Tuesday, November 16, 2010

El Trago de los Tigres (Novela inédita de Sindo Pacheco)

Parte 4. Capitulo 3: El miedo a tener miedo


por Sindo Pacheco
(para el blog Gaspar, El Lugareño)




El cachorro sintió el impacto encima de la oreja, se estremeció, las piernas se le doblaron, cayó a la lona, que olía a quemado, a suelas de zapatillas, a sudor, a algún tipo de analgésico. Los focos que colgaban encima del ring lo encandilaron y miles de voces llegaron al mismo tiempo, miles de formas de un solo sonido vasto y desigual. Escuchó el conteo del referee, que marcaba los segundos, el tiempo mínimo para ponerse de pie, para seguir combatiendo: uno, dos, tres…

Había llegado su hora del ring de boxeo, como un augurio del otro ring más amplio y silencioso. Cuando había cartelera de boxeo todo se suspendía en el pueblo. Ni siquiera en carnavales el público dejaba de asistir. Se ponía a seguir la conga detrás de las comparsas y las carrozas por toda la calle Valle, con las pergas de cerveza en la mano, chorreando la espuma blanca: uno dos y tres, qué paso más chévere, qué paso más chévere, pero cuando llegaban a la esquina del Crispín, la masa humana abandonaba las carrozas y la estrella del carnaval y los luceros, y la luna y el cielo con todos sus astros, y tomaba a la derecha hacia la sala de boxeo Pincho Gutiérrez.

Habían transcurrido varias peleas cuando apareció la voz de Suárez. Suárez es un viejo gordo, que usa una gorra con un broche en la visera, y una voz potente que escuchábamos antes de llegar al terreno de pelota anunciando a los jugadores: Alfredo Acosta: Segunda Base.

Suárez anunció al cachorro en la esquina roja, con un short rojo que había comprado para la ocasión, y a su oponente el tigre en la azul. Una mitad aplaudió al tigre y la otra al cachorro. El referee fue a cada esquina y revisó los guantes, abrieran los brazos, las axilas, todo bien, y sonó la campana, y los rivales caminaron hasta el centro del ring, chocaron los guantes, e inmediatamente vino el golpe y el cachorro cayó contra la lona.

Cinco, seis, siete… El cachorro se incorporó, las luces giraban a su alrededor, la bulla de la gente parecía un alarido salvaje, Virgencita. Caminó unos pasos, buscando a su rival, se pegaron uno a otro, golpe por golpe, arriba, abajo, en la cara, en el abdomen, en la mandíbula, en la frente, en las piernas, en las sogas, entre las sogas, en los gritos. Y sonó la campana y fueron cada uno a su esquina, el cachorro se sentó en el banquito, su entrenador subió haciendo girar una toalla como un ventilador, como el aspa de un molino, le hacía falta aire, estaba ahogado, sin fuerzas, abriera la boca, y le pasó una esponja húmeda por la lengua, le apretó el estómago, respirara profundo, por la nariz, botara por la boca, así, eso era, cogiera aire, talán, la campana, arriba, guapeara y no recogiera cabos. Y otra vez frente a frente, otro golpe y el cachorro vuelve a besar la lona, beso triste y amargo el beso de la lona, y los gritos, y las luces girando, uno, dos, tres…, qué paso más chévere, guapeara cojones, gritaba Juanco, que todavía no había muerto, y el cachorro se apoya en las rodillas, se pone de pie, se limpia los guantes en el short, se acerca a la masa borrosa que es el tigre, golpe por golpe, derecha, izquierda, derecha, izquierda, derecha, izquierda, cuidado con el gancho, con el jab, no metiera la cabeza, no agarrara, no se le pegara tanto, sonó la campana, y volvió al banquito y volvió a aparecer el entrenador, la toalla, la esponja y la lengua, y el cachorro lo que tenía era hambre, un hambre como de cien años, porque estaba sin fuerzas ni energías, le hacía falta un pan con bistec; pero se fijara bien, atendiera a su entrenador; o si no un pan con tomate; se cuidara del swing de derecha, le estaba haciendo daño, no se metiera en el cuerpo a cuerpo, sino en la riposta, entrando y saliendo de la zona de impactos; una pizza de jamón, chorreando el queso; se agachara un poquito, apretara bien los puños y metiera el upper cut al hígado, a los planos bajos; o un par de croquetas metidas en un pan; y luego la derecha recta al mentón, y saliera con la izquierda en forma de jab, y después que le hicieran el conteo de protección, le conectaba la derecha recta, una, dos veces a la mandíbula, y otra vez la izquierda y lo liquidaba de una vez, ésa era su táctica, su estilo; o aunque fuera un refresco de limón, o un poco de agua con azúcar; su estrategia, ¿entendía…?; talán, la campana de nuevo, izquierda derecha upper cut, izquierda derecha upper cut, arriba, abajo, izquierda derecha upper cut, y el tigre cae por vez primera, uno, dos, tres, la gente gritando sorprendida, el tigre se incorpora, dispuesto a terminar de una vez, pero el cachorro se agacha y conecta y vuelve a conectar, y por algún lugar siente la voz de los otros cachorros, y alza los guantes, que ya no pesaban como bolsas de arena, porque era como si los cachorros estuvieran allí en su puño derecho, y en su puño izquierdo, y en sus pulmones, en su corazón: arriba, guapea, arriba guapea, y el cachorro arriba, abajo, y el tigre otra vez besando la lona, y el conteo de protección, y la algarabía, pero se incorpora, sacude los guantes y no da tregua, y la gente gritando y ellos en el centro del cuadrilátero, tú por tú, izquierda contra izquierda, derecha contra derecha, pecho con pecho, arriba, abajo, las piernas girando a un lado y a otro, con los movimientos, con los impactos, doblándose y estirándose, y el asalto no se acababa, el tipo de la campana estaba allí mirando embobecido, y se olvidó del tiempo y del espacio: arriba, abajo, derecha, izquierda, y el público empezó a preocuparse, estaba bueno ya, bastaba ya, y alzaban las manos los que tenían relojes de pulsera, la campana, la campana, borracho, tocara la campana, se iban a matar, hasta que el hombre reaccionó y tocó la campana bien alto para que todos la oyeran, talán, excepto el cachorro y el tigre que seguían allí pegados, izquierda y derecha, arriba y abajo, sordos a todo y al mundo, y tuvo que intervenir el referee y separarlos, y el cachorro se fue para la esquina azul y el tigre para la roja, hasta que se dieron cuenta y rectificaron. Y los jueces se demoraban con la decisión, y sumaban y restaban y sacaban raíz cuadrada, y el público ya había empezado a silbar, impaciente, y los rivales fueron llamados hacia el centro, ya sin guantes, con las vendas blancas colgando de las manos. Y Suárez por el alto parlante: El vencedor…, el vencedor… Amables aficionados…, pero no había ni vencedor ni vencido, la pelea era declarada tablas de acuerdo con la puntuación, y el público ya estaba gritando, suelten la botella, tanto golpe por gusto, qué se creían esos jueces, borrachos, descarados, sinvergüenzas, y un aficionado se subió al ring y levantó la mano del tigre en señal de triunfo, y la mitad del público empezó a aplaudir y la otra mitad a silbar, hasta que subió uno de los que silbaba y le alzó la mano al cachorro, y los que silbaban rompieron a aplaudir y los que aplaudían a silbar, y los dos aficionados se miraron con furia desde cada una de las esquinas, y se acercaron al centro del ring, y se fueron arriba, izquierda, derecha, izquierda, derecha, y comenzó a subir gente que silbaba y gente que aplaudía, y el mundo entero era el ring de boxeo que no estaba hecho para soportar al mundo y se hundió por el centro como una novela que se cierra, con los personajes allá adentro dándose golpes, y llegó la policía: tres disparos al aire, suábana, suábana, suábana, y con el primer disparo los personajes se quedaron inmóviles como muñecos de cera, y con el segundo, se abotonaron las camisas y fueron saliendo de la novela, y con el tercero la novela se abrió en la página del ring que era al principio, cuando no había empezado la cartelera, y los boxeadores tuvieron que echar de nuevo las peleas, y volvieron a subir el cachorro y el tigre, y repitieron el combate, arriba, abajo, izquierda, derecha, y cuando Suárez dijo que era tablas, ni vencedor ni vencido, nadie se subió al ring a fajarse porque allí estaba la policía dispuesta a tirar tiros al aire, y el ring no se hundió más, ni se dobló como una novela, y el cachorro y el tigre pudieron llegar por fin hasta los camerinos donde estaban los demás cachorros, y las pizzas calientes y el refresco, como una bendición, pero el cachorro fue a masticar y sintió un dolor muy fuerte allí donde se unen las mandíbulas, y cerró la boca despacito, sin decir nada, y le regaló la pizza a los demás, no tenía hambre, solamente quería el refresco, y el tigre abrazó al cachorro, y el cachorro al tigre: ganaste, dijeron al mismo tiempo, y se levantaron las manos, ganaron los dos, dijeron los cachorros, vivan los cachorros; cuáles cachorros, dijo el tigre, allí no había cachorros, solamente tigres, y los cachorros se miraron, era verdad, solamente había tigres, y nunca más iban a pelear, los tigres no podían pelear contra los tigres. Y cuando salieron los esperaba una muchacha un poco mayor para ser novia de alguno de ellos, y le dio un beso al cachorro, que le borró todo el sinsabor de los besos de la lona: así eran los valientes, le dijo, y aquel fue un golpe tan bajo y tan imprevisto, que al cachorro se le doblaron las rodillas y cayó al suelo: uno, dos, tres, y los demás lo ayudaron a pararse, qué le pasaba, tenía la cara roja como un tomate, y mirara, viera, habían juntado un dinero para celebrar: dos refrescos y un pan con mantequilla, no había alcanzado para más, pero era suficiente. Y brindaron por la victoria, por la valentía del cachorro: ¿qué sintió allá arriba, con tanta gente, cómo era eso, no le había dado ningún miedo…?

—¿Cómo miedo…, un cachorro con miedo…?

Pero mentira: había tenido mucho miedo, un miedo raro, extraño, un miedo al miedo, a tener miedo, a no ser tigre, a no haber salido tigre.

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1 comment:

Teresa Dovalpage said...

La pelea de boxeo mejor descrita que he visto..Y esta frase "beso triste y amargo el beso de la lona". Además de lo fino de ese juego con el tiempo, en que la novela se mete dentro de la novela....Y "esta" novela es la que quisiera yo ver publicada, con páginas que se abran en el centro del ring...muy pronto.
We are all tigres, ¿que no?

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