Thursday, May 4, 2017

Cómo enseñar a los niños el concepto de felicidad (por Christina Balinotti)

Nota del blog: Sección semanal dedicada a la familia por la Dra. Christina Balinotti (https://www.facebook.com/christina.balinotti), quien ha aceptado la invitación a compartir cada jueves, un tema relacionado con su proyecto Universidad de la Familia, programa académico extenso de 45 semanas, en la Humboldt International University. Los libros de la Dra. Christina Balinotti se pueden adquirir en Amazon en este enlace.
Para información e inscribirse en el programa puede acceder en este enlace. Para comunicarse puede escribir a Universidaddelafamilia.miami@gmail.com

Resumen de la decimoquinta conferencia ofrecida por la Dra. Christina  Balinotti en Humboldt International University, como parte del ciclo de conferencias semanales y promocionales del programa académico Universidad de la familia, Ahora si auspiciado por HIU y Miami Dade County, división Parents Academy, fundado y dirigido por la Dra. Balinotti.


Aristóteles decía que todos estamos de acuerdo en que deseamos ser felices, pero en cuanto intentamos explicar cómo podemos serlo comienzan las discrepancias.

Un símbolo frecuente de la felicidad es el conocido emoticón amarillo con una sonrisa dibujada. Si navegamos Internet encontraremos, además, cientos de frases hechas, clichés y slogans que repetimos y posteamos hasta el cansancio. Sin embargo, ¿somos capaces de definir la felicidad en su dimensión profunda y ponernos de acuerdo eliminando discrepancias? ¿Qué significa más allá de las etiquetas sociales? Me gustaría contribuir con algunas ideas extraídas de la filosofía y la psicología que arrojen luz al escurridizo y polifacético concepto de felicidad y cómo enseñarlo a nuestros niños.

Comenzaré señalando las diferencias existentes entre la concepción occidental y la oriental de la felicidad. En esta parte del mundo la felicidad es sentida como una emoción y, como tal, estado de ánimo pasajero. Euforia, alegría, exaltación. En cambio, para los orientales, constituye un sentimiento y, por ende, un afecto tranquilo, pensado y permanente. Desde el punto de vista neuropsicológico dichas diferencias, en efecto, existen.

Emoción y sentimiento no son sinónimos a pesar de sus similitudes. Las emociones constituyen reacciones, básicas primitivas y automáticas del organismo ante un estímulo externo. Un conjunto de respuestas neuroquímicas y hormonales. Tienen una duración que va desde un segundo a varios minutos. Se procesan en el cerebro límbico o emocional y se expresan en el cuerpo de manera involuntaria. Si te regalan un auto o ganas la lotería, inmediatamente, una revolución química ocurre en tu organismo. El ritmo cardíaco y la respiración se aceleran, te sonrojas, sientes ganas de llorar, en este caso, de alegría. Algo parecido ocurre si recibes una mala noticia o percibes algo que consideras desagradable. Ahora bien, ¿cómo se trasmuda la emoción en sentimiento? Diremos que la emoción experimentada se traslada al neo córtex o lóbulo frontal. Zona en la cual se produce el pensamiento, el cerebro que nos hace humanos, como les comentara en una de mis charlas anteriores. Allí la emoción se transforma en palabras y pensamientos. Implica pensar y reflexionar de manera consciente acerca de la experiencia emocional sentida. Además de evaluar a qué otras experiencias nos recuerda esa situación con lo cual estamos en presencia de un sentimiento. La felicidad es en conclusión, un sentimiento.

Resulta interesante subrayar que Aristóteles y Epicuro comparten una concepción similar y subjetiva de la felicidad basada en la armonía de los átomos del cuerpo. El filósofo estagirita distinguía entre placeres en el movimiento y placeres en el reposo. Epicuro, profundizando esta categorización, afirma que, los primeros agitan, alocadamente, los átomos del cuerpo, mientras los segundos facilitan su orden y disposición. El estado natural del hombre, dice, es la felicidad, vale decir, el equilibrio de los átomos del cuerpo. Que a uno no le pase nada excitante no significa que nuestra vida es aburrida y chata, sino feliz. Una armonía integral. Sinfónica del alma en la cual ningún instrumento desafina. En este sentido la etimología de la palabra felicidad agrega mucho al respecto. Desde el latín significa fecundo, beneficiado por la fecundidad. Desde el indoeuropeo, mamar, amamantar. Evoca la fertilidad y el alimento, lo maternal como eje primordial, basamento de toda vida.

Occidente privilegia, entonces, el placer en movimiento y Oriente el placer en el reposo. Los valores que se desprenden de ambas visiones son, en consecuencia, diferentes. De este lado del mundo la felicidad nos viene de afuera. Es objetiva y garantizada por la cantidad de dinero acumulado, la cantidad de amigos, éxitos y likes en Facebook. Alcohol, viajes y compras, más y más de lo que ya tenemos. La filosofía Oriental, por el contrario, la considera algo subjetivo. Una cualidad que nace del interior reflexivo de la persona. Esta es la clase de felicidad que debemos inculcar a nuestros hijos. Contrapeso cultural ¿Cómo? Con nuestro ejemplo de vida. El Psicólogo Albert Bandura, profesor emérito de la Universidad de Stanford concluyó luego de su experimento, The Bobo doll, que los niños aprenden observando a los demás. Y aquí entra en juego la autoridad experta. Aquella que enseña a través del ejemplo. ¿Recuerdan?

Claro que, para que este sentimiento de equilibrio interno se desarrolle, debemos tener cubiertas, en primer término, una serie de necesidades humanas básicas e ineludibles. Sin la satisfacción de dichas necesidades, huecos abiertos quedarán en nuestro interior. Vacíos que, de manera inevitable, buscaremos llenar con objetos materiales y situaciones que llegan del afuera. El psicólogo Abraham Maslow diseñó, a tal efecto, la pirámide de las necesidades humanas. Cuatro niveles de necesidades que una vez satisfechas, nos lanzan hacia la plenitud de la autorrealización personal o felicidad. En el primer nivel se encuentran las necesidades fisiológicas, aquellas que garantizan la supervivencia, agua, aire, comida, salud. El segundo nivel lo representa la necesidad de asegurar las primeras. Pasamos luego a la necesidad de ser aceptado en sociedad. Claro que, primero debemos ser aceptados y amados por nuestros padres. Esperados con ansias, programados. No ser el producto de un accidente si no de una decisión consciente. Por último, alcanzamos la estimación. Amor, respeto reconocimiento. Siempre y cuando nos hayamos sentido amados, respetados y reconocidos por nuestros padres. ¿Esto significa que dejamos al niño hacer lo que desea? ¿Sin límites ni reglas? Todo lo contrario. Recuerden aplicar lo que denomino amor responsable.

En la cúspide de la pirámide se encuentra la autorealización, producto del desarrollo paulatino de la autoestima básica a expensas de la gradual satisfacción de los imperativos bio-psico-sociales mencionados más arriba.

Hay dos clases de autoestima, una básica, estructural, columna vertebradora de nuestra personalidad y una autoestima circunstancial favorecida por las circunstancias de la vida. Despido laboral, fracaso universitario, muertes de seres amados, enfermedades. En definitiva, las crisis que a todos de una u otra forma nos ocurren. La autoestima básica es como el tronco fuerte de un árbol. Vientos y tempestades lo azotan pero no lo derriban.

Qué sucede en el caso de un niño que, a pesar de tener una vida plena, con padres que lo aman, respetan, reconocen y contienen en un marco de reglas familiares se siente abatido, aburrido sin ganas de ir a la escuela o realizar sus actividades preferidas. Esto vale para ti también, mamá o papá. En este caso sería adecuado atribuir el hecho a factores de índole biogenéticos que pudieran influir en su conducta. Déficit en ciertos neurotransmisores, tal vez, disparado por un estresor socio-ambiental, la escuela, los profesores, los amigos, muerte de un familiar amado o de una mascota. En este caso, será conveniente consultar al médico primario para que conduzca las derivaciones correspondientes.

¿Qué aprendimos hoy? 

1. Aprendimos, sobre bases psicológicas y filosóficas, que la felicidad es un sentimiento. Proviene de nuestro interior y, por lo tanto es subjetivo. Eduquemos a nuestros hijos en la valoración de lo permanente, lo íntimo del ser. Lo inmaterial. Apreciar los sentimientos y controlar y reconocer emociones. Todo lo material, efímero lo aprenderán de la cultura y es inevitable que así sea.
2. Comprender que una sólida autoestima básica lo protegerá del peligro de perder su equilibrio interno ante las crisis de la vida.
3. La importancia de satisfacer las necesidades básicas del niño que comienzan en lo biológico y culminan en lo social y se extienden a lo largo de toda la vida adulta. Su satisfacción constituye un antídoto y la primera vacuna que debemos administrar a nuestros hijos.

Hasta la próxima conferencia. Gracias por su atención.



 

Christina A. Balinotti: Escritora, Personalidad de Televisión y Radio. Experta en temas de Cultura y Psicología. Mujer de la Semana 2015 CNN Español. Pionera del Movimiento y Organización Femenidad Holística.

Fundadora/Directora del programa académico Universidad de la Familia, Ahora Sí, Miami 2016.

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