonte blanco y negro, con gestos escarlatas de espantos y ensoñaciones.

Las Cachúas de Cabral son cuernos y látigos ensoberbecidos, ferozmente juguetones, que siguen en el sueño y en la vigilia las creencias y las fantasías del corazón y el cerebro. A través de ellos, los dioses cultivan orgías y credos espirituales, en un mundo de pesadillas.

Mi relación profunda con el Carnaval perdura en Las Cachúas de Cabral. Las tengo como una imagen que se enseñorea en las fealdades placenteras. Nada es más cautivador que un diablo horrible, que saca la lengua tras unos dientes ensangrentados y reparte burlas y latigazos. Todo se desploma en la histérica risa agridulce.

En esas criaturas veo un disfraz estridente, remedo de criaturas humanas, pero con rostro (¿rostro?) vegetal y animal, cuya gracia es la vil mueca, las gesticulaciones torpes, que nos ofrecen la posibilidad de burlarnos, quedándonos regalados, de la cordura y la decencia de las formalidades sociales.

Veo en Las Cachúas movimientos de máscaras bochornosas, figuras indignas, pero insolentes, festivas y seductoras. Son movimientos de danzas macabras -pero profanas- que adquieren vida en los repiques de las comparsas arrolladoras, arrebatadas.

En los días carnavalescos, la vida se llena de una sensación de ebriedad legítima, necesaria. El desorden, el caos; la absoluta libertad invaden la conciencia civilizada. La muchedumbre se vuelve individuo y el individuo muchedumbre. El mundo se desplaza y agiganta en zancos y andadores de la más plena emoción.

El Carnaval es un lugar que se aloja en el adentro; ahí donde se produce una corriente que recorre el circuito de los deseos y las pasiones; de flamantes rarezas e inéditos momentos. Es el lugar donde el horizonte se ilumina y oscurece al mismo tiempo; donde una agonía de ave es superior al desfile y la fanfarria de las carrozas.

En Las Cachúas de Cabral se agrupan todos los instintos, perversos y sanos. Ahí confluye, al ritmo de cumbia, merengue y rumba, el Carnaval del mundo. El malecón de la Habana y de Santo Domingo; los fuegos de Río, ahí se confunden.

En las tierras del Sur, una vez al año, cuando los diablos aún están sueltos, por los caminos se divisan, vistiendo de fiesta la miseria, los cachos y los fuetes de una legendaria cofradía del Carnaval dominicano.

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Caudal: revista trimestral de letras, artes y pensamiento, año 3, no. 9, Enero/marzo de 2004.




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El cumpleaños del abuelo

El nieto miró al abuelo cumpleañero. Notó que el día de su ochenta aniversario sólo él lo acompañaba en el apartamento. Lo veía en la soledad más completa del universo.

—Por qué, abuelo, nadie está contigo.

—Mi gorrioncito, estás tú. Tú eres lo mejor de mi vida.

—Pero no hay nadie más –insistía el nieto.

—Más tarde vendrán. Todos estarán aquí con regalos y felicitaciones. Hasta piñata habrá que tú podrás reventar y disfrutar.

El abuelo sabía que nadie vendría, pero era difícil explicar a un niño de cinco años tan extraña situación. Todo el mundo se había ido muy lejos.

El licenciado Aquiles Vergara había criado una familia entera. Era viudo. La mujer de toda la vida se marchó primero. Tenía cuatro hijos, cuatro nueras, diez nietos, sobrinos y cuñados. Vivía en un vecindario antiguo de una ciudad que lo había visto nacer, crecer y envejecer.

El seis de abril, día de su cumpleaños, se encontraba en una mecedora celebrando su día en compañía de una criatura patética, sorprendida. Había abierto una botella de whisky, y mientras sentía el movimiento del niño en el apartamento, se servía tragos, envuelto en la nostalgia del tiempo perimido.

Volvía al presente por la animación de la voz del nietecito, quien lo interpelaba con difíciles preguntas y pensamientos mayores para su edad. El nieto se puso pensativo ante la actitud quieta, taciturna, meditabunda del abuelo.

La respuesta a sus preguntas le llegó al nieto en un gesto inexplicable del abuelo que observó con viva curiosidad cuando éste levantó la copa de whisky, oteó el horizonte por la ventana y brindó hacia el infinito.

—Por ti y por mí y por los buenos tiempos.

Muchos años después de la muerte del abuelo y luego de graduarse con honores en la universidad de Harvard, ser un exitoso profesional en una importante empresa de marketing, viajar y obtener premios y recompensas nada despreciables, Lucien Vergara, nieto del notable abogado Aquiles Vergara, miró el calendario, se sentó en su poltrona y procedió a celebrar su ochenta aniversario de vida. Estaba aquejado de la bilis.

En su confortable apartamento sólo le acompañaba la perrita púder, Bolita. Había envejecido con él y en esa memorable ocasión le meneaba la colita, abría la boca y le enseñaba los inofensivos colmillos en actitud de celebración.





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Manuel Matos Moquete: Nació el 6 de abril de 1944 en Tamayo, República Dominicana. Miembro de Número de la Academia Dominicana de la Lengua. Fecha de ingreso: 16 de mayo de 2003. Ha sido Bibliotecario de la Institución y miembro de su Junta Directiva. Miembro Correspondiente de la Real Academia Española. Miembro de Número de la Academia de Ciencias de República Dominicana.

Doctor en Literatura General por la Universidad de París VIII, licenciado y máster en Letras Modernas por la Universidad París III y licenciado en Enseñanza de Francés para Extranjeros por la misma universidad. 

Poeta, novelista, ensayista, crítico literario y educador, entre sus numerosos libros destacan Abismos (poesía, 1983); La cultura de la lengua (ensayo, 1986); El discurso teórico en la literatura en América hispana (1991); En la espiral de los tiempos (ensayo, 1998); Dile adiós a la época (novela, 2002); Las teorías literarias en América hispánica (ensayo, 2004); Los amantes de abril (novela , 2004); La avalancha (novela, 2006); El lenguaje del progreso en los discursos de Leonel Fernández (ensayo, 2008); Propuestas, valores e ideologías en el discurso político dominicano (ensayo, 2009); Larga vida (novela, 2010); Cien años de la enseñanza del español en República Dominicana, Tomo I (2010), y Artículos de temporada (2011).

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