Sunday, March 18, 2018

El extraño caso de la jirafa de 26 (por Aleisa Ribalta)



El extraño caso de la jirafa de 26 
(que es también una de esas damas solitarias de África)


por Aleisa Ribalta



A papá, por ser mi luz.
 A la generación de la que nunca podré avergonzarme,
 por pertenecerle irremediable y furiosamente.



A la jirafa le dieron un cuello alto, como la libertad. También unas piernas largas, ligeras y sensuales, como para nunca pasar inadvertida, aunque así lo quisiera. Le dieron la delgadez, la calma, la solitaria pertenencia a una especie. Se pasea elegante la jirafa con esa unicidad que da el señorío de saberse irrepetible. Es verdad que tiene un pariente lejano que es el okapi, al que solo se le parece en el trasero, en el que también se le parece la cebra. De frente la jirafa es inigualablemente hermosa. Como lo es de perfil, o bien mirada desde arriba, o desde abajo, como se le mire. Tampoco podría evitar el ser profundamente deseada, muy a su pesar. La jirafa no lo quiso nunca, no se lo propuso, pero terminó siendo la gran topmodel del reino.

Desde lo alto y lo plano, allí en su hábitat (la sabana), es que podía soñar al infinito. Miraba allí la jirafa su horizonte de sueños tropicales sin ser perturbada. A la jirafa, a esta jirafa de la que hoy escribo, la transportaron otros sueños, mucho más huérfanos de todo, a un lugar increíblemente concurrido de la Habana. Digamos que más bien la trasplantaron por encajarla en los sueños de otro animal tropical: el cubano. Pero... ¿Por qué desear tanto una jirafa?

Cuando papá protestaba porque el Fiat 125 no arrancaba y mamá decía:”contra, que hoy es domingo y hay que salir”, yo solo pensaba en la jirafa. Con tan buena suerte y muy a pesar de todo, esos domingos en que la rueda se ponchaba y el viejo no sabía cambiarla “ni a mata´o” (aunque al final lo lograba), llegábamos a 26. Antes habíamos recorrido sesenta kilómetros por el litoral, mientras yo miraba sin mirar por la ventanilla, pensando en la jirafa.

El zoológico de 26 es triste y solitario, como lo son también el parque Almendares y el Bosque de la Habana. Te recibe con esos ciervos de Rita Longa y te embriaga todo el desamparo allí dentro. Los animales están igual de tristes. Es como una inyección intravenosa de todo menos de libertad. Sin embargo, funciona porque es la nostalgia como un león que te atrapa. Además, ya se sabe que el único objetivo de cualquiera que entrara allí, era encontrar a esa jirafa. Así era por lo menos en aquellos años en que yo lo visitaba. Pero allí no había ninguna jirafa. Nunca la hubo, por lo menos no la hubo antes de que yo dejara de insistir. Tanto ir y volver desalentada, me quitó al fin las ganas.

Cuando volvíamos por el mismo litoral, yo pensaba de nuevo en la jirafa, mientras papá decía: “¡Se los dije que esto se jodió, tienen que empujar ahora!”. Entonces salíamos las tres a echar carreritas empujando el Fiat, mientras papá gritaba riendo: “¡Arriba que están ganando!”. ¿Ganando qué? -pensaba yo-, ¡si ni siquiera vimos la jirafa!

Recuerdo cuando vi el documental que me quitó la ilusión. Fue como cuando te cuentan que Santa Claus no trae los juguetes, pero eso ya los niños de mi país y de mi generación lo sabían muy bien. No era que no la hubiera visto porque no la encontré, es que no había. Estaba como una obsesión en la mente de todos. La gente aseguraba haberla visto, describían exactamente su ubicación, se peleaban entre ellos por afirmar lo inafirmable. El investigador explicó que era una fantasía cubana y nada más. Que no existía la jirafa, y punto. Y así tuve que vivir sin ella. Al final la jirafas son como ese oscuro objeto del deseo de Buñuel, el imposible del ideal grecolatino, la mismísima libertad nunca alcanzada.

¿Saben qué? ¡Con los cubanos no hay eso! La jirafa dicen que al final sí llegó, yo no me lo creo. Alguien con algo de astucia pensó: “Si no hay jirafa, no hay libertad, hay que traer una”. Y la trajeron, parece...Yo, como no estaba, pues no me trago eso. Dicen que se llamaba Yosvany. Vaya nombre pa´ jirafa! La trajeron para que ya nadie pudiera decir que no había. Pregunto: ¿Pero que no había qué? No contentos con eso de desmitificar la ilusión, trajeron unas cuantas más para pastar por las praderas de otro zoo más moderno en las afueras de la cuidad. ¿Jirafas no? ¡Pues habrá muchas jirafas!

Ahora esta jirafa, tan animal mitológico, tan traída por los cuernos y forzada a vivir donde no puede, ha desaparecido. ¡Se robaron la jirafa! Algunos aseguran que la jirafa ya es bistec con cebollitas y papitas fritas. Pero esta vez no me voy a dejar quitar la ilusión. ¡Esta vez sí que no! La jirafa se fue sola y nadie la va a encontrar. La jirafa tiene su cuello tan largo como los sueños, y allí dentro, la sangre desafía algo tan poderoso como la fuerza de gravedad para subir al cerebro. La jirafa no tiene tampoco problemas vasculares, so pena de estar montada en tacones con unas piernas tan lánguidas y majestuosas y estar siempre de pie. Dicen que su piel es dura y resistente. Así la protege de derrames como el traje de un piloto, la escafandra de un buzo, la coraza de un guerrero medieval. A la jirafa, para que lo sepan, ni el león. Su cuello es su única y letal arma, igual de eficaz para matar y para amar (Ojo: el acto sexual de las jirafas, como el nuestro, contiene eso que se parece al petting y se llama necking). A cuello limpio, sí, ¡así ama la jirafa! Y claro, si no me lo creen investiguen, la jirafa es un animal que se aleja de la manada para morir en soledad. Si la jirafa hubiera existido, fuera del recuerdo, de la ilusión del cubano, hoy no habría noticia. Pero la única verdad es esta: no tenemos jirafa, nunca la hemos tenido y no podremos tenerla. Y lo que es peor: no podemos seguir soñando con que la tendremos. "Déjense de soñar", dice la jirafa, desde allí donde nunca sabremos que está.




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Aleisa Ribalta (La Habana, 1971). Reside en Suecia desde 1998. Es ingeniera de profesión y actualmente se desempeña como docente de asignaturas no directamente relacionadas a la literatura como: Diseño de Interfaces Gráficas, Diseño Web y Programación de Aplicaciones. Escribe desde muy joven, mayormente poesía. Alega que los lenguajes de programación son también un modo de entender la comunicación y hasta de saborearla. Para la autora, en esos símbolos para algunos incomprensibles está también la literatura como forma vital de expresión. Ha publicado los poemario  Talud (Ekelecuá Ediciones, 2018), y Tablero, (Editorial Verbo(des)nudo, 2019).

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