Tuesday, August 31, 2010

El Trago de los Tigres (Novela inédita de Sindo Pacheco)

Parte dos: Capítulo IV:
 Dile a Vladimir Ilich que no deje la Secundaria

por Sindo Pacheco
(para el blog Gaspar, El Lugareño)


Nos citaron para el Reconocimiento Médico y nos llevaron a un policlínico allá en Sancti Spiritus. Había algunos que eran anormales, o sordomudos o ciegos, que se veía a las claras, que venían con sus padres, que los viraban para atrás sin reconocerlos: No Aptos. Suerte que tenían algunos de ser no aptos, sordomudos o tuertos, o asmáticos, o cojos como Renecito. Pero la mayoría estábamos allí, revisándonos el cuerpo, con esa cara que ponen los condenados. Algunos hacían chistes, pero nadie se reía. Nadie tenía ganas de reír. La risa está en el ambiente y no en las palabras. Y el ambiente no estaba para risas. Más de doscientos soldados, gente como nosotros, que había dejado la Secundaria, o los habían botado, desnudos en pelota, pasando por los diferentes departamentos, de un especialista a otro: ojos bien, pulmones bien, garganta bien, sangre bien, genitales bien, no hay problemas, a todos se nos para, abra la boca, cierre los ojos, saque la lengua, respire profundo. Todo bien, afirmaban, firmaban, ponían los cuños. Luego, la entrevista: qué significaba para nosotros el Servicio Militar. Significaba tres años perdidos, los mejores años de la juventud, pelados al rape, sin dinero, sin libertad, sin derechos, sin amigos, sin novias, sin familias; es decir que sí, que significaba un honor, el más grande honor que pudiera tener un ciudadano, lástima que sólo fueran tres años, capitán, y no diez o doce o cincuenta para estar en la primera trinchera cuando llegue el enemigo, que lleva tantos tiempo amenazándonos, haciendo que vayamos al Servicio Militar, que hagamos guardias, maniobras, preparaciones combativas, haciendo que vengamos a este Reconocimiento, a esta entrevista, a escribir que nos gusta el Servicio Militar, que queremos hacer guardias, maniobras para si alguien un día se atreve a pisar nuestro suelo… Tres años es poco para un honor tan grande, capitán. Claro, claro que podemos jurar por cinco años, o por veinticinco, eso es lo que queremos; perdón capitán, es que no nos gusta jurar, nosotros no tenemos por quien jurar, y no nos gusta jurar en vano. Estamos tan emocionados que no sabemos lo que hablamos, las palabras no pueden expresar lo que yo quisiera y no vale la pena… Las palabras son una mierda, capitán, un sonido ahí que no abarca todo esto que sentimos, es algo raro, complicado, como si lleváramos la patria en la cabeza, o mejor en el pecho, en la garganta: bien, ojos: bien, oídos: bien, genitales: bien. Una doctora jovencita, de ojos verdes y pelo largo y brilloso, le toca a uno los genitales, se los pesa, se los manosea, buscando alguna vena rebelde, algún errorcito con sus dedos suaves, de terciopelo, de algas. Hay que dominarse, aguantar, vea, somos equilibrados, no se nos para, y si se te para, pobre de ti, porque te dan un toque con un palito en el glande, y el dolor te llega a la vida, y el sexo se encoge y retrocede y se arruga como un gusano de seda, eres un podrío, un pajizo, un celebrista; respete a la doctora, fresco, atrevido; disculpe capitán; Falta de Respeto; perdí el control, no pude evitarlo; déme su nombre y dirección ahora mismo, y espere afuera. Y te pueden sancionar, te pueden juzgar, te pueden meter preso, o si no mandar a un lugar difícil, a una Unidad de Combate por lo menos, sin Pases ni visitas para que aprendas a comportarte, a dominarte, a respetar las doctoras… ¿De la religión…? Bueno, lo que nos enseñaron en la escuela, que Dios no existe, que es un invento de los explotadores para tener a la gente sometida, para que acepten su condición tranquilamente y no se rebelen, vea, nos cagamos en Dios, no hay problemas, lo que queremos es que nos lleven de una vez, salir de esto lo antes posible, es decir, llegar lo antes posible a la Unidad, y ser soldado de la patria, y que la patria nos contemple orgullosa, vea qué bien aplicamos el Himno, el Himno Nacional…

Estuvimos otro tiempo más en la calle, con una especie de libertad prestada, hasta que nos llegó la citación, la definitiva, aquella que si uno no iba y se presentaba, sería procesado por la Ley, enjuiciado, sancionado, y que decía, presentarse el día nueve del presente en el Comité Militar, sito en calle Libertad sin número, LISTO PARA PARTIR hacia la Unidad Militar que se le destine, porque era un asunto del destino caer en La Habana, o en Matanzas o en Oriente, o caer de cocinero, o de mecanógrafo o de chofer de un capitán, o en una Unidad Militar de Combate, preparación combativa todo el año: de pie, correr dos kilómetros, ejercicios matutinos, tiro, infantería, maniobras, inspección, Guardia Vieja. No te preocupes, mi vieja, no me va a pasar nada, enseguida que llegue te paso un telegrama, estoy en tal lugar, en tal dirección, ahora no porque no sabíamos, nadie sabía para dónde íbamos, para dónde quería el destino que nos fuéramos. Ni siquiera teníamos el libro de los Rosacruces para saber a qué atenernos. En la próxima encarnación tal vez vengamos de jefe, o de buena cabeza, o de animal; tal vez sea bueno venir de perro vagabundo para no tener que ver con nada y orinarnos en los postes de la luz.

A las nueve de la mañana abandonamos el pueblo, todavía vestidos de civil, con la muda de ropa más triste y más vieja, porque esa ropa nos la quitaban y hasta los tres años, cuando cumpliéramos nuestro más grande honor, era que nos la devolvían, como si la ropa también tuviera que pasar tres años encerrada por triste y por vieja. Nos llevaron a Sancti Spiritus donde esperaban varios cientos de soldados. Pero ese día no hubo movimiento. Caminábamos, íbamos de aquí para allá y de allá para acá y llegó la noche y dormimos debajo de los árboles, sobre la hierba húmeda, para entrar más en contacto con la patria y prepararnos para el futuro.

Al día siguiente nos iban llamando por nombres para ir subiendo a los camiones. Fulano de Tal, aquí; Mengano de Tal, aquí; Siclanejo, ¿dónde estaba Siclanejo?, aquí; acá. Nadie sabía para dónde iban los camiones, ni siquiera los propios choferes, y escribimos una carta de despedida a la vieja, por si pasábamos por Cabaiguán: favor quien encuentre esta carta entregarla a Panchita, la costurera, de su hijo que pasó por aquí rumbo al Servicio Militar: vieja, estamos bien, excelente, vamos para La Habana o para la Conchinchina, no llores, vieja, no te aflijas, sabremos cuidarnos, portarnos bien, obedecer, de frente, march, a retaguardia, march, para atrás ni pa’ coger impulso, el Servicio es una escuela, la mejor escuela, de aquí salimos hombres hechos y derechos, y estarás feliz y orgullosa de nos, dile a Pedri y a Vladimir Ilich que no dejen la Secundaria, que estudien mucho para que no los boten, o que se partan un pie o un brazo, o que se vuelvan locos o sordomudos para que no los agarre el Servicio Militar, ni el Reconocimiento Médico, ni la entrevista, ni le peguen con un palito en el glande.


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para leer los capítulos anteriores haga click en el link:

1 comment:

Teresa Dovalpage said...

¿De veras eran así los reconocientos médicos de los infelcies reclutas? Bueno, es que la vida del cubano es una novela...de horror Luego no nos lo creen. ¡Tienes que publicar El Trago de los Tigres súper pronto! ¡Gracias, Gaspar, por darnos este adelanto!

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Gaspar, El Lugareño Headline Animator

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