Wednesday, June 7, 2017

Un voto contra los toros (por Carlos Peón-Casas)


El titular con que encabezamos, lo ponía El Noticiero, un diario de la Cuba de 1934, en medio del agitado devenir ya final, de aquel gobierno revolucionario, post-machadista, recordado con el apelativo del de Los Cien Días.

La crítica del periódico, aludía a una supuesta derogación, por parte del presidente de turno Grau San Martín, de “la Orden Militar dictada durante la primera intervención y por virtud de la cual se prohibieron en Cuba las corridas de toros”(1).

El motivo de tal medida era la promoción, al parecer siempre necesaria, de la llegada de más turistas, especialmente los provenientes de Yanquilandia, y que según el cronista buscaba tácitamente:
(…) derivar hacia Cuba los millares de turistas yanquis que a caza de excentricidades, van todos los años a España, a México y a otros lugares a gozar el placer morboso de ver arenas ensangrentadas, caballos destripados, y por qué no decirlo, hombres perforados por las agudas astas de los toros(2).
La crítica afilada del redactor hacía notar lo impropio de tal medida, primordialmente si la decisión la tomaba aquel gobierno de izquierda:
Es impropio de un Gobierno, y menos de uno revolucionario, tomar el vicio como gancho para atraer a los extranjeros y seducirlos para que nos dejen su plata. Ampliando este criterio, tendríamos que admitir que la prostitución también debía fomentarse como un estímulo para los turistas.
Con igual afán, el redactor ponía el acento en la subsistencia, de otras prácticas igualmente tan reprobables a su ver como la de los toros: las lidias de gallos, que aunque reconociera fuera algo típico del cubano, “no puede considerarse como una verdadera institución nacional”.

Su argumento al respecto aludía igualmente a la decisión ya tomada antes por Estrada Palma al prohibir tales prácticas y puntualizaba:
Nosotros de tener al responsabilidad del futuro de Cuba, habríamos respetado el criterio sensato que demostró Estrada Palma al prohibir las lidias de gallos. Es cierto que esas lidias constituían una tradición cubana, pero eran una tradición colonial. En Cuba jugaban a los gallos los guerrilleros y los cubanos que confraternizaron con voluntarios y demás integristas, pero que nosotros sepamos, jamás se pelearon gallos en los campamentos de Cuba Libre(3).
La idea de aquel editorialista anónimo, en función del sano fomento del turismo en aquel minuto cubano, no pasaba en modo alguno por ninguna de aquellas apuestas, que como los toros primero, y los gallos después, sin descontar otras prácticas non sanctas de antes y después: “no dicen nada al sentimiento de los cubanos”(4).

Y para reforzar su idea, hacía entonces un interesante paralelo histórico y geográfico con Roma, la siempre rutilante Ciudad Eterna:
Para fomentar el turismo Cuba no necesita encenagarse en el vicio ni establecer espectáculos truculentos. A Italia le basta para eso con las ruinas inmortales de la Ciudad Eterna, con la poesía de su paisajes venecianos y con la ópera de Milán, sin que se le haya ocurrido a los italianos restablecer las luchas de gladiadores en el Circo ni el despedazamiento de los reos a muerte por parte de las fieras(5).
Su tesis, sobre una Cuba amable para el turista, la deja muy clara cuando puntualiza a modo de cierre de su peroración, de enconado signo contra aquellas lindezas, y afirma:
A Cuba le bastaría para atraer el turismo inaugurar una era de paz y tranquilidad y hacer una propaganda eficaz a favor de nuestro clima y de nuestros paisajes. Habría siempre mayor número de yanquis interesados en retratarse en la Loma de San Juan y en admirar los Valles de Yumurí y de Viñales(…)
Y al cierre, como esperado colofón a sus diatribas, llamaba al Gobierno del Dr Grau a:
hacer la verdadera obra revolucionaria, la que puede hacerse únicamente acabando de barrer las supervivencias coloniales, y no reviviendo entre nosotros espectáculos, que como las corridas de toros, retrotraen a Cuba a los tiempos de Isabel II.
La supuesta derogación no tuvo nunca lugar, bajo aquel gobierno, Grau renunciaba estrepitosamente a escasos cinco días de publicado el artículo de marras. Hasta donde sepamos, no se volvió a legislar al respecto nunca más.


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  1. El Noticiero. 10 de Enero de 1934.
  2. Ibid.
  3. Ibid.
  4. Ibid.
  5. Ibid.

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