Wednesday, December 24, 2014

La pistola del capitán. Un relato que le escuché a mi padre Nicolas Peón Espinosa. (por Carlos A. Peón-Casas)


 
El oficial, se bajó de un salto del tren recién detenido. Habían llegado a la entonces animada estación ferrocarrilera de Camagüey de comienzos de los 50’s, y nada mejor que aprovechar la ocasión para comprarle a su mujer, un buen queso Patagrás, orgullo de la pujante industria láctea de la ciudad, fabricados con todas las de la ley en la cercana fábrica Guarina, expendido en la vidrierita que el conocía bien, a pocos paso del andén, justamente en la puerta del muy popular Hotel Europa.
 
Le bastó con bordear, una carreta bien cargada de mercaderías que se subirían al tren en su mínima parada de pocos minutos, y apresurar el paso a la otra acera de la calle Van Horne, hasta alcanzar el umbral del Europa. 
 
El muchacho que atendía vio venir la mole enorme de más de seis pies, la premura marcada en el rostro, pero más que en otra cosa, su mirada se posó desde el principio en la enorme pistola, una bien servida Colt 45, que le colgaba del cinturón de cuero repujado, y en cuyas cachas relucían al sol de aquel casi mediodía, una bandera cubana de un lado y del otro, la insignia tricolor de algún regimiento militar de los tiempos de la “revolución de los sargentos”, de la que nuestro retratado llegó a teniente y después, con buena suerte, a capitán.
 
Sin darle tiempo al presuroso cliente le espetó un: “en que puedo servirlo capitán”, que el nada bien educado militarote devolvió con una orden “mira a ver pendejo si me das un queso que esté bien bueno y apúrate que se me va el tren”.
 
Sin mirarlo siquiera y presintiendo la “mordida” que se avecinaba, como era la costumbre de parte de aquellos pretendidos servidores del orden, pesó con premura uno de los apetecidos trofeos de corteza roja encerada, espetándole sin muchas esperanzas: “son dos pesos, capitán”.
 
La respuesta del uniformado fue una mirada fulminante y una frase lapidaria: “dile a tu padre, que el capitán Castillo estuvo por aquí, que si quiere lo apunte en el hielo, así que arrea y envuélvemelo bien que me lo llevo…”
 
El chico, dándole la espalda, acató la inevitable orden, pero el asunto de tan poca duración espacio temporal, y dada su premura por no perder el tren, le pareció al capitán toda una eternidad, conminó con impaciencia al dependiente a hacerlo con más premura, ya casi terminado el flamante envoltorio en papel doble de buena estraza, atado con todas las de la ley, y justo cuando el oficialote le estaba echando garras, algo se le removió con premura inusitada en su abultado vientre, pidiendo una vía expedita de salida, y en eso pitó el tren…
 
Sin atinar a nada más, soltó sobre el mostrador el envoltorio, y con un mínimo y desesperado gesto, se despojó del cinturón donde colgaba su enorme pistola de reglamento, dejándola al descuido sobre la vidriera y en otro gesto desesperado corrió como un desaforado al fondo del lobby- comedor , preguntando en un grito desatinado: “dónde hay un servicio, que me c…”
 
Sólo después del consabido alivio, el capitán se acordó que el tren había anunciado su impostergable salida, y sin acordarse ni del queso y menos de su pistolón, salió como un bólido por la misma puerta , donde el atónito empleado lo esperaba con la ansiedad reflejada en el rostro… de nada sirvió recordarle con un grito que le sostenía con temor nada infundado, en una mano su flamante colt, y en la otra el queso de marras, pero el hombrón corría como un loco ganado en nada la acera de enfrente y de un salto el andén, donde el tren ya se movía…
 
Detrás corría el muchacho, pretendiendo alcanzarle, y justo ya cuando el capitán ponía un pie en el estribo del último coche, nuestro muy azorado garzón, deslizaba en sus manos, el paquete de duro papel de estraza, conteniendo el apetitoso queso amarillo de corteza encerada, cerrando el ciclo de aquella inopinada aventura….
 
El epílogo necesario…
 
Y el lector que ahora mismo lee estás páginas se preguntará intrigado, como mismo hacían sus oyentes: ¿y la pistola, qué pasó finalmente con aquella enorme arma de reglamento, se la pudo también alcanzar?... y no tengo otra cosa que espetarle, que la divertida respuesta de mi padre, quien haciendo una señal conveniente, le decía muerto de risa al preguntón: “mira, aquí la llevo todavía colgando con dos “balas” en el directo…..”
 
 

 
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Nota: Se trata de un relato que le escuchábamos muchas veces a mi padre Nicolás Jr. a quien el buen Dios tenga en su Gloria, una fabulación muy suya con un final inesperado en que los atentos oyentes, eran presa fácil, al final de la narración, de su muy elaborado sentido del humor, al indagar preocupados por el desenlace lógico de su historia. El relato tenía por escenario el antiguo Hotel Europa, propiedad de su padre y mi siempre recordado abuelo Nicolás Sr. y mi padre fungía en aquel como testigo del hecho, lo que le confería de inmediato un halo de credibilidad inmediata a lo que contaba, adornado con todos los detalles de la época, hecho que facilitaba que los oyentes “cayeran” al final como era su pretensión. Me apego al sentido estricto de la historia que hoy transcribo de “oído”, con el enorme gustazo de revivir esta jocosísima historia de mi padre: ese eterno jodedor cubano que fue y al que preferimos seguir recordando de tal modo, como cuadra al mejor de nuestros recuerdos de lo que vivimos con tanto gozo a su lado.

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