Monday, November 5, 2012

Fragmento de la novela "La sangre del tequila" (por Félix Luis Viera)

Nota del blog:  Los lunes de este mes de noviembre Félix Luis Viera publicará cuatro nuevos fragmentos de  "La sangre del tequila", novela en proceso de creación. En el mes de agosto Viera presentó, en este mismo espacio, cuatro fragmentos correspondientes al plano Verónica.



por Félix Luis Viera


Tantos historiadores y cronistas relatan sobre los bosques citadinos y los parques de ciudad omitiendo —¿por autocensura?— los lances amorosos y sexuales —asuntos muy distintos— que en ellos han sido. Solemos leer, ver en la TV, escuchar por la radio o de boca humana infinidad de atractivos de los bosques y parques urbanos, sus verdores, su flora, su fauna, sus orígenes, edades, anécdotas a veces de fantasmas, a veces épicas—y a veces, las más, tontas como la del vendedor que allí en el Parque se quedó sin mercancías o de la anciana que se cayó al subir una cuesta o del niño al que se le reventó el globo.

Así, rara vez las protagonistas confiesan que fueron desfloradas en un bosque, un parque urbano. Uno debe suponer que, según los cánones, estos no son lugares de ley para abandonar la Región de las Vírgenes. Realicé un muestreo entre 19 mujeres —de confianza, claro—y todas me dijeron que habían entregado su virginidad en un hotel —la mayoría en un hotel de ciertos lujos—; ninguna en una esquina, un arenal, un sao, en una casa extraña ni en la suya... y menos en un parque, un bosque urbano. Estas 19 se septuplicaron casi cuando les pedí que les preguntaran a sus amigas íntimas dónde había sido. Las respuestas fueron exactamente iguales. Sabemos que es mentira.

Lucía Luévano confiesa en el hotel de paso Quinta las Delicias, como si hablara, más que conmigo, con ella misma, la de Ayer; o sería mejor decir como quien Se relata unas imágenes de hace doce años, que ahora mismo se ha puesto a revisar.

El entrenador Cuauhtémoc Portieles esa tarde llevaba la intención de violar a Lucía Luévano, mujer policía bisoña, de entonces unos meses mayor de 20 años. Portieles, un hombre blanco, joven, alto, desgrasado, musculoso, de abundante cabello castaño claro.

Según se rumoraba en la Escuela para Policías Mujeres de la ciudad de México, Cuauhtémoc Portieles había tenido éxito en la suma de cursos anteriores: algunos comentarios afirmaban que más de diez, otros que veinte o más de las alumnas habían sido tomadas por él, allí cerca, en el Bosque de Chapultepec, a lo largo de su labor como instructor de taekwondo. Sin embargo, en el curso de Lucía, Cuauhtémoc Portieles marcaba cero: solo tres alumnas no eran novias de policías de más altos rangos o de políticos delegacionales o de otros hombres; de las tres que quedaban, ahora hablando como los animales, era Lucía la mejor (“sería que las otras dos eran muy gorditas, tenían pancita y eran hasta más chaparritas que yo”). Ya imaginará el lector que aquella Lucía policía bisoña, no era Lo que yo me encontré un poco más de doce años después. 

A los veinte años, ella no quería tener novio nunca jamás.

La crió el abuelo, que había sido abandonado por la abuela alcohólica quien, el día que se tomó el Tequila del Olvido, recogió sus ropas —solo sus ropas, ni siquiera Todas sus pertenencias—y abandonó al abuelo, que entonces no era el Abuelo, con la madre de Lucía de única hija, que entonces no era la Madre de Lucía, sino una púber de igual nombre enamorada de un joven mayor que ella, El Maese apodado, quien se dedicaba a la pelea de gallos o específicamente a pulir, comprar y revender las espuelas de acero que aquí les hacen utilizar a los gallos de lidia, quien una noche de invierno —“de mucho invierno”—se ayuntó con la que sería la Madre de Lucía allí, en un lote baldío de la colonia Gran Norte, y desfloró, fecundó y se fue, y cuando la Madre, que entonces era una niña, o una niña casi, le “reclamó” a El Maese que él la había fecundado, se fue él de manera tan convincente que si la Madre no hubiese tenido vómitos y más síntomas y su barriga no hubiera crecido a ese paso de la Natalidad, el Abuelo no hubiera creído jamás que EL Maese, “ese canijo” que bien sabía él merodeaba a su hija, la había preñado, y ella, “la muy mensa me lo dice” cuando ya no había remedio ni cocimientos ni tiempos para descepahijos clandestinas. El Maese la había preñado para siempre y de tal manera que “abuelito” en ese “embarazo en la soledad de la vida”, sería, aparte de esos parientes de segunda luneta y por lo tal visitantes esporádicos, él, el Abuelo, sería quien acompañara a la Niña en las rutinas médicas, los gritos de parturienta, las primeras noches de vida de Lucía Luévano en el fárrago del hospital, “abuelito” quien “se confesó” con la directora de la Secundaria No, no es que la Niña esté enferma, está parida, por vergüenza le ha mandado decir que está enferma, el Abuelo con su cara requemada de vendedor carretillero de frutas aun más estropeada en esos momentos por las lágrimas, “hijita, porque esta fue la tercera vez que lloro en mi vida, cuando nací, seguro, cuando tu mamá se fue, y ahora frente a la licenciada directora”, le confiaría el Abuelo a Lucía, su hija, y mucho después a Lucía, su nieta.

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Félix Luis Viera (Santa Clara, Cuba, 1945). Poeta, cuentista y novelista. Ha publicado los poemarios: Una melodía sin ton ni son bajo la lluvia (Premio David de Poesía de la Uneac*, 1976, Ediciones Unión, Cuba), Prefiero los que cantan (1988, Ediciones Unión, Cuba), Cada día muero 24 horas (1990, Editorial Letras Cubanas), Y me han dolido los cuchillos (1991, Editorial Capiro, Cuba), Poemas de amor y de olvido (1994, Editorial Capiro, Cuba) y La patria es una naranja (Ediciones Iduna, Miami, EE UU, 2010, Ediciones Il Flogio, Italia, 2011); los libros de cuento: Las llamas en el cielo (1983, Ediciones Unión, Cuba), En el nombre del hijo (Premio de la Crítica 1983. Editorial Letras Cubanas. Reedición 1986) y Precio del amor (1990, Editorial Letras Cubanas); las novelas Con tu vestido blanco (Premio Nacional de Novela de la UNEAC 1987 y Premio de la Crítica 1988. Ediciones Unión, Cuba), Serás comunista, pero te quiero (1995, Ediciones Unión, Cuba), Un ciervo herido (Editorial Plaza Mayor, Puerto Rico, 2002, Editorial L´ Ancora del Mediterraneo, Italia, 2005), la noveleta Inglaterra Hernández (Ediciones Universidad Veracruzana, 1997. Reediciones 2003 y 2005) y El corazón del Rey (2010, Editorial Lagares, México). Su libro de cuentos Las llamas en el cielo es considerado un clásico de la literatura de su país. Sus creaciones han sido traducidas a diversos idiomas y forman parte de antologías publicadas en Cuba y en el extranjero. En su país natal recibió varias distinciones por su labor en favor de la cultura. Fue director de la revista Signos, de proyección internacional y dedicada a las tradiciones de la cultura. En México, donde reside desde 1995, ha colaborado en distintos periódicos con artículos de crítica literaria, de contenido cultural en general y de opinión social y política. Asimismo, ha impartido talleres literarios y conferencias, y se ha desempeñado como asesor de variadas publicaciones.

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