Tuesday, July 31, 2018

"En ningún lugar del mundo", fiel espejo del alma cubana (por Baltasar Santiago Martín)


George Bernard Shaw escribió sabiamente: “Los espejos se emplean para verse la cara; el Arte para verse el alma”, y En ningún lugar del mundo, la pieza de teatro escrita especialmente para el 33 Festival Internacional de Teatro Hispano de Miami, por el talentoso y prolífico dramaturgo y escritor cubano Abel González Melo, es una obra muy bien “azogada”, donde también, como en esos espejos de feria que exageraban un poco la figura del reflejado, el autor ha incluido algo de “teatro del absurdo”, como homenaje implícito a Virgilio Piñera y a Tomás Gutiérrez Alea, sus mentores por linaje ascendente (el hielo para que la abuela “aguante” me recordó a La muerte de un burócrata, de Titón, y lo del ataúd, a Guantanamera, además de ser, por absurdo, muy “piñeriano”).

A mí me hubiera gustado muchísimo haber podido conocer tanto a uno como a otro de estos sus padres teatrales genealógicos, pero, por otro lado, me conforta mucho poder tener a su relevo con nosotros, a quien sí puedo abrazar, homenajear en persona –y hasta hacerle llegar mis reseñas a sus impactantes obras de teatro.

Y es que Abelito ha sido ya “víctima” de mis reseñas a Chamaco, Talco y a Nevada – “la tercera ‘pata’ de una trilogía nada ‘melosa’”, recuerdo que escribí en aquella ocasión–, y ahora lo está siendo de esta sobre En ningún lugar del mundo.

En mi reseña de Chamaco, la primera pata de esa “mesa alegórica” –que afortunadamente, al igual que el símil que escogí, no “cojea” – escribí:
El teatro es un espejo de la cotidianidad, y por ende, de los entresijos sociales y políticos de la sociedad. Aunque el individuo trate de vivir al margen de la política, esta repercute de tal modo en lo social que no le permite escapar de ella, siendo su victimaria, cosa que los cubanos sabemos muy bien por experiencia propia y extendida. Como canta Porno para Ricardo, ‘a mí no me gusta la política, pero yo le gusto a ella’ (…) Las personas que han vivido bajo una dictadura han tenido que aprender de primera mano que el teatro tiene que ver con la realidad, y que, aunque no lo pretenda, esa es una de sus tareas; al describir realidades, aun si fueran inventadas, el teatro interviene en la vida de los que asisten a una representación teatral, y este es el primer mérito, entre muchos otros, de Chamaco,
 y también, sin lugar a dudas, de En ningún lugar del mundo.

II

Había parado de escribir esta reseña ahí, precisamente para ir a ver la obra por segunda vez, y creo que fue lo mejor que hice, porque, si bien me gustó mucho desde el estreno, en la función del domingo 29 de julio la pude “paladear” y “sentir” mucho más, al punto de que me sacó las lágrimas en varias ocasiones.

Primero, porque como cubano exiliado el tema me toca muy profundamente, sobre todo porque la actriz Yani Martín es mi sobrina, su padre todavía es “revolucionario” –y vive allá–; así que yo soy ese tío que de verdad la trajo a Miami (aclaro que mi hermano Gilberto nunca llegó a los extremos del padre de Diana en la obra).

Segundo, porque, en general, más allá de Yani y de mí, el tema del enfrentamiento y la división familiar provocados por el castrismo (nuestro “Holocastro”, como lo ha acuñado mi amiga Ileana P. Monserrat), es algo que necesita ser revisitado una y otra vez, para que no vuelva a ocurrir otra vez ese cisma en la familia cubana, y los pueblos víctimas de los cantos de sirena del izquierdismo no repitan el error de poner la política por encima del amor filial, como hicieron Inés y su marido.
“Asesino alevoso, ingrato a Dios y enemigo de los hombres, es el que, so pretexto de dirigir a las generaciones nuevas, les enseña un cúmulo aislado y absoluto de doctrinas, y les predica al oído, antes que la dulce plática de amor, el evangelio bárbaro del odio”,
escribió tan preclaramente nuestro José Martí, y el pueblo cubano ha sido –y sigue siendo–, durante ya casi 60 años, víctima del legado de un loco que le impuso renegar de sus tradiciones más queridas y de sus creencias religiosas, que logró dividir a las familias por motivos políticos como nunca antes había ocurrido, y que utilizó a la plebe para vejar, golpear y reprimir, como cuando el Mariel, a la gente decente que se quiso escapar, o que no se sometió a sus chantajes.

Ese es justamente el tema que “exorciza” En ningún lugar del mundo; sí, porque es necesario un exorcismo para expulsar los demonios totalitarios del alma cubana, y Abelito González Melo, con el fino escalpelo de su teatro, ha tenido la valentía de poner, en boca de sus personajes de ficción, el drama de la familia cubana dividida por el castrismo, sin disculpar tampoco a los individuos que lo sustentaron, ya fuera por ciega convicción o por vil oportunismo.

Sinopsis


Foto/Asela Torres
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Después de un largo exilio forzado, Ángel (Gerardo Riverón) regresa a Cuba. Su hermana Inés (Alina Interián) prepara en casa el velorio de la suegra, mientras su esposo Fernando (Julio Rodríguez), dirigente comprometido, intenta conseguir un ataúd. Diana (Yani Martín), sobrina del recién llegado, se ha visto obligada a alternar sus deberes como maestra y madre con las noches en el hospital. A Ángel lo acompaña su hijo Christian (Ariel Texidó), que en su primer viaje a la isla va cargado de ilusiones. La acción se desarrolla en la casa familiar en La Habana, en la actualidad.

No hubiera bastado el talento y el oficio teatral de Abel González Melo para hacer de esta obra un éxito suyo más, si sus certeros e impactantes diálogos y parlamentos no hubieran encontrado las voces y las actuaciones precisas. para que todo este gran conflicto político-familiar fuera creíble y emotivo, y si una mano experta como la de Mario Ernesto Sánchez no hubiera estado al timón de la nave.

Aunque de mi sobrina Yani Martín no debería yo hablar –para que no me tilden de “nepotista”–, su Diana tiene tanta verdad que corro el riesgo de empezar por ella para alabar al excelente elenco que se metió en el alma de sus personajes. Yani se “dianiza” de un modo tan orgánico que parece que no estamos en el teatro, sino en la sala de su casa hablando de su realidad.

De una manera totalmente “impresionista”, sigo con Alina Interián. Su Inés es tan creíble que se merece estar en el cine, porque es uno de los relevos que siempre añoro para las grandes actrices cubanas – me viene a la mente Sylvia Planas, “la Sara García del cine cubano”. Alina camina, siente, habla y gesticula –su lenguaje corporal como Inés es una de las mejores cosas de la obra– como si toda su vida hubiera vivido en Cuba, y pensara exactamente como dice.

Julio Rodríguez dejó de ser él en esta obra, no me cabe dudas, para convertirse en Fernando. Como Alina, también está “de cine”. Julio “calcó” a ese cubano de campo que se “integró” fervorosamente y fanáticamente al “proceso”, luego de su llegada a la capital, y que no da su brazo a torcer de ninguna manera, pero que no deja de ser un hijo, un esposo y un padre amoroso.

De Gerardo Riverón, el Ángel de la obra – ángel muy terrenal, por cierto, para su sobrina y hermana, con sus remesas y recargas (no mencionadas, pero implícitas; si no, cuál móvil), me bastaría solo con decir que “vi brotar la lluvia de sus lágrimas”, cuando ‘vivía’ su personaje, mas quiero ir mucho más allá, porque su actuación se lo merece: Gerardo es uno de los grandes actores cubanos de todos los tiempos, no su relevo.

Y volviendo a hablar de ese tema del paso del batón de una generación a otra, Ariel Texidó hace ya tiempo que lo tiene en sus manos, y a muy buen ritmo: Su Christian es exacto, sin sobreactuación alguna, como son muchos cubanoamericanos en realidad.

Celebro el ritmo de la obra, que en ningún momento me hizo mirar el reloj – o pensar: “¿cuándo se acabará esto?” –, así como los movimientos escénicos tan orgánicos de todos los protagonistas, y sería totalmente injusto si no recalcara que toda esa magia teatral tan realista no se hubiera podido lograr sin los diseños escenográficos y la coordinación del vestuario y utilería de los exquisitos diseñadores –y personas– Jorge Noa y Pedro Balmaseda; el diseño de luces del experimentado Ernesto Padilla; todo ello bajo la dirección del maestro Mario Ernesto Sánchez, que supo extraerle toda su savia al elenco para que nuestra inefable Habana se “arquitesturizara” aquí en Miami.
Ángel: Mira, ya se ve... Todo verde.
Christian: ¡Qué lindo… ¿Extrañabas mucho esto?, ¿no?
Ángel: No sé. Siempre tengo un pedazo de Cuba conmigo… Y te tengo a ti. A ti sí que te extraño cuando te vas lejos.
Christian: Pero ahora vamos a pasar un montón de días juntos.
Ángel: Una semana se va volando.
Christian: ¿Sabes que a veces pienso que la patria no existe; que uno la inventa allí donde encuentra el amor? 
Ángel: Tienes razón. Para mí la patria eres tú. 
Christian: Papá…
Copié el texto final, dicho en el avión que los lleva a Cuba –y aquí sí voy a contradecir a Christian:

La Patria sí existe, aunque por amor nos vayamos lejos de ella, y el amor se imponga, y en ningún lugar del mundo estemos mejor que con la persona que amamos. La Patria – en nuestro caso, la Cubanidad–, es una fraternidad intangible, que va mucho más allá del color de la piel, del nivel educacional, del género y de la orientación sexual; es una cofradía signada por los mismos referentes culturales, que van desde las costumbres, las tradiciones, las creencias religiosas, las preferencias culinarias, el acervo literario y teatral, y, sobre todo, musical; es compartir una misma identidad de sabores, olores, sensaciones y sensualidades; vibrar y emocionarse al escuchar las grabaciones de los grandes íconos de nuestra música, como Celia, Olga, Benny, Esther Borja, Gonzalo Roig, Barbarito Diez, y tantos y tantos otros que conforman la banda sonora de la vida de cada cubano.

Y hablando de música, como la omisión es un pecado –y no quiero pecar de ello en absoluto– cierro con un gran broche de amor (el “metal” más preciado): la banda sonora de la obra, compuesta por el genial Mike Porcel, es la traslación adecuada, apropiada, de todos esos sentimientos, a hermosas y evocadoras notas musicales, que transcurren casi sin darnos cuenta, de lo tan acertadas.


Baltasar Santiago Martín
Hialeah, 30 de julio de 2018

 
 
  
Fotos\Asela Torres
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Art Emporium Gallery y la Fundación APOGEO para el arte público, tienen el gusto de invitar a la Tertulia de APOGEO del mes de agosto de 2018. El dramaturgo Abel González Melo, es el invitado en esta ocasión.

Miércoles 1ro de agosto de 2018, a las 8 00 p.m.

Art Emporium Gallery
710 SW 13th Ave, Miami, FL. 33130

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