Monday, August 23, 2010

El Trago de los Tigres (Novela inédita de Sindo Pacheco)

Parte 2. Capítulo 3: Te quedamos la memoria

Foto/Blog Gaspar, El Lugareño (by Anna Tikhomirova)
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por Sindo Pacheco
(para el blog Gaspar, El Lugareño)


Estábamos en la Villa Maribel, hablando del Servicio Militar, de la vida, de que pronto íbamos a ser unos viejitos, y un día también nos íbamos a morir, en fin, de toda esa mierda de borrachos, cuando de pronto llegó la mamá de Ale el gordo, el cácher de Los Tigres, que ahora estaba en el Servicio Militar en La Habana: Santiago, Maribel corran, miren lo que acaba de llegar. Y abrió un sobre blanco y grande y extrajo una carta bien hecha con muchos cuños y firmas. Las manos le temblaban y apenas podía sostenerla. Santiago se la arrebatamos y empezó a leer…, era increíble, así de pronto Ale estaba en Moscú y no en La Habana, había sido seleccionado para estudiar en la Unión Soviética, para pasar una escuela importante gracias a su buena conducta, a la actitud ejemplar que había mantenido durante su estancia en las FAR, en la primera trinchera de la defensa, y felicitaban a Sobeida, su mamá, por haber parido un hijo tan destacado. Y Sobeida tenía los ojos húmedos de la emoción y nosotros nos habíamos quedado estupefactos, porque así de buenas a primeras Ale estaba en la Unión Soviética, en la Plaza Roja, mirando a Lenin, que era el sueño de todos nosotros, Ale era una gente valerosa, siempre lo fue desde que era el cácher del equipo y cerraba el home para que los Ratones no anotaran ni una carrera. Y ahora estaba nada menos que en Moscú, con un gorro y un sobretodo rusos, hablando ruso, comiendo ruso, como si fuera un ruso. Siempre nos extrañaron algunas cosas, como por ejemplo que no hubiera venido a despedirse de su madre ni de nosotros ni de la gente de su pueblo, seguramente había sido un viaje repentino, el curso ya iba a empezar, se apurara, hiciera las maletas, no había chance de nada; y la otra cosa era que Ale no tenía tan buen grado escolar como para estudiar alguna especialidad complicada, a lo mejor se trataba de un curso sencillo, de dos o tres años, algún asunto de cohetes o de defensa antiaérea o de aviones, o de infantería, Ale estaba en una Unidad de infantería, de frente, march, columna izquierda, march. Seguramente venía de teniente, o de capitán Ale, capitán Alejandro Fernández, aquí, acá, y no podíamos acostumbrarnos a la idea de Ale capitán, con los grados dorados en la charretera, déjanos ver los grados, Ale, préstanos la camisa, la gorra, para llegar a la casa de capitán, ¿cómo es un capitán, Ale? O a lo mejor venía empachado y ya no podíamos decirle Ale, sino capitán Alejandro, permiso para retirarnos, para no verte, para no hablarte, eres un empachado, se te subieron los grados a la cabeza, ya no eres el cácher de Los Tigres; pero no, sabíamos que Ale no iba a cambiar, que vendría igualito, un poco blanco del frío moscovita y rosado de comer jamón y pollo y manzanas, y sopas rusas, y té. Y brindamos por él, por la suerte que había tenido, por no ser un cabeza hueca como nosotros, y abrazamos a Sobeida, cuando tengas la dirección nos avisas para escribirle una carta, querido Ale: te extrañamos mucho, sobre todo cuando echamos algún juego de pelota o cuando tomamos vino seco con los amigos, estamos locos porque llegues para hacer una fiesta en grande, cuéntanos cosas de allá, cómo la estás pasando, cómo te trata el invierno, si es verdad que hace mucho frío, cómo es la nieve, escríbenos, acuérdate de nosotros, mándanos un regalo, una matriuska, un peluche, una lata de carne rusa.

Pero después de aquel día hubo un silencio muy largo. Sobeida compró un puerquito de cuarenta días de nacido para celebrar la vuelta de Alejandro. Diariamente la veíamos ir a los corrales, a la salida del pueblo, con una lata llena de restos de comida para que el animal se alimentara y creciera lo más rápido posible como si eso apresurara el regreso de su hijo. Jugamos pelota, fuimos a las fiestas, crecimos algunos centímetros, y el silencio seguía, y no se recibían señales de Ale: Sobeida, ¿ha llegado algo?; no, todavía nada, hijo, no sé qué le pasará, por qué no escribe, voy a tener que matar el puerquito; no se preocupe, Sobeida, las cartas demoran, se tardan, se extravían, son muchos kilómetros. Y el periódico Granma hablaba de la guerra, de una invasión de Zaire y de Sudáfrica, del imperialismo que estaba detrás de aquella guerra, de que por el pueblo angolano estábamos dispuestos a sacrificarnos, a luchar, a dar la vida, nuestra propia sangre; y de pronto Ale no había estado jamás en la URRS, estudiando ningún curso, ni comiendo manzanas, ni haciéndose capitán Alejandro, aquí, acá, sino en Luanda, bajo las bombas y las balas, Virgencita. A Sobeida le subió la presión, y el colesterol y el azúcar en la sangre, y la ingresaron y le dieron el alta y la ingresaron, y bajó de peso y se puso seca, consumida como un estropajo, Ale era hijo único, unigénito, y no era lo mismo Moscú que Angola, ni la guerra que el frío: ay mi hijo, por qué te fuiste a pelear. Sobeida había perdido a su esposo en la Revolución, con Ale todavía de brazos, y cada 30 de julio venían a buscarla en una guagua para darle un paseo y un ramo de flores y el reconocimiento como viuda de un mártir, gloria eterna a los mártires, pero su esposo no volvió, se fue poniendo amarillento en aquel retrato con flores de la sala. Y Sobeida tenía miedo, un miedo renovado, un miedo nuevo encima de otros miedos, y pasaron los meses, y llegaron las primeras noticias de muertos en combate, de nuevos mártires, de nuevos llamamientos para ayudar a Angola, no te mueras, Ale, diles que no te maten, no te mueras aunque la patria te contemple orgullosa, la patria vive en nuestros corazones, Ale, pero si nos matan, y nos entierran, se nos desintegra el corazón y la patria no va a tener donde vivir; y los de Zaire retrocedieron, y los sudafricanos retrocedieron, pero la gente no volvía, porque ahora la guerra era contra los mismos angolanos, contra los que no estaban de acuerdo con el gobierno, con el Socialismo, y Ale no volvía, y Sobeida en el Siquiátrico: diazepam, benadrilina, clorpromacina, fenobarbital, amobarbital, frenolón, metilfenidato, decedrina compuesta, la medicina gratis. Calma, Sobeida, él va a volver, los Tigres siempre vuelven, estamos seguros, no te enfermes más, no te pongas grave, no te mueras, Sobeida, mira que ni así puede venir al entierro. Acuérdate de Eusebio, que se le murió la mamá y le avisaron a los dos meses, cálmate, ten fe y confía en Dios, es decir, en Fidel, en la Revolución.

Y aquel Tigre volvió un día, después de mucho tiempo, con ojeras negras debajo de los ojos, interpretando el papel de Ale el Flaco, pero vivito y coleando, con ese brillo en la mirada que traen los héroes que regresan, y Los Tigres contentos porque estaba de nuevo entre nosotros, y estaba el puerquito y el ron, y la cer-veza fría, pero no pudimos hacer ninguna fiesta porque Sobeida era la que ya no estaba: lo sentimos Ale, no somos nada, es la vida, no llores, no te aflijas, todavía te quedan muchas cosas, te quedamos nosotros, la memoria.

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