Friday, December 2, 2016

La Danza de las Abejas (por Adalberto Guerra)

Nota del blog: Cada viernes un texto publicado originalmente en la revista La Cohoba. Sección cortesía de Adalberto Guerra. Los temas que aparecerán en este espacio están relacionados con la cultura del tabaco y las Artes Plásticas.


por Adalberto Guerra


Artículo sobre la obra del pintor cubano Gonzalo Borges publicado en la IX edición de la revista La Cohoba.


Gonzalo Borges habla de Cuba en pasado como de una novia hermosa que tuvo que dejar, por dos razones, primero porque a 80 años de edad los sueños románticos son tan volátiles como las damas que pasaban en la celuloide de una película de su juventud, que para entonces le resultaban nítidas, y hoy le cuesta precisar los detalles, las caras. No porque su visión haya desmejorado sino porque otras imágenes vividas vinieron a ser parte de su forma de mirar la vida, de mirar lo romántico. Segundo; porque no se puede restaurar con sólo colores lo perdido y borrar los arañazos que el tiempo hizo como daño irreversible sobre el lienzo que es para él, la patria. Restaurar tanto daño, 80 años después, es como retroceder la cinta de la película hacia las primeras escenas, al nacimiento en una ciudad de nombre La Habana y un barrio llamado Marianao y esperar que nada cambie por los próximos 80 años.

Lamentablemente las cosas cambiaron no sólo en la vida de Gonzalo que tuvo que emigrar en 1991, cambiaron las imágenes de la Habana y en Marianao de una manera drástica, hoy le cuesta trabajo reconocerles frente a una foto del pasado, o compararlas a un cuadro donde las paredes tenían cierta rectitud, y hoy no existen, o se han curvado tanto por el peso del olvido hasta volverse al polvo.

Gonzalo habla de lo perdido con el dolor de los que empobrecen de pronto después de haberlo tenido todo, más su pobreza es relativa a lo emocional, digamos que una conexión física interrumpida entre el hombre y las cosas que ama, y aunque la pérdida de Cuba fue gradual, le duele como una muerte súbita. Gonzalo habla de La Habana y mira por la ventana abierta de su estudio hacia otra ciudad que intenta imitarla y no lo logra. Es que salimos para intentar ser los hombres que queríamos ser, y al no lograrlo devenimos en otros hombres con visiones torcidas de lo que pudo ser la nuestra, bueno seria que nada hubiese cambiado por 80 años, pero no es posible.

Mi conversación con Gonzalo es un viaje a las cosas perdidas, tengo que reconocer que aunque he perdido menos, noto también la extrañeza de una ciudad construida convenientemente cerca de la original, como previendo el regreso, que ha ido envejeciendo con nosotros, que es temporalmente nuestra, pero extraña. Tal vez es fácil para mi decir que se ha ganado tanto que lo perdido resulta tan pequeño que es mejor pasarlo por alto y no incluirlo en esta conversación con Gonzalo, pero mirándole a los ojos, veo a un hombre doblado sobre la vida con el peso del emigrante, que pinta la Cuba que trajo enrollada como un cuadro en la memoria, y me dejo llevar a lo perdido. Con música de guaguancó me adentro a través de sus cuadros en las habitaciones donde danzan las negras con metálicos senos en espirales entre alargadas tumbadoras que al ser golpeadas chorean el sudor de un chivo.

De la obra de Gonzalo saltan imágenes como salidas de farolas de carnaval en forma de serpentinas de papel o tela, que bien pudiera ser la confusión de un baile de negros a media luz donde la ropa vuela entre giros súbitos. Lo sensual está en la cadencia de la música siempre presente en su obra, las empinadas caderas y las manos al borde de lo prohibido. Por tener de trópico la obra de Gonzalo y por ser negra, la bondad de la caña de azúcar y el tabaco le cuelgan adentro como un adorno conceptual de centro de donde todos los demás elementos y bordes se sujetan en armonía. Lo sexual representado en el mamey colorado entre africanas piernas y mordidos melones que gotean, o tal vez caen al vacío de la seducción. Todos estos elementos y simbolismos son el lenguaje consistente con el entendimiento de las afluencias negras en la música, la religión y las costumbres caribeñas.

Gonzalo Borges salió de Cuba en 1991 y estuvo brevemente en Miami para radicarse un tiempo en New York y después en Santo Domingo, Republica Dominicana, con amplias explosiones de sus obras en este último país. Finalmente en el 2000 regresa a la ciudad más cercana a Cuba, Miami. Desde aquí las noticias sobre Cuba son las mismas, pero se dicen en un tono de voz como si fuéramos a volver mañana, y la ciudad se acuesta cada noche y se levanta con la esperanza del regreso. Gonzalo no piensa en el regreso, sólo mira a través de la ventana y se pierde en el bullicio de una ciudad que se asemeja a la perdida. No piensa en el regreso, sólo la extraña, por eso viaja en él los elementos de otra ciudad, menos afro, más homogénea y diluida, pero libre. Por eso volvió aquí donde las noticias de Cuba llegan de primera mano, como si en las noticias viniera los elementos necesarios para pintarla desde la lejanía. Volvió aquí donde llegará un día la noticia grande, la del regreso, aunque para entonces estén tan divididas y encontradas las fuerzas que aquí le trajeron que se neutralicen o amansen, como amansa la vejez los ímpetus de los años mozos.

Borges viene de la real escuela de pintura cubana y de estudios en el instituto de Bellas Artes de San Alejandro, La Habana, donde se graduó en 1965. Aunque su obra bien pudiera ubicarse dentro del impresionismo abstracto, tiene raíces solidas en el aprendizaje de la observación. Cuenta que René Portocarrero le regaló de niño unos pinceles y un lienzo, y de ahí nació la devoción por la pintura que aún conserva a sus ochenta años. Su obra se vio marcada por el pintor y restaurador Catalán Vicente Clemades, con él tuvo la oportunidad de hacer grandes obras y restauraciones de pinturas al fresco en múltiples catedrales. Siente gran admiración por los pintores, René Portocarrero, Amelia Peláez, Mariano Rodríguez, Wilfredo Lan, Jackson Polloc y Pablo Picasso, pero se aísla para hacer su propio mundo que va tejiendo con cintas. Es este elemento tal vez el más constante en la obra de Gonzalo acompañados de otros que resaltan la delicadeza y las cosas rudas conviviendo en el mismo espacio, así es la vida, como “(...) una cinta que se desdobla y lo teje todo”, que es en su interpretación “la forma humana de envolverse en la vida.” En su obra La danza de las abejas, hay ternura en movimiento y luz, y por otro lado encontramos rudeza en las imágenes de los caballos que pinta, o virilidad y dominación en el badajo de un toro. Todos estos elementos son letras ocultas de un lenguaje creado por él, no para comunicarse con nosotros, si no para entenderse y conversar con él mismo.


Es la obra de Gonzalo Borges un adentramiento en la magia rítmica de esa homogeneidad social que conforma a Cuba, un país lejos de una raza pura y de una religión definida que se ha ido unificando en la sonoridad de todas las cosas que la conforman, un poco europea y africana, moldeada en el salitre por una nueva raza, conflictos y sobre todo la división de la familia que es irónicamente un elemento también unificador en la imagen de lo que es hoy Cuba. Gonzalo Borges habla de Cuba en pasado, como si hablara de él mismo y se encontrara en una época desde la que se mira de lejos, desde un país raro y una lengua a la que no se acostumbra. Cuba es; después de tanto tiempo una ventana abierta, y un pintor que la mira desde lejos, y la pinta no como la ve, sino como la recuerda.

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