Monday, May 14, 2018

En busca del unicornio, que se ha ido... (por Aleisa Ribalta)


Voy a contarles un secreto muy mío. ¿Han oído hablar de un animal místico que no aparece más que en un par de canciones de un cantautor conocido? ¿Saben de un ser escurridizo que tiene las más inverosímiles formas de esconderse? ¿Alguien les contó del unicornio, del que nadie ha encontrado ni puede dar señales de haberle visto jamás?

No me lo van a creer pero yo lo he visto. Lo tenía a veces conmigo, nos teníamos. En realidad, ni siquiera yo supe que era un unicornio cuando lo vi. Poco a poco, más porque él creía que la unicornia era yo, me di cuenta de que lo era él. Cuando ya estuve más segura, no le quise contar a nadie, porque sabía que si me descubrían teniendo un unicornio me iban a tildar de todo menos de cuerda. Yo ya tenía una tremenda fama de no estar en mi sano juicio, así que no fue precisamente por eso que no lo conté.

No sé explicarlo. Era más bien, tibio temor. Yo sabía que pastar pastaba por algún que otro pasto, pero también que aquel lugar secreto donde nos descubrimos, era totalmente nuestro. Allí aprendí a esperarle, hasta allí venía siempre. No tenía cuerno, es verdad. Pero pescaba sueños y canciones, las más bellas. Se desdoblaba todo, se desnudaba para mí. Era una criatura hermosísima, con una piel tan rezumada de ternura, un aliento tan fresco como trémulo y, sin embargo, conservaba el vigor del animal intacto. Podría contarles que por dentro era mucho más hermoso aún, la misma languidez e irresistible olor a marisma solitaria.

Cuando llegaba me invitaba a meternos dentro de un caracol gigante. Allí navegaba alguien que no era ni él ni yo, éramos los dos en uno. Era adormecedor aquel encuentro, como vagar con rumbo hacia el delirio, pero con algo de rienda, no precisamente suelta. Las bridas eran invisibles, las timoneaban fuerzas naturales. ¡Pero claro que había un cierto control para el bregar! No es que tuviéramos el itinerario fijo, pero tampoco errante, no. A ver, ¿cómo decirlo? Si yo extraviaba el rumbo, él me tomaba consigo al lomo, me ayudaba a encontrar algún atajo de aquel caracol enorme y partíamos juntos hacia un nuevo viaje de sueños vegetales. Yo le podía guiar bastante poco, porque no tenía aquel sentido común que tienen los unicornios; pero a él no parecía importarle, le gustaba aquello de revolotear conmigo, uno de esos divertimentos de unicornio que estuvo mucho tiempo solo.

He sido tantas veces lúcida y otras tan torpe (yo no sé andar con unicornios...), que el zurrón con los sueños y canciones para el viaje se me vaciaba entero de un tirón, se desbordaba alguna que otra vez todo el habitáculo (tal vez deba decir receptáculo, no vivíamos juntos). Yo creo que el unicornio casi perdía los estribos, si es que los tenía. Aunque lo disimulaba bastante para que no se le notara el desconcierto. ¡Tanta canción desparramada! De todos modos yo sabía algo de canciones y el unicornio tenía siempre sed de ellas. Allí donde vivía, era otro el alimento de su ánima. Parecía tener hambre de aquello y yo siempre quería compartir que es lo que dicen que hago con especial virtud.

¿Y por qué estoy contando todo esto? Bueno, verán, yo quise. Yo fui humana y tan mortal. ¡No me arrepiento! Yo quise amarle con algo más que “carne y alma”. Yo no sé si él quería, pero un día ya no fuimos más al caracol aquel. No sé quién lo propuso, no hace falta buscar responsables. Un día nos metimos uno dentro del otro. Y otro día, y otro. Fue... ¿como explicarlo? Bastante intenso, claro. Piensen ustedes: un unicornio amando y un ser medio de este mundo y de tantos otros como yo, con sed de unicornio y virtud de compartir. La humedad nos ayudaba. O sea, todo por dentro nuestro estaba tan mojado y propicio, que sucedió el milagro. A la humedad le hace falta la sed, y viceversa. Pero el caracol era mejor, ahora que lo pienso, porque estábamos siempre los dos, y en el viaje al interior hacia a uno mismo se está siempre muy solo.

¡Uf, les voy a ser sincera! Yo toda mortal, toda tremendamente humana, tuve un arrebato de rabia. Celos, posesividad, gritos de “este unicornio es mío, solo mío, yo lo descubrí primero”. Entonces, el instinto, el especial instinto que vive en el unicornio más elemental, disparó montones de alarmas en cadena.

Era un buen unicornio, no salió corriendo despavorido como lo haría cualquier animal. Un caballo hasta me hubiera dado una patada. El unicornio salió lento, muy lento, de mí. Empecé a sentir aquel vacío, un frío que, mire usted, ¡quemaba más que el fuego! Volvió alguna que otra vez, y ya no comió nada, ni siquiera escuchó alguna canción. Siguió como guiado por la inercia visitando el recodo. Se fue apagando la sed, se quedó su piel sin color, sin olor, sin sabor. A mí se me pasó la furia, quise quedarme tranquila para verlo de lejos, como se iba y volvía. Hace no sé cuánto tiempo que veo su sombra gris o me la imagino. Yo creo que el unicornio tiene miedo. No exactamente miedo, sino tibio temor. Necesidad de defenderse de todo y de sí mismo. ¡Eso mismo sentía yo!

Si alguien le ve por ahí, no me lo digan. No tengo con qué pagar el rescate. No quiero que deje de ser libre. Mejor mírenle bien el lomo. Si en la grupa tienen como una marca tenue, algo que nadie ve pero presiente, es mi huella. Yo le marqué, no sé por qué quise marcarle, ¿será por egoísmo? Ya que he contado todo, les digo lo que escribí en su piel: “El deseo es tan humano como mítico y ninguna criatura terrenal o divina puede librarse de él. En eso estaremos siempre juntos, porque aquel deseo es sólo tuyo y mío. Sin embargo, sólo podrá leer este mensaje quien cabalgue en tu lomo con un deseo tan intenso como el mío. Puede que alguna vez tú mismo, si tuvieras menos rígido el pescuezo, y al fin recobraras la flexibilidad de voltearte para leer en ti.”

Post Scriptum: Yo estoy llena de marcas de unicornio por todo el cuerpo, si se acercan a mirar les verán palpitar. También a él se le quedó algo de mí muy dentro la última vez.




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Aleisa Ribalta (La Habana, 1971). Reside en Suecia desde 1998. Es ingeniera de profesión y actualmente se desempeña como docente de asignaturas no directamente relacionadas a la literatura como: Diseño de Interfaces Gráficas, Diseño Web y Programación de Aplicaciones. Escribe desde muy joven, mayormente poesía. Alega que los lenguajes de programación son también un modo de entender la comunicación y hasta de saborearla. Para la autora, en esos símbolos para algunos incomprensibles está también la literatura como forma vital de expresión. Recientemente publicó Talud (Ekelecuá Ediciones, 2018), su primer poemario.

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