Tuesday, November 9, 2010

El Trago de los Tigres (Novela inédita de Sindo Pacheco)

Parte Cuatro. Capítulo 2:
La niña está sola, vamos


por Sindo Pacheco
(para el blog Gaspar, El Lugareño)



Un domingo apareció ella, aquella visión o relámpago que había cruzado por nosotros como un rayo de luz o el recuerdo de una buena noticia: la encontramos cuando nos parecía morir, y el corazón era una fruta seca, una pasa, un viejito que se nos consumía como una vela en el pecho, Cenicienta; y mira cómo se ha puesto, se volvió loco, se hinchó, se agigantó: toca aquí para que veas, para que sientas cómo palpita, cómo relampaguea, cómo se nos quiere salir. Ella tenía una familia, un hogar, una perrita, la mirada pícara y la voz suave, qué bueno que apareciste, aunque tengamos muy poco que ofrecerte, salvo estas manos y estos ojos; pero eso ahora no importa, ¿verdad?, ¿verdad que no importaba, que lo importante eras tú, y nosotros, que por fin nos habíamos al fin? Y vieras que sí, siempre teníamos algo que ofrecerte, te ofrecemos la vida, esta aventura de caminar un camino, un poco difícil, Cenicienta, Sulamita mía, porque nos esperan contratiempos, enredos y separaciones, y llantos y alegría, y podían encontrarte los centinelas, que andan de ronda por la ciudad, los guardias de las murallas pueden golpearte y herirte, pero no te asustes, que todo saldrá bien, y un día voy a escribir un cuento que hable de ti y del Paseo y de la vida, y de los ojos tristes de los aeropuertos, y sabíamos que era así porque no podía ser de otra manera; y ella tenía el alma de los niños buenos, y era alegre, y risueña, y espontánea, y feliz, y tenía brillo en los ojos y la juventud en la palma de la mano, y su pelo era cálido y suave como el atardecer de la isla, y llevaba en sus mejillas la luna entera de marzo, y sus labios eran jugosos como frutas tropicales, y sus pechos eran palomas asustadas: puros panales mellizos de miel de abejas sus pechos, y sus manos eran una caricia que nos limpiaba las llagas allí, en los recodos insondables, y podían curarnos del dolor y de la enfermedad y de la muerte, y sus piernas como dos troncos gemelos de los mangos del Caney, y olía a jazmines, a guayaba, a mariposas, y a flor de caña, y toda ella tenía un nombre, porque tampoco podía ser de otra manera: LLUVIA/ FLOR/ ESPUMA/ LUNA/ LUNAMÍA, así, como una sola palabra, como un verso: Que me bese con los besos de su boca. Y besamos su boca, su piel, toda la geografía de su cuerpo, que era una costa de arenas blancas, una playa infinita, con entrantes y salientes, y exuberantes ensenadas, y marejadas violentas, y bahías de bolsa cuyas aguas eran un espejo de luces y de sombras, donde encallamos muchas veces a capear la tempestad y el mal tiempo. Y el amor tenía prisa, y tuvimos que hacerlo una vez, y luego rehacerlo, y volverlo a inventar, renovarlo cada día. Y su sexo era húmedo y suave, con lugares secretos, profundamente misteriosos, donde vibraba una música de terciopelo que no podía tocar ninguna orquesta porque brotaba del manantial más dulce de su corazón. Hasta allí bajamos muchas veces, y nos sumergíamos en su música divina, y cada vez era como si fuera la última, como una premonición de que iba a haber un último día, como si estuviera próximo, como si lo supiéramos todo, Lunamía. Y entre una vez y otra íbamos hasta el Paseo a contemplar la noche, Lunamía, mira el Paseo, los álamos, mira la Terminal de Ómnibus, el Correo, la fábrica de tabacos, mira las viejas casas de madera, el garaje, el Parque Infantil, El Sevilla, la Colonia Española, el cielo, ¿te acuerdas…, Lunamía, qué azul estaba el cielo, qué azul estaba todo, la Carretera Central, la Estación de Policía, los pajaritos, la vida…?: ay Neruda: su voz, su cuerpo claro, sus ojos infinitos. Todo latía allí porque estábamos nosotros, porque éramos la casa del amor donde no podía entrar más nadie, lindo comienzo, dijiste, dijimos al mismo tiempo: lindo comienzo el de nosotros. Pero entonces escuchamos un ruido, un murmullo de voces del otro lado de la calle, como si hubiera una pelea, una discusión, un accidente, y vimos al viejo Secundino, perseguido por una multitud que le gritaba; fíjate bien, Lunamía, escucha a ver qué dicen; que se fuera, que se fuera, que se fuera la escoria, y Secundino era la escoria porque su hermano había venido a buscarlo de Miami en un barquito, y corría casi sin fuerzas y no se podía ir, y la gente tenía odio en los ojos y huevos en las manos, Lunamía, y la ropa de Secundino chorreaba huevos, Lunamía, y la cabeza de Secundino chorreaba huevos, Lunamía, y todo Secundino era un viejito que estaba naciendo de un gran huevo, Lunamía; sí, pero no te metas no te metas, y nos apretó la mano, y sentimos un calor muy hondo, y no sé por qué nos acordamos de Martí niño y de la madre de Martí, cuando fue a buscarlo aquella noche para que no lo mataran cerca del teatro Villanueva: la niña está sola, vamos. Y había unos pioneros que iban para la beca, para la Nueva Escuela: casas y escuela nuevas, esperando la guagua en un portal, con sus trajes azules y sus corbatas, y se incorporaron al coro, y agarraron piedras de la calle, y una piedra golpeó al viejo Secundino en las piernas, Lunamía, y otra más veloz hizo diana en su espalda, y Secundino se dobló, profirió un quejido, cayó al suelo, Lunamía; y a Ronaldo Santana, compañero, lo botaron de la Universidad y nosotros no lo defendimos, Lunamía, y Secundino antes no era un viejo, y nos daba caramelos y dulces, Lunamía, y ya no pudimos aguantar más: hijos de puta, abusadores, qué se creían; nada, nada se creían, y me quitara del medio si no quería que…; y no escuchamos bien lo que no queríamos que, porque una piedra nos dio en la frente, y el zumo en el corazón, y Lunamía se metió y nos haló por un brazo: vamos, vamos; y un huevo le dio a ella en el pelo y empezó a chorrear; hijos de putas, y cogimos una piedra, y ella nos apretó fuerte: la niña está sola, vamos; y Secundino aprovechó para incorporarse, y siguió su carrera lenta y fatigosa, y la multitud detrás de él: que se fuera la escoria, que se fuera; y los gritos fueron apagándose, y Lunamía y nosotros quedamos en silencio, y a ella no le gustó una rosa ni a nosotros un clavel, sino que ella nos limpió la sangre y nosotros la clara de huevo: bonito comienzo el de nosotros, dijimos, y nos besó, con los besos de su boca, todavía con sangre y clara de huevo entre los dientes, y le dimos la mano y la acompañamos a su casa, y nos cepillamos los dientes con el mismo cepillo y tomamos café y refrescos, y nos sentamos en los sillones del portal, y la noche estaba negra y triste como nunca antes la habíamos visto, y empezó a llover una llovizna fría; y teníamos prisa, como si supiéramos todo, y en una noche así, poco después, nos casaríamos, lloviendo desde el amanecer, con Juanco, que todavía no se había muerto (pero que pronto dejaría de vivir: le habían aplicado una transfusión de sangre contaminada de hepatitis, qué se le iba a hacer, te jodieron, Juanco, un error lo tiene cualquiera, te curaron el corazón y te rompieron el hígado, cosas de la vida), y unos pocos invitados; y soñábamos con una casita de madera con árboles frutales, mangos, guayabas, y la sombra de un tamarindo, y con una niña impaciente y animosa, para que Lunamía nos sacara de todos los peligros tomándonos del brazo: la niña está sola, vamos.

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para leer los capítulos anteriores haga click en el link:

2 comments:

SENTADO EN EL AIRE Juan C Recio blog said...

Muy bueno poder seguir con esta lectura de El trago de los tigres, eso es el autor, un tigre de las letras, siempre lo atrapa a uno con sus personajes, conflicto y esa manera de narrar que no te deja detener nunca. Enhorabuena, compadre Sindo.

Teresa Dovalpage said...

He leído muchas historias del Mariel, muchos recuentos horripilantes, pero éste es el más poético y triste que he encontrado. Y esas referencias bíblicas, dan ganas de llorar...

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