Monday, September 20, 2010

El Trago de los Tigres (Novela inédita de Sindo Pacheco)

PARTE 3. CAPÍTULO 2: Por tu buen corazón


por Sindo Pacheco
(para el blog Gaspar, El Lugareño)


Antes tampoco éramos Los Tigres, antes de ser tigre, uno casi siempre es otra cosa: perro, gato, conejo. Los tigres están hechos de corderos bien digeridos. Y éramos eso: corderos que un buen día nos digerimos a nosotros mismos para empezar a ser verdaderamente tigres.

Entonces íbamos al cine, a las tandas de las nueve de la mañana. A nosotros nos gustaban las películas de acción, de capa y espada, donde el protagonista siempre rescatara a la muchacha; o las de Toshiro Mifune, que era un tipo duro y valiente, algo así como un tigre, que no se rendía aunque lo rodeara una multitud de samuráis, y que al final de la película siempre se iba solo y triste, con el sable a la espalda a través de un caminito. Éramos Juanco y Omar, y Santiago y Manet, y Juan Ramón y Ale el Gordo, que después de ver la película hacía el papel de gordo. En casi todas las películas casi siempre salía algún gordo. Y Ale hacía bien el papel de gordo comilón, mientras alguno de nosotros, que era el Tulipán Negro o el Marsellés, o el Aventurero de la Rosa Roja, le robaba las llaves y liberaba a la muchacha, que era una muchacha imaginaria pues no había ninguna en la pandilla y nadie estaba dispuesto a interpretar ese papel. Otras veces hacíamos del Comisario, que se metía toda la película en babia, y por culpa suya, Fandor no podía capturar a Fantomas, que ya se le había escapado a todo el mundo, al mismísimo Scotland Yard, y se iba en una máquina que salía volando y ponía el fin de la película allá en las nubes. Y entonces nos íbamos a empinar papalotes al plan del Pedro Pena, a darle cucas, y tratar de escribir un FIN con el papalote allá en las nubes igual que hacía Fantomas con su máquina, o ponerle una cuchilla de afeitar en la cola para cortar los hilos y que los otros papalotes se fueran a bolina, allá lejos, cayeran sobre el techo de una casa, o en la calle, en un parque, pero que no se enredaran en los cables eléctricos y provocaran un corto circuito, viniera la Compañía, les dieran las quejas a los padres, nos pusieran de castigo, una semana, un mes sin cine, sin bolas y sin trompos, sin Plan Calle, sin zancos, sin patines, sin salir ni a la bodega de la esquina: Secundino, regálame un caramelo, un dulce, un boniatillo, un medio de postalitas, Secundino; y abríamos el sobre temblando de emoción: nos sacamos la 49, y la 8, y la 23, te la cambio por la 14 que la tengo repetida, o por la 100 que es un número difícil, o vaya, te la cambio por dos; eh, miren: me saqué el FIN, que era Pepito Grillo encima de su casita, que parecía un palomar, con el Sol más amarillo del mundo, saliendo allá a lo lejos. Entonces comprábamos el álbum, que traía los cuadritos para pegar cada una en su lugar, y al pie leíamos la historia que representaba cada cuadro, y nos íbamos metiendo en la vida de Pinocho como si estuviéramos mirando una película: Qué estábamos haciendo…; nada maestra Luisa, maestra Magda, maestra Ofelia.

—Déme acá esas postales, y atienda a la clase.

—Sí, maestra, pero nos la devuelve cuando suene el timbre, mire que sin ellas la vida se nos muere.

¿Qué había sucedido, maestra?

—Entre papá, quería hablar con usted, vea, su hijo no está nada bien, no atiende, no se concentra en la clase. Se mete el santo día con las postales esas, leyendo el álbum de Pinocho, ya lo he tenido que regañar varias veces, pero es una cosa que lo desquicia, que lo arrebata, y a lo mejor usted como padre me podía ayudar.

Disculpara maestra, había nacido con problemas, nació antes de tiempo, era muy nervioso, y muy inquieto, pero hablaría con él sobre las Zafras del Pueblo, y sobre la Campaña de Alfabetización, alfabetización, venceremos, y estaba seguro que el niño superaría ese aspecto, cómo no, contara con su apoyo.

—Pero eso no es todo, papá, tiene otro problema, le cuesta trabajo encontrar el camino como si estuviera perdido, vea esta cuenta, qué sencilla, todo el mundo la hizo así, por el camino más corto, y mire él, ha llenado una página completa. Verdad que el resultado le dio igual, pero no es lo mismo como usted puede ver, Dios mío, no sé por qué siempre agarra el camino más largo y más difícil.

Descuidara maestra, en cuanto él supiera lo del ciclón Flora, y de las Milicias Nacionales Revolucionarias, y que vamos hacia un Ideal, y que la ORI es la candela, no le digan ORI, díganle candela, él iba a encontrar el camino, le dejara eso a él.

—Pero el otro día, papá, estaba hablando de Céspedes, el Padre la Patria, ¿usted sabe?, y le dije a los muchachos que escribieran una oración con la palabra Padre, y mire lo que ha puesto su hijo: Padre nuestro que estás en el cielo; eso sí es peligroso, por eso lo mandé a buscar, papá, su hijo se le está escapando para alguna iglesia.

No, maestra, eso sí que no, no le faltara el respeto, ellos no creían, en su casa nadie creía, su hijo no iba a ninguna iglesia, ¿este muchacho estaba loco, Virgen Santa?:

—Venga acá, señorito, ¿por casualidad usted está yendo a una iglesia o algún lugar donde se hable de Dios?

—No, papi, ni que Dios lo quiera.

¿Veía, maestra…? Él era un niño de la casa a la escuela y de la escuela a la casa:

—Tun tun.

—¿Quién es…?

—Soy yo, abre rápido.

—¿Cómo te fue, hijo…?

—Muy bien, mami, hazme un poco de pega-pega, apúrate.

—¿Otra vez…? No hay almidón, y que tu padre no te vea más con esas postales.

—No importa, mami, yo las escondo. Hazme un poco de pega-pega, con harina de pan, con clara de huevo, con cualquier cosa; mira, conseguí la 80 y la 99…

También nos poníamos a jugar con alguien que hiciera de Banco, velando a los más grandes, no fueran a hacernos tiña, nos robaran las pilas, nos dejaran sin nada; y perdíamos y ganábamos, y llegábamos tristes a la casa, con las manos vacías, como si nos faltara el aliento, o muy emocionados, con un paquete bien grande en los bolsillos, y dormíamos con ellas debajo de la almohada, y el olor especial que tenía la tinta nos entraba por la nariz hasta la misma memoria, y nos despertábamos a media noche cuando nos faltaba aquel olor, y se habían caído al suelo las postales, y las recogíamos una a una, y buscábamos el álbum, y no teníamos sueño viendo a Pinocho, a Gepeto, cuando lo fabricaba de madera, y al Honrado Juan y a Gedeón que un día convencieron a Pinocho para que no fuera a la escuela: para que te conviertas en actor, Pinocho, tu futuro es el Teatro, serás aplaudido, aclamado por las multitudes, serás rico y famoso, y recorrerás el mundo; y engañaron al pobre Pinocho que era un tipo cabeza hueca, que cualquiera convence de hacer lo que no quiere. Y se lo llevaron y lo vendieron como un títere a Stromboly, un viejo barbudo y abusador, que se cogía todo el dinero, y encerraba a Pinocho en una jaula. Y cuando por fin apareció el Hada Madrina, Pinocho le dijo una mentira y le creció la nariz, y dijo otra más, y la nariz siguió creciendo por entre los barrotes, y un pajarito fabricó un nido en su nariz, creyendo que era la rama de un árbol. Pero Pepito Grillo, que era la conciencia de Pinocho, y siempre le estaba dando buenos consejos como si fuera una madre: hijo, pórtate bien, hazle caso a la maestra, respeta a los mayores, lo salvó de aquella prisión metiéndose por la cerradura, y removiendo el corazón del candado, y nosotros ya estábamos felices, pensando que todo se iba arreglar cuando a Pinocho le da por irse a la Isla del Juego, junto con Polilla, que era un tipo mala cabeza o cabeza hueca que le gustaba fumar tabacos; y la isla no era puro juego como le habían dicho, sino que allí los niños se convertían en burros; y Pinocho y Polilla estaban jugando al billar y fumando tabacos muy tranquilos cuando les salieron las orejas de burro, y luego el rabo, y en lugar de hablar ya estaban rebuznando cuando echaron a correr llenos de miedo antes de ser burros completos, sobre cuatro patas, y lograron huir de aquella isla maldita. Y cuando Pinocho llegó a su casa de lo más contento, loco por ver a su padre: papi, aquí estoy, mírame, regresé…, se encontró una nota donde Gepeto decía que había salido en un barquito a buscarlo porque se estaba muriendo de tristeza, y que se lo había tragado una ballena terrible que se llamaba El Monstruo. Y Pinocho no lo pensó dos veces para ir a rescatar a su padre, de la misma manera que el Tulipán Negro o el Marsellés tampoco lo pensaban mucho para rescatar a la muchacha de la película. Y la ballena tenía unos dientes enormes. Y allá adentro estaba Gepeto con barco y todo en las entrañas del Monstruo, con una vela encendida porque todo era muy oscuro como una noche sin estrellas, y Gepeto, muy triste, se moría de hambre, tratando de pescar algo de lo que pescaba El Monstruo, cuando pesca nada menos que al mismísimo Pinocho, que también había sido tragado, con orejas de burro y todo: papá, papá, aquí estoy, papá, papito querido. Y a pesar de todo se veían felices porque estaban juntos. Entonces hacen un fuego en la barriga del Monstruo para ver si estornudaba. Y con el estornudo salieron disparados Pinocho y Gepeto y Pepito Grillo, que también estaba allí, pero la ballena los persigue y los persigue en la 183 y en la 184 y en la 185, furiosa, con la boca abierta, y casi está a punto de engullirlos de nuevo cuando llegan a una costa escarpada y logran guarecerse en un hendidura, y El Monstruo choca contra las rocas y se parte los dientes en la 190, y se hunde en el mar lanzando chorros de agua por el lomo, y los amigos están a salvo, y Gepeto se incorpora de la arena, sin energías casi debido al esfuerzo y la agonía de la escapada, pero feliz de haberse salvado, cuando descubre que Pinocho está muerto, su hijo de madera, su hijito del alma ahogado, y lo toma entre sus brazos, con el rabo y las orejas de burro que le colgaban hasta el agua, y llora Gepeto de tristeza: Pinocho querido; y lloramos nosotros también viendo el llanto de Gepeto que no tiene consuelo ni paz sobre la Tierra, y las lágrimas no se nos secan todavía cuando aparece el Hada Madrina en la postal 194, blanca y azul, con su varita mágica y la corona de oro en la frente, y toca a Pinocho con su varita y le devuelve la vida: serás un niño de verdad, Pinocho, por tu valentía, por tu buen corazón, porque arriesgaste la vida por salvar a tu padre, y nosotros, que somos de verdad, nos secamos las lágrimas, y nos sentimos perdonados, Hada Madrina, como si antes de ser así, también un día, hubiésemos sido de madera.

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1 comment:

Teresa Dovalpage said...

Qué bueno que siguen los tigres tigreando, ya estaba preocupada. Y es verdad que en las pandillas de varones ninguno quería hacer de chica…de doncella rescatada…qué jodido, ¿no? Pero a las muchachas no nos importaba interpretar el papel de hombres.
Yo no agarré esa etapa de las postalitas de héroes de pelis, o al menos no me acuerdo. Sí de Matojo, Cecilín y Coti…Y esa conversación sobre Dios no tiene desperdicio, sobre todo la respuesta del fiñe… ¡Cuántos lindos recuerdos! Espero el próximo capítulo…

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