Tuesday, September 14, 2010

El Trago de los Tigres (Novela inédita de Sindo Pacheco)

PARTE 3; CAPITULO 1: Un espejo verdadero


por Sindo Pacheco
(para el blog Gaspar, El Lugareño)


Volvimos al pueblo, a la Construcción, al lugar donde una vez hubo una Virgen. Bebíamos vino seco El Mundo, y hablábamos de la vida. El vino seco casi siempre nos daba por hablar de la vida, de lo que íbamos a ser en el futuro, se nos iba la juventud, y no teníamos ni oficio ni beneficio, qué tal si aprendíamos algo, si estudiábamos algo…, en este país el que no estudia está frito, no tiene otro remedio que la Agricultura, o la Construcción, míranos a nosotros, llenos de tierra o de cemento, sin dinero, sin esperanza, sin nada, podíamos ir a la Facultad Obrera, graduarnos, llegar a la Universidad por cursos dirigidos, o por cursos regulares, to-davía podíamos ser algo, profesores, veterinarios, Técnicos Medios, cualquier mierda que sirva. Y claro que sí, qué buena idea, cómo no se nos había ocurrido antes, mañana mismo nos matriculábamos. No era fácil construcción por el día y estudio por la noche, toda la semana, y los meses; pero calculamos el límite de la función efe en equis de equis al cuadrado menos cinco equis más cuatro, cuando equis tendía a cero, o cuando equis tendía a uno, o al infinito, y aprendimos que los caracteres adquiridos en la vida no se heredaban, y que los órganos que se usaban se desarrollaban y los que no se atrofiaban, y nosotros por eso mismo teníamos que usar el cerebro porque ya estábamos casi atrofiados del mismo. Éramos adultos. Tigres adultos. Otra cosa.

Sacamos las primeras pruebas, bebíamos menos, y la vida parecía menos complicada.

Pero seguimos yendo a La Virgen con las libretas en el bolsillo, como en aquellos tiempos de la Secundaria.

Una noche, Pirolo no ensartó el sombrero más que unas pocas veces, habló poco, y se fue antes que nadie, sin acabarse el vino seco y sin haber matado el tiempo, con aquel dolor de que aún fueran no más las cinco de la mañana.

—¿A éste qué le pasa? —comentó Rony.

Manet nos encogimos de hombros. Casi siempre Manet se encogía de hom-bros. Le daba lo mismo. Todo le daba lo mismo:

—A ver, Raúl Manet, póngase de pie, dígame el papel que juega el núcleo en la célula.

Y Manet se encogía de hombros. No es que no supiera, sino que le daba lo mismo. Todo le daba lo mismo.

 No le importaba nada el papel que jugaba el núcleo en la célula. Yo creo que a ninguno nos importó mucho ese papel, ni siquiera a Rony, ni a la profesora, ni al director, ni al propio núcleo.

Decíamos que Pirolo estaba muy extraño.

Y la noche siguiente no vino por La Virgencita.

Pensamos que tenía problemas en su casa, pero todos nosotros siempre hemos tenido problemas en la casa, por lo menos desde que nos acordamos, o desde que nacimos, que fue el primer problema. Nosotros nacimos con problemas en la casa. Pirolo no le hablamos a nadie en su casa porque una vez su papá le estaba pegando a su mamá y él le metimos una mordida al padre en un brazo. Pero después ellos se reconciliaron, se acariciaron, se besaron, se templaron, y desde entonces Pirolo no les habla a ninguno. Rony, Manet, Omar y los demás andamos casi por el mismo estilo, excepto Santiago que cada vez que se emborracha decimos un poema a la madre y que madre hay una sola y toda esa mierda de borrachos.

Así que lo de Pirolo no eran problemas en su casa porque siempre los tuvi-mos. Lo de Pirolo era bien raro, pues el lunes llegamos con un bloc en el bolsillo de atrás como si fuera una libreta de notas, como si fuéramos a entrar a la Secundaria, como si todavía no nos hubieran botado de la escuela, y nos leyó una cosa ahí.

Qué nos parecía, preguntó.

Realmente no nos parecía nada. A nadie nos pareció nada. Manet nos encogimos de hombros, Rony lo miramos extrañado:

Qué era aquello.

—Un poema. ¿No ven que es un poema?

Rony no veíamos nada. Tampoco Santiago. Ni nosotros.

—Lo escribimos anoche —volvió a decir—. ¿No se la llevaron?

Nadie nos habíamos llevado nada, es decir que no habíamos entendido nada. No había nada que entender, ni que llevarse.

Pero Pirolo estábamos emocionado. Hacía mucho tiempo que no nos emocionábamos. La última vez fue cuando fuimos a hacernos marineros, a desandar los siete mares, y conocer Liverpool y todos los puertos del mundo, y traer ropa buena de afuera y zapatos y discos de Los Beatles y de Camilo Sesto y Roberto Carlos y José Feliciano, y todas las muchachas que fueran a celebrar sus quince años vinieran a invitarnos a su fiesta para que pusiéramos la música: felicidades, cómo no, con mucho gusto, no cobramos nada, ni un centavo, sólo pasar un buen rato, divertirnos. Así nos fuimos hasta la escuela, más de doscientos kilómetros, contentos, ilusionados. Teníamos todos los requisitos: disposición, aptitud física, octavo grado aprobado, (todavía no nos había botado de la escuela). Íbamos a ser Pilotos de Altura, Jefes de Máquinas, capitanes. Pero en lugar de marineros nos vistieron de verde olivo, pelados al rape, marchando de un lado a otro de una plazoleta, sudando, izquierda izquier, derecha derec. No había ningún barco por todo aquello; y sólo a partir de los tres años o de los cuatro o de los cien, luego que estuvieran bien seguros que uno era revolucionario así como nuestros padres y abuelos y antepasados, y que por tanto no teníamos en la herencia caracteres hereditarios que indicaran que podíamos quedarnos fuera del país, en algún viaje al exterior, desertando hacia una sociedad de esas explotadoras e inhumanas, era que entonces se empezaba a navegar, a dar algún viajecito a las Bahamas o a Gran Caimán. Regresamos silenciosos como el que vuelve de un entierro. Ya después nada nos importó. Nos dimos cuenta que en la medida en que crecíamos, íbamos perdiendo libertad. Si nos hacíamos mecánicos, ya no podíamos ser dentistas. Si nos hacíamos dentistas, no podíamos ser peloteros. Ya no teníamos edad para ser campeones de natación o de clavados. Sólo nos iban quedando otras opciones para las cuales también íbamos perdiendo aptitudes en la medida en que pasaban los días. Por eso nada nos alegraba ni nos producía el más mínimo entusiasmo, a no ser ahora que Pirolo estábamos como loco leyendo los garabatos que había hecho en aquel bloc.

El sábado no quiso tirar el sombrero. Traía un bloc nuevo donde había pasado aquel escrito con lapicero, bastante curioso.

Trataba de un tipo que se había ido a vivir a una montaña.

Quería dedicarse a escribir y su familia no lo comprendía.

Ese tipo era él mismo. Nos imaginamos la cara de su familia cuando lo vie-ron con aquel lío de la escribidera. Pirolo necesitaba apoyo, necesitaba que alguien lo ayudara, y para eso estábamos nosotros:

—Deja esa mierda, Pirolo. Eso no sirve. ¿Has visto algún escritor con dinero?

No lo habíamos visto. Ni sin dinero tampoco. En nuestro pueblo no había escritores. Ni falta que hacía. No tendrían de qué escribir. Aquí nunca pasa nada. Se cumplen todos los planes. Todo el mundo trabaja o estudia, hasta nosotros. Y de nosotros no podemos escribir. Ni siquiera eso de que no podemos escribir.

—No me importa el dinero. ¿Les gustó más ahora o antes? —preguntamos Pirolo.

—¿Qué cosa?

—El poema.

Ninguno nos había gustado. Nos parecía que era lo mismo el de ahora que el de antes.

Por la noche lo trajo otra vez medio cambiado, pero escrito a máquina, a dos espacios, en unas hojas muy blancas.

Nos dimos cuenta que Pirolo estaba quendy.

El padre de Pirolo es medio loco, y un tío también, y tiene una hermana que lo mismo le da ocho que ochenta. Así que ahora nos tocaba a él seguramente. Y luego a nosotros y dentro de poco estaríamos chiflados.

—¡Imbéciles, no entienden nada, no ponen atención, no escuchan, no tienen interés, casos perdidos, todo!
—dijo Pirolo, enojado, como mismo nos decían a todos en los tiempos de la escuela—. La vida es esto, socotrocos: escribir, sacarle fruto a la memoria…

Sin pasar escuela, ni curso, sin graduarnos de nada, un mal día nos sorprendimos con un lápiz y un papel, sin saber por qué ni para qué servía ser escritor, si no era para buscarnos problemas, para que nadie nos entienda, ni la propia familia, que nos mira de rabo de ojo: deja eso, hijo, te vas a poner mal de la cabeza, como si el hecho de escribir no fuera resultado de eso mismo, de estar mal de la cabeza, de tener una cabeza hueca, de no poder evitarlo, porque nosotros no escribimos sino que nos escriben, como si alguien nos dictara, como si fuera un mensaje del más allá; y subíamos los versos y los bajábamos, y los tachábamos, los eliminábamos; y no hacíamos las historias de alante para atrás ni de atrás para alante, sino más bien todo lo contrario y viceversa; y nos preocupaba la cacofonía que hacían los muchos había que había; y deja quietos los había y la bobería, eso no incumbía; lo importante era mirar, observar, atrapar la realidad y envolverla, ex-primirla, sacarle el jugo, la semilla, la esencia, y luego sentarse y ponerle el corazón a la escritura; no se podía escribir con el corazón en el pecho, había que sacarse el corazón para ponerlo en cada frase.

—¿Qué haces sin corazón? —preguntó el espejo.

—Vamos a ser escritor.

—¿Escritor…? Nunca hubo escritores en la familia. Ni siquiera lectores. La mayoría de tu familia no sabía ni leer.

No nos importaba.

—Perico, tu tío abuelo, componía décimas que cantaba en los cumpleaños de la familia, pero terminó loco, bañándose en los cañaverales, con un tanque de agua de 55 galones.

No nos importaba.

—Es un camino demasiado largo, con demasiados problemas.

No nos importaba.

—Tus personajes te asediarán, robándote tu tiempo. No vivirás tu vida para ti, sino para ellos, para cada uno de tus personajes.

No nos importaba.

—Tampoco ganarás mucho dinero.

Nunca nos importó el dinero.

—Ni tendrás reconocimientos. Y los demás te mirarán como si fueras una especie diferente, un bicho raro, podían burlarse de ti.

Siempre habíamos sido diferentes.

—Y tendrás que relacionarte con alguna gente rara. El mundo del arte está lleno de gente así.

—¿De gente cómo?

—Individuos extraños.

—¿Feos?

—No, tipos de eso… con inclinaciones…

—¿Jorobados?

—No, quiero decir…

—¿Maricones?

—Eso es, pero son como cualquiera, olvídalo. Eso no es esencial. Lo esen-cial será no rendirse nunca. Te asaltará el desaliento, la frustración, el cansancio.

—No nos rendiremos.

—También necesitas dos cualidades: ser sincero y tener coraje. Será nece-sario rescribir, tachar, borrar, pulir, estrujar, sudar, romper, botar, recoger, releer, volver a empezar, si quieres ser realmente verdadero. La Lengua es difícil de domar.

—La domaremos, señor Espejo. Aunque haya que multiplicarla, herirla, ma-chucarla, componerla, curarla, mimarla, quererla como una novia, adorarla, descu-brirle sus parajes más ocultos como a una mujer inapagable.

—Estás hablando bonito, eso le va a gustar a la Lengua, ¿y luego qué harás con ella…?

—Luego la llevaremos a un cabaret a emborracharla, y a una posada a desnudarla, besarla, violarla, desflorarla, hacerle el amor por todos los orificios, por cada una de sus frases, que se venga, que se derrame, que se riegue, que llore, que se muerda los…

—¡Cállate!… Eres un poco loquito, pero veo que estás decidido… —hizo un pausa—. Es curioso… ¿Quién dijo que la literatura era una especie de espejo que se paseaba por la ciudad?

—Tal vez Víctor Hugo, o Cervantes.

—Esa comparación no es muy exacta. Nosotros también mentimos.

—No.

—Sí. Por ejemplo, muchas veces te notaba deprimido y te disimulaba el defecto de los dientes. Otras veces tenía que bajarte los humos. Debí haber sido imparcial, pero ya ves, nada es perfecto.

—No sabíamos que…

—Sólo quiero pedirte una cosa. Si algún día escribes algo de mí, di que fui un espejo verdadero. Me hubiera gustado tanto ser verdadero.

—Tú has sido verdadero.

—No, no lo fui. Pero me gustaría que lo dijeras. Tú no puedes mentir, pero un buen escritor hallará la forma de decirlo.

—Lo haremos, si eso te hace feliz.

—Eres un buen muchacho. Ahora vete, ponte a escribir.

Fue lo último que dijo antes de hacerse añicos contra el cemento, cada una de sus partes reflejando algo incompleto, que nunca más volvería a ser un todo sobre su clara superficie. La vida jamás será igual cuando el viejo espejo de la familia ha dejado de existir.

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para leer los capítulos anteriores haga click en el link:

2 comments:

SENTADO EN EL AIRE Juan C Recio blog said...

Sindo Pacheco, un narrador de grandes ligas, por el logro y sustancia de sus personajers, por el argumento y la manera que narra, provoca que uno esté atento a lo que dice, un abrazo para él, y mucha suerte con esta novela

Teresa Dovalpage said...

Sindo, he disfrutado tanto esta novela, este volver a Cuba...el Espejo... bueno, esta novela, El Trago de los Tigres , es un Espejo, con todo y mayuscula. Pero no roto, sino entero y que refleja la vida de una epoca que ya paso... pero que no paso del todo(como nadie se va del todo) porque tu la has traido contigo y la has fotografiado en este libro.

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