Monday, November 22, 2010

El Trago de los Tigres (Novela inédita de Sindo Pacheco)

Parte 4. Capítulo 4:
 El triste camino


por Sindo Pacheco
(para el blog Gaspar, El Lugareño)




1

Lunamía y nosotros por encima de las piedras de las calles y de los cascarones de huevos que chirriaban a nuestro paso, dispuestos a renovar los hechos de la semana anterior, a ver cómo estaban las hojas de los álamos y los nidos de los gorriones, y la Terminal de Ómnibus, y la vida. Cruzamos por entre los grupos que lanzaban huevos y más huevos como si el pueblo fuera una tortilla gigantesca cocinándose al sol, gracias al heroísmo de nuestras gallinas ponedoras, cuando en-contramos a Juan Ramón, que se iba a apuntar como Escoria. El Mariel estaba lleno de barcos, de gente que venía a buscar sus familiares, pero primero tenían que llevarse los delincuentes, los ladrones, los rateros, la escoria, y la Oficina estaba abierta, y lo acompañamos. Y Lunamía tenía mucho miedo: la niña está sola, vamos, pero nosotros la apretamos fuertemente.

—Buenas, capitán, vengo a apuntarme…

Pasara adelante, le dijera sus antecedentes.

—¿Cuáles antecedentes?

¿Cómo que cuáles?, si no tenía Antecedentes Penales no se podía ir.

Antes para irse del país no se podía tener Antecedentes, ahora todo estaba al revés. No te vayas, Juan Ramón, no te vayas, mira que vas a extrañar, que vas a dejar a un hijo, a tu mamá, que está vieja y flaquita, mira que se descompletan Los Tigres.

No le importaba.

—No te vayas, Juan Ramón, fíjate que Santiago no se fue, le avisaron en la cárcel y no se fue, y ahorita seguro que lo sueltan, y hubo un montón más que tampoco se fueron: hasta los presos quieren a su patria.
No le importaba.

—No te vayas, Juan Ramón, por el camino triste de los que se alejan…

No le importaba, se iba, se iba, se iba de todas formas, estaba cansado de la Construcción, de vivir amenazado, estaba harto de comer huevos mañana, tarde, y noche:

—En el año setenta, capitán, tuve un juicio por Escándalo Público:

¿Por qué…?

—Por Escándalo Público, capitán.

Ah, no se preocupara, podía irse a su casa, eso no era Antecedente Penal.

—Espere…, en el 72 me robé una bicicleta.

¿Una bicicleta…?, tampoco, tampoco eso era Antecedente.

—Vea, capitán, también me escapé del Servicio y estuve seis meses en el Batallón Disciplinario.

¿Tenía los papeles?

—Bueno, no, se me perdieron, capitán.

Entonces tampoco era Antecedente, y mirara, si no tenía algo más grave, lo mejor que hacía era irse, se fuera a su casa tranquilo.

—No, no, espere, capitán, por su madre, mire, no quería decirlo, pero, ¿se acuerda del robo del Club…?, ése fui yo, yo soy un especialista, fíjese que nunca me han echado el guante; y robé en el Gallito, y en el Merendero y en Los Paragüitas; y además soy religioso, Testigo de Jehová, Pentecostés y Adventista del Séptimo Día, y del Segundo (yo no trabajo los lunes ni los sábados); y me gusta la melena y los pantalones campana y las canciones de Los Beatles y las de Camilo Sesto y José Feliciano y todos los cantantes que aquí están prohibidos, y…

¿Tenía pruebas de eso que estaba diciendo…?

—No, pero déjeme terminar, una última cosa, capitán, me da un poco de pena, pero soy homosexual, vaya…, maricón por así decirlo, es triste, pero no puedo hacer nada, uno no es maricón porque quiera, qué voy a hacer si no me gustan las mujeres, por bonitas que sean no me gustan, ni siquiera las artistas, capitán, y cuando veo un hombre buenazo, me arrebato, me vuelvo loco, se me quiere salir el corazón, por ejemplo me encanta Robert Redford, y Paul Newman, ¿nunca ha visto a Paul Newman, capitán? Es una maravilla, qué barbaridad de hombre…, pero quiere saber una cosa, el macho que me gusta, capitán, que me desquicia, que me hace temblar como una hoja, es un imposible, capitán, pero ¿sabe quién es…?: Louis de Funes, el de Fantomas se desencadena.

Y el capitán le tomó el nombre y los apellidos, y la dirección del Centro de Trabajo. Y Juan Ramón, en una semana se fue por El Mariel, y le tiraron huevos, y nos abrazó por el Equipo, que esta vez se quedaba descompleto, y aquel Tigre lloró antes de irse y lloró por el camino, y sabíamos que después también iba a llorar, aunque no comiera más huevos mañana, tarde y noche.

2

—Siéntese, recluso…

El teniente nos acercó un papel y un bolígrafo.

—Bien, Doscientosséis, firme aquí que usted desea ir a los Estados Unidos.

—¿Adónde…?

—A los Estados Unidos de Norteamérica.

—No, teniente…

No queríamos irnos a ninguna parte. Mucho menos a Estados Unidos. El que se va de Cuba nunca más puede volver, ni ver a su familia, ni a sus amigos; se queda en un limbo para siempre y envejece lejos de los suyos, lejos de todo, en un paisaje extraño y remoto.

—Mire, Santiago —la voz del teniente era amable—, yo le recomiendo que no desaproveche la ocasión. Esto se da una sola vez en al vida. Allá puede tener un futuro, ganar mucho dinero. Ya Carter dijo que los recibiría a todos con los brazos abiertos.

—De ninguna manera, teniente.

El teniente cambió la expresión de su rostro.

—Doscientosséis, usted está aquí por un delito de Vagancia, y tiene pendiente otra causa por Lesiones Graves. Por lo menos le quedan tres años y medio. Es demasiado tiempo y se puede complicar aún más. Aquí los hay que entraron por seis meses, y ya llevan veinte años tras las rejas; y ¿sabe…?, ahora vamos a establecer el sistema ruso de prisiones: cero Pase, cero visitas, cero jabas de comida… Y suponiendo que un día logre salir de aquí, ya no será como antes. Tendrá que realizar los trabajos peores, los que nadie quiere, y a la primera que haga, vuelve para acá otra vez, ¿qué le parece…? ¿Se va a decidir o no?

—Es que…, a lo mejor nos ponen presos allá, teniente, sin familia ni nada…

El teniente volvió a ponerse amable.
—No, Santiago, ya llegaron los primeros reclusos, y hasta les brindan ayuda y empleo. No sea desconfiado, no se trata de ninguna trampa, ¿no ha leído los periódicos…? El Mariel está lleno de barcos. No se ponga bruto, ésta es su gran oportunidad.

—Tampoco sabemos ni hablar Inglés, teniente, casi que no sabemos Español. La profe de Español siempre nos suspendía.

—Eso es lo de menos, Santiago, el Inglés es muy fácil de aprender —nos acercó un paquete—, podemos resolverle estos libros de Inglés. Son unos cursos muy buenos. Y gratis. Usted sabe que la Educación aquí es gratis, un derecho del pueblo.

—Es que…, teniente, vea, ayer recibimos una carta de la vieja. Hace tres noches que no duerme. Por el pueblo pasaron tres guaguas de presos. Iban gritando que se iban al Norte, y que viviera Carter y eso. La vieja está muy asustada, dice que no nos vayamos, por Dios. Usted sabe cómo son las madres; y nuestra esposa anda como una loca también, y le ha puesto montones de velas a La Virgen, ella tiene mucha fe en la Virgen, teniente.

Afuera de la oficina se sentía el alboroto. El teniente se puso de pie y abrió la persiana. Los presos estaban vestidos de civil, y daban vivas y sonreían.

—Mire, Santiago, mire lo que es la libertad. No pierda este chance. Esto aquí va a quedarse vacío. Acabe de decidirse de una vez.

—No, teniente.

—Está bien, recluso, puede retirarse.

Nos pusimos de pie. Afuera seguía la algazara, cada vez con más intensidad.

—¿Usted está seguro que no nos van a meter preso?

—Segurísimo, muchacho.

—¿Y que podremos vivir en paz allá?

—Por supuesto.

—¿Y que nos van a conseguir hasta un trabajo?

—Claro. Los americanos tienen mucho dinero.

—Está bien, ¿dónde hay que firmar?

Nos sentamos de nuevo.

El teniente nos alargó la hoja, pero rápidamente la retiró.

—Espera, es tu gran oportunidad, pero esta decisión es totalmente volunta-ria, no quiero que vayas a sentirte presionado.

—No, teniente.

—¿Estás seguro…?

—Bueno, sí.

—¿Y el Inglés?

—Puedo aprender si me lo propongo.

—¿Y tu mamá?

—Voy a hacerle una carta, teniente. Luego le mandaré alguna ropa y todo lo que yo pueda. Peor estoy aquí, haciéndola sufrir.

—¿Y qué me dices de tu mujer…?

—Trataré de reclamarla, teniente.

—Las reclamaciones pueden tardar diez años y hasta más.

—No importa, no somos tipos que se mueran por una mujer. Mujeres hay en todas partes. Dicen que hay más mujeres que hombres.

—Así se habla.

El teniente nos alargó la hoja de nuevo.

Había una euforia, un brillo de alegría en sus ojos de sapo, pero era un brillo extraño, que daba miedo, y sentimos una bola de hielo que nos subía por la espalda.

—El nombre ahí y abajo la firma.

Ya íbamos a firmar cuando de pronto la planilla rodó hasta la punta del escritorio y cayó al suelo, planeando como un ala.

—¿Qué pasa?

—No podemos irnos, teniente.

El teniente dio un puñetazo contra el escritorio.

—¡Por fin qué!, ¿usted está jugando o qué diablos le pasa?

—Perdone, teniente, es que tenemos un niño de dos años.

—¿Y eso qué tiene que ver?

—Que cuando lo traen a vernos, nos reconoce de lejos y luego no quiere despedirse.

—¿Y qué?

—Bueno, que nos dice papá, teniente, y nos abraza, y nos mira lindo, con los mismos ojos de su madre.

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1 comment:

Teresa Dovalpage said...

Las historias tigrescas están calcadas de la realidad pero con un tinte literario que las dignifica. Entre la risa que da el tigre mujeriego y jodedor haciéndose pasar por homo se sale la tristeza de Santiago el 226 que no se quiere ir...Irse, quedarse, la patria, la nación... palabras que en Cuba perdieron su significado original en una nube de huevos fritos contra el asfalto. Gracias, Sindo.

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